-Te la regalo Rafael, no voy a tirar más tiros, en la vida de Dios voy a tirar más tiros – le dijo el estanciero Mateo Banks al médico Rafael Marquestau la madrugada del 19 de abril de 1922, cuando se apareció sin aviso en su casa, cerca de Azul. Acompañando sus palabras, intentó entregarle una escopeta para que lo guardara.
-Lleve la escopeta Don Mateo, que usted debe presentarse a la Comisaría con el arma, y además nos sirve de resguardo por si alguien nos quiere atacar en el camino – atinó a responder el médico, que además era su amigo.
Marquestau no salía de su asombro. Lo habían despertado los golpes desesperados de Banks en la puerta de su casa, pero creía que seguía soñando una sangrienta pesadilla. Con voz entrecortada, el estanciero le había contado que dos peones habían masacrado a su familia y que él se sabía defendido, que había matado a uno de los atacantes y herido al otro, que había escapado a campo abierto.
-Esos asesinos Gaitán y Loiza intentaron envenenar la comida y como fallaron nos atacaron a tiros. Vamos Rafael, apurate, después te voy a contar en el camino todo, dame por favor un pedazo de galleta y un poco de caña, tengo hambre, desde ayer a las doce estoy sin comer – le había pedido Banks.
El médico contaría después que, mientras conducía su Ford T a toda velocidad hacia Azul, los rostros de las víctimas se le aparecían una y otra vez: Dionisio, Miguel y Ana María Banks, hermanos de Mateo; su cuñada Juana Dillon y sus sobrinas Sara y Cecilia.
-Ya no existe ninguno más en mi familia, han acabado con todos, los han muerto a todos – repetía Banks durante el viaje, como en una letanía.
Sin salir del asombro y el espanto, el médico Rafael Marquestau sintió una enorme pena por Mateo Banks.
No podía imaginar que, lejos de ser una víctima, el hombre que viajaba a su lado en el auto acababa de perpetrar un raid homicida sin precedentes en la historia criminal argentina, donde se lo conocería con un apodo que sumaba sus muertes, “Mateocho”.
Un vecino notable
El médico no dudó ni por un instante de la veracidad del relato de Banks. El estanciero, de 49 años, era un hombre de nota en la comunidad de Azul, respetado por todos.
Mateo Banks y Keena había nacido el 18 de noviembre de 1872 y era el cuarto hijo de los siete de un matrimonio de inmigrantes irlandeses que, poco a poco, había ido comprando tierras en Chascomús y en Azul.
Para principios de la década del 20 del sigo pasado, Mateo era el miembro sobresaliente de la familia.
Vicecónsul de Gran Bretaña, representante de la marca automotriz Studebaker en la Argentina y propietario en sociedad con sus hermanos Dionisio, Miguel y María Ana de las estancias “El Trébol” y “La Buena Suerte” -las cuales administraba-, también era socio del Jockey Club, miembro del Partido Conservador, representante en el Consejo Escolar de Azul y participaba de varias organizaciones de beneficencia.
Casado con una dama de alta sociedad, Martina Gainza, no faltaba un solo domingo a misa y siempre encabezaba las procesiones religiosas, como correspondía al presidente de la Liga Popular Católica.
“Era un hombre muy estimado en Azul. Había sabido granjearse generales simpatías por su vida honorable y hogareña. Concurría asiduamente a la iglesia, integrando la comisión protectora de la parroquia. En las procesiones llevaba el palio. No tenía vicios conocidos, ni siquiera bebía pues siempre fue abstemio”, lo describió el periodista Gustavo Germán González, cronista de policiales del diario Crítica, que cubrió el caso.
No todo lo que reluce es oro
El brillo que irradiaba su imagen pública le permitía a Mateo Banks mantener oculto un lado oscuro que muy pocos conocían. Apenas los tres hermanos que compartían con él la propiedad de las tierras y algunos capitalistas del juego sabían que el hombre no era capaz de detenerse cuando se trataba de apostaren el poker, el monte o el siete y medio.
Al principio sólo jugaba con fondos propios, pero pronto se le agotaron. El paso siguiente fue venderles parte de sus tierras y cabezas de ganado a sus hermanos para hacerse de dinero fresco para pagar sus deudas y seguir jugando a la espera de un cambio en la suerte que nunca llegó.
Para principios de abril de 1922 su situación era desesperada y la relación con sus hermanos había llegado a un punto sin retorno. Entonces decidió estafarlos.
“El 11 de abril de 1922, Mateo Banks presenta en la Municipalidad de Azul, tres certificados firmados por Dionisio Banks, en representación de Banks Hermanos, por los cuales se acreditaba la transferencia de 145 novillos, 700 lanares y 600 vacas. Posteriormente, los exámenes caligráficos probarán la falsificación de la firma de Dionisio y la autoría de Mateo Banks”, reconstruye Hugo Hohl en Crimen y status social. Ensayo crítico económico-social basado en la historia de Mateo Banks.
Al principio, la jugada pareció salir bien, pero pocos días más tardes un empleado del municipio le preguntó a Dionisio sobre la operación y la estafa quedó al descubierto. Tal vez por imperio de los lazos de sangre, Dionisio no denunció a su hermano, sino que lo encaró y le exigió que volviera atrás la maniobra.
Mateo supo que estaba perdido.
La primera declaración
El médico Rafael Marquestau desconocía todos estos hechos cuando la mañana del 19 de abril detuvo su Ford T frente a la Comisaría de Azul y acompañó a su respetado vecino Mateo Banks para que denunciara los asesinatos de seis de sus familiares cometidos –sostenía – por los peones Gaitán y Loiza.
Mientras el comisario lo escuchaba, un oficial escribiente tomó las siguientes notas (que se reproducen textualmente, incluyendo errores), para incorporarlas a la causa:
“En la ciudad del Azul, á los diez y nueve días del mes de Abril del año mil novecientos veintidós, siendo las ocho horas, se presentó á ésta Comisaría de Policía un vecino-hacendado del cuartel quince de nombre Mateo Banks, de apellido materno Keena, argentino, de cuarenta y ocho años de edad, casado, con instrucción, y con domicilio en esta Ciudad, calle Necochea Nº 773, dando cuenta de un asalto, manifestando que anoche, entre las 20 y 22 horas, sus peones Juan Illescas ó Gaitán y Claudio Loiza ó Pereyra (a) “El cabo negro” habían asaltado las estancias denominadas “El Trébol” y “La Buena Suerte”, propiedad de sus hermanos Miguel y Dionicio Banks, y que á tiros de escopeta hacían sido muertos estos dos últimos, Julia Dillon de Banks, Ana María Banks, Cecilia Banks y que ha desaparecido Sara Banks, de once años de edad. Al mismo tiempo manifestó que á su vez él había dado muerte á Gaitán y que creía haber herido á Loiza, pero que á pesar de ello, huyó. El denunciante dice que esos mismos sujetos, en el día de ayer, intentaron envenenar á las familias por medio de una susbstancia tóxica en la comida. El Sr. Banks venía a constituirse en prisión, haciendo á la vez entrega de la escopeta que utilizara, calibre diez y seis, fuego central, de dos caños”, dice.
Apenas Banks terminó de declarar, el comisario levantó el tubo del teléfono y llamó al juez del Crimen Gualberto Illescas. Le resumió la versión de “Don Mateo” pero también le dijo que algo no le cerraba. Pidió instrucciones y el juez le dijo que lo detuviera por haberse declarado autor del homicidio del peón Gaitán y haber herido al peón Loiza.
También le ordenó que preparara una partida para ir con el propio Banks a “El Trébol” y “La Buena Suerte” para reconstruir los hechos.
“Quedarse con las haciendas”
“Así llegados á la Estancia denominada ‘La Buena Suerte’, con un tiempo nublado y á ratos lluvioso, observamos el parage en completo silencio y sin que nadie viniera á nuestro encuentro para recibirnos. Ello nos dio la impresión, por tal soledad, que algo grave allí había ocurrido”, comienza el expediente judicial (sic) de la reconstrucción hecha la misma mañana del 19 de abril.
Esa misma mañana, en las escenas de los crímenes, la versión de Banks se cayó a pedazos. Sin embargo, “Don Mateo” se mantuvo firme en sus dichos durante cinco días, sin importarle que el juez le plantara en la cara todas y cada una de las contradicciones en que incurría.
Banks terminó quebrándose el 24 de abril, cuando el juez Illescas desplegó sobre la mesa el documento del 11 de abril y le informó que al peritar las firmas quedaba claro que la de Dionisio había sido falsificada.
Frente a esa evidencia –menor que las encontradas en las escenas de los crímenes– “Don Mateo” finalmente confesó. No se conocen las palabras textuales con que lo hizo porque el expediente judicial simplemente dice:
“Los motivos en los hechos en que ha intervenido, obedecían al propósito de quedarse con las haciendas de sus hermanos (…) que el declarante ha sido el único autor de la muerte de Miguel Banks, Julia Dillon de Banks, Dionisio Banks, Ana María Banks, Cecilia Banks, Sarita Banks, Juan G y Claudio Loiza y la efectuó de la siguiente manera…”
Envenenamientos fallidos
En su confesión, Mateo Banks le dijo al juez Illescas que había decidido acabar con su familia después de que Dionisio le recriminó que hubiera falsificado su firma para quedarse con el ganado, pero que no sabía cómo hacerlo.
El primer plan se le ocurrió la tarde del 17 de abril, cuando estaba en “La Buena Suerte” echando estricnina en los galpones para matar a los ratones. Decidió entonces que todos los Banks –menos él, claro – morirían como ratas. Los heredaría y solucionaría sus problemas económicos.
Esa noche volvió en sulky a “El Trébol”, donde vivía su hermano Miguel. A la mañana siguiente fue hasta el sulky, recogió la estricnina que había traído de “La Buena Suerte” y esperó que empezaran a preparar el puchero del mediodía, que se ponía a hervir muy temprano. A las 9 y media de la mañana vio que no había nadie en la cocina y volcó estricnina en la olla.
Sin esperar el resultado, se subió al sulky y fue hasta “La Buena Suerte”, donde llegó cerca del mediodía. Tomó mate en el patio delantero de la casa con su hermano Dionisio y su sobrina Sarita e hizo la misma maniobra cuando vio que no había nadie en la cocina.
Para evitar el almuerzo dijo que se había olvidado unas herramientas en “El Trébol” y se fue en el sulky.
Creyó que había hecho una jugada maestra, pero falló: había volcado tanta estricnina en las ollas que el gusto del veneno delató las maniobras y nadie lo comió.
Al llegar a “El Trebol” su hermano Miguel lo recibió con una frase que le heló la sangre:
-¡Qué le pusiste al puchero, hijo de puta! ¡Fuiste vos, che!
Sin contestar nada, Mateo volvió a subir al sulky y regresó a “La Buena Suerte”, donde su hermano Dionisio lo recibió de mal humor pero sin sospechas:
-Tuvimos que tirar el puchero porque estaba muy salado – le dijo.
Los asesinatos de “La Buena Suerte”
Ante el evidente fracaso de los envenenamientos, Mateo Banks decidió pasar a las armas. Tomó una de las escopetas de la casa y salió al campo a cazar. Volvió alrededor de las seis de la tarde con el arma cargada e inició su raid sangriento.
Seis días después –derrumbado por las evidencias– lo reconstruyó así ante el juez Illescas:
Dionisio fue el primero en morir. Mateo esperó que le diera la espalda frente al dormitorio y le disparó. Las últimas palabras de su hermano fueron:
-¡Cómo se te ha escapado el tiro, che!
La única respuesta de Mateo fue volver a disparar y rematarlo.
En eso estaba cuando entró su sobrina Sarita y lo vio. Mateo le pegó en la cabeza con los caños de la escopeta y la desmayó. Al juez Illescas le dijo que no había querido dispararle y que la tiró al aljibe para que se ahogara, pero que al caer al agua la chica empezó a gritar y que entonces le tiró dos veces, hasta que se calló.
En la cabeza de Mateo Banks, el plan iba tomando forma de manera delirante. Para que funcionara tenía que matar al peón Juan Gaitán: diría que el hombre había asesinado a su hermano y a su sobrina y que él había tenido que dispararle en defensa propia.
Gaitán llegó del campo entrada la noche y fue directamente al galpón para desensillar. Banks le disparó sin que el peón alcanzara a ver de dónde venía el tiro.
Después de asegurarse de que estaba muerto, Banks cerró las puertas de la casa, se subió al sulky y emprendió el camino hacia “El Trébol”.
Muerte en el camino
Banks llegó a la otra estancia pasadas las ocho de la noche y encontró al peón Claudio Loiza fumando junto al galpón. De inmediato improvisó:
-Venite conmigo a “La Buena suerte”, que Dionisio está mal – le dijo.
El hombre no sospechó nada y se subió al sulky sin pensar que sería su último viaje. Cuando habían hecho menos de un kilómetro, Banks dejó caer el rebenque al suelo y le pidió a Loiza que se lo alcanzara. Le disparó apenas puso un pie en tierra y arrastró el cadáver a un costado del camino.
En la mente febril de Banks, Loiza sería el segundo de los asesinos de su familia.
El raid homicida de “El Trébol”
De regreso a “El Trébol”, donde estaban su hermano Miguel, su cuñada Julia, su sobrina Cecilia y su hermana María Ana. Les dijo que se sentía mal y que iría a acostarse sin cenar.
Alrededor de las once de la noche, cuando ya todos se había acostado, le golpeó la ventana del dormitorio a María Ana y le pidió que la acompañara a “La Buena Suerte”.
-¿Qué pasó? – preguntó la hermana.
-Vino Gaitán a avisar que Dionisio está mal – respondió Mateo.
Los dos hermanos caminaron unos quinientos metros, hasta donde Mateo había dejado atado el sulky. Poco antes de llegar, el asesino dejó que su hermana se adelantara y le disparó por la espalda. Murió al instante.
Al regresar a “El Trébol” Mateo golpeó la puerta del dormitorio de Miguel y Julia y le pidió a su cuñada que le hiciera un té porque seguía sintiéndose mal. Le disparó en la galería. Miguel, alarmado, salió del dormitorio. Le disparó tres veces para matarlo.
La última morir fue Cecilia, la hija de Miguel y Julia, cuando salió de su pieza, asustada por los disparos. Mateo le tiró a una distancia de menos de un metro a su sobrina de 14 años.
-Lo único que dijo fue “¡Ay, ay!” – le contó después el asesino al juez.
Tal vez porque no serían capaces de declarar en su contra, Banks dejó con vida, encerradas en una pieza, a dos criaturas: Anita Banks, su sobrina de tres años, y María Gaitán, la hija del peón, de cuatro.
Consumados los crímenes, “Don Mateo” volvió a subirse al sulky y se dirigió a la casa del médico Rafael Marquestau para contarle una historia que pronto se caería como un castillo de naipes.
La condena y la apelación
En marzo de 1923 –casi un año después de los crímenes-, Banks fue condenado en primera instancia a la pena reclusión perpetua, que en la práctica significaban 25 años efectivos de cárcel.
En 1942, luego de casi 19 años de reclusión, le conmutaron la pena por “buen comportamiento” y salió en libertad.
Intentó volver a Azul y luego a Olavarría, donde residían su mujer y sus hijos. Martina Gainza hacía mucho tiempo que había pedido la anulación del matrimonio y sus hijos habían cambiado el apellido por el de su madre.
La vida de Mateo Banks terminó abruptamente una mañana de 1949, en una oscura pensión del barrio porteño de Flores, cuando se resbaló y se desnucó contra el borde de la bañera.
Los diarios publicaron breves notas sobre la insólita muerte del hombre conocido como “Mateocho”. Tenía 77 años.
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