Los últimos meses de Isabel Perón como presidenta: cómo fue el vacío de poder que la devoró

En septiembre de 1975, poco antes del golpe de Estado, su gobierno estaba en serios problemas. Los intentos fallidos para evitar la intervención militar y la decisión final de Videla y Massera

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Seis meses antes de su caída, el embajador norteamericano en nuestro país, Robert Hill, envió un cable a su gobierno donde advertía que el final del mandato de Isabel se terminaba
Seis meses antes de su caída, el embajador norteamericano en nuestro país, Robert Hill, envió un cable a su gobierno donde advertía que el final del mandato de Isabel se terminaba

“El poder político real no reside más en la Presidenta. A esta altura, si se queda como Presidenta o no, es una cuestión casi de interés académico. Hay un vacío de poder en el centro y no será ella quien lo llene. El problema, sin embargo, es que la señora de Perón puede no darse cuenta de que el juego está terminado”.

Lapidario, aunque exacto resultó el cable confidencial del 10 de septiembre de 1975 en el que el embajador Robert Hill informó al Departamento de Estado norteamericano sobre la situación terminal del gobierno de María Estela Martínez, Isabel o Isabelita, quien había asumido el año anterior, luego de la muerte de su marido, Juan Perón.

Como se sabe, esa crisis política derivó en una crisis institucional, es decir en el reemplazo del régimen democrático por una nueva dictadura, pero eso ocurriría más de seis meses después, el 24 de marzo de 1976, luego de que fracasaran los intentos de llenar ese vacío de poder dentro del cauce democrático.

El principal obstáculo fue, precisamente, el que señalaba Hill: Isabelita nunca comprendió que, para ella, el juego ya había terminado.

Pero, ¿cuándo comenzó Isabelita a caer?

La viuda de Perón se quedó sin rumbo al perder al hombre fuerte de su gobierno, José López Rega, El Brujo, quien vivió sus meses de gloria luego de la muerte del general Juan Perón, el 1° de julio de 1974, cuando siguió firme en sus dos cargos, como ministro de Bienestar Social y secretario Privado de la Presidencia.

Buena parte de los historiadores y de los periodistas consideran que fue un gobierno a la deriva por la ineptitud y la locura tanto de la viuda de Perón como de López Rega; El Brujo ejercía una influencia casi mística sobre la Presidenta debido a sus prácticas esotéricas.

López Rega conduce a Isabel Perón. Su salida del gobierno dejó a la presenta en la más absoluta soledad (La Gaceta)
López Rega conduce a Isabel Perón. Su salida del gobierno dejó a la presenta en la más absoluta soledad (La Gaceta)

Prefiero otra hipótesis: Isabelita y López Rega encarnaban el ala derecha del peronismo, que intentó tomar el control del Movimiento, el gobierno y el país luego de la muerte de Perón; es la tesis del economista y ex canciller Guido Di Tella en su libro Perón-Perón: “La principal sorpresa luego de la muerte de Perón consistió en que Isabel no asumió ni una posición decorativa ni tampoco una actitud que la situara por encima de todas las fracciones en pugna. Por el contrario, con pleno apoyo de López Rega y bajo su poderosa influencia, trató de manejar el gobierno y llevó adelante, en forma sorprendentemente enérgica, un programa de derecha, de línea muy autoritaria, que alarmó incluso a las fuerzas tradicionales”.

Di Tella enfatizó en ese libro que el plan tenía muy pocas posibilidades de éxito porque el peronismo era un partido de base sindical y porque rompía con los sectores que aún respaldaban al gobierno, como los pequeños y medianos empresarios y los partidos chicos de la coalición. Además, las Fuerzas Armadas debían adoptar un “apoyo tácito” al gobierno y eso era casi imposible de lograr.

Según Di Tella, este plan podría haber sido compartido “por la mayoría de los sectores de centro derecha. Pero los métodos empleados, las connotaciones fascistas y la intensidad de las medidas suscitaron objeciones, incluso en algunos de esos grupos. Algunas excentricidades personales de López Rega contribuyeron a fortalecer una imagen general de escasa confiabilidad, como sus inclinaciones espiritistas o su apoyo a grupos católicos disidentes. Por añadidura, el grupo de Isabel estaba asociado a un manejo sumamente desordenado y arbitrario de sus áreas de influencia”.

El eclipse de López Rega comenzó cuando uno de sus protegidos, el flamante ministro de Economía, Celestino Rodrigo, lanzó el 4 de junio de 1975 un drástico plan de ajuste que pasó a la historia como “Rodrigazo” con el objetivo de salir de un prolongado y muy ineficiente control de precios; preveía una devaluación del 160 por ciento para el dólar comercial y del ciento por ciento para el dólar financiero, entre otras medidas.

El impacto en el bolsillo de la gente fue dramático: la nafta subió el 172,7 por ciento; el transporte, el ciento por ciento; la leche, el 65 por ciento; los medicamentos, el 70 por ciento, y se licuaron los ahorros en los bancos.

Los sindicatos, encabezados por el metalúrgico Lorenzo Miguel y el textil Casildo Herrera, protestaron con movilizaciones en varias ciudades, que desembocaron en una huelga general de dos días, inédita para una gestión peronista, y fueron a la Plaza de Mayo a pedir la cabeza de López Rega.

Isabel Perón y monseñor Servando Tortolo en Olivos. La entonces presidenta, tras la renuncia de López Rega, se recluyó en la residencia oficial y desde la cama recibía a los ministros y visitantes
Isabel Perón y monseñor Servando Tortolo en Olivos. La entonces presidenta, tras la renuncia de López Rega, se recluyó en la residencia oficial y desde la cama recibía a los ministros y visitantes

Los peronistas moderados y los jefes de las Fuerzas Armadas ayudaron a la caída de López Rega, que fue decidida en una reunión organizada por el santafesino Ángel Robledo, un ex ministro de Defensa recordado por su habilidad política y su ironía. El encuentro se realizó en el quinto piso de un edificio del Bajo porteño, en la sede de Mercedes Benz. “Hubo coincidencia en que López Rega debía ser desplazado por una razón fundamental: nos parecía que estaba loco y que era muy peligroso; era un personaje nefasto para la Presidenta, que era manejada por ese señor como luego sería manejada por los gremios”, me contó antes de morir el brigadier Héctor Fautario, que era el jefe de la Fuerza Aérea.

Precisamente, Fautario fue elegido para acercar el mensaje a la Presidenta porque sería el anfitrión de la cena anual de camaradería de las Fuerzas Armadas, el 7 de julio, y, como tal, se sentaría al lado de ella.

—Mire señora, me gustaría decirle algo en lo que todos los comandantes estamos de acuerdo: sería prudente que el señor López Rega tomara distancia del gobierno y del país soltó Fautario aquella noche, luego del primer plato.

—¿Pero, ustedes me están pidiendo que lo saque del gobierno?

—Sí, señora.

—Pero brigadier, yo no puedo hacer eso.

—Esto es algo que me trasciende a mí y a mi fuerza; yo sólo he sido el portador del mensaje. Creo, señora, que usted no tiene otra opción.

—Bueno, déjeme pensarlo.

Un par de días después, Fautario recibió la respuesta. Isabelita había comprendido que ya no podía sostener a López Rega.

El 11 de julio, la Presidenta aceptó la renuncia del misterioso personaje que se había ganado su confianza hacía una década.

Ocho días después, López Rega debió abandonar el país, aunque salió por la puerta grande, con un pasaporte diplomático que lo acreditaba como embajador ante los organismos internacionales en Europa. Se fue a vivir a la residencia de Perón en Puerta de Hierro, en las afueras de Madrid, que había sido escriturada a nombre de Isabel.

Isabel, flanqueada por Lorenzo Miguel (62 organizaciones) y Casildo Herrera (CGT). A la derecha, Emilio Mondelli, su último ministro de economía
Isabel, flanqueada por Lorenzo Miguel (62 organizaciones) y Casildo Herrera (CGT). A la derecha, Emilio Mondelli, su último ministro de economía

El secretario Técnico de la Presidencia, Julio González, tuvo que preparar los decretos para facilitar el viaje y se los llevó a la viuda de Perón para que los firmara.

“Isabel —me dijo González— estaba desfalleciente; su rostro revelaba la angustia de los acontecimientos, pero en ningún momento lloró. Firmó y me indicó que esperase a López Rega en la biblioteca. Al ver que mi ayudante llevaba el libro de registro de protocolo, López Rega me pidió si podía elegir el número de sus decretos. Abrimos el libro de registro y de entre todos los números no utilizados, el ex ministro eligió uno que le satisfacía según una apreciación cabalística que hizo en el momento. “Mi sucesor va a ser Roballos”, dijo con voz displicente. Yo sonreí y crucé la mirada con mi ayudante. Nos admiraba que en tales momentos López Rega tuviera semejante humor. Horas después, supe que el pretendido chiste era una realidad: Rodolfo Roballos juraría como ministro”.

La salida del país de López Rega fue un golpe duro, decisivo, para ella. “Entonces, Isabel y yo quedamos solos frente al país”, afirmó González, quien se llevaba muy bien con López Rega y lo reemplazó como secretario Privado manteniendo su cargo anterior.

El día de la partida de López Rega, Isabel saludó en Olivos a una delegación de mujeres peronistas. Pesaba 42 kilos. Aquel domingo, ni siquiera asistió a misa en la capilla de la residencia de Olivos. El lunes, se mostró muy fría en la entrevista con Lorenzo Miguel y los sindicalistas, los grandes ganadores de la pulseada por el ajuste frustrado, que le habían llevado una propuesta económica alternativa que terminaría siendo aceptada por la debilitada mandataria.

Pero ella no siguió con su agenda alegando una indisposición: había sufrido tres lipotimias en tres días; se recluyó en Olivos y no apareció por la Casa Rosada durante quince días.

Un persistente cuadro de depresión, insomnio, cansancio y disturbios gastrointestinales la mantuvo en la residencia de Olivos durante largos periodos en los que permanecía en la cama. Las reuniones de gabinete se hacían en su dormitorio. El país parecía a la deriva, sin un vértice que supiera qué hacer.

La renuncia de López Rega desarmó su esquema de poder en el gobierno y fuera de él: el 28 de agosto, el general Jorge Rafael Videla asumió como nuevo jefe del Ejército, en reemplazo del general Alberto Numa Laplane, que respondía al Brujo.

La Presidenta intentó imponer otra figura, más afín, pero no pudo: estaba claro que el vacío de poder no podría ser llenado por ella.

Uno de los problemas era la violencia política por la actividad de los grupos guerrilleros, como Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo, entre decenas de siglas armadas, y de las bandas de ultraderecha, como la Triple A, armadas desde el Estado.

Isabel Perón se despide de sus colaboradores y deja la presidencia en manos de Italo Luder antes de viajar a descansar a Ascochinga en noviembre de 1975
Isabel Perón se despide de sus colaboradores y deja la presidencia en manos de Italo Luder antes de viajar a descansar a Ascochinga en noviembre de 1975

Curiosamente, la evaluación política de Montoneros —de origen peronista— coincidía con la del embajador Hill, al que vinculaba con la CIA, la central de inteligencia de Estados Unidos, y sus movidas golpistas en la región. También para ellos el gobierno de la viuda de Perón estaba acabado.

No solo eso: los montoneros se pusieron contentos con esa conclusión porque en aquel momento tenían como “objetivo político principal el deterioro del gobierno de Isabel Martínez”, que, un año después del retorno a la lucha armada —o “a la resistencia”, según ellos—, “se ha cumplido”.

¿Por qué querían que a la viuda del General le fuera mal? Para “impedir que el imperialismo pueda estabilizar su política bajo una cobertura peronista, con la secuela de confusión desorganizada de masas que eso hubiera acarreado”, como señaló un documento montonero.

A esa altura, la cúpula guerrillera, encabezada por Mario Eduardo Firmenich, tenía información calificada de que el golpe de Estado del cual tanto se hablaba se daría en marzo de 1976. No hicieron nada para impedirlo; al contrario, el derrocamiento de la viuda del General era visto con entusiasmo militante.

Pensaban que el golpe militar traería más represión y más ajuste económico y que, por lo tanto, la gente comprendería finalmente que eran ellos, los montoneros, sus verdaderos representantes; pasarían a apoyarlos en forma masiva y así podrían derrotar a las Fuerzas Armadas, apropiarse del aparato estatal y poner en marcha la revolución socialista o comunista.

El intento más serio para encontrar una salida democrática al vacío de poder fue protagonizado por un sector del peronismo, al que podríamos llamar moderado o de centro, que propiciaba una salida que satisfacía a las Fuerzas Armadas: el reemplazo de Isabelita por el presidente interino, Ítalo Argentino Luder, quien, como flamante titular del Senado, era el segundo en la línea de sucesión.

la presidenta Isabel Perón junto a la junta militar conformada por el brigadier Héctor Fautario, el almirante Emilio Massera y el teniente general Jorge Rafael Videla
la presidenta Isabel Perón junto a la junta militar conformada por el brigadier Héctor Fautario, el almirante Emilio Massera y el teniente general Jorge Rafael Videla

Las alternativas eran tres: que la viuda de Perón extendiera su licencia médica, renunciara o fuera desplazada a través de un juicio político a causa de presuntas irregularidades, como la firma de un cheque de un fondo asistencial, la Cruzada de Solidaridad Justicialista, para pagar una deuda privada de su difunto esposo con las hermanas de Evita Perón, la anterior esposa del ex Presidente.

El ministro del Interior, Ángel Robledo, presentó la idea a los comandantes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea: Videla, Emilio Eduardo Massera y Fautario, en una reunión reservada en su casa entre el 29 de septiembre y el 2 de octubre de 1975.

Videla me aseguró que recibieron la propuesta con entusiasmo: “Esa idea era una cosa que cayó como llovida del cielo; nosotros le dijimos que sí, siempre que la Señora fuera sacada del gobierno por una causa contemplada en la Constitución y las leyes, como una enfermedad, por ejemplo”.

El problema se les presentó cuando, luego del ataque de Montoneros a un cuartel en Formosa, el 5 de octubre, que dejó veintiocho muertos, Robledo viajó a Ascochinga bien temprano para reunirse con Isabelita y la encontró muy recuperada de sus problemas de salud y decidida a retornar a Buenos Aires, reasumir el gobierno y encabezar el acto central por el Día de la Lealtad, el 17 de octubre, en la Plaza de Mayo.

Apenas volvió de Córdoba, lo primero que hizo Robledo fue avisar por teléfono a cada uno de los jefes militares sobre la decisión de la Presidenta. Los tres comandantes se mostraron molestos por la novedad y Robledo los invitó a un encuentro con Luder en el departamento del presidente interino, en la calle Posadas, en la Recoleta, el viernes 10 de octubre por la noche.

Hubo seis comensales en la casa de Luder: Videla, Massera y Fautario, por un lado, y el dueño de casa, Robledo y el ministro de Defensa, Tomás Vottero, los tres santafesinos que formaban el núcleo duro del gobierno, por el otro.

Son dos las versiones de ese encuentro. Por un lado, Fautario me dijo que Robledo les preguntó: “Señores, ¿cómo seguimos?”, apenas los comandantes se sentaron a la mesa donde los esperaba una picada de quesos y embutidos. Antes de que los visitantes contestaran, Robledo enumeró una serie de problemas, entre ellos la violencia política, la inflación y la fuga de capitales.

"Los 70", el libro de Ceferino Reato que contiene este texto
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—Si seguimos así, vamos a tener algún problema serio en cualquier momento. ¿Ustedes han pensado en tomar alguna actitud? —preguntó a los tres comandantes.

Era lo que todo el mundo quería saber en aquel momento: si los militares pensaban desplazar a Isabel luego de que trascendiera que ella quería reasumir la Presidencia.

—Luder, si usted quiere hacerse cargo y se busca un mecanismo legal, nosotros no nos vamos a oponer y el país va a salir adelante —lanzó Massera.

—Yo no me puedo hacer cargo porque me van a tildar de traidor y yo no voy a ser el traidor de la señora de Perón —contestó Luder, a quien le gustaba la idea de asumir la Presidencia en forma permanente, pero solo si Isabelita estaba de acuerdo.

La segunda versión de esa picada es la de Videla, quien me contó que Robledo les habló “acerca del ‘cansancio de la Presidente’ y la posibilidad de que mediante la utilización de la vía legal, sea Luder quien asuma el gobierno. Luder pide: ‘Déjenmelo pensar’. A los pocos días, y vía Robledo, Luder da su respuesta: ‘No le puedo ser desleal a la Señora”.

Ése fue el hecho, según Videla, que convenció a él y a Massera de que ya no había otra salida que el golpe. “La decisión sobre el golpe toma un impulso decisivo cuando el senador Luder nos hace saber que él no aceptaba reemplazar a la Presidente. Cuando Luder viene con su negativa, pensamos con Massera: ‘Acá se acaba la línea legal; esto está perdido’.

Fautario estaba en contra del golpe; decía que había que llegar a las elecciones previstas para fines del año siguiente y preveía una derrota del peronismo; Videla y Massera tenían una opinión contraria y eran los vértices de reuniones con civiles desde hacía varios meses para organizar el gobierno que surgiría luego del golpe.

Esas diferencias se saldaron a fines de 1975, cuando Fautario fue reemplazado por el brigadier Orlando Ramón Agosti luego de una rebelión dentro de la Fuerza Aérea que comenzó el 18 de diciembre con la toma del aeroparque Jorge Newbery y duró cuatro días.

En un momento de la crisis en su fuerza, Fautario fue a la residencia de Olivos e intentó ver a la Presidenta, quien no lo recibió. Le envió entonces un mensaje a través del edecán de la Aeronáutica: “Cuídese, Señora, porque a usted la van a echar en marzo”.

El vacío de poder detectado en septiembre por el embajador Hill fue llenado en marzo por la dictadura de Videla, Massera y Agosti.

*Periodista y escritor, extraído de su libro Los 70, la década que siempre vuelve (Editorial Sudamericana)

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