De lunes a viernes el restaurante 5 Esquinas permanece cerrado. Durante esos cinco días, Karina Marullo (35) y César Viscardi (36) disfrutan de la vida de pueblo con su huerta, sus animales y sus dos hijos. “No necesitamos trabajar más tiempo, nos alcanza con hacerlo los fines de semana y feriados”, dice Carolina, desde French, partido de 9 de julio.
Casi una década atrás, la vida de esta pareja era bien distinta. Se levantaban a las6 de la mañana, se vestían, y apenas llegaban a tomar un café. Debían tener todo listo para atender la papelera que tenían en Boulogne, provincia de Buenos Aires. Allí pasaban unas 10 horas diarias. “Imprimíanos cajas de pizzas. Nunca nos faltaban los pedidos, al contrario nos iban increíble. Con lo que generábamos podíamos pagar las cuentas del Ph de Villa Martelli y teníamos algo de ahorros. Pero el estrés era constante”, agrega.
De novios desde los 15 años, César y Karina solía hacer viajes ruteros por el interior de la Argentina. En una escapada camino a Bariloche, junto a su hija Olivia de apenas seis meses, hicieron una parada estratégica para almorzar. De casualidad dieron con el comedor de Doña Clara, 5 Esquinas. Un galpón del 1900 con mucha historia, que había funcionado como pulpería, whiskería y finalmente restaurante.
“Recuerdo que me impactó lo deteriorado que estaba el lugar. Estéticamente no era muy tentador, aunque sí percibí su potencial. Era como un oasis porque estaba rodeado de verde”, admite. “Estaba lleno, era convocante. Probé los ravioles y entendí el éxito. Todo estaba hecho de forma muy natural y casera, atendido por sus propios dueños”, relata Karina.
En ese almuerzo, conocieron a Clara, la propietaria durante casi tres décadas. “Les vendemos el lugar, ¿qué les parece?”, les propuso un poco en chiste, un poco en serio. Lejos de dudarlo, se miraron y dijeron que sí. Era un paso muy importante, pero las ganas de dejar la ciudad para empezar de cero fueron incontenibles.
Ese impulso alocado de una tarde de invierno fue tomando forma con los meses. “Primero necesitábamos juntar el dinero. No lo teníamos”, recuerdan. No desistieron. Para lograron idearon un plan. Rápido, pero para nada sencillo. “Pusimos a la venta el Ph de Villa Martelli, los muebles, los roperos... incluso la ropa”, admite.
A pesar de deshacerse de varios bienes materiales, seguían sin poder reunir el dinero necesario. “Nuestra familia fue el gran apoyo para cumplir nuestro sueño. La abuela de César nos prestó sus ahorros, mi mamá vendió un auto... y así muy a pulmón, lo conseguimos”.
Chau asfalto
Una tarde de verano salieron de su garage, ubicado en Villa Adelina, hacia French. Un pueblo de apenas 900 habitantes. Hicieron 280 kilómetros por la ruta 5. Allí los esperaba ese antiguo comedor de principio del siglo pasado, que ahora era propio. Se bajaron del auto y ya respiraron distinto. “La primera noche dormimos los tres juntos en una habitación porque el lugar era tan grande en comparación a nuestro pequeño Ph de la ciudad... Nos despertamos con el canto del gallo”.
Sin experiencia previa. Muy de a poco, con la ayuda de vecinos, y los familiares reacondicionaron el restaurante. César se encargó de la ambientación, hizo las mesas de madera reciclada (en realidad solo dos). Karina cosió los manteles. Pintaron el salón. Y abrieron sus puertas en diciembre.
De la tierra a la mesa
César hizo su primer plato: ravioles caseros rellenos de acelga y espinaca. La salsa de tomate con un estofado de carne. Una receta de su familia italiana que pasó de generación en generación, que vio hacer a su madre en la mesa de Villa Adelina. Mientras picaba el perejil, hervía los tomates... se transportaba a los aromas de su infancia.
“Todo se hace a mano, y lleva como principal ingrediente la dedicación. No nos guiamos por la técnica gourmet, sino por lo que sentimos. Un plato puede tardar una hora en estar listo y la gente lo espera”, dice el experto.
El secreto sin lugar a dudas está en el proceso y el tamaño de las abundantes porciones. “Acá no hay nada livianito….”, admite entre risas. “La gente lo valora. Vienen desde Buenos Aires a comer nuestra comida, aunque en realidad creo que buscan esta tranquilidad. Porque llegan al mediodía, almuerzan, y terminan tomando mate bajo la sombra del Eucaliptos. Los chicos, que son los más impacientes, corren libres, alimentando a las gallinas o jugando con los conejos”.
Del horno de barro sale el pan casero. Que es amasado por los propios comensales mientras esperan su plato. Un plan perfecto para entretener a los más chicos.
Mientras el proyecto de vida florecía, Karina y César fueron padres nuevamente. Cuando Olivia tenía 3, cuando nació Cayetano, que hoy tiene cinco. Ambos van a la escuela pública de la zona. “Se levantan toman la leche y salen a jugar. Vuelven a almorzar y se preparan para ir a clases. No son más de cuatro, o cinco por clase. Comparten el aula con el hijo del almacenero y el dueño del campo. Se forma una linda comunidad integrada. no hay divisiones sociales”.
Durante la pandemia tuvieron que hacer malabares. Aunque reafirmaron su decisión de cambio de vida. “Estábamos en el mejor lugar para pasar una cuarentena en contacto directo con la naturaleza”.
En ese parate obligado aprovecharon para agrandar la huerta y sumar más frutas y verduras. “Cada vez somos más autosustentables”. Hicieron un delivery de empanadas por algunos meses, y pudieron sobrevivir porque tenían algo de ahorros. También potenciaron el salón, César hizo la iluminación, creó una barra reciclada y nuevas mesas. Se encargó del todo el mantenimiento.
Cuando se levantaron las restricciones a partir de agosto del 2021 fueron testigos privilegiados de una fuerte reactivación. “En un fin de semana llegamos a tener 120 mesas. Podríamos recibir más, pero no lo hacemos para no perder la esencia de este comedor”.
-¿Visitan Buenos Aires?
-Vamos a ver a nuestras familias porque los extrañamos mucho. La verdad no aguantamos más de dos días en la ciudad porque nos sentimos agobiados frente a tanto estímulo. El ruido, los horarios locos, el consumo desmedido. Notamos que viven a mil. Y lo entiendo, porque nosotros éramos iguales.
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