El amor por la naturaleza y el deseo de ser guardián de la vida de los ecosistemas fue la voz interna que despertó a David Sarapura y Alfredo Bodratti Masino cuando apenas eran unos niños. Crecieron respetando la naturaleza y, más tarde, se formaron y prepararon para ejercer esa vocación: uno en el Parque Nacional Calilegua, en Jujuy, y el otro en las reservas naturales de la provincia de Buenos Aires.
“Nací y me crié en una comunidad donde pude terminar la escuela a los 14 años. Siempre quise estudiar una carrera que me ayudara a cuidar el ambiente y llevar la enseñanza de mi padre, que repetía: ‘Hay que desarrollarse como pueblo y como persona sin impactar en la naturaleza’”, dice Sarapura, miembro del Parque Nacional Calilegua, uno de los primeros guardaparques de la comunidad colla Tinjunaku y dirigente de Kollamarka, pueblo que lleva como estandarte la bandera del respeto por los recursos naturales.
El mismo compromiso siente Bodratti Masino, quien durante 30 años custodió las reservas naturales bonaerenses, tarea que aún lo apasiona y lo lleva a encabezar nuevos proyectos ambientales. “De niño amaba la naturaleza, estar en el campo, entre los animales y sabía que quería ser guardaparques”, asegura.
Los guardaparques nacionales tienen la tarea de “conservar en el terreno los más variados ecosistemas del país, protegiendo la flora y la fauna autóctonas, los ríos y los lagos, cuidando a las personas que visitan las áreas protegidas”, señala la página oficial del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, del que hoy dependen.
Las historias
David Sarapura (48) trabaja en el Parque Calilegua hace 17 años y es uno de los “primeros guardaparques interculturales”, según lo establece el decreto de creación del cargo.
“No pude seguir estudiando en mi comunidad porque allí solo había escuela primeria y tuve que irme a la ciudad. Terminé el secundario y seguí la Tecnicatura en Áreas Protegidas en la Universidad de Tucumán. Decidí por esta carrera porque la vi como la posibilidad de continuar con la lucha por el cuidado de todos los recursos naturales y por el respeto al trato de la Tierra. Era acorde a mi ideología y sigo cumpliendo ese rol y también en las comunidades vecinas donde me desempeño”.
Si bien, el reglamento dice que su tarea específica es “el control y vigilancia”, cuenta que hacen mucho más. “Este es un trabajo múltiple que incluye apoyo a la investigación, trabajo de seguimiento de especies de valor de conservación, educación ambiental, trabajo social -ya que debemos tener vínculos con la gente que esté adentro o fuera del área. Es una vida sacrificada, en sí, sobre todo para quienes están en las seccionales más alejadas y de difícil acceso, donde no hay tendido eléctrico y dependen de la energía de los paneles solares o del combustibles de los motores con los que generan luz”, explica.
En esos casos, dice, quienes forman familia muchas veces se ven obligados a dejar por largo tiempo sus casas o bien a buscar una seccional cercana a un pueblo, sobre todo cuando tienen hijos escolarizados. “Vivir en las áreas protegidas es muy complicado también por el bajo salario que recibimos: nuestro sueldo básico está entre 9 mil y 12 mil pesos más algunos adicionales. Y tenemos una tarea de riesgo por estar muy expuestos cuando hay conflictos con sociedades vecinas donde hay cazadores furtivos, por ejemplo. También somos responsables de los visitantes que ingresan y si les pasa algo es nuestra responsabilidad”.
Para David, es importante “que los parques cumplan un rol social porque si llegan a formarse en Islas no sirve que los sigamos cuidando. El parque brinda a la sociedad el condimento de investigación, de recreación, de diversión y también los beneficios económicos que atrae al turismo”.
Al recordar alguno de los momentos que más lo impactaron, cuenta emocionado: “Hace unos días estaba con mi familia y vimos un tapir cruzando la calle. Tengo una nena de 6 años que siempre está atenta a la ruta para ver si hay algún animal pasa y cuando pasó el tapir apagué el vehículo y me bajé para esperar que cruzara tranquilo, mi nena miraba. Ese tipo de cosas para mí tiene mucho significado no solo por mi profesión sino como padre. Creo que todos los guardaparques tenemos esa valoración por la vida”.
Orgulloso por ejercer su profesión y ser uno de los dirigentes de su comunidad, David agradece el esfuerzo de sus padres para que él tuviera su educación. “Mi mamá tiene cerca de 91 años, y siempre le digo que valoro lo que me enseñaron y los esfuerzos que hicieron. Como miembro de una comunidad indígena noto que tenemos diferencias, no por un sentido de clase sino cultural y espiritual. Quienes vivimos en las comunidades, o salimos de ahí, siempre respetamos el lugar donde estamos. Un ejemplo muy común: si vemos un árbol en el monte que da frutos no arrasamos con todo. Tomamos solamente lo que necesitamos para ese día y dejamos lo demás porque sabemos que hay muchos animales que van a necesitar comer de esos frutos. Esa convivencia y ser solidario con el ambiente para nosotros es único: pensamos en los animales y en las plantas; y respetamos los valores espirituales de los sitios sagrados como algunos lagos. Si necesitamos agua y hay otro cercano, vamos a ese porque así nos enseñaron”.
El hombre es dirigente en un pueblo de 80 comunidades donde “hay muchos reclamos como escuelas y viviendas; por eso el desafío de quienes sostenemos el territorio es el cuidado del medio ambiente y valorar todo lo que nos enseñaron nuestros antepasados que durante 500, 400 años convivieron en armonía. Han sido muy sabios a la hora de cuidar nuestros recursos”, finaliza.
Con el mismo deseo de cuidar el ambiente, Alfredo Bodratti Masino (58) terminó sus estudios en el Ministerio de Asuntos Agrarios de la provincia de Buenos Aires y se convirtió en guardaparques provincial hace 30 años, haciendo realidad la decisión que había tomado cuando cursaba la escuela primaria.
“Poco después de recibirnos empezamos a trabajar en un sistema de parques y reservas de la Provincia, muy precario. Recién se iniciaba y solo había algunos parques. Todo lo que era el sector organizacional estaba en pañales, pero arrancamos”, recuerda.
“El área se fue desarrollando, adquirimos conocimientos y experiencias. A mí tocó estar a cargo de la isla Martín García, de la Laguna de San Vicente y más tarde de Barranca Norte en donde realicé tareas de conservación y preservación, cosas que van de la mano”, recuerda.
El trabajo de ese sector fue creciendo mientras “el guardaparque y la reserva no eran islas de conservación sino que se integraban un sistema ambiental como un conjunto de corredores y de manejo de las áreas naturales protegidas. Así, el guardaparques ya no trabajaba tanto en soledad sino que formaba parte de un plan. Personalmente, me gustó mucho estar en la reserva Laguna de Rocha”, asegura y dice que hoy teme por ese espacio verde en medio del partido de Esteban Echeverría “está abandonado”.
Para el hombre que estuvo a cargo de las tareas de cuidados de esa área hasta 2018, es fundamental que en zonas como esas “se creen pequeñas áreas cerca de las ciudades que se puedan utilizar no solo como área de conservación sino de integración social, en donde la gente pueda establecer lazos con el ambiente, con la fauna, la flora, la conservación y además disfrutar”.
Ya retirado de esa tarea, Bodratti Masino se desempeña en el Ministerio de Educación como especialista en el desarrollo curricular de la Familia Ambiental de la Dirección Técnica Profesional donde brinda cursos de manejo de residuos y planes de gestión.
Mirando para atrás, observa cómo fue su vida como guardaparques y reflexiona: “Hoy puedo decir que hay mucha improvisación del Estado, mucha precariedad. El guardaparques de la provincia de Buenos Aires es un administrativo común, no tiene carrera y es lo mismo ser guardaparques que un empleado de mantenimiento porque no tenemos un decreto reglamentario ni categorización y, en ese contexto, el estado de abandono de las reservas de la Provincia es lamentable y notorio”.
“Lamentablemente reo que hoy el ambiente en Argentina debe ser el vagón de cola de las preocupación de toda la gente y los políticos, fundamentalmente”, dice.
Pese a ello, reconoce que “en Nación se está un poco mejor” y que sus tres décadas cuidando la vida en la naturaleza fueron a pura vocación y esfuerzo. “De este trabajo no se puede vivir porque no es bien remunerado, hay que tener otro empleo... Tiene mucho de romántico para afuera y para adentro es un esfuerzo enorme, pero hay que seguir trabajando para cuidar la naturaleza, el ambiente”, finaliza.
En Argentina, los parques nacionales ocupan apenas un poco más del 4% del territorio y unos 200 guardaparques los cuidan y, a modo de buscar protección en las áreas de mayor valor para la biodiversidad, el 9 de octubre de 1934 se sancionó la Ley N° 12.103 que creó la ex Dirección de Parques Nacionales, actual Administración de Parques Nacionales, y las dos primeras áreas naturales protegidas en Argentina: Nahuel Huapí e Iguazú, de una increíble riqueza y con lugares muy significativos para los habitantes de este suelo. En homenaje a este hito se celebra el día del guardaparque Nacional.
Esta Administración tiene la tarea de proteger la biodiversidad genética y ecosistémica, impactantes fenómenos geomorfológicos y la multiplicidad de formas en que se manifiesta la naturaleza, que integran el Patrimonio Natural y Cultural del dominio público nacional. Quienes asumen ese compromiso, mediante continuos patrullajes terrestres y acuáticos, controlan la actividad de los pobladores, de los campamentistas, de los concesionarios de aprovechamientos forestales y de extracción de leña.
Además fiscalizan las actividades que allí realizan, informando, asesorando y auxiliando en imprevisibles emergencias a los visitantes y pobladores; previniendo y combatiendo incendios forestales y/o de pastizales, y evitando y sancionando infracciones.
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