Ya era el atardecer del 10 de mayo de 1831 cuando el general José María Paz se adelantó a sus fuerzas acompañado de su ayudante Raymundo Arana, un baqueano y un ordenanza. Debía reconocer el terreno donde se batiría contra las fuerzas del gobernador de Santa Fe, Estanislao López, y había escuchado unos disparos. A lo lejos en un monte, divisó a un grupo de soldados que creyó propios, pero eran federales que lo reconocieron. Paz intentó galopar hacia donde estaban sus hombres, como a unas diez cuadras de distancia, pero su caballo fue boleado por el soldado Francisco Ceballos, o quizás por otro llamado Celestino Murúa. Lo cierto es que el animal corcoveó desesperado y tiró al jinete a tierra. Su ayudante fue muerto de un disparo y él fue capturado.
José María Paz, nacido en Córdoba el 9 de septiembre de 1791, era un brillante estratega militar. Tenía una sólida formación en filosofía, teología, matemáticas y jurisprudencia, estudios que dejó cuando se enroló en el Ejército del Norte luego de la Revolución de Mayo. Por su desempeño en Ituzaingó, en la guerra contra el Brasil, Carlos María de Alvear lo ascendió a general en el campo de batalla. En la lucha entre unitarios y federales había abrazado la causa de los primeros.
A la madrugada del 11, Paz fue conducido a Calchines, donde estaba el campamento de López. Grande fue sorpresa cuando le llevaron a su tienda al general Paz, en mangas de camisa, ya que los soldados lo habían despojado de su chaqueta y gorra.
López le dio la mano y ordenó que le devolvieran sus pertenencias y que le alcanzaran un poncho, porque el frío era intenso. Lo convidó con una bebida caliente. Durante los siguientes cuatro años, sería su prisionero.
En la ciudad de Córdoba, había una chica que hacía tiempo suspiraba por él. Era su sobrina Margarita Weild, hija de Rosario, su hermana menor. Había nacido el 27 de agosto de 1814 con el nombre de Agustina, aunque en la familia la llamaban Margarita, en honor a su abuela, mamá de su papá Andrew Weild, un médico escocés. Él había fallecido cuando Margarita era aún una niña y la mamá se había vuelto a casar con Juan José de Elizalde.
Desde niña sintió una especial atracción hacia su tío, que deslumbraba con su uniforme militar, y que si bien tenía fama de hosco y parco, en las reuniones familiares reveló una personalidad cálida y simpática. En el ambiente militar, era conocido por el mote de “manco”, cuando en el combate de Venta y Media, el 20 de octubre de 1815, peleando en el Ejército del Norte como sargento mayor al frente de los Dragones del Perú, una bala española le inutilizó el brazo derecho.
A Paz le acondicionaron una celda en la Aduana de Santa Fe, en cuyo edificio además funcionaban dependencias del gobierno. El único mobiliario era un catre, una mesa y algunas sillas. Mataba el tiempo leyendo y un carcelero lo inició en el armado de jaulas para pájaros. El gobernador López mantuvo un contrapunto epistolar con Juan Manuel de Rosas, en el que debatieron la suerte del general prisionero, un enemigo peligroso. López quería mantenerlo con vida, mientras Rosas le escribía que “mi opinión en este asunto es terrible, pero lo creo necesario”.
Un día de abril de 1834 escuchó una voz familiar: era la negra Isabel, la criada de la familia, que a los gritos le anunciaba que su mamá y Margarita estaban presentes. Al anochecer las mujeres lograron la autorización para verlo. La primera vez que vio a su tío, se le abalanzó y lo abrazó llorando. “Nada de lloros, nada de lloros”, pidió él, porque estaba presente en la habitación un supervisor y sabía que sus captores, desde afuera, miraban la escena y no quería que se regodeasen de ella.
Desde la muerte de su marido José de Paz, ocurrida en 1825, que Tiburcia veía con buenos ojos la concreción de un viejo plan, el casamiento de su hijo con Margarita. Se lo había adelantado a su hijo, pero la guerra civil y las largas ausencias de la provincia postergaron el tema.
Por lo pronto ambas mujeres se quedaron a vivir en Santa Fe, para poder visitarlo diariamente.
Las mujeres iban a la mañana y luego regresaban por la tarde. Y con el correr de los días esa relación de afecto entre ese hombre a punto de cumplir 43 años y la niña de 20 se transformó en algo más. Ella le cortaba el cabello, lo afeitaba, le arreglaba la ropa y lo entretenía con lecturas y con juegos de naipes.
El 3 de agosto de 1834 José María le propuso formalmente matrimonio, “y no desechó mi proposición”, como escribió en sus memorias. En un primer momento la idea fue de evadirse y refugiarse en la Banda Oriental, mientras las mujeres viajarían a Buenos Aires, se casarían por poder y luego la muchacha se reuniría con su marido. Pero el cómplice que lo ayudaría a huir, que tenía acceso a la llave de la puerta de la celda, se echó atrás a último momento.
Entonces, se decidió preparar el casamiento en el mayor de los secretos, y lo más importante fue conseguir la dispensa de la iglesia que permitiese la unión de tío y sobrina. Encomendaron al cura cordobés Francisco Solano Cabrera, cercano a la familia, que arreglase la cuestión, y Paz le escribió a su hermana Rosario -que se transformaría en su suegra- para que ayudase en los trámites. El obispo diocesano recibió la solicitud y la pareja obtuvo la bendición de la iglesia.
En el máximo de los secretos, y luego de algunos intentos, a las dos de la tarde del 31 de marzo de 1835 el cura los casó. Las sorprendidas autoridades demoraron en autorizar el pedido de la mujer de convivir con su marido.
Margarita estaba embarazada cuando recibieron la noticia que el prisionero sería trasladado. El 6 de septiembre de 1835 el gobernador López se lo entregó a Rosas y lo enviaron a Luján. En la noche del 22, la partida de soldados hizo un alto en la Hacienda de Figueroa, donde los ocupantes organizaron una fiesta a las apuradas, vanagloriándose del prisionero que alojaban.
En Luján ocupó una habitación alta en el cabildo, con vista a la plaza y al campo. Ella, cuando supo del traslado de Paz, viajó con su abuela por río. El 10 de abril, a las seis de la tarde, nació en Luján el primer hijo de la pareja, José María Ezequiel. Luego vendría una niña, a la que llamaron Margarita. Según consignan los viajeros, era común ver pañales colgados de la ventana de la celda. El propio Rosas le enviaba libros a su prisionero, que se dedicaba al arreglo de calzado para subsistir.
Tiburcia, que vivía en Luján para estar cerca de la pareja, falleció el 10 de febrero de 1839. Dos meses después, Rosas dispuso liberarlo con la condición de que permaneciese en Buenos Aires. Había estado recluido en Santa Fe cuatro años, otros cuatro en Luján y casi dos estaría en la ciudad porteña.
Quizá para presionarlo, el gobierno rosista le devolvió el grado de general y los sueldos adeudados.
Pero Paz no pudo quedarse quieto. Planeó un plan de fuga y una noche de 1840 llegó al río a través de una casa cuya puerta trasera daba a la costa. Abordó una lancha y cruzó a Colonia. Margarita, acompañada de su madre, viajó semanas más tarde y llegó justo para dar nuevamente a luz a un bebé que moriría meses después víctima de una epidemia de sarampión. Su marido regresó a la pelea en el bando unitario y marchó a Corrientes a organizar el ejército que lucharía contra Rosas.
Estuvieron once meses alejados hasta que pudieron reunirse en Asunción del Paraguay. “Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un momento de mi memoria. Tu inquietud es el mayor de mis pesares. Te he dicho y repito que vivo para vos y no te olvido un momento”, le escribía ella. Él lamentaba la separación: “Desde que uní tu suerte a la mía, no podemos decir que hemos gozando un día de reposo. En nuestro país todos han sido trabajos; y en el extranjero, intranquilidad y la más cruel incertidumbre…”.
En 1847 se instalaron en Brasil, a donde llegaron luego del nacimiento de otra hija, Juana Rosa.
Para subsistir trabajaban una granja, abrieron una fonda donde iban a comer argentinos emigrados y ella preparaba dulces y pasteles que un militar amigo de Paz, el salteño José María Todd –futuro gobernador de su provincia- vendía en la calle.
La salud de Margarita ya era delicada. Falleció a las diez y cuarto de la noche del 5 de junio de 1848 después de haber dado a luz a un niño, Rafael. Tenía 33 años y su mamá Rosario debió hacerse cargo de los niños. Solo tres de los nueve habían sobrevivido.
Con el pronunciamiento de Urquiza en 1851, Paz regresó a Montevideo y cuando fue el sitio de Hilario Lagos a Buenos Aires, organizó la resistencia de los porteños. Falleció el 22 de octubre de 1854.
Si bien había sido enterrado en el cementerio de la Recoleta, sus restos junto a los de Margarita descansan en el atrio de la Catedral de Córdoba. Sus famosas Memorias Póstumas fueron editadas al año siguiente de su muerte, generando polémica entre los militares que en sus páginas mencionaba.
Luego de haber boleado su caballo, Zeballos fue ascendido a capitán. Murió el 14 de julio de 1833 en el combate de Piedra Blanca. Francisco Solano Cabrera, quien arregló la dispensa de la iglesia para que Paz y Margarita pudiesen casarse, fue fusilado el 10 de mayo de 1842 luego de haber sido cruelmente torturado por su condición de unitario. Las boleadoras que quizá cambiaron el curso de la historia fueron enviadas a Rosas y hoy son un testigo más de una época en que el país se derramó demasiada sangre de argentinos.
Fuentes: Memorias Póstumas del Brigadier General Don José María Paz; Historia de la Confederación Argentina. Rozas y su época, de Adolfo Saldías; Historias de amor de la historia argentina, de Lucía Gálvez.
SEGUIR LEYENDO: