Vicente Di Croce, 84 años, está sentado en el comedor de su casa de Berisso, habla largamente sobre su familia que llegó desde Italia como lo hace desde siempre según sus vecinos, y entonces con su hija, Marcela, se acuerdan de una canción. Por un momento, con su acento italiano cierra los ojos y la evoca. Se llama “Las dos banderas” y Vicente la entona dulcemente con la ayuda de su hija en algunas estrofas:
Quiero a mi bandera, verde, blanca y roja, yo la quiero yo la quiero con el corazón/la
de mi segunda patria es celeste y blanca/yo no sé de las dos a cuál más quiero, sólo sé
que quiero a las dos/allá en mi tierra nativa, dejé todos mis recuerdos/una casa, una
colina, era el sueño de mi vida/perdóname, perdóname, o patria mía, yo te dejé aquel
día/ tierra noble, generosa/por ti fui bien recibido/me estrechaste tus manos/eres madre
de mis hijos/yo consagraré mi vida por ti, patria Argentina/levantemos este canto/por
las dos banderas mías/viva, viva Italia y la Argentina
Vicente dice que la solía cantar con el grupo alpino de La Plata, creado en 1963 y entre los cuales figuraban sobrevivientes de la Primera y Segunda Guerra Mundial. “Entre los alpinos no puede faltar nunca ni la grapa ni el vino”, recuerda.
“Berisso fue la cuna del inmigrante y hubo un momento, a mitad del siglo XX, que el 90 por ciento de su población estaba integrada por inmigrantes de todas partes del mundo. Hoy mi papá es uno de los pocos que quedan vivos, y ellos son todavía los que mantienen ese espíritu que vivieron en su Italia natal o heredaron de sus padres”, agrega Marcela Di Croce, que a su vez es escritora y fundadora de la Casa de la Poesía de Berisso, ubicada en la calle 159 entre 11 y 12.
La de Vicente Di Croce y su familia es una de las tantas historias que nuevamente circularon en la 44º Fiesta Provincial del Inmigrante, que este domingo cerró con la elección de la Reina del Inmigrante y el Desfile de las Colectividades bajo una gran concurrencia de público, que deseoso de vivir la celebración en directo, saliéndose definitivamente de la virtualidad, se agolpó a lo largo de quince cuadras en la avenida Montevideo.
Es una celebración tan emblemática como colorida. Desde 1977, organizada en conjunto por la Asociación de Entidades Extranjeras (A.E.E.) y el municipio, son días en los que Berisso se viste de fiesta para recibir a más de 100 mil personas -la misma cantidad que la ciudad, que forma parte del Gran La Plata- que se acercan desde distintos puntos del país.
Frenada por la pandemia, y anclada fuertemente en la tradición local compuesta por culturas de 22 colectividades extranjeras, este año se retomó el “Mes del Inmigrante” en el marco de la fiesta, con torneos deportivos, un desembarco simbólico, funciones de teatro, conciertos, exposiciones y, principalmente, los Festivales de Colectividades, integrados por espectáculos musicales y de danzas. Además, en el Parque Cívico de la ciudad se montó la Carpa del Inmigrante, donde los visitantes probaron las exquisitas comidas de cada país preparadas por las distintas comunidades.
“Esperamos con ansias estar juntos nuevamente, congregados en esta fiesta que es el faro cultural de toda la región. Y recordando a nuestros ancestros a los que tanto les costó hacerse un lugar en Berisso, escribiendo entre todos la historia de esta ciudad”, habló un locutor en el cierre, mientras en el palco el intendente Fabián Cagliardi recibía la presencia de Victoria Tolosa Paz en un domingo fresco y nublado, y en la vereda de enfrente pasaba caminando José Luis Espert con su grupo político y se sacaba selfies con curiosos, en otro claro signo de la actual campaña política.
Las anécdotas de los inmigrantes en Berisso son miles y salen a borbotones. Con la misma pasión con la que había entonado la canción, Vicente Di Croce se emociona con el retorno de la fiesta y confiesa que le costó el castellano porque quiso conservar no sólo el idioma italiano sino los rituales de las canciones populares en cumpleaños y otros festejos.
Cuenta que nació el 14 de octubre de 1937 en el pequeño pueblo de Carpineto Sinello en la provincia de Chieti, región italiana del Abruzzo. “Pueblo de mi corazón”, dice, y lo rememora como un pozo dentro de montañas. Su padre viajó a Argentina en 1949 y estuvo tres años sin ver a su familia. Era comerciante y se había endeudado por los estragos de la Segunda Guerra Mundial, con una Italia en ruinas. “Todos sus amigos murieron ahí, pero él se salvó del servicio militar porque tenía varices y un pie plano”.
En Carpineto Sinello vendían cerdos, vacas y caballos hasta que un hermano de su padre, que ya se había venido a Argentina en 1926 para trabajar en los míticos frigoríficos Swift de Berisso, lo ayudó a pagar un pasaje. “Tres años vivimos en Italia sin él, hasta que nos vinimos juntos con mi madre, y mis hermanos Josefina, Juan y Agustín. Yo en Italia ya trabajaba como peón de albañil, a los 14 años, para ayudar a mi madre”, sigue con locuacidad Vicente Di Croce. En el barco de Italia a Argentina viajaron 21 días, con un total de 2100 pasajeros.
No deja de sollozar cuando recuerda cómo bajó apoyado de la baranda del barco mientras su padre los esperaba en el puerto de Buenos Aires, o de qué modo su madre lloró luego al conocer la casa que habían comprado en Berisso y que por años debieron trabajar duramente para poder pagarla. “En Argentina con mi primo trabajé como albañil, luego en Cristalería La Plata, aprendí herrería y empecé a ganar buena plata para colaborar con las deudas”, dice Vicente, que terminó en el mundo del transporte manejando camiones de descarga, conociendo “toda la provincia de Buenos Aires como si fuera la palma de mi mano”.
Ya de grande, en 1997, pudo regresar a su pueblo de Italia: estuvo dos meses de visita con sus hermanos. Poco tiempo después, ante la visita del intendente del pueblo italiano de Carpineto Sinello a Berisso, fue agasajado en un encuentro entre éste y el intendente de Berisso en una cena donde la historia de Vicente se contó como uno de los tantos ejemplos del desarraigo, de familias partidas por el hambre y la ferocidad de la guerra.
”Hay detalles singulares del sufrimiento, como cuando de chico tenía que arriar animales cruzando un río congelado o una vez jugando con caballitos de madera escuchó un avión que se acercaba y, temiendo lo peor, se tropezó y se hizo una cicatriz que todavía conserva en la cabeza. Eso generó también que entre las familias y los vecinos naciera una solidaridad a prueba de balas, se ayudaban con el dinero, con la comida, con la ropa”, dice Marcela, la hija de Vicente.
Marcela Di Croce desea publicar un libro con ese relato de inmigración y recuerda la manera en que, tras la crisis del 2001, casi repite la historia de su padre. “Estaba mal económica y afectivamente. Había sacado el pasaporte, el pasaje y en Italia me ofrecían un puesto gerencial. Mi papá me preguntó si estaba segura, que lo pensara porque acá estaban mi idioma, mi cultura, mis amigos, y cuando estaba decidida en irme, dijo unas últimas palabras que fueron definitorias: ‘Lo que más vas a extrañar, hija, es el olor a río que hay en Berisso cuando llueve’. Y no me fui”.
Uno de los personajes más famosos de la gastronomía local es el chef pastelero Juan Manuel Herrera. Nacido y criado en Berisso, donde actualmente tiene su negocio La Bollería, fue conocido por sus programas en canales como Utilísima y El Gourmet. Tentado laboralmente por Buenos Aires y países del exterior, sin embargo quiso echar raíces en su ciudad.
“Abrí una panadería pensando en la gente con la que me crié. Por mi experiencia de trabajo en otros lugares o por haber estado diez años conduciendo un programa en televisión, me preguntan por qué había decidido tener un local en Berisso y mi respuesta es porque soy de la ciudad y me importa su crecimiento”, dice el cocinero, quien está a cargo también de su propia Escuela de Cocina Gourmet.
El negocio lo abrió apenas asoló la pandemia y, como todo comerciante, debió obrar como un malabarista. De generación en generación, cual los oficios que permanecen en el tiempo, Juan Manuel empezó a los 15 cuando correteaba en los pasillos de la confitería de su padre, que se había formado casualmente como pastelero. La huella inmigrante también está muy presente en su historia: la familia de su madre llegó a Berisso escapando del genocidio armenio, en el contexto de la Primera Guerra Mundial. De chico, el pequeño Juan Manuel desfilaba en las caravanas de la Fiesta del Inmigrante.
“Mi abuelo trabajó en los frigoríficos, llegaron a Berisso con la idea de trabajar en el puerto, a la calle Nueva York -dice, en diálogo con Infobae-. Y mi viejo era empleado de una panadería y limpiaba latas, y así fue aprendiendo el oficio. Después fundó sus propios locales, se llamaron La primavera y El trigal. Esas viejas recetas hoy las sigo teniendo presentes cuando armo el baklava, los cannoli y el strudel de manzana, y las ofrecí en la Fiesta de los Inmigrante a los visitantes como signo de mi cultura”. En su moderna panadería, emplazada en una esquina del corazón de Berisso, combina recetas tradicionales con más actuales, como los sábados de tapeos o los menús brunch de los domingos.
Si bien su apertura en el barrio superó todas las expectativas, con la pandemia y las posteriores medidas de aislamiento debió pensar en una reapertura, recurriendo a la memoria de su familia en la dura supervivencia de empezar de nuevo en tan poco tiempo. “Estoy agradecido con Berisso. Lo que más valoro es que tengo todo cerca, a mis padres, familia y amigos, y qué mejor que me vaya bien en la ciudad donde nací. Acá, aunque sea de vista, nos conocemos y eso da una sensación de seguridad y pertenencia. Nunca me quise ir a vivir a otro lado, y eso que anduve por muchos lugares. Y el regreso de una fiesta con tanto prestigio, como la del Inmigrante, es algo que nos llena el alma. Tengo dos hijas, elegí abrir mi propia panadería y pienso morirme en Berisso”.
Los bisabuelos paternos de Ulana Witoszynski llegaron de Ucrania, más particularmente de la zona de Ivano-Frankivsk. Se llamaban Miguel y Ana Sokoluk y se radicaron en Berisso en 1920. Allí nació su única hija, María. Trabajaron en los frigoríficos Swift y Armour, y a la vez participaron activamente de la asociación Ucrania de cultura prosvita desde sus inicios. Una de sus misiones era recibir a sus compatriotas y darles alojamiento.
“Mi abuelo paterno llegó desde Ternopil junto a sus padres y dos hermanas e hicieron un paso por Dock Sud hasta que conoció a María. Entonces decidieron casarse e instalarse en Berisso”, cuenta Ulana, que hoy cumple su cuarto mandato al frente de la Colectividad Ucraniana. Dice que de esa relación nacieron sus tíos Susana, Miguel Ángel, Juan Carlos y su padre Luis María. Todos fueron colaboradores de la colectividad ocupando puestos ejecutivos, dirigiendo ballets y actuando en obras de teatro, coros y en la creación de la escuela de idiomas.
El legado cultural es inconmensurable: sin poder dejar las largas jornadas laborales para ganarse el pan, la familia nunca abandonó el amor por su tierra y lo expresó en tareas sociales dentro de la comunidad. Ellos también fueron pioneros de la Fiesta del Inmigrante, que tiene un alto grado de tradición local ya que gran parte de la población participa de las actividades y propuestas socioculturales.
Hoy Ulana Witoszynski siente orgullo cuando recuerda a sus padres, abuelos y bisabuelos a través de sus costumbres, sus danzas, comidas y canciones.
Así como en esta Fiesta 44 del Inmigrante en Berisso rescata a los conjuntos de bailes de Italia, Paraguay, Lituania, Albania y de Países Árabes. Como también a las entidades de México, Bulgaria, Portugal, Grecia, Armenia, Irlanda y Polonia.
“Creo que quienes tuvieron esa linda idea de homenajear a sus ancestros a fines de los ‘70 se deben sorprender año a año con el crecimiento y el nivel de la fiesta. Lo comprobamos ahora después del parate de la pandemia, porque la gente la estaba extrañando. El esfuerzo, la voluntad y la alegría de cada colectividad para esperar el mes de septiembre y la primera quincena de octubre son extraordinarios para lucirse con sus trajes, sus danzas y sus stands, y que la comunidad lo pueda vivir como la representación de una verdadera celebración popular”, reflexiona Ulana.
Tierra icónicamente peronista -de allí surgió, en efecto, el 17 de octubre de 1945-, de puertos, orígenes humildes, barcos, frigoríficos y aires ribereños, la fiesta se despidió con la memoria de personajes simbólicos como el actor Lito Cruz, de la mano de la presencia de su hija Micaela, quien forma parte del Fortín Criollo. Montando a caballo en el desfile de cierre, Micaela recordó unas palabras de su padre, las cuales parecen ser la síntesis perfecta de la dura vida de los inmigrantes.
“En Berisso, el lugar donde nací, paraban algunos barcos que iban hacia Puerto Nuevo. Venían de la guerra y la miseria a hacerse la América. Estaban de paso pero al final se quedaban porque encontraban lo mejor que un hombre puede tener, que es trabajo. Y la genuina solidaridad entre todas las colectividades fueron el mejor gesto amoroso que tuvieron para paliar el dolor del desarraigo, y es una herencia que ninguna generación puede olvidar porque de allí es que surgimos”.
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