Se quedó sin trabajo por la pandemia y vendió rifas para pagar sus estudios: “Me recibí de trabajadora social”

Le quedaban cuatro materias para obtener el título pero no tenía dinero para las cuotas. Hizo un sorteo en redes y ahora espera poder ejercer su profesión para ayudar a otros

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Ana (27), junto a su
Ana (27), junto a su hija Sofía (7), festejando el título de Trabajadora Social por las calles de Santa Rosa

Ana Bustamante (27) escuchó su nombre completo, seguido de una calificación: ocho. Inmediatamente sintió alivio. Luego vino la felicidad, seguida de lágrimas imparables. Salió del aula del instituto, pensó en su madre María Angélica, en su hija Sofía (7) y se fue a su casa.

La fecha no la olvidará jamás. La tiene grabada en el corazón: un 5 de octubre de 2021. Ese día obtuvo su título tan deseado, el de trabajadora social, al igual que su madre que murió cinco días antes de que ella empezará la carrera.

Para Ana lograr su meta no fue sencillo. Transitó un camino lento, sin atajos y con muchos obstáculos. Pero lo logró.

María Angélica y Raúl -los padres de Ana y sus tres hermanos- nacieron en Santa Rosa, La Pampa. Ella era trabajadora social y él empleado de comercio. Con ingresos justos pero mucho amor criaron a sus hijos en una casilla del barrio Butalo. “Tuve una infancia muy feliz. Plena, jamás faltó nada pero tampoco sobraba”, cuenta Ana a Infobae.

Ana y María Angélica, ambas
Ana y María Angélica, ambas dedicadas al servicio social

Creció con el ejemplo del esfuerzo y del trabajo. “Durante 35 años mi mamá se movió por toda la provincia de La Pampa. Seguí de cerca su labor porque más de una vez la acompañé. En el fondo, sabía que a mí me gratificaba la posibilidad de ayudar a otros. Creo que siempre se puede hacer más por lo otros”.

Una herencia familiar les permitió salir del barrio y mudarse a la ciudad. “Las condiciones económicas ya eran mejores, igual nunca perdí el contacto con mi lugar de origen, mis amigas, mis vecinos”, reconoce.

Ana se hizo adulta de golpe con la llegada de su hija Sofía, cuando ella acababa de cumplir 20 años. Ahí empezó el desafío de la maternidad. Lo que jamás relegó fueron los estudios. “Quería estudiar, tener una formación y poder ejercer”.

El trabajo social siempre le gustó, aunque en más de una ocasión su madre le desaconsejó tomar ese camino. “Te vas a encontrar con realidades muy duras, hija”, le repetía a Anita cuando la vocación de su hija se iba afianzando. “Tenía razón, claro que la tenía. Durante mis prácticas presencié situaciones extremas donde predominaba la violencia, el abuso infantil, la desnutrición familiar… por eso estoy para sumar”, admite.

Decidida, se anotó en la carrera y empezó a cursar. Pero su madre no pudo verla: María Angélica murió unos días antes, luego de una larga batalla al cáncer. “Una y otra vez, la veía en cada pasillo como si ella estuviera a mi lado”.

Comprometida con su futuro no faltó ni un solo día a clases, y eso que tuvo que hacer malabares entre el trabajo, su hija Sofía y las materias. “Le quitaba horas al descanso, resignaba tiempo con mi hija, pero sabía que la recompensa llegaría”.

Desempleada

La llegada de la pandemia le dio otro sacudón. Se quedó sin trabajo “por reducción de personal”. Sin un ingreso estable, ya no pudo seguir pagando las cuotas de la facultad. “Solo contaba con la pensión de mi madre, pero ese dinero tenía que alcanzar para tres personas”, se sumó su padre, enfermo de EPOC. “Siempre que podía me guardaba un vueltito para la carrera”. Hasta que ya no pudo afrontar la deuda de sus cuotas que ascendió a 120.000 pesos. Le quedaban apenas cuatro materias.

Estaba cerca de la llegada pero no podía avanzar. “Mis amigas sabían de mi situación y me propusieron hacer viandas para venderlas. Lo analicé y era poco viable porque había que invertir y yo no tenía cómo. Hasta que otra amiga me propuso hacer una rifa”.

Puso a la venta 500 tickets a 100 pesos cada. Los premios, todos donados, eran una parrillada para cuatro, una caja de hamburguesas caseras, un perfume y un corte de pelo. Lo publicó en las redes, y en pocos días los vendió. “Tenía gente de todo el país acompañando mi causa. Recibí apoyo de tantas personas, estaré siempre agradecida”. El sorteo se hizo un día antes del Día del Amigo, el 19 de julio.

La rifa amiguera que organizó
La rifa amiguera que organizó Ana para recaudar dinero para la cuota de instituto

Con el dinero saldó sus deudas y se puso a estudiar. “Lo hice sola porque mis compañeros y compañeras ya están recibidos. Dejé para lo último Política Social, y me recibí con un ocho. En ese momento pensé en Sofi y en mi madre, sentí como que nos abrazaba desde el cielo y las tres estábamos juntas…”. Después, hubo festejo con huevazos “como corresponde” con sus amigas, su hija y su padre.

Hasta hace unos días, Ana estuvo limpiando la casa de una amiga, ese fue su último trabajo informal. “Ahora espero poder ejercer mi profesión, lo que tanto me gusta. Eso me permitirá, además, darle lo mejor a mi hija”.

Ya tiene planes a futuro cercano. Quiere continuar su formación. Busca hacer una especialización, ya sea con una licenciatura o maestría. “Ahora, no me frena nadie”.

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