Jorge Luis Borges, Roberto Arlt como también Immanuel Kant y Karl Marx son algunos de los tantos nombres que se estudian, indagan y dejan pensando a los hombres del Pabellón 4 de la Unidad de Máxima Seguridad N° 23, de Florencio Varela. Allí, Alberto Sarlo -abogado de La Plata especialista en seguros-, fundó en 2010 la editorial Cuenteros, verseros y poetas y, de manera independiente y sin ningún tipo de apoyo, alfabetiza y enseña filosofía, literatura y boxeo a los detenidos.
La idea surgió del deseo: “Quería que los más marginados tengan acceso al pensamiento critico, y mi concepto para ello es la lectura. Por eso fundamos la ‘editorial cartonera’ (por las tapas de los libros que hacen de manera artesanal con cartón) dentro de un pabellón donde mandan a los más peligrosos y marginales, según la jerga carcelaria. Aquí hacemos todo el trabajo. En estos lugares que pasa todo lo horrible que pueden suponer, pero es peor de lo que suponen”, le dice a Infobae pocos minutos después de salir de los dos pabellones donde él comparte enseñanzas con sus 57 “alumnos y maestros, porque también me enseñan”.
Ese espacio dentro del penal de máxima seguridad, Sarlo no se sube a la imagen salvador de almas sino a la de una persona que desea ayudar y puso todo de sí -incluso económicamente- para lograrlo a través de lo que más lo apasiona: los textos de los escritores y filósofos más importantes.
“Esto es un trabajo comunitario: el 90 % de esos libros, esos cuentos y ese esfuerzo, lo pusieron ellos. Yo pongo buena onda, energía y soy un gran lector con cinco novelas publicadas y no sé si soy bueno”.
El proyecto
“Enseñar filosofía, literatura y boxeo en una cárcel no es tan difícil. Alfabetizar y coordinar que analfabetos funcionales escriban centenares de cuentos y poesías, tampoco. Publicar más de veintiocho mil libros que se regalaron en el conurbano, mucho menos. Organizar cinco concursos nacionales carcelarios y hacerlo en forma autogestiva sin aceptar donaciones de ninguna persona física, ni jurídica, es sencillo si estás dispuesto a sacrifcarte patrimonialmente. Lo difícil no está en enseñar, ni en dar. Lo arduo, lo complejo, lo peligroso, es hacer territorio, hacer comunidad. Este último camino es el que elegí, el que disfruto y el que padezco”.
Esas palabras son las que abren el prólogo de “Espectros del pabellón, el hedor de la tortura”, el ultimo libro de Alberto Sarlo. El libro lo escribió durante 2020 y allí cuenta cómo se vive en una cárcel de Buenos Aires y todo lo que él y los presos padecieron en los casi 12 años del proyecto, desde maltrato de los ciertos guardias, cambios de pabellón a algunos internos que se convirtieron en buenos escritores, hasta un dramático motín. El ejemplar fue editado en México, Chile, Perú, Uruguay, Ecuador y Brasil, y traducido al inglés y al portugués.
Sarlo recuerda que cuando llegó al penal, solo cinco reclusos se sumaron a la idea que encaró en solitario. Hoy participa todo el pabellón y llevan publicados más de 14 libros y 3 fanzines. Cada edición tuvo dos mil ejemplares, lo que representa 32 mil libros en 10 años, donados a comedores de Quilmes, Florencio Varela y a la Cárcel de Mujeres de Olmos, entre otros lugares.
En el Pabellón 4, que tiene un documental de Diego Gachassin, habitan los presos considerados más peligrosos. La mayoría, condenados por delitos graves que van desde un robo a mano armada hasta dos homicidios, con penas que superan los 20 años. Y en ellos pensó Sarlo no para “reinsertarlos” en la sociedad ya que asumen que “siempre estuvieron al margen, hay que insertarlos por primera vez”.
Dice que su trabajo no pasa por rehabilitar a alguien, solo contagia el amor a la lectura en personas que cuando llegaron apenas sabían escribir y que hoy “son poetas y buenos escritores”.
En sus inicios estuvo seis meses enseñando en el área educación, “pero cuando me di cuenta de cómo venía la mano, y que eran pocas las posibilidades de que todos los presos lleguen hasta allí, los propios compañeros me invitaron a pasar al pabellón. Logré convencer al director de estar ahí. Lo principal y lo básico es la alfabetización que la realizan los propios compañeros que enseñan y a partir de ahí surge escribir”, señala con orgullo.
El abogado da datos estadísticos oficiales de la Procuración Penitenciaria de la Nación: “El promedio mundial es de 144 presos cada 100 mil habitantes (otros estudios hablan de 166 cada 100 mil habitantes), mientras que en Provincia de Buenos Aires el promedio al año 2020 es de 320 presos cada 100 mil habitantes, mucho más que el doble de lo establecido en el mundo. Más del 60 % de los presos son procesados, o sea no tienen condena firme. Esas personas son inocentes según el artículo 18 de la Constitución Nacional, pese a ello pueden pasar más de siete, ocho, nueve años o más con prisión preventiva para luego ser liberados por inocencia o por haber estado más tiempo presos que lo que dictamina la sentencia definitiva”, afirma.
Para cerrar, da un ejemplo de lo que los libros y la enseñanza lograron entre los internos: “La educación es una experiencia de iguales y debe ser emancipatoria, de lo contrario nos transformamos en reproductores de contenidos. El resultado está a la vista: en este pabellón no hay facas ni drogas”.
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