El ronroneo del motorcito es el único sonido que se escucha.
El bote avanza paralelo a la costa cercana, cuyas altas barrancas forman coloridas paredes de tierra que caen a pique en el agua.
Es un paisaje extraño, en el que las inmensas moles se alternan con playas de fina arena.
De repente el botero avisa:
- Es ahí…
Entonces enfila la embarcación hacia un suave declive que se mete en el agua y que permite ver unos escalones de piedra que se hunden en el río Paraná.
Estamos en Empedrado, a 60 kilómetros al sur de la capital correntina y acaba de comenzar una experiencia increíble, que parece sacada de una película de aventuras. Esas en las que el espectador se convierte en un buscador de tesoros escondidos o un expedicionario perdido en la selva.
Hacia donde se mire se ven los restos de una gigantesca construcción, que se descubre en medio de la prepotencia de la naturaleza. Altas columnas rodeadas de lianas, imponentes arcos derruidos sometidos a la invasión del follaje, peldaños diseñados en abanico cubiertos de musgo, barandas de piedra que apenas resisten el abrazo de enormes raíces. Todo es alucinante.
Las ramas se entrecruzan formando un techo verde que por momentos impide el paso de la luz del sol. Y las enredaderas dibujan arabescos caprichosos, que compiten con las molduras en relieve que aún ornamentan los muros destruidos. Otro detalle: un cartel de madera que cuelga de un árbol advierte: “Prohibido pasar y acampar”.
La ropa se pega al cuerpo por el calor y la humedad. Los pasos hacen crujir las hojas secas que tapizan el piso. El canto de los pájaros y el zumbido de las abejas se quiebran cada tanto cuando un inquietante gruñido sale desde la densa espesura.
Y el aroma de la vegetación, en octubre de 2021, es tan embriagador como aquellos otros perfumes que invadían este mismo lugar hace más de un siglo, exactamente en 1913.
Porque por entonces en el ambiente flotaban los efluvios del Jicky, del Resine o del Guerlain.
En lo alto no había un follaje tupido sino un enorme vitraux, cuyo reflejo multicolor cubría el piso de roble de Eslavonia. Y lo que se oía no era el croar de los sapos o el griterío de los loros, sino los valses vieneses que ejecutaba una gran orquesta.
Porque aunque parezca mentira, donde hoy vemos marañas de plantas había finos gobelinos. Y costosas alfombras cubrían los pasillos ahora transformados en espesos yuyales.
Sé que les resultará difícil creerme: en este mismísimo lugar estuvo el deslumbrante Hotel Continental, el edificio principal de la llamada Ciudad de Invierno.
Ahora sólo quedan ruinas cubiertas por la vegetación. Nadie lo hubiera imaginado el 7 de junio de 1913, cuando la revista Caras y Caretas publicó un aviso que decía: “Ciudad de Invierno, Hotel Continental, Casino y Sala de Fiestas. Empedrado, Corrientes. La residencia invernal mas bella y agradable de Sud América. Se inaugurará el día 29 de junio.”
Juan José de Soiza Reilly era el cronista estrella de esa revista. Y cuando visitó la Ciudad de Invierno dijo:
-Créanme… Visité toda Europa y solamente en algunos palacios vi estas magnificencias…
Por su parte el diario La Nación afirmaba:
“Por una combinación natural y de las menos frecuentes, la zona elegida reúne todas las condiciones exigidas como una estación invernal ideal, donde no hay que temer esos descensos de temperatura bruscos con días de nieve como en Niza, Pau y Cannes”.
Y el escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, que viajaba por Corrientes buscando dónde instalar la primera colonia arrocera en la provincia se maravilló con el descubrimiento:
- La villa de Empedrado es uno de los lugares más hermosos de la América del Sur. Algunos capitalistas de Buenos Aires, proyectan convertir este cálido paraíso en una estación invernal, equivalente a lo que es Mar del Plata en verano.
Efectivamente, así fue como nació el proyecto.
La idea la tuvo un personaje singular llamado Andrés Demarchi, un médico que residía en la ciudad de Corrientes y que además era autor teatral. Había estrenado varias obras tanto en Montevideo como en Buenos Aires, donde conoció a Gregorio de Laferrère. Tuvo una gran amistad con el creador de “Jettatore” y “Locos de verano”, a quien le propuso una idea audaz:
- Tus amigos y vos mismo son gente de fortuna… ¿Por qué no construyen una Ciudad de Invierno en Corrientes?
El célebre dramaturgo pertenecía a la aristocracia de la época, esa clase alta porteña que pasaba sus veranos en Mar del Plata. Pero la temporada de calor terminaba pronto y las familias acaudaladas buscaban un lugar en el que pudieran evitar los rigores invernales. Por eso era habitual que a partir de abril se instalaran en Asunción del Paraguay, adonde viajaban con sus niñeras, institutrices, cocineras y choferes.
Laferrère se apasionó de inmediato. Y contagió su entusiasmo a Pedro Olegario Luro, el hijo del pionero de Mar del Plata.
Era el año 1909. Argentina vivía los tiempos del Centenario, cuando parecía que todo era posible. ¡Los proyectos más audaces cabían en un futuro inevitablemente promisorio!
Por eso Luro empezó a sumar adherentes: Manuel Cordiviola, Tomás de Anchorena, Miguel Méndez, Nicolás Avellaneda, Martín Iráizos y Manuel Erausquin, entre otros.
Consultaron con un profesor de apellido Kisch, quien determinó que Empedrado, sobre el río Paraná, reunía las condiciones ideales para construir una estación invernal, por su clima subtropical y una temperatura media suave y regular.
Muy pronto creció el capital social, con el aporte de Manuel Gonnet, Carlos Tomkinson, Benito Villanueva, Manuel Güiraldes, Alberto Peuser, Luis Agote, Miguel Camuyrano, Ángel Gallardo, Javier Padilla, Félix U. Camet y varios accionistas más.
Y decidieron comprar una fracción de campo de 3.141 hectáreas justo donde el río es más ancho, con una distancia de 7 kilómetros entre ambas costas.
El grupo societario instaló su escritorio en Buenos Aires, en la Avenida de Mayo 623, donde comenzó la incesante venta de lotes. Ganaderos, políticos, periodistas y personalidades de todas las actividades fueron los compradores. Uno de ellos, el dirigente socialista Nicolás Repetto, que como no pudo convertirse en propietario dentro del perímetro de la ciudad compró un solar vecino para que lo habitara su madre y que bautizó “Villa Juana”.
Por unanimidad se eligió a quien sería el diseñador de la Ciudad de Invierno: nada menos que Carlos Thays, el creador del Parque Tres de Febrero, el Parque Chacabuco, el Jardín Botánico, el Parque San Martín en Mendoza o el Parque Sarmiento en Córdoba. Y el célebre paisajista francés puso manos a la obra, que comenzó en 1910 bajo la dirección técnica del ingeniero Valentín Virasoro.
El proyecto era monumental. Un total de 3.141 hectáreas, 158 manzanas, 197 quintas y 24 chacras, en un radio concéntrico de 1.237 hectáreas sobre la costa. El decreto aprobado por la Legislatura correntina establecía “el concesionario construirá un hotel con capacidad para ciento cincuenta pasajeros por lo menos, con salones de lectura, conferencias y bailes. Un muelle sobre el río, instalaciones para bañistas y un casino para todo juego autorizado en los establecimientos similares de Europa.”
Pero eso no era todo, porque “la ciudad tendrá un field para juegos atléticos, football, cricket, cancha de golf, un hipódromo, un teatro-salón y una escuela capaz de albergar en sus aulas a cien alumnos.”
Nunca antes se había hecho algo igual en el país.
Y Thays puso su sello en cada detalle. Por ejemplo, el loteo de las parcelas de una cuadra, separadas por una calle de 15 metros. Y las 20 hectáreas asignadas al parque, con réplicas en mármol de famosas obras de arte, que pobló de naranjos para que la brisa inundara el lugar con perfume de azahares.
En enero de 1911 cientos de obreros ya estaban trabajando en la construcción. Lo primero que se hizo fue dragar el río en ese lugar, para que pudiesen atracar los barcos que descargaban los materiales provenientes de Rosario y de Buenos Aires.
Ya en 1912 el prestigioso historiador correntino Francisco Manzi subrayaba “la grandiosidad y belleza de sus construcciones que no sólo representan la inversión de enormes capitales, sino que es un verdadero exponente del arte y la cultura de la provincia”.
Otro arquitecto consagrado, Luis Agote (creador del edificio de La Prensa, hoy Casa de la Cultura en Buenos Aires), se encargó del diseño del denominado Hotel Continental y el casino. Esa obra fantástica se componía de dos bloques diferenciados. El hotel tenía cuatro pisos y dos subsuelos. Ese edificio principal estaba unido al casino por un largo pasillo, cubierto por un vitreaux que transformaba ese lugar en un invernadero poblado de plantas provenientes de todo el mundo. Y el casino, montado a todo lujo, tenía 12 mesas de ruleta y bacará, iluminadas por once arañas idénticas. La restante, de características especiales, pesaba 600 kilos, tenía 312 brazos de luces y 140 caireles de cristal de Baccarat.
A medida que avanzaba la construcción, cambiaba la procedencia de los barcos que llegaban al muelle de la ciudad. Ahora venían de Europa, cargados de muebles franceses, cerámicas de Florencia y cristalería de Murano.
Todo se iba haciendo de acuerdo a lo planeado. Y por fin llegó el día de la inauguración, el 29 de junio de 1913.
Pocas veces se vio algo igual.
El ferrocarril Nordeste Argentino, que unía la capital provincial con Empedrado, llegaba colmado de adineradas familias bonaerenses y de empinados visitantes extranjeros. Dos automóviles Mercedes Benz trasladaban incesantemente a los pasajeros desde la estación hasta el flamante Hotel Continental, en cuyos subsuelos el menú de la fastuosa cena se venía preparando desde varios días atrás. El chef de la cocina, que había sido elegido en el Carlton Hotel de Londres, vigilaba la confección del menú: mousse de jamón, canapés de champiñones a la crema, abanico de jamón a la María Antonieta, salpicón de cangrejos, centolla a la rusa, pejerrey relleno con atún y pato al escabeche. Los pasteleros, por su lado, daban los toques finales a los exquisitos postres: imperial ruso, marrons glacés, gateau moka, crêpes suzettes y almendra merengada.
Cuando los invitados llegaban los recibía el director general del hotel, contratado en el Regina Hotel de París, mientras que el maitre -exdirector del Majestic de París- cuidaba que la cerveza escocesa, el pinot de Burdeos y el champagne Saint Émilion colmaran las copas permanentemente.
Fue una fiesta espectacular, en la que políticos y miembros de la aristocracia bailaron al compás de la famosa orquesta del italiano Eneas Verardini y alternaron con personajes rutilantes. Testimonios nunca desmentidos aseguran que esa noche paseó por los salones la célebre actriz francesa Sarah Bernhardt, mientras que un maharajá lucía no sólo una impresionante esmeralda en su turbante sino también su nutrido harem de esposas.
Desde entonces y a lo largo de los años, el investigador Emilio Noya y el documentalista Mauro Santamaría han sumado valiosos testimonios sobre “La maison d´Hiver” de Empedrado. Y el historiador Fernando Luque aportó una lúcida definición:
- Fue nuestro Titanic.
Efectivamente, tal como el famoso transantlántico, la fantástica Ciudad de Invierno de Empedrado tuvo una vida brevísima y un final doloroso. Apenas durante tres meses las puertas del Hotel Continental estuvieron abiertas. Del mismo modo, ya en octubre cerró el fastuoso casino.
Atrás quedaron las noches de gala, la ropa de etiqueta y los brindis burbujeantes. Dejaron de escucharse los valses acompasados y los frenéticos charleston. Y hasta se olvidó el resonante suicidio del apostador que había perdido toda su fortuna en las mesas de juego.
¿Qué pasó? Por un lado, la Primera Guerra Mundial impidió que los pasajeros europeos viajaran a Sudamérica, lo que afectó enormemente la ocupación del hotel. Simultáneamente, la muerte prematura de Andrés Demarchi y del propio Gregorio de Laferrère privó a la sociedad de sus principales animadores. Para colmo, sucesivos contratiempos financieros y conflictos societarios jaquearon al grupo concesionario.
Se acumularon las deudas y la explotación era imposible.
Inicialmente la empresa “Ciudad de Invierno S.A.” donó al Gobierno de Corrientes una superficie de 336 hectáreas y luego puso en venta el resto, incluyendo la monumental edificación.
Buena parte del mobiliario fue retirado por los dueños y se repartió en distintos lugares. Aún hoy, en 2021, algunos domicilios particulares lucen muebles, gobelinos y vajilla que perteneció al fantástico proyecto de la Mansión de Invierno. El caso más extraordinario es el de la araña del casino, que luego de pasar por el antiguo Hotel Bristol de Mar del Plata fue instalada en la Basílica de los Santos Pedro y Cecilia, la catedral marplatense.
Hubo conflictos, juicios y usurpación de tierras.
Y a través de diversas subastas se remataron objetos de arte, maquinarias, cortinados, hornos de la cocina y cámaras frigoríficas. De ese modo, muchos habitantes de Empedrado pudieron conservar azulejos y pequeños tramos de vitreaux originales. Otros vecinos también poseen objetos que formaron parte del patrimonio de aquel espectacular proyecto, pero omiten precisar cómo los obtuvieron.
El abandono y la soledad se prolongaron durante décadas y no era difícil ingresar al predio y elegir algo tentador.
Pero faltaba lo peor, lo incomprensible.
Un día de 1942, la monumental construcción -vacía pero todavía íntegra- fue dinamitada. Se la hizo volar por los aires.
Aún podía ser utilizada y quizás haber recuperado aquel destino turístico para el que había sido creada treinta años antes.
Pero fue hecha pedazos.
Inicialmente se informó que la decisión de demoler todo se había tomado a causa de una ejecución hipotecaria. Y que tres empresas de la ciudad de Buenos Aires se ocuparon de esa tarea.
Esta explicación suena desmesurada. No parece haber relación entre la causa argumentada y la irreparable determinación. Tampoco queda claro cuál es la naturaleza de compañías que tienen semejante especialidad.
Quizás por eso se torna verosímil esta otra posibilidad: las abandonadas instalaciones del Hotel Continental y el casino se habían convertido en un secreto escondite de espías alemanes. Allí, en el medio de la soledad del territorio correntino, operaba una red de comunicaciones que recibía los mensajes que llegaban desde Buenos Aires informando la salida de buques cargueros con destino a Europa. De inmediato se hacía enlace con los submarinos alemanes que los hundían en medio del Atlántico.
El servicio de inteligencia británico se enteró y le exigió al gobierno argentino presidido por Ramón S. Castillo la inmediata destrucción del lugar.
Actualmente no se puede ingresar por tierra al predio, sólo puede hacerse desde el agua. Dos notables reporteros gráficos correntinos -Carlitos Pino y Luis Gurdiel- han obtenido las impresionantes imágenes que compartimos aquí.
No sabemos realmente si está todo dicho con respecto a la increíble Ciudad de Invierno, el Hotel Continental y el casino de Empedrado.
Ni siquiera está confirmado que la demolición haya borrado todos los vestigios de los dos subsuelos de la construcción.
De todos modos, la legendaria Ciudad de Invierno creada por Carlos Thays es una de las historias más enigmáticas del siglo XX en la Argentina.
Y este cronista cree que todavía tiene algunos secretos que no hay sido develados.
SEGUIR LEYENDO: