A Lucas Celsio (18), pocas cosas le parecen imposibles. Incluso cuando le tocaba acampar en una plaza de Villa Urquiza para pasar la noche. Incluso, cuando buscaba algo de luz en el alumbrado público para hacer la tarea de la escuela.
Ni hablar cuando caminaba varias cuadras para poder higienizarse o ir al baño. No solo eso, a veces cenaba, otras veces no. Eso no se podía elegir.
Lo que nunca le faltó fueron las ganas de ir al colegio. Siempre entendió que estudiar era una herramienta revolucionaria, la del progreso.
De una casa a la deriva
Tenía tres años cuando tuvo que dejar la casa con jardín de su abuela Margarita, en el barrio de Agronomía, en la que vivía con su madre Marisa y tres hermanos menores, para quedar a la deriva. “Mi abuela falleció y no le quisieron renovar el contrato de alquiler a mi madre. Ella estaba desempleada, así que nos dejaron en la calle”, relata el joven a Infobae.
En ese mismo instante empezaron los días más difíciles. Durante seis años no tuvieron un techo, y muchas veces les faltó comida. Cada noche improvisaban un lugar para dormir. La Plaza Éxodo Jujeño, en Villa Urquiza, era una de las locaciones más frecuentes. “Si el clima estaba lindo, no hacía frío o no llovía, armábamos una carpa sobre la arena”. En épocas de invierno, las bajas temperaturas los obligaban a buscar refugio en algún edificio reparado. Generalmente, las entradas de los hospitales de la Ciudad.
De vez en cuando un vecino les prestaba su auto sin batería, un Peugeot 505 color champagne, estacionando sobre la calle. “Dormíamos como podíamos, me acuerdo que a veces me tenía que bajar del coche en la noche para estirar las piernas porque se me acalambraban y me dolían. Estar en el auto era mejor que en la calle porque ahí tenía miedo de que alguien nos robara o me raptaran”, agrega.
La infancia en la calle lo volvió adulto de golpe: fue testigo de todo lo ocurre en la noche de los sin techo.
A la escuela, siempre
Segundo de cuatro hermanos, Lucas no faltó un solo día a la escuela primaria. Pudo completar la primaria y está a punto de terminar la secundaria. “Los estudios me alejaron de todo lo malo que pasa afuera”, admite. Esforzado, tenaz y buen alumno hacía la tarea mientras había luz natural, o bajo un tubo de luz cuando anochecía.
A la mañana se despertaba a las cuatro para ir hasta alguna estación de servicio para usar el baño, y cambiarse para sus clases. “Esa era la rutina. En el cole desayunaba, y cuando salía iba al polideportivo donde jugaba al fútbol. A mi mamá recién la veía cuando volvía de sus changas”.
En total fueron seis años sin techo, sobreviviendo.
Tener un techo
Su caso salió en los medios, allá por 2014, y conmovió a muchos. En ese momento, los cinco fueron reubicados en un hotel familiar en Constitución y recibieron donaciones de todo tipo. “El día que obtuve mi título de primaria recibí la noticia de que íbamos a tener un techo. No tuve tiempo para festejar con mis compañeros”.
Recuerda como si fuera hoy el día que a apoyó la cabeza en una almohada limpia, en una habitación con techo. “Sentí alivio y una tranquilidad que jamás había vivenciado hasta ese momento. Estaba muy agradecido con la vida”.
La vida siguió un poco mejor. Pudo empezar la secundaria y se hizo fan del deporte.
Dos mundos muy distintos
La portería de un edificio del barrio de Almagro es el nuevo domicilio de Lucas, desde 2016. No está solo, sino con su madre y sus hermanos que aún son menores de edad. La realidad es bien diferente a la de épocas pasadas. Marisa, por fin, tiene un trabajo formal y estable como encargada del lugar. “No sobra nada pero tampoco falta. Ahora somos dos los que trabajamos para ayudar. Esto es día a día, la seguimos peleando”, reconoce.
No da el brazo a torcer. Desde que tiene 16 años Lucas-además de ir a la escuela nocturna- hace trabajos a domicilio de plomería con su tío que le enseñó el oficio. Por las tardes libres, también es preparador físico y profesor de fútbol baby en un club de Parque Chas, actividad que lo motiva. “Es un rol donde hay un aprendizaje constante, y mutuo”, admite. “En la calle el deporte me ayudó a mantenerme de buen ánimo y positivo. También a alejarme de las malas influencias que encontrás por ahí. Una herramienta de inclusión con valores potentes”.
La pandemia fue un golpe duro en la educación de Lucas, tuvo que interrumpirla porque no podía seguirla de forma virtual. “Me queda un año para recibirme de la secundaria. Quiero retomar las clases de manera presencial, porque me esforcé por entender el contenido pero no lo logré. Así que prefiero hacerlo bien...”.
Lucas Cesio sostiene que la peor enfermedad es la vagancia y las malas influencias; que con esfuerzo todo se puede. “Al perseverante siempre le llega el momento del triunfo”, dice convencido. De cara al futuro, solo tiene un objetivo, terminar la escuela y trabajar “para que nunca nos falté nada, otra vez”.
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