Allá, un poco más lejos, ya se escucha el ruido de los cerdos. El cielo está despejado, hay un solazo que rebota contra los techos de chapa y recorre toda la estancia. El chillido se hace más constante conforme caminamos a los galpones, al principio impresiona pero unos minutos después ya me acostumbro. Se mezcla también con el canto de los pájaros, que son muchos. Está también el ruido de una fuente de agua filtrándose antes de ir hacia los bebederos. Los demás podría llamarse silencio.
Estamos a pocos minutos de Resistencia, la capital de Chaco, entrando a la granja La Felicidad, la misma que hace unas semanas salió en la portada de varios medios locales porque su dueño recibió un apoyo del Estado provincial para expandirse y construir una sala de faena propia y una fábrica de embutidos y chacinados. La noticia no fue un hecho aislado, sucede en medio de una estrategia del gobierno de Jorge Capitanich por instalar a Chaco como un polo productivo de la industria porcina nacional.
Parte de este mismo plan es la avanzada chaqueña en el acuerdo porcino con China. Hace más de un año se viene hablando en el país de la posibilidad de que capitales chinos instalen en el país mega granjas de cerdos para abastecer al gigante asiático. En esa línea, Chaco fue la primera provincia en anunciar que llegaron a un acuerdo y que está en marcha un proyecto para construir tres nuevas granjas con 2400 cerdas reproductivas cada una. No es fácil encontrar información sobre el tema: en los primeros meses del 2020 se podía rastrear fácilmente el avance del proyecto, pero todo se volvió opaco una vez que los activistas empezaron a hacer preguntas. El gobierno esperaba otra reacción, pensaba que la noticia iba a ser tomada como una nueva fuente de dólares y todos celebrarían. No pasó. En cambio, hay un pedido de que se haga un plebiscito para que la sociedad diga si está de acuerdo o no.
Recapitular la larga novela del acuerdo llevaría una nota entera, un resumen vertiginoso diría: a causa de la Peste Porcina Africana la producción de cerdos en China cayó estrepitosamente (sacrificaron a más de 300 millones de cerdos), y salieron a buscar carne porcina en el mundo. No fue fácil: la enfermedad se extendió por casi todo el planeta y quedaron pocos países libres de PPA. La Argentina es uno de ellos.
Sin embargo, en el país no producimos suficientes cerdos como para cubrir semejante demanda. Hoy en promedio un argentino consume cerca de 15 kilos de carne de cerdo por año (hace diez años ese número era casi la mitad). Desde el sector porcino nacional apuntan a llevar el consumo a 25 kilos por persona por año. Pero nada de esto lo dicen abiertamente porque hoy parte de la discusión pública está centrada en si es conveniente seguir pensando una alimentación basada principalmente en animales. Por tanto, esta industria cárnica busca -a la manera de la economía China- tener un ascenso sigiloso: crecer en producción sin hacer alardes.
Este es uno de los motivos por los cuales es casi imposible lograr entrar a una granja porcina a registrar cómo se produce. El ciclo de la opacidad se vuelve estructural, como si se intentara ocultar que la carne de cerdo antes de ser carne era en efecto un cerdo.
Por todo esto es valioso el gesto del productor chaqueño Eduardo González Corcia, que recibe a Infobae en su granja y se anima a discutir abiertamente de su industria. “Yo soy productor de alimentos, y estoy orgulloso porque cuando me muera esto va a seguir acá dando alimentos al mundo”, dice, y confiesa que su hija le recomendó no dar la nota. “Te va a criticar todo el mundo, me dijo, pero yo no me avergüenzo de producir alimentos. Entiendo que si lo mirás desde la perspectiva del maltrato animal no lo vas a entender, pero yo no lo pienso desde ahí, no puedo ponerle el corazón a esto”.
-¿Estás al tanto de la posible instalación de granjas chinas acá en Chaco?
-Lo que firmó el gobierno chaqueño para la instalación de granjas porcinas acá supone granjas de no más de 2500 madres, y siempre tiene que haber un productor chaqueño asociado. Un productor chino no puede venir solo a instalarse acá, tiene que tomar mano de obra chaqueña. Eso es más o menos lo básico.
-¿Está en marcha?
-Sí, sí, sí, sí. Está todo… Lo que pasa es que la pandemia frenó mucho. Ahora, si se va a llegar a ejecutar, no sé decirte. Y si es bueno o malo, tampoco sé decirte. Hay que ver la letra chica de cómo va a ser esto. Obviamente que nosotros somos productores chaqueños y nos resistimos a ese tipo de propuestas. Yo siempre digo: por lo desconocido siempre tenemos incertidumbre, y por lo que pasó en China también. Los argentinos no queremos que nos pase eso, y por eso también tenemos nuestro recelo a que venga un productor chino acá.
Cuando dice “lo que pasó en China” se refiere a la ejecución de millones de cerdos. Si no fuera por la Peste Porcina Africana, hoy la carne de cerdo sería la más consumida del mundo. El sector ve en la tragedia absoluta de esas muertes la tragedia absoluta de la pérdida.
La granja de Eduardo es nueva. Hace apenas 7 años comenzó a meterse en el tema y recién hace cinco está vendiendo carne. Tiene 250 madres (cerdas reproductoras) y es la primera granja de Resistencia, las otras están repartidas por la provincia. Apenas entrar, uno se encuentra con una casa y un quincho. Siguiendo el camino lo primero que aparece es un galpón. Se trata de la fábrica de alimento balanceado para sus cerdos. Allí tiene los bolsones de granos que combina con suplementos y a través de un proceso produce diferentes preparados según la necesidad de cada grupo de cerdos.
Luego seguimos a los galpones de cría. El método que se utiliza en La Felicidad es el de confinación: los cerdos nunca en su vida viven al aire libre. No es tan larga esa vida: en 160 días nacen, crecen, engordan y se mandan a faenar. El primero de los galpones es el de cría (“la cachorrera”, le llaman): ahí se insemina a las madres para que queden preñadas. Cada madre puede dar a luz dos veces y medio por año, generalmente tienen entre 12 y 16 crías en cada parto. Pero ese parto no es en el mismo galpón: luego de la gestación, cuando están a término, pasan al segundo galpón: maternidad. Allí darán a luz. Entramos a verlo. Cada galpón tiene un sistema de ambiente controlado para que estén a la temperatura ideal. Avanzamos por un pasillo oscuro y fresco. Cuando entramos a una de las cámaras, vemos una cerda enorme que ese mismo día tuvo 17 cerditos. Uno nació muerto, al resto se los ve saludables intentando tomar la teta de la madre. Es el primer día de sus 160.
En el tercer galpón los cerdos comienzan a crecer. Están divididos en cámaras según sus días de vida y tamaño. Son la imagen exacta de “Babe, el chanchito valiente”. Los que somos de la generación de esa película no podemos evitar la referencia. Junto a una de las cámaras tenemos una primera conversación con Eduardo.
“El hombre siempre vivió de animales”, dice. Hacemos silencio y se escuchan los sonidos de los cerdos. Eduardo sigue: “¿Qué hacía antes el hombre primitivo? ¿qué mataba antes? Al ciervo, o al chancho jabalí, o a cualquier animal que había en la selva. El hombre siempre se alimentó de animales porque esto es proteína. En definitiva, esto es producción de proteína. Entonces vos me decís ‘la matanza’... depende de qué lado lo ves. Porque hay gente que lo piensa así pero también podés verlo desde el lado de que hay millones de chicos desnutridos... ¿Y qué hacemos con eso? O sea, es una discusión muy larga”, dice.
-Sería muy hipócrita de mi parte criticar la producción de cerdo cuando en un restaurante pido un plato de cerdo. Pero viéndolo, obviamente que es mucho más fuerte. ¿No sentís pena cuando ves a tus animales?
-No, porque si yo transpolo eso no puedo comer nada, ¿me entendés? Acá estamos haciendo algo para ingerir alimento. O sea, si yo lo pongo del lado del sentimiento, de decir “pobre el animalito”... no como nada. Yo no tengo que ponerle el corazoncito, porque si le ponés el corazoncito a esto… no querés. Yo traigo a mi nieta y se enamora. Vos los ves acá y te enamorás, te querés llevar uno a la casa ¿viste? Pero yo me pongo del otro lado, y hoy estoy feliz porque soy productor de alimentos. Esto sirve para darle alimento al mundo.
Salimos del galpón. Los siguientes son los de engorde, en ellos los cerdos tienen que alcanzar los 120 kilos ideales antes de ser mandados a faenar para su venta. Toda la granja está en condiciones ejemplares, más allá de la ironía del término. Todos los galpones están limpísimos, nada que ver con la imagen que uno tiene de los chiqueros. Casi no hay olores. La comida y el agua está administrada por dispensers que determina qué come cada cerdo. Toda la perfección del método apunta a un solo objetivo: ganar kilos, tener cerdos más pesados que generen más ingresos.
“¿Ves las pasarelas? Eso habla también del bienestar animal”, dice Eduardo. Señala un camino entre maderas que une a los galpones. “De esa forma el animal va solo, ¿entendés? No lo cargás en un carro, el animal se maneja solo. Porque al andar cargándolo le generás mucho estrés al animal”, explica.
-Hablamos de bienestar animal porque están en muy buenas condiciones, pero también es un modelo de producción que los cría para ir de galpón en galpón camino a la muerte en 150 días. Eso también hay que tenerlo en cuenta cuando hablamos de bienestar animal.
-Sí, pero a ver… Es el bienestar animal de producción. O sea, yo no estoy criando un cerdo como una mascota, es otra historia. No estamos haciendo cerdo para mascota.
Hay distintas maneras de criar cerdos. Si uno mira los estándares de las granjas chinas, la granja La Felicidad casi hace honor a su nombre. Sin embargo, el método de confinación no da a las madres -las únicas que viven más de 160 días- ningún espacio para caminar, son simplemente máquinas reproductivas. Viven ochos ciclos productivos, más o menos cuatro años. Hasta la reproducción es confinada: la granja compra dosis seminales (sobrecitos con semen) e inseminan a las cerdas con eso.
Según el SENASA, hay en la Argentina 1 millón de madres porcinas, de las cuales al menos 700 mil están en traspatio. ¿Qué significa? Cerdas en el patio trasero de personas que las usan para autoabastecerse o producir de manera casera. Sin embargo, para los conocedores de la industria ese número es muy sospechoso porque hace años no se hace un censo y nadie sabe si están o no. El resto, las 300 mil madres industrializadas, son de los productores más grandes. Entre ellos están quienes producen a campo, quienes hacen método semi confinado (mitad a campo, mitad a galpones), y quienes trabajan puramente con confinación. Las granjas más profesionales utilizan mayormente el último.
Sería fácil criticar a Eduardo en esta nota, solamente ver los cerdos impacta. Pero Eduardo es uno más de los tantos productores que participa de una industria que funciona así. ¿Dónde debería empezar la revolución productiva? ¿Quién podría dar el primer paso? La única pregunta que vale es si en los próximos diez años los argentinos vamos a comer 25 kilos de carne de cerdo por año (como prevé la AAPP -Asociación Argentina de Productores Porcinos-), o el consumo bajará de 15 a, pongamos, 10 kilos por año. Dadas las reglas del mundo, el consumo es el único motor de cambio.
SEGUÍ LEYENDO: