El 13 de mayo de 1917 era domingo. Tres pequeños pastores del pueblo de Fátima, en Portugal, Lucía dos Santos, de 10 años, y sus primos Jacinta y Francisco Marta, de 6 y 9 años, salieron a pastorear sus ovejas a Cova da Iria, un paraje cercano. Era un día hermoso, cálido y soleado. Ni una nube surcaba el cielo. Pero con el sol en lo más alto, el poderoso sonido de un trueno los sobresaltó. Precavidos por la repentina aparición de una tormenta, comenzaron a reunir a su magro ganado. Estaban en esa tarea cuando un segundo estruendo los asustó. Lo que vieron a continuación los paralizó: suspendida sobre un arbusto, una mujer les habló.
Aunque el acontecimiento fue conmocionante, habían sentido la presencia de ángeles en otros tres encuentros el año anterior: dos veces en Loca do Cabeço, en Valinhos, y otra en el Pozo del Arneiro, en casa de Lucía, en Aljustrel. En esta oportunidad, quien apareció dijo ser el “Ángel de Portugal”. Fue, según narraron más adelante, una preparación para lo que experimentaban ahora.
Los tres pudieron ver a la mujer que flotaba sobre la encina, pero sólo Lucía pudo escuchar sus palabras. La niña, con un temblor en la voz, le preguntó qué deseaba. La aparición le respondió: “Quiero pedirles que vengan aquí durante seis meses seguidos, los días 13 a esta misma hora. Luego les diré quién soy y qué quiero. Y tras eso, regresaré una séptima vez”.
El 13 de junio, alrededor de la cueva donde aconteció la primera aparición se reunieron 50 personas. Como había prometido, la mujer volvió a manifestarse: “Quiero que vengan el 13 del mes que viene, que recen en Rosario y que aprendan a leer… Luego les diré qué quiero”.
Lucía, la única que podía comunicarse con ella, se adelantó: “Quiero que nos lleve al Cielo”.
La mujer habló: “Sí. A Jacinta y a Francisco me los llevaré en breve. Pero tú te quedarás un tiempo más. Jesús quiere servirse de tí para hacerme conocer y amar. Él quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.
La misteriosa mujer era la Virgen María, y desde entonces, por su aparición en aquel lugar, conocemos a la Virgen de Fátima. Cada mes, la multitud se fue haciendo más grande. El 13 de octubre -última aparición- les pidió que hicieran allí un gran templo. Y, para que le creyeran, obró el “Milagro del Sol”, que vieron en vivo y en directo 50 mil personas. No sólo eso: había llovido copiosamente, pero cuando se disipó la visión, el suelo estaba seco.
Sin embargo, el encuentro más significativo fue el del 13 de julio: allí les reveló tres Secretos a los pastores. Los dos primeros fueron dados a conocer por Lucía en 1941, de puño y letra. El primero era una visión del infierno: “Hundidos en este fuego (estaban) todos los demonios y almas, como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas con forma humana, que flotaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo para todos los lados, semejantes al caer de las chispas en los grandes incendios, sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaba y hacía temblar de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes y negros”.
El segundo explicaba cómo salvar a los pecadores del infierno, orar por la conversión de Rusia y el anuncio de una nueva guerra (recordemos que recién terminaba el primer conflicto mundial): “Si hicieran lo que digo, se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra va a acabar, pero si no dejan de ofender a Dios, en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una luz desconocida, sepan que es la gran señal que les da Dios de que él va a castigar al mundo por sus crímenes, por medio de la guerra, el hambre y las persecuciones a la Iglesia y al Santo Padre. Para impedirla, vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón, y a la comunión reparadora en los primeros sábados. Si atendieran a mis pedidos, Rusia se convertirá y tendrán paz. Si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia, los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas, por fin mi Corazón Inmaculado triunfará”.
El tercero, que dio lugar a múltiples conjeturas, fue revelado por Juan Pablo II el 13 de mayo del año 2000, cuando beatificó a Jacinto y Francisca, que murieron -como profetizó la Virgen- en 1919 y 1920. “Y vimos en una luz inmensa, que es Dios, algo semejante a como se ven las personas en el espejo, cuando delante pasó un obispo vestido de blanco. Tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre. Vimos varios otros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas subir una escabrosa montaña, encima de la cual estaba una gran cruz, de tronco tosco, como si fuera de alcornoque como la corteza. El Santo Padre, antes de llegar allí, atravesó una gran ciudad, media en ruinas y medio trémulo, con andar vacilante, apesadumbrado de dolor y pena. Iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino. Llegando a la cima del monte, postrado, de rodillas a los pies de la cruz, fue muerto por un grupo de soldados que le disparaban varios tiros y flechas, y así mismo fueron muriendo unos tras otros los obispos, los sacerdotes, religiosos, religiosas y varias personas seglares. Caballeros y señoras de varias clases y posiciones. Bajo los dos brazos de la cruz estaban dos ángeles. Cada uno con una jarra de cristal en las manos, recogiendo en ellos la sangre de los mártires y con ellos irrigando a las almas que se aproximaban a Dios”.
Lucía estaba allí. Murió el 13 de febrero de 2005, a los 97 años. Pero siete años antes, tuvo un encuentro con Zulemita Menem, a quien le hizo una revelación sobre la muerte de su hermano, acontecida el 15 de marzo de 1995 al caer el helicóptero que tripulaba a la vera de la ruta 9, cerca de Ramallo. Hubo muchísimas hipótesis sobre lo sucedido. Pero desde el inicio de la investigación, su madre, Zulema Yoma, sostuvo que había sido asesinado.
Pasaron muchos años del encuentro de la hija del ex presidente Carlos Menem con la hermana Lucía. Zulemita le contó a Infobae que la visita sucedió el 17 de octubre de 1998. Y brindó detalles: “Estábamos de gira presidencial con mi padre, cuando mi mamá me pidió que fuera a ver a la Hermana y que le llevara la foto de Carlitos. Él había corrido su última carrera por el campeonato del mundo en Portugal, en la cual obtuvo el primer puesto. Mi mamá necesitaba escuchar la palabra de la hermanita sobre el fallecimiento de mi hermano, encontrar alguna respuesta a tanto dolor. Era una visita muy difícil de concretar, ya que por orden del Vaticano, la hermana sólo recibía a muy poquitas personas y vivía como religiosa carmelita, en un convento en Coimbra”.
Luego de las apariciones y la muerte de sus primos, Lucía estudió en el colegio de las hermanas Doroteas en Vilar, cerca de Oporto. Más adelante fue religiosa dorotea en Tuy, Pontevedra. Estando allí, en 1925, se le volvió a aparecer la Virgen. En 1946 volvió a Portugal e ingresó en el Carmelo de Santa Teresa de Coimbra, donde hizo los votos como carmelita descalza el 31 de mayo de 1949.
Concretar el encuentro no fue fácil. Intervino quien era embajador argentino en Portugal, Jorge Asís, y su par ante el Vaticano, Esteban Caselli. Hasta el propio cardenal Joseph Ratzinger, luego papa Benedicto XVI, participó en las negociaciones. Finalmente llegó la autorización del Vaticano.
“Mi alegría era inmensurable, pero recibí muchas indicaciones del Vaticano, como no preguntarle a la Pastorcita nada relativo a su experiencia con la aparición de la Virgen, como así tampoco acerca del secreto que le había sido revelado en algunas de sus apariciones de la Virgen María”, relata Zulemita, que tampoco hizo imágenes del encuentro.
“Llegué al convento en Coimbra, un lugar muy sencillo. Allí esperé, y detrás de unas rejas apareció la hermana Lucia, la “pastorcita”, un ser tierno, una abuelita. Ella estaba vestida de monja, pero me mostraba que siempre usaba su camisón bajo el hábito. Me emocioné mucho, ya que estaba ante una persona tan humilde, sabía, carismática, noble. Me contó que toda su vida había transcurrido en conventos. Hablamos por más de una hora, que fue el tiempo que tenía permitido de visita. Ella estaba emocionada por recibir a alguien, algo muy poco frecuente en su vida. Tuvimos una conexión muy dulce y afectuosa, como de abuela a nieta. La hermanita no recordaba mucho acerca del mundo exterior, me contaba que sus días pasaban contestando cartas a los fieles, cocinando y rezando”.
Llegó el momento, para Zulemita, de cumplir con el pedido de su madre. “Le mostré la foto de mi hermano Carlitos, y sin que yo le dijera nada, asentó su mano sobre la foto y visiblemente emocionada, me dijo ‘pobrecito, lo mataron’. Llorando, le conté que mi madre estaba sufriendo mucho, buscando la verdad sobre su muerte. La hermana me tranquilizó y me dijo que la verdad iba a salir a la luz y que mi mamá iba a encontrar la paz. Que mi hermano no había fallecido de forma accidental, pero que el tiempo acomodaría las cosas, incluso me dijo que mi papá y mi mamá se querían mucho, y que no me preocupara si en esos momentos estaban distanciados porque ellos iban a estar juntos y en paz, que se iban a acompañar y respetar. Me dio mucha paz, mucha tranquilidad. La hermana Lucia me regaló un libro donde escribió un mensaje dedicado a mi mamá y me bendijo.
Por último, señala Zulemita, “desde allí se comunicó con su sobrino, que en ese momento era su único contacto con el mundo exterior, y le encomendó que me llevara a conocer su casa de chiquita. Cuando salí del lugar, me encontré con el Santuario que se había construido, todo alrededor de sus vivencias, me llamó la atención que afuera de su pequeño mundo había otro mundo lleno de Fe, con fieles que demostraban emotivamente su devoción a la Virgen. Visité la tumba de sus primos y me sorprendió que allí estaba también preparada la suya. Luego fui a su casa y mostraron su cama de niña, perfectamente conservada”.
Cuando volvió a ver a su padre, le contó lo que la hermana le transmitió. “Estaba conmovida por todo lo vivido, al escuchar mi relato, mi papá me abrazó y me dio un beso en la frente”.
El tiempo transcurrido no hizo más que engrandecer aquel recuerdo: “Para mi fue una experiencia enriquecedora, emotiva e inolvidable, amén de que yo practique la fe musulmana, se que hay un sólo Dios que nos guía y nos protege”.
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