La temperatura perfecta del agua para Daiana Ferrer es de 2,6 grados centígrados. El frío extremo enciende su espíritu, la despierta, la sacude. Una especie de irreverencia y aventura para ir por aquello que parece imposible: en su caso, nadar en condiciones adversas. El nado en aguas heladas es considerado un deporte extremo, de riesgo. Realizado de manera improvisada podría llevar a la muerte. Para lograrlo se requiere de una minuciosa preparación física previa, que va desde la aclimatación del cuerpo hasta la técnica del nado.
Daiana Ferrer, hoy con 35 años, dio sus primeras brazadas en septiembre de 2014. La natación siempre la apasionó. Sin embargo, el amor por el mar la llevó a este viaje desconocido. “Nací en Monte Hermoso, localidad con 35 kilómetros de costa abierta. Sin piletas cercanas, mis padres me enseñaron a nadar en la playa, ese era mi patio de juegos”, le relata a Infobae. El mar de su patio de juegos en la infancia es conocido por su amplitud térmica: en verano alcanza los 24 grados y se convierte casi una pileta climatizada a cielo abierto, y en invierno desciende a 6 grados.
A los 17 años, Daiana, dejó su ciudad para estudiar Administración de Empresas en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca. Se recibió y volvió a su casa para trabajar en el negocio familiar, dedicado a la venta de materiales de construcción. La vida siguió: cuando estaba por cumplir 30 años, algo la llevó a retomar las clases de natación. Al natatorio por la mañana, al mar por la tarde. “Quise desafiarme y me anoté en una competencia regional. Después vinieron otras”, destaca. Hasta ese momento, era simplemente un pasatiempo.
Nunca es tarde para empezar
El 4 de septiembre del 2017 se metió al agua. Vestía traje de baño, antiparras, tapones para los oídos y gorra de baño. Afuera hacían 6 grados y adentro del mar, 12. Hacía frío de invierno. “Esa primera experiencia fue la oportunidad de ir más allá y correrme de mis límites”, explica.
Después de ese día llegaron las grandes hazañas. Esta dama de los sueños helados cruzó, también en invierno y sin ningún tipo de protección térmica, la distancia de 2,3 kilómetros que mide el ancho del Lago Lacar, de origen glaciar de la vertiente del Pacífico de Argentina y localizado en la provincia del Neuquén, en invierno. Previo a la pandemia pasó por el mundial de Alemania. En Polonia, completó otros 500 metros durante el ISA Polish Championship por el lago Zlomek.
La clave para no tener un shock de hipotermia es la aclimatación previa, tanto los días anteriores a cualquier competencia como minutos antes de meterse al agua. “Hay que lograr bajar las pulsaciones cardiacas a través de respiraciones para no generar un golpe el cuerpo”, enseña. Una vez que recorre la distancia estipulada, que pueden ser desde 600 a 1.600 kilómetros, debe recuperarse: ahí se da por completada la carrera. “En la orilla me esperan con un té caliente y la calefacción del auto prendida. Recién ahí termina la competencia”.
Un mundo para pocos
Este deporte aún no es olímpico. Si bien en la Argentina gana cada vez más adeptos, por las condiciones del clima es una disciplina muy popular en países como Rusia, Polonia y Alemania. Cuando empezó a compartir estas experiencias con su entorno no hubo una sola persona que no le dijera “estás loca, te vas a morir”. “Todos los seres humanos tenemos la capacidad de lograr el confort, pero hay que trabajar de forma segura, progresiva y regular para eso”.
- ¿Por qué elegís el mar helado?
- El contacto del agua con la piel me genera libertad, todo eso en un contacto natural, primitivo, único. Poder hacerlo en aguas abiertas es un desafío de adaptación constante porque la variación del clima te pone a prueba. Soy una privilegiada, el paisaje anula la adversidad.
- ¿Cómo son las rutinas?
- Sumé a Victoria Mori, nadadora de aguas heladas como entrenadora. Hacemos un equipo. Entrenamos para alto rendimiento dos veces a la semana en la pileta con ejercicios de velocidad y carga, o conforme sea el objetivo. Otros tres días seguimos en el mar acompañada de guardavidas, nadando paralelo a la costa. La parte aeróbica se hace en el gimnasio. Hago un tetris con mi trabajo.
- ¿Tenés una vida compartida?
- Un poco sí, y quiero seguir así. Tengo mucha libertad y eso lo agradezco. Me imagino algún día con mi escritorio frente al agua.
Sin una fuerte dosis de pasión, Daiana no hubiera encontrado su camino. No se detiene. Tiene pendiente un viaje a Polonia para competir en su distancia favorita: 1,6 kilómetros. En temperaturas extremas, como le gusta a la dama de sueños helados.
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