“El circo es cultura. Es familia, es mi vida y lo que me apasiona. Yo no hago el circo, yo lo amo y esa es la diferencia”, dice Dante Echegaray (55) con lágrimas en los ojos al recordar su infancia y los años en lo que acompañó a su padre en las distintas carpas que él mismo armó. Lamenta que, luego de una década de trabajo arduo, fue dejado en la calle sin un centavo. Por eso, el ex acróbata quiso levantar su propio circo y devolverle al oficio aquel sentimiento de hermandad circense con el que creció.
Desde hace 5 años, Circo Luxor reúne a 40 artistas que desde la concepción tradicional y criolla pone en escena un espectáculo de 120 minutos con payasos, equilibristas, trapecistas, magia con Pablo Cabaleiro y el temible “globo de la muerte” donde cinco motociclistas dan vueltas al mismo tiempo dentro de una circunferencia de hierro.
En defensa a la actividad que siente amenazada, asegura: “Los mejores actores argentinos salieron de los circos: Pepe Marrone, Luis Sandrini, Carlitos Balá, Alberto Olmedo, porque en sus épocas no siempre podían salir en el cine y en los pueblos chicos no había teatros; entonces ellos actuaban en los circos. Ahora no hay teatro en el circo. Somos una tradición que hoy la está remando mucho para sobrevivir”.
De esta manera, el Día Nacional del Circo, fecha que se celebra en honor a Pepe Podestá -artista nacido en 1858 en Montevideo, Uruguay, y personaje central de la historia circense argentina-, es una gran ocasión para compartir las historias de quienes nacieron en un mundo donde la risa es la protagonista.
El dueño del circo y su temor por la actividad que ve caer
Carlos Dante Echegaray nació en Peyrano, Santa Fe, pero fue anotado en la localidad bonaerense de Máximo Paz. En estos años, asegura que no regresó a esos pueblitos donde sus padres transitaban con el circo. “Mi papá era alambrista y domador, y le tiraba los puñales a mi mamá en la rueda giratoria”, cuenta.
Con el circo recorrió toda Argentina y hasta fue el animador y coequiper del legendario Carlos “Quico” Villagrán. Cumplió el sueño de tener su propia compañía, recorrió Uruguay (donde se instaló con su esposa y vieron nacer a sus hijos Dante y María Sol) y llegó a Brasil, donde su hijo conoció a su esposa, con la que partieron primero a Alemania y más tarde a los Estados Unidos.
El motivo por el que decidió armar su compañía tuvo que ver con los afectos. “Con Quico me iba muy bien, estábamos los dos solos y algunas bailarinas, pero quería hacer algo mío y juntar a mis hijos que estaban trabajando en Europa”. Allí, Dante se destacó como malabarista y acróbata del “globo de la muerte”, él le dio la idea de incluirlo al Luxor.
“Hoy, trabajo como empleado -asegura- y pienso como dueño. Los dueños de los circos son de tres tipos: está el que lo heredó, el tuvo plata para comprar uno y estamos los que amamos al circo. Eso también lo hace difícil porque hay muchos lugares donde no nos quieren y es difícil llegar para montar un espectáculo”, lamenta, y explica que “esto es familia y muchos intendentes no lo entienden. No queremos ayuda, queremos que nos dejen trabajar”.
El acróbata, que se mantiene en forma para no retirarse, reclama porque la circense es una de las pocas, sino única, actividad que no regresó por completo en Argentina y opina que les cuesta más que a otros que se les brinde un espacio. “No nos vinieron a hablar de protocolos, nosotros los hicimos”, aclara.
La cuarentena de 2020 los dejó varados en Miramar, a donde habían llegado por dos semanas y se quedaron casi un año y medio. Allí buscaron la manera de sobrevivir y además, cuando el paso de la pandemia lo permitió, realizaron una función a beneficio de los bomberos voluntarios de Villa Gesell.
“Nos reconocieron por la colaboración prestada en los incendios de esta temporada”, agrega de la que no es su única actividad solidaria: desde que montaron la carpa en el predio de La Tablada, invitaron a niñas y niños de comedores comunitarios.
Sobre cómo funciona el circo del que también es animador, explica: “Es tradicional. Acá el payaso habla, tiene que ser una atracción, como lo era en el circo tradicional. Todo es un combo: entrar a la carpa, comprar el pochoclo, el copo de nieve o las manzanitas bañada en caramelo y en el show tienen que estar los payasos, el péndulo que gira, el auto fantástico, las chicas que trabajan en las alturas, el hombre con el nene en la bicicleta, así la gente se lleva toda una experiencia”.
La intimidad del Circo Luxor
Poco después de las 10 de la mañana, la familia del circense se dispone a compartir sus historias con Infobae. María Sol Echegaray, hija de Dante, se ofrece de guía para recorrer el terreno y el interior de la carpa montada en la esquina de las avenidas Crovara y General Paz, en la localidad de La Tablada, en el partido de La Matanza.
Desde el 16 de julio, unos 15 trailers hacen ronda a la carpa donde preparan las últimas funciones para este fin de semana y luego emprenderán rumbo a Berisso, por unos meses. Aún no lo saben con exactitud. La cuarentena les enseñó que “ya no se hacen planes”.
La mujer, que nació hace 27 años en Uruguay, dice que “el circo ya no es lo que era cuando yo era chica que siempre se llenaba. Todos los días de función veías chicos por todos lados. Venían las escuelas. Era increíble”, asegura, y rememora que “entonces, los chicos venían a ver a los animales, pero ya no hay más y eso es tan bueno como malo para nosotros”.
María Sol creció viendo a su abuelo hacer de domador de leones y tigres, y cuenta que solía pasear al lado de las jaulas en las que los animales de origen africano dormían. “Está bien que no haya animales ahora, pero se dijeron muchas cosas sobre el circo sin saber qué es lo que pasa adentro. Nunca se les dio perros para comer”, asegura en medio de un intercambio sobre los nuevos circos en los que solo las personas trabajan y muestran sus destrezas.
Ella es la cuarta generación circense. Hace acrobacias en las alturas y termina su número colgada del cuello a un aro. Hablando de “los estragos” que hizo en el circo la cuarentena, bromea antes de ir a su casa a preparar a su hijo para ir a la escuela: “Un poco dura me siento, sobre todo en ese momento, pero algunos de los payasos subieron un poco de peso y todavía no lo bajaron”.
A poco de iniciado el recorrido, aparece la casa rodante de “Carly, el payaso” que lleva el nombre de su padre, Carlos Brighenti, más conocido como “Papelito”, uno de los payasos que giró por cientos de ciudades de la provincia de Buenos Aires y gran parte de Santa Fe con su circo criollo y logró ganarse el cariño de muchas generaciones durante cuatro décadas.
“Yo nací y me crie en el circo. Aquí está mi vida”, afirma con orgullo y comparte que “todo arrancó en el circo de mi papá, pero cuando crecí comencé a buscar mi propio camino, conocí a la que hoy es mi mujer y juntos formamos una familia; hoy estamos felices de poder volver a trabajar para llevar alegría a grandes y chicos”. A su vez, invita a pasar a la casa donde prepara los números para su participación y se ocupa de las redes sociales del Circo Luxor.
Allí tiene colgadas fotos que dan cuenta de su historia como payaso, y de sus gustos futboleros: “Acá está Diego y acá (Ángel) Di María, que nos dio la Copa América”. Ahí mismo trae el recuerdo de su padre y el circo en el que creció: “Cuando era chico, con mi papá y mis hermanos hacíamos circo/teatro, que ya casi no existe, pero nosotros seguimos haciendo lo que él nos inculcó: humor para divertir a la gente”, asevera, y dice que Papelito “abrió una radio” y que Sebastián Giovenale hizo un documental sobre su vida.
“Este circo me recuerda al lugar donde crecí porque es muy familiar, porque se busca llevar diversión a los espectadores que después de tanto tiempo también necesitaban reír”, sostiene por los meses de aislamiento estricto. Posteriormente describe cómo hicieron para sobrevivir el tiempo sin poder dar funciones: “Cada cual buscó la manera de sostenerse para no caer; yo me metí en las redes sociales y empecé a hacer videos para divertirme y tapar el pozo que dejó en nuestro ánimo la cuarentena también fabriqué muñecos mongoose, los más buscados por los chicos, y los vendía en la vereda donde estaba el circo varado en Miramar”.
Otros de sus compañeros trabajaron en la cosecha de kiwi o cortando el césped. “La solidaridad de la gente no dejó que nos cayéramos”, reconoce, y admite que el primer show del regreso fue “como volver a nacer, con los mismos nervios y la emoción de la primera vez frente al público”.
Gastón Palmieri es equilibrista. Se monta sobre una bicicleta que hace andar sobre un cable, a unos metros 4 de altura. Lo acompaña su hijo de 11 años que sigue cursando de manera virtual las clases de la escuela de Miramar donde comenzó y continuó para no perder el año.
“Yo quiero que mi hijo estudie y que tenga la posibilidad de hacerlo como la tuvimos nosotros, que podíamos ir a la escuela en cada uno de los pueblos a los que llegábamos con el circo. Si de grande quiere seguir en el circo o no es su decisión, pero le aconsejo que si lo hace primero estudie y en el tiempo libre haga sus números”, dice sobre el niño equilibrista.
Cada vez que el circo retoma la marcha, las familias con hijos escolarizados piden el pase en cada uno de los colegios para que no pierdan los contenidos. A fin de año, deben rendir todo lo que aprendieron para pasar de grado.
Él también es hijo del circo. Su padre comenzó con 13 años como ayudante, vendía caramelos, aprendió el montaje de la carpa y fue domador en la época que había animales. “Mi mamá fue al circo donde mi papá trabajaba, se conocieron, estuvieron tres días de novios, se casaron y ella dejó todo para irse con él. Es algo que suele pasar. Mi señora era de Quilmes y nos conocimos en una función, salimos unos días y se vino conmigo”.
Gastón fue uno de los que cosechó kiwi durante la cuarentena, después trabajó en la selección y empaque de la fruta. “Me tocó trabajar con un tractor y aprendí a sembrar, nunca había trabajado en otra cosa que no fuera el circo. Lo que más me costaba era estar fuera de mi casa, no estar con mi familia, no abrir la puerta y ver la carpa armada. Sentía un enorme deseo de viajar, porque a eso estamos acostumbrados”.
Parado en el frente del circo que este fin de semana se despide de La Matanza, Dante Echegaray pide: “Solo deseo tener más apoyo desde Cultura, desde las municipalidades porque somos algo que se está perdiendo y eso es doloroso. No no tengo casa, esta es mi casa; no soy de ningún lado, soy del circo. Pedimos trabajar, acá no hay nada raro, no sé por qué nos ponen trabas. La gente necesita un lugar donde reir, la están pasando mal y queremos hacerlos reír”.
*Última función en La Tablada: jueves 7 y viernes 8 a las 20:30, sábado 9 y domingo 10 a las 15:30, 18:00 y 20:30.
Una función en 13 fotos
SEGUIR LEYENDO: