Son las 12.30 del mediodía. En la mesa de la cocina del departamento de la Calle Libertad, hay lugar para cinco platos. El menú son fideos tirabuzones con espinaca. Están sentados Abigail, Antonella, Baldomero, Emilia y la pequeña Federica. Algunos reniegan para dar bocado, Caty, se encarga de que todos terminen su plato. Tiene una habilidad asombrosa para estar atenta a todos sin perder la paciencia.
Faltan varios integrantes a esta familia numerosa. La familia que formó Catalina Hornos (37) con Celina (22,Trabajadora Social), Carmen (20, va a un colegio especial), Patricia (18), José (16), Guadalupe (14), Abigail (12) y Antonella (10 ), que están a la escuela. Les siguen Baldomero (5), Emilia (3), y la menor Federica (2) .
Desde hace un año está casada con Jorge De All, médico clínico y el padre biológico de sus tres hijos menores. “Siempre imaginé una familia así. En un momento solo quería hijos adoptivos. Los tuyos, los míos, los nuestros y los de otros”, dice orgullosa. Hace una pausa y aclara: en realidad son 11, Olivia (23), es la primera y la hija de mayor de Jorge.
En las largas semanas de aislamiento en el contexto de pandemia estuvieron todos conviviendo bajo el mismo techo en el barrio de la Recoleta. Incluso se sumó el novio de Celina. “Acá en casa siempre hay un lugar para uno más”, dice. No solo eso, también hacía malabares para enviar alimentos a las casas a las familias vulnerables del Chaco, y Santiago del Estero desde su ONG: Haciendo Camino. Caty, está atenta a todo.
Un puente entre dos mundos
Nació en Recoleta, fue al colegio Mallinckrodt. Cuando lo terminó decidió estudiar psicopedagogía. Mientras cursaba en la UCA, eligió hacer sus prácticas en el norte de la Argentina. Visitó Añatuya, en Santiago del Estero, una de las localidades más pobres del país. Allí se enfrentó con la dura realidad del país.
“Me impactó. Empecé a entender la dimensión de la pobreza, lo que implicaba no tener agua, no tener acceso a la salud... y me fui comprometiendo”, reconoce. Vio el hambre, la desnutrición, la falta de herramientas educativas y de oportunidades. Sumado a la violencia y el abuso intrafamiliar. Mucho de eso vivieron sus siete hijos adoptivos.
Cada vez que volvía a Buenos Aires, se sentía incómoda, le molestaba que pocos se preocuparan por lo que vivían esos niños y niñas, esas familias vulnerables. Por eso quiso ser parte del cambio. Con una vocación marcada hacia lo social, en 2006 inició Haciendo Camino, una asociación civil sin fines de lucro que tiene centros en Santiago del Estero y el Chaco. Lleva diagnosticados nutricionalmente a más de 20.000 niños y niñas.
Además, cuenta con dos hogares de tránsito. Es así que llegaron “los siete santiagueños” -como a ella le gusta decirles- a su vida. “En el 2012 me piden alojar ahí a unos hermanitos por una situación de violencia. No había hogares y terminamos recibiéndolos provisoriamente en una casa que alquilaba. La estadía se extendió en el tiempo”, recuerda. Durante ese tiempo fue forjando un vínculo de amor. “Nos fuimos encariñando. Terminé tramitando esa tutela para poder hacerme cargo definitivamente. Los fui eligiendo como mi familia, y ello a mí”.
En 2015 se mudó con los chicos a Recoleta. Luego, llegaron los tres menores para completar la familia ensamblada. “Es impresionante como los chicos ven esa integración de forma natural. Hay mejores o peores relaciones por una cuestión de edad y de etapas, pero ellos lo viven como una sola familia. Se pelean y se extrañan como hermanos. Los conflictos son conmigo, nunca entre ellos”, admite.
Los siete chicos adoptados vienen con su propia historia que no deja deja de ser dura. Es por eso que hasta el día de hoy, el mayor problema reside en los prejuicios y los temor que existen en la sociedad a la hora de adoptar chicos grandes. Lejos de tapar las realidades, en esta casa se habla de todo, aunque para algunos temas falten respuestas. “Lalo -que es el más curioso- me hace preguntas complejas del estilo ’¿por qué tengo dos mamás?’, o ‘¿por qué el papá de tal está en la cárcel?’. Trato de contestar a todo....”, admite.
Las de vida no termina ahí. “Una de mis chicas me planteaba que quería ir a la cárcel a ver a su papá, para decirle que lo había perdonado, era su manera de soltar la bronca. Claro que fuimos. Me enseñó la importancia del perdón para sanar”.
Como madre, habla con orgullo de los suyos. “Conociendo sus historias de cerca, veo todo lo que superaron, el poder de resiliencia que tienen, de salir fortalecidos en situaciones complejas. No solo eso, de soñar con un futuro mejor”.
Este Día de la Madre será especial, el primero en el puede volver a reunirse sin restricciones y lo celebrarán en la casa de la abuela. “Sé que me están armando sorpresas. Eso es lo bueno de tener muchos hijos... hay muchos regalos”, se ríe.
Es tiempo de volver a clases. La hora de almuerzo se terminó. Preparar las mochilas, los barbijos, y apretar el botón del ascensor. Todavía hay mucho por hacer.
Para colaborar
Este año Haciendo Camino está cumpliendo 15 años. Viven de donaciones. De empresas para los programas. Y de padrinos para solventar el seguimiento nutricional de los chicos. Pero siempre se necesita más.
Es por eso que todos podemos ser parte: se busca sumar más de 2000 madrinas y padrinos. Para sumarse y donar: https://haciendocamino.org.ar/donacion/ .
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