Todo sucedió en menos de un mes: el abismo y la felicidad; la cárcel y el poder, el ostracismo y la popularidad. El entonces coronel Juan Perón había sido destronado de todos sus cargos, vicepresidente, secretario de guerra y secretario de Trabajo y Previsión, por un golpe palaciego dirigido por el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Ávalos.
Días después, Perón estaba preso en la isla Martín García. Su amante, Eva Duarte, había sido casi borrada de las actuaciones radiales en la que encarnaba la vida de mujeres famosas; la relación entre ambos era mal vista por los militares: Perón, viudo, en concubinato con una actriz y veinticuatro años más joven… ¡Adónde vamos a parar! Preso y desolado, el coronel escribe a su mujer, quiere retirarse, mandar todo al diablo, ir a vivir juntos a un rincón pacífico del sur.
De golpe, una rebelión sindical clama por Perón, una gigantesca marcha popular trae al centro del poder a los obreros del poderoso sur industrial, beneficiados en los últimos dos años por la política social del coronel. El 17 de octubre nace el peronismo. Los militares, cegados y cercados por su propia tontería, llaman a Perón para que hable a la multitud desde los balcones de la Casa Rosada. Fue lo que hizo. Y desde allí gobernó los siguientes treinta años de la vida política del país. Y los que siguieron.
Libre, con un proyecto político claro y un apoyo popular incondicional, Perón, con grado militar o sin él, iría por la presidencia de la Nación en las elecciones de febrero de 1946.
Antes, se casó con la actriz María Eva Duarte, en Junín, apenas cinco días después del 17 de octubre, el 22, hace hoy setenta y seis años.
Se habían conocido durante el festival que, en enero de 1944, se celebró en el Luna Park para recaudar fondos destinados a las víctimas del terremoto que, el 15 de enero, había destruido la ciudad de San Juan y sus alrededores. Eso dice la historia oficial, que también jura que fueron presentados por el coronel Domingo Mercante, mano derecha de Perón, ambos miembros del GOU, Grupo Obra de Unificación, que con el tiempo pasó a ser Grupo de Oficiales Unidos. Pero la historia del peronismo es novelesca, y la de Perón fue novelada por el propio Perón. Lo cierto es que ese sábado del festival, Perón y Eva Duarte hablaron y mucho.
Lo que sigue es una versión de aquella noche que narró el escritor Arturo Jauretche, según lo que le contó el poeta Homero Manzi. Eva Duarte llegó esa noche al Luna Park junto a una amiga actriz, Rita Molina. Manzi las hizo pasar al escenario principal, contó Jauretche que dijo Manzi. Treparon una corta escalera y fueron ubicadas, Eva al lado de Perón y Molina al lado del coronel Aníbal Imbert.
Fue Eva quien agitó los oídos de Perón y le pidió hacer algo por los sanjuaninos que sufrían. Eso impresionó al coronel, le llevaría a decir, años después: “Eva entró en mi vida como el destino (…) Vi en ella una mujer excepcional, una auténtica ‘pasionaria’ animada de una voluntad y de una fe que se podía parangonar con la de los primeros creyentes. Eva debía hacer algo más que ayudar a la gente de San Juan; debía trabajar por los desheredados argentinos. Decidí, por lo tanto, que Eva Duarte colaborase en la Secretaría conmigo y abandonase sus actividades teatrales”.
Cuando el festival terminó, después de unas palabras del presidente, general Pedro Pablo Ramírez, Perón dio un inflamado discurso sobre la solidaridad con los sanjuaninos, lo ovacionaron, y elogió la colaboración de los artistas en el festival. Muchos habían dado su apoyo, entre ellos Olinda Bozán, Pierina Dealessi, Francisco Álvarez, Enrique Muiño, Niní Marshall, Mirtha Legrand, Oscar Valicelli y el productor Leonardo Barujel. Todos quisieron agasajar esa noche a Perón, pero el coronel llamó a Manzi, contó Jauretche, y le dijo: “Dígales a los muchachos que me perdonen, pero nos vamos a ir a comer con estas chicas. Que me disculpen, les ahorramos la copa”.
Si esa madrugada del domingo 23 de enero, Perón y Eva la amanecieron juntos, y es probable que así haya sido, despertaron en el departamento de Perón, en Arenales 3291, casi Coronel Díaz. Pocos días más tarde, Perón visitó Radio Belgrano, la obra de Jaime Yankelevich, donde Eva encarnaba con pasión la vida, muchas veces trágica, de mujeres históricas. Con el tiempo, la pareja vivió en un departamento de Posadas 1567, cuarto piso.
Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Perón había abierto la puerta de la vida política y social a una clase postergada: la del movimiento obrero. En apenas dos años, junto a Mercante, Perón desarrolló gran parte de la actividad sindical. Sólo en 1944 se firmaron ciento veintitrés convenios colectivos que alcanzaban a un millón y medio de obreros y empleados y en 1945, el año del vértigo, se firmaron otros trescientos cuarenta y siete convenios para dos millones doscientos mil trabajadores.
El peronismo no existía todavía, pero la política sindical de Perón tenía fuertes opositores. El 16 de junio de 1945, la oposición firmó en conjunto el “Manifiesto del Comercio y la Industria”, con el que más de trescientas organizaciones patronales, lideradas por la Bolsa de Comercio y la Cámara Argentina de Comercio cuestionaban la política de Perón porque, afirmaba el documento, creaba “un clima de recelos de provocación y de rebeldía, que estimula el resentimiento, y un permanente espíritu de hostilidad y reivindicación”.
Los partidos políticos, radicalismo, socialismo, democracia cristiana y democracia progresista, convocaron para el 19 de septiembre a una “Marcha por la Constitución y la Libertad” que iría desde el Congreso hasta la Plaza San Martín. Estaban agitados, si se quiere, por el flamante embajador de Estados Unidos, había llegado en mayo, Spruille Braden, un empresario americano enemigo del sindicalismo, partidario de la hegemonía de su país en el continente, que había organizado la punta de lanza opositora al coronel: exigía la derogación de las leyes laborales y las que colocaban en igualdad a empleadores y empleados.
La marcha fue algo nunca visto antes: más de doscientas mil personas llenaron las calles en una enorme demostración de fuerza. Era una grieta. El país empezaba a dividirse en dos mitades. Aquella gigantesca manifestación, liderada por la clase media, incluía una inédita unidad de casi todas las fuerzas políticas y sociales de la época.
Todo aceleró la destitución de Perón. El poder militar conspiró incluso contra el gobierno del general Edelmiro J. Farrell que había reemplazado al general Ramírez en una especie de paso de comedia militar que no sería el último que viviría el país. El 8 de octubre el general Ávalos, que era uno de los líderes del GOU exigió la renuncia de Perón a todos sus cargos y su detención inmediata; al mismo tiempo lo reemplazó como secretario de Guerra.
El 12 de octubre Perón es detenido en su casa. Días antes había buscado refugio, o sosiego, en una isla del Delta que albergaba la empresa maderera de Ludwig Freude, un alemán de notorias simpatías con el nazismo. Su hijo, Rodolfo, era ya secretario personal de Perón, amigo de Juan Duarte y, durante el primer gobierno peronista fue director de la División Informaciones del gobierno, con oficina en la Casa Rosada. Ayudó a entrar al país a los nazis que huían de Europa.
En manos de sus camaradas de armas, Perón fue encerrado en la isla Martín García. Y Eva Duarte quedó desamparada y sin saber qué hacer.
No era una mujer de amilanarse, pero el clima en el que transcurría su historia de amor con Perón era más bien de guerra. ¿Qué sería de ella ahora? Sus actuaciones radiales habían raleado un poco, pero en abril había conseguido su primer protagónico en cine: “La Pródiga”, dirigida por Mario Soffici. Fue una película de incierto destino. Estaba en post producción en septiembre, cuando la Marcha de la Constitución y la Libertad. Y después del 17 de octubre, ya con Perón lanzado a la presidencia, fue el propio coronel quien pidió a los Estudios San Miguel, que postergaran el estreno hasta después de las elecciones. Pero después tampoco se estrenó y recién fue exhibida al público el 16 de agosto de 1984, casi cuatro décadas después de filmada. Eva sí la vio, varias veces, en su departamento y en la residencia presidencial, hasta el final de su vida.
En cuanto la cañonera “Independencia” puso a Perón en Martín García, el coronel, desterrado, traicionado por sus camaradas, le escribe una carta a su fiel amigo Mercante: “Le encargo mucho a Evita, porque la pobrecita tiene sus nervios rotos y me preocupa mucho su salud. En cuanto me den el retiro, me caso y me voy al diablo”. Esos eran los planes de Perón. La carta a Mercante es el primer registro escrito en el que Eva pasa a ser Evita.
Le dice lo mismo a su Evita en otra carta del 14 de octubre. El texto muestra a un Perón triste, tierno, harto: “Mi tesoro adorado: Sólo cuando nos alejamos de las personas queridas podemos medir el cariño. Desde el día que te dejé allí, con el dolor más grande que te puedas imaginar, no he podido tranquilizar mi triste corazón. Hoy se cuánto te quiero y que no puedo vivir sin vos. Esta inmensa soledad sólo está llena con tu recuerdo (…) Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salga nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos... ¿Qué me decís de Farrell y de Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida... Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos. Trataré de ir a Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes esperar tranquila y cuidarte mucho la salud. Si sale el retiro, nos casamos al día siguiente y si no sale, yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora (…) Tesoro mío, tené calma y aprendé a esperar. Esto terminará y la vida será nuestra. Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. (…) Bueno mi alma, quisiera seguir escribiendo todo el día, pero hoy Mazza te contará más que yo (…) Mis últimas palabras de esta carta son para recomendarte calma y tranquilidad. Muchos, pero muchos besos y recuerdos para mi chinita querida”.
Tres días después, Perón era rescatado de su prisión por la manifestación popular del 17 de octubre. Y también por el tambaleante gobierno de Farrell, que le pidió socorro. Y Perón fue a socorrerlo para salvarse.
El rol de Evita aquel día está en discusión. Es parte de la historia novelesca y novelada del peronismo. Aparece como agitadora, figura central en el alzamiento obrero de aquel día. Sin embargo, no era aún una figura tan conocida por el movimiento obrero. En los años 90, el histórico intendente de Lanús, Manuel Quindimil, dijo a un periodista que Evita había impulsado a los obreros de esa zona para que marcharan hacia la Capital. Quindimil tenía entonces en su despacho un verdadero santuario dedicado a Eva Perón. El colega Hugo Gambini, que murió en 2019 y que escribió una documentada historia del peronismo, afirmó que Eva Perón estaba en Junín ese 17 de octubre. Si fue así, nada le impidió regresar a Buenos Aires para participar de alguna forma del reclamo popular en favor de Perón. En 1973 Pierina Dealessi, que había sido su protectora en sus primeros y duros tiempos como actriz en Buenos Aires, ubicó a Evita en Buenos Aires el 17 de octubre, al menos en horas de la tarde, le dijo a un periodista: “Pobrecita, tenía tanto miedo que esa noche vino a dormir a mi casa”. En la extraordinaria biografía de Eva escrita por Otelo Borroni y Roberto Vacca en los años 70, los autores ubican a Eva Duarte, junto a su hermano Juan, en el auto del abogado Román Subiza, estacionado en la vereda de los impares de la Avenida Luis María Campos a la espera de la llegada de Perón al Hospital Militar.
Consciente de lo que se venía, Perón había abdicado de su bucólica esperanza de vida en el sur, había pretextado en Martín García una falsa enfermedad para lograr su traslado a la Capital. Tuvo el apoyo, la complicidad, de su amigo, el capitán médico Miguel Ángel Mazza, que le entregó un informe al presidente Farrell en el que aconseja el inmediato traslado del detenido al Hospital Militar “para hacerle análisis clínicos”. Y en la puerta del Hospital Militar, leyenda o no, andaba Eva que, según algunas otras versiones, llegó a ver a Perón en su habitación de hospital. Y que en el momento en que Perón titubeó, o dudó, o temió, o quiso ganar tiempo, o decidió esperar a ver cómo seguía su historia imprevisible antes de ir a la Casa de Gobierno, quien sabe si no a una trampa; en ese momento de sospechas y conjeturas en los que se paseaba en pijama por la habitación, Eva le lanzó un “Vestíte cagón”, con el que lo envió a su cita con la historia. La anécdota es improbable, pero cuadra en el espíritu de la época y en la personalidad de sus protagonistas.
Después del discurso en el balcón de la Rosada, Perón se lanzó de lleno a la campaña electoral por un partido, el Laborista, que todavía no llevaba ni su apellido ni su impronta. El 22 de octubre cumplió con sus promesas de presidiario: se casó con Eva Duarte Fue una ceremonia civil a la que el novio fue enfundado en un traje gris y la novia en uno color crema o marfil.
Se reunieron en la Escribanía Ordiales porque Hernán Antonio Ordiales, que firmó el acta de matrimonio, era jefe de la Sección Primera del Registro Civil de Junín: “Estaban muy emocionados”, recordó el escribano años después. La escribanía se alzaba en la esquina de Arias y Quintana, vecina a la casa de las Duarte, Juana Ibarguren, la mamá de Eva y sus hermanas. Se fueron de luna de miel a San Vicente, donde Perón tenía una quinta que es hoy museo y que alberga sus restos.
En diciembre se casarían por iglesia, en La Plata. Esa es otra historia.
Con Perón y Evita recién casados, también empezó otra historia.
SEGUIR LEYENDO: