“Siempre hay algo de locura en el amor”, decía el filósofo Friedrich Nietzsche.
A Carlos Trujeque, recorrer 15. 331 kilómetros arriba de una bicicleta y unir México con Argentina con el propósito de volver a abrazar a su novia, Agustina Funes (28) no le pareció algo imposible. Mucho menos loco.
Tardó 11 meses y 9 días. Visitó 11 países. Sufrió algunas raspaduras e incluso estuvo preso por 24 horas. Pero cada momento valió la pena. Desde hace unas horas camina de la mano junto a Agus por la Rambla de la ciudad de la Costa Atlántica.
Carlos es licenciado en administración de empresas, nació en Veracruz, México,pero se crió en Puerto Vallarta. Ella es kinesióloga, y marplatense de nacimiento. El destino quiso que se conocieran en 2016, en un intercambio estudiantil en Andalucía, Málaga. “La vi en la fiesta de bienvenida. Me presenté, la saludé... y punto”, le cuenta el novio a Infobae.
A los pocos días, en una actividad académica, se volvieron a cruzar. Él dio el primer paso. “Estaba con una amiga, y me ofreció mate. Nunca antes lo había probado. Me pareció un ritual interesante”, agrega. A partir de ahí, los encuentros fueron cada vez más frecuentes: “hacíamos caminatas por las montañas, las conversaciones se volvían más profundas”, y se dio el flechazo.
Durante lo que duró la estadía en Europa estuvieron juntos. Forjaron el vínculo y se prometieron amor, pero a la distancia.
Carlos regresó a México y Agustina a la Argentina. En 2017 planearon un reencuentro. Ella voló al DF, hizo turismo por el país y conoció a la familia de su novio. Tiempo después, él hizo lo mismo por nuestro país.
Con el paso del tiempo, la relación se intensificó. La tecnología acortó las distancias de kilómetros. “Conectábamos mucho, pero no es fácil estar lejos físicamente”, admite Carlos. Cansados de vivir en tierras distintas, él la invitó a mudarse a México. Ella aceptó.
Pero pronto llegó la pandemia para poner en pausa todo el plan. ”Estaba a punto de comprar el pasaje cuando el mundo se convulsionó”, relata. Con las fronteras cerradas, y las restricciones de viajes impuestas, verse era una odisea. En total, pasaron dos largos años separados.
En un acto de amor desesperado, Carlos le propuso una idea loca. “Voy hacia tu encuentro mi amor. Si no puedo hacerlo por aire, lo haré por tierra”, le dijo a Agustina hace dos años. “Ella me apoyó. Es una persona muy sincera que valora lo intangible como puede ser contemplar la luna, el sol, el cielo. Me enamoré de su simpleza, de su sencillez…”, resalta.
Los padres de Carlos no estaban convencidos de semejante hazaña. Si bien era un ciclista con algo de experiencia, un viaje por Latinoamérica presenta ciertos riesgos. “Me ofrecieron comprar boletos de avión, pero no había manera de ingresar al territorio argentino…”.
Todo listo para pedalear
El 1 de noviembre de 2020, arriba de su mountain bike, una mochila de 30 kilos con algo de abrigo y un corazón lleno de ilusiones, Carlos salió de Puerto Vallarta. Se propuso como meta pedalear 100 kilómetros por día.
La primera parada del extenso itinerario fue la ciudad de Guadalajara y unos días más tarde llegó a Veracruz, su ciudad natal, donde visitó a su abuelos.
Por Chiapas cruzó a Guatemala, pedaleó por Salvador, Honduras y Costa Rica. Ya había alcanzado el tramo más desafiante. En Costa Rica debó ingeniarse para cruzar la fronteras debido a las restricciones. Finalmente lo hizo y en Panamá despachó la bici y tomó un vuelo para atravesar el Tapón de Darien y llegar a Colombia. Fue el único tramo donde no tuvo que pedalear.
Durante estos once meses durmió en estaciones de servicio, casas abandonadas, viviendas de conocidos, y en campings de la ruta. “Vencí muchos miedos, como el que tenía a la oscuridad. También gané otros, a los buses de la ruta”, relata.
También superó desafíos impensados. “En Medellín me confundieron con un hincha de un equipo rival y me golpearon. Terminé preso 24 horas. Una vez que se aclaró el malentendido me liberaron, y me pidieron perdón”.
Con cierta desmotivación y ansiedad por ver a Agustina, pensó que al pisar Ecuador se tomaría un avión a Buenos Aires. Sin embargo, el cepo a los ingresos hizo que tuviera que seguir pedaleando. “No me arrepiento porque ahí comenzó la mejor parte”.
La sierra de Ecuador, las montañas de Perú, y la magia del Salar de Uyuni, en Bolivia “Viví una experiencia trascendental. Fueron dos días de una conexión única con la naturaleza. Por primera vez disfruté de la soledad como tal, el silencio externo me conecto como nunca con el interior”.
Bienvenido a la Argentina
En septiembre entró a nuestro país por La Quiaca. Palpitaba la cuenta regresiva. La meta estaba cerca. Paseó por Córdoba, atravesó Rosario y finalmente el 19 de octubre a las 14 horas se abrazó con Agustina. “Mientras daba las últimas pedaleadas la vi de lejos, me estaba esperando en el café Havanna. Tenía miedo de no sentir esa conexión….”. Se bajó de la bici y se fundieron en un abrazo, ese que se debían hacía más de dos años.
Juntos tienen varios proyectos. Entre ellos, abrir un emprendimiento de comida mexicana en la Costa Atlántica. “Por ahora me quedo por Mar del Plata, cerca de Agus”.
-¿Cuál fue el mayor aprendizaje de esta hazaña?
-Sané mis heridas en la ruta. Sufría ansiedad, angustia no sólo provocada por la pandemia sino por problemas personales. También por no tener al lado a la persona que amaba. Durante el viaje lo curé. Fue mi mejor terapia. Me siento feliz, pleno y acompañada. Cada pedaleada valió la pena.
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