A la izquierda, Norberto Imbelloni tiene los ojos encendidos y la frente transpirada. A la derecha, el único con saco: Carlos Spadone, un empresario, divertido, ríe como aprobando. En el medio está él. Según en cuál de las imágenes de la secuencia se lo vea, está inclinado con medio cuerpo en el aire, tratando de culminar su travesura o ya erguido disfrutando de su obra. Un papel envuelto con fuego en la punta funciona como antorcha o como un Magiclick. Una corona fúnebre y un cajón enclenque, de cartón, con los colores y las siglas de la UCR, el nombre de Alfonsín y el Q.E.P.D redundante. Herminio Iglesias consiguió su objetivo. Y el fuego hizo su trabajo. No hay registro, más allá de las sonrisas de esos tres, de cómo fue tomado el episodio en ese momento en la Avenida 9 de Julio. ¿La gente bramó? ¿Alguien repudió? La mayoría, sin la tecnología actual, sin pantallas gigantes, y lejos de los oradores, ni siquiera lo debe haber registrado. Lo mismo debe haber pasado a los que estaban viendo por televisión, donde la imagen pasó fugaz.
Sin embargo, muchos son los que atribuyen a esa breve secuencia haber definido las elecciones generales de 1983. Creen que ese incidente en el palco del acto de clausura del peronismo, en el último día de campaña, minutos antes del comienzo de la veda electoral, hizo que Alfonsín ganara y que el peronismo perdiera. A partir de ese momento cada error político significativo en medio de una campaña electoral entra en la categoría Cajón de Herminio. Sería interesante analizar las circunstancias de esa noche y de esa campaña para desentrañar si tuvo el peso que se le da en la actualidad.
La respuesta contundente (y convincente) la proporcionaron hace poco Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade. Sostienen, con argumentos sólidos, que se trata de un mito. Se hace difícil estar en desacuerdo con ellos.
Los candidatos eran muy diferentes. También sus campañas y sus discursos. El 30 de septiembre la UCR había organizado un acto en la cancha de Ferro. Se esperaba una buena concurrencia. Mientras tanto en los kioscos, la revista Somos, la revista política de Editorial Atlántida avisaba en su tapa “Gana Luder”. El día anterior la UTA anuncio un sorpresivo paro de transporte. La intención era minar el acto radical. El ardid, burdo, fracasó. Ese paro sólo llenó de épica al evento y terminó de convencer a los que no estaban decididos a concurrir a Caballito (el centro geográfico de la Ciudad de Buenos Aires: la gente llegó en su auto o caminando desde todos los barrios porteños). La cancha desbordó. Y en el apretujamiento algunos se desmayaron dando lugar al “Un médico a la derecha” de Alfonsín. Más épica. El PJ contrarrestó con un Vélez dos semanas después. La convocatoria fue más grande todavía. Vélez 5- Ferro 1 decían en argot futbolero. Pero lo cierto es que a esa altura no parecía importar demasiado la cantidad de gente. Sólo habían llevado más gente. Pero iban detrás de la campaña del rival. Podían replicar y hasta aumentar lo que había hecho el otro, pero Alfonsín lo había hecho primero.
Algo similar ocurrió con el acto en la 9 de julio. El 26 fue el de los radicales. Un mar de gente tapó la 9 de Julio y Alfonsín se lució con su oratoria, el mensaje esperanzador, el discurso articulado y, por supuesto, el rezo laico: el recitado del preámbulo de la Constitución Nacional, gritado por una multitud de cientos de miles. Dos días después, Luder habló ante una concurrencia aún mayor. Los organizadores dijeron que fueron dos millones de personas. Otros estiman que hubo entre 800.000 y un millón. No importa: una cantidad extraordinaria de gente. El único orador fue Ítalo Luder, el candidato a presidente. En la cancha de Vélez habían hablado Herminio Iglesias y el candidato a vicepresidente, Bittel. Entre furcios y mensajes confrontativos y hasta violento, los organizadores prefirieron dejar solo a Luder frente al micrófono. Pero si el palco de Alfonsín era pulcro, nada opacaba su figura, y sólo muy de tanto en tanto se asomaba la figura ubicua de Víctor Martínez, en el del justicialismo la gente rebalsaba. En la 9 de julio hasta hubo un momento en que hubo que desalojarlo momentáneamente porque la estructura amenazó con colapsar. Había candidatos, sindicalistas, empresarios, jóvenes, militantes, artistas.
Para entender si el Cajón de Herminio decidió las elecciones intentemos situarnos en el ánimo de los organizadores del acto del 28 de octubre. Entre los candidatos peronistas sólo había euforia. Esa convocatoria, esa sensación embriagadora que flotaba en el aire, sólo podía confirmar lo que todos sabían: el domingo arrasarían en las urnas. Ninguno. esa noche. se habrá lamentado del episodio del ataúd de cartón. Ni siquiera se les ocurrió reprochárselo a Iglesias (habría que ver también quién se hubiera animado a hacerlo).
En ese punto, en esa convicción del triunfo seguro que habitaba entre propios y extraños, entre peronistas y radicales, periodistas y empresarios, influyentes y gente común, en esa convicción que se demostró muy errada es en donde encontró terreno fértil el mito del cajón. Muchos allegados al peronismo con el tiempo reconocieron que Julio Aurelio les había presentado encuestas que mostraban el triunfo de Alfonsín pero nadie quiso creer que eso podía ser cierto. Pero no eran los únicos, a muchos radicales les pasaba lo mismo. Cuando al inicio de la campaña Alfonsín decía que iba a ganar, algún político veterano se le acercó y le preguntó si no tenía miedo de hacer papelones diciendo esas cosas.
Apenas terminado el acto, a las 12 de la noche comenzó la veda electoral. Es imprescindible entender la época para saber lo que eso significó. La cultura democrática se había evaporado durante el Proceso. La sociedad aprendía todo de nuevo. El temor sobre el voto cantado, las posibles impugnaciones el día de los comicios eran un tema recurrente. Y la necesidad por seguir, al menos una vez las reglas, era tan grande que nadie se animó a violar esa veda que fue más rígida y estricta que en ningún otro momento de nuestra historia. Así que más allá de los diarios que consignaron el acto del día anterior, no hubo mayores comentarios. Además no existían los programas de televisión que repitieran en loop algún fragmento para fijar el hecho en la memoria colectiva (el primer episodio de ese tipo ocurrió unos años después y tuve tintes macabras y fue de un mal gusto descomunal: Alejandro Romay se la pasó toda la tarde de un domingo repitiendo decenas de veces la muerte de un padre de un competidor de Feliz Domingo en vivo: el hombre disfrazado de malevo acompañaba al hijo –era el día del padre- en una prenda cuando se desplomó ante la mirada de millones que luego se multiplicaron ante la persistencia necrológica del Zar). Y si hubieran existido ya en la medianoche del 29 deberían haber dejado de pasar imágenes de los actos proselitistas. Así que lo del Cajón de Herminio recién comenzó a fijarse en la memoria el miércoles siguiente, a la noche, cuando las revistas de actualidad llegaron a los kioscos. En una doble página la revista Gente publicó la foto. Esa edición, la del triunfo de Alfonsín, vendió cientos de miles de ejemplares. Y el recuerdo de lo que pasó en el acto de cierre de campaña del justicialismo se perpetuó en esa secuencia de fotos publicada posteriormente al día de la votación. Habría que rastrear los diarios de la época para descubrir si alguno la publicó antes de las elecciones. Me animaría a afirmar que no.
Cargar las tintas sobre el exabrupto de Iglesias tiende a explicar con facilidad el triunfo de Alfonsín pero mucho más la derrota del justicialismo. Pero esa simplificación no honra la verdad de los hechos. Las campañas fueron muy diferentes y también los mensajes. Desde la aparición de Alfonsín en Operación Ja Ja enfrentando a su imitador Mario Sapag (algo moderno para la época) hasta el manejo escénico de Alfonsín en sus discursos. Pero también están los dos años de campaña recorriendo el país, el trabajo de David Ratto en la imagen y que del lado de enfrente todo era lo opuesto. Pero quedarse en elementos cosméticos es un error. Lo que Alfonsín logró fue entender la sociedad y el país de esos días. El peronismo seguía pensando en las categorías del 73-74 como si todo el drama que atravesó el país no hubiera ocurrido y como si eso no hubiera modificado nada. Para ellos López Rega, el Rodrigazo, la Triple A, la censura, el decreto de aniquilamiento, el golpe, la represión brutal, el robo de bebés, los desaparecidos, Malvinas y demás no habían modificado el panorama ni los obligaban a mirar con nuevos ojos. Si se hablaba en ese momento de “la salida democrática”, Alfonsín en realidad representaba la entrada a un mundo razonable, a la democracia, a la vida institucional. Y eso es lo que la gente votó (y se podría afirmar que eso fue lo que recibió).
Una última hipótesis: si las imágenes hubieran tenido la debida difusión previa a las elecciones no hubieran modificado el resultado final. No sólo porque la sociedad ya había determinado por quién se inclinaría, sino porque la imagen del cajón y la corona prendidas fuego no eran ajenas a la vida público argentina. Eran parte de un extraño folklore futbolero. Las hinchadas ante desgracias o malas rachas de sus rivales clásicos enarbolaban ataúdes de cartón con coronas y luego las dejaban consumir en el fuego. Tal vez por eso a Herminio (socio vitalicio de Racing, de Independiente e hincha de Boca) no le pareció que estaba mal lo que hacía.
Hablemos un poco de Herminio Iglesias. Dijo haber participado, siendo muy joven, del 17 de octubre. Dirigente sindical, fue escalando posiciones de la mano de Lorenzo Miguel, igual que su ladero Norberto Imbelloni (un personaje de la literatura argentino, uno de los protagonistas de ¿Quién Mató a Rosendo? De Rodolfo Walsh. Se debe aclarar. De la literatura de no ficción). En 1973 fue elegido intendente de Avellaneda. Y depuesto con el golpe del 24 de marzo.
Representaba lo más recalcitrante de la burocracia sindical. Era frontal y siempre estaba dispuesto a confrontar. En su juventud un motor le había rebanado un dedo. Más adelante un accidente en auto le dejó un ojo maltrecho. A principios de los setenta estuvo envuelto en varios tiroteos en internas sindicales y de su partido. En alguno lo sindicaron como el agresor, en otros fue el agredido. En uno de ellos varios balazos impactaron en sus piernas y un proyectil lastimó su escroto. Esto llevó a que fuera víctima de varias bromas pesadas. A esto él respondía, evitando que la gente tuviera que leer entrelíneas: “Tráigame a su hermana, en el caso de que esté más o menos buena. Y ella le va a contar si me falta un testículo o no”, recordó Herminio en una entrevista en Clarín en 1992.
Su insulto favorito era Gusano mal nacido. A cada enemigo político lo llamaba así. Durante la campaña atacó a Alfonsín cada vez que pudo (aunque luego lo reivindicó). Las revistas recordaban su prontuario. En los sesenta tuvo varias detenciones; alguna por el robo de un camión con 24.000 litros de aceite. Él no las negaba y decía que se trataba de persecuciones a los resistentes peronistas. A veces agregaba: “Todos fuimos jóvenes alguna vez”.
“Si usted quiere saber cómo es un peronista, agarre un cuchillo, ábreme el pecho y mire adentro”, se ufanaba. Todo aquel argentino que tengo más de 50 años está en condiciones de cantar su jingle de campaña: “Herminio/ Iglesias/ Justicialista y trabajador/ A votarlo compañero/ A votarlo el pueblo entero/ con Herminio triunfa el pueblo de Perón”.
Después llegaron las elecciones del 30 de octubre y todos lo señalaron a él como causante de la derrota.
Tras las elecciones del 83 Herminio no se bajó de la vida pública. Lorenzo Miguel logró, una vez más, colarlo en la lista de diputados de la Provincia en 1985 y ocupó esa banca hasta el 89. Luego fue concejal de Avellaneda durante seis años. Cada tanto era entrevistado en los medios. Hablara de lo que hablara (sus temas favoritos: atacar a Cafiero, dar volteretas discursivas para defender a Menem y a la reelección, pegarle al radicalismo –aunque en muchas ocasiones alabando a Alfonsín- y negándose a opinar sobre Imbelloni –que estuvo muchos años fugado de la Argentina para no rendir cuentas ante la justicia por un homicidio-: “Sobre mis amigos no hablo en público”, decía. En cada entrevista, en cada una de ellas le preguntaron sobre el cajón. Ya ni siquiera mostraba indignación ante la consulta. Sabía que vendría, había naturalizado la situación. Pero sus respuestas fueron variando con el tiempo. Nunca incurrió en el pedido de disculpas. Cuando le hablaban del cajón, Herminio (que quizá ya sospechaba que su nombre ya no se despegaría de esa palabra, que Herminio y cajón serían un tándem vitalicio) pedía precisión: él había quemado una corona. Al principio reconoció que se trató de un error político, pero nada significativo. Después fue modificando algunas cosas y por ejemplo subió al barco de los pirómanos a varios más. “Fuimos varios los que quemamos la corona”, afirmaba. Decía que el episodio no tuvo ninguna influencia en el resultado final, que el responsable había sido Cafiero y todos los de la Renovación (un anacronismo) que dieron un mensaje poco claro. Y ya en el final de su vida hasta se envalentonaba y afirmaba que la gente en la calle no sólo lo felicitaba por el episodio sin o que le reclamaba no haberlo prendido fuego con algún político adentro.
Sobre el otro tema, sobre su frase célebre, se ocupaba el sólo de hablar en las entrevistas; no esperaba la pregunta del periodista. En uno de los discursos de campaña había afirmado, ante una multitud, con su estilo enfático y veloz, como el de un padre apurado retando a sus hijos, que “el peronismo ganará conmigo o sinmigo”. La frase se imprimió de inmediato en el imaginario público. En una época de candidatos pulcros y formales, envarados en trajes de telas gastadas y que caían mal, la ignorancia de Iglesias era motivo de burla. Pero él, una vez que le preguntaban del cajón, una vez que superaba el engorroso momento de referirse al incidente, cambiaba de tema y recordaba que la Real Academia Española, ante una consulta originada en su frase, había afirmado que la construcción era correcta, que el sinmigo (aunque el corrector de la computadora en este momento lo esté marcando en rojo) era admisible, aunque se tratara de un arcaísmo y un vocablo en desuso. Avalado por la RAE, Herminio sonreía pícaro.
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