Hay días que uno jamás puede olvidar. Ese domingo 5 de octubre de 1975, en el que Jovina cumplía 11 años, quedaría marcado a fuego en su memoria. Lo que vivió desde entonces se transformaría en su lucha. Estaba junto a toda la familia en Las Lomitas, Formosa, a 320 kilómetros del Regimiento de Infantería de Monte 29, festejando con empanadas y chivito su cumpleaños y de paso celebrando el de su padre, que había sido el 1°. Justo ese día lo vio por última vez a su hermano. Con su papá fueron a visitarlo al cuartel. “Un tirón de orejas, es lo último que recuerdo de Hermindo”, recordaría a Infobae. Él le deseó que lo pasara bien en su cumpleaños y que le dijera a “su viejita” que pronto iría a verla.
Pero ese domingo, un grupo de montoneros atacaron la unidad militar y mataron a diez soldados, un suboficial y un oficial. Uno de los caídos fue su hermano Hermindo quien, cuando le intimaron rendición, respondió antes de ser partido en dos por una ráfaga de ametralladora: “¡Aquí no se rinde nadie, mierdas!”.
Hacía años la razón de ser de Jovina era la de reivindicar la memoria de su hermano y de los caídos en la defensa del regimiento. Había logrado que el entonces presidente Mauricio Macri firmase el decreto reconocimiento el derecho de los familiares de los soldados caídos a cobrar una indemnización, que hasta ahora no se aplicó. También luchaba para que quitasen del Parque de la Memoria los nombres de los asesinos de su hermano.
El 21 de junio de 1975 Hermindo había cumplido los 21 años y a fin de año se iba a dar de baja. Dibujaba y pintaba muy bien, y para molestarlo sus hermanos le escondían sus trabajos, pero a él no le importaba. Era el único hincha de River, con padres y hermanos de Independiente.
Los Montoneros la llamaron “Operación Primicia”. En lo que sería el estreno del ejército montonero, con su uniforme azul, atacarían el Regimiento de Infantería de Monte 29. Al mando de la operación estaba Raúl Clemente Yaguer, alias “Roque”, número cuatro en la línea de conducción de la organización terrorista.
Fueron demasiadas luchas para Jovina. El martes 18 de mayo de este año sintió un malestar en el estómago. Su esposo Roberto insistió para que viera un médico, ahí mismo en Mechita, donde vivían. “Para mí se contagió de covid en la radio”, comentó. Tenía un programa en la 97.1, una FM local donde entrevistaba a veteranos de aquellos años setenta y a ex combatientes de Malvinas. Después de revisarla le recetaron algo para el estómago. Ese fin de semana la pasó mal y el lunes fue internada en el Hospital San Luis de Bragado, ya con 72 de saturación. Cuatro días después fue derivada a Junín. Allí la entubaron y le practicaron una traqueotomía. El 18 de junio, a la hora de la siesta, su esposo y una de sus hijas pudieron verla, la primera vez desde su internación, a través de un vidrio. A las nueve de la noche falleció. Tenía 56 años.
Con su marido Roberto se habían conocido en 1981 y se casaron al año siguiente. Durante 10 años vivieron en Las Lomitas y desde 1991 en Mechita, un pueblo donde una parte pertenece al partido de Bragado y otra al de Alberti. Roberto es empleado rural y siempre fue su acompañante y consejero. Veía cómo su esposa se aferraba cada vez más a su lucha y cómo hablaba con solvencia con funcionarios, abogados y periodistas.
Sus padres la habían criado junto a sus doce hermanos con los valores de la humildad, la honestidad, el trabajo, el amor a la Patria y la fe cristiana. En el hogar de los Luna siempre faltó el dinero. El papá, Jesús Luna, era albañil y la mamá, Secundina Vázquez, vendía pan y empanadas que ella hacía. Se conocieron en Las Delicias, un caserío en el noroeste provincial que cuesta hallarlo en Google Maps. La familia de ella, como la de él y como la de tantos otros, iba de un lugar a otro por el chaco salteño llevando a sus animales a lugares donde hubiera agua. Se casaron en 1954 y el nacimiento de sus hijos fue marcando el derrotero de la pareja por sobrevivir: Lamadrid, Fortín Pilcomayo, Las Lomitas. Allí la familia se asentó y fue donde nació Jovina, la décima hija de 13. Cuando sus hermanos tuvieron edad para hacerlo, salieron a vender la producción de su mamá de panes y empanadas. También ayudaban al padre y los más grandes, Nicasio, Hermindo y Mario pusieron un horno de ladrillos. Los más pequeños pudieron ir a la escuela, unos alcanzaron a seguir la secundaria y otros ni eso. Con esfuerzo, Hermindo a los 18 culminó sus estudios primarios.
La mamá había ido hasta tercer grado y no sabía leer ni escribir. Muy compinche de sus hijas, les enseñó las labores de la casa. El papá era rubio, casi albino y entrecerraba los ojos cuando el sol estaba fuerte. Fue hasta cuarto grado pero sí sabía leer y escribir, tenía una linda letra y una notable facilidad para sacar cuentas. Toda la vida fue albañil salvo por cuatro años que se desempeñó como concejal por el partido Justicialista. Fue entre 1987 y 1991 y se fue de la política como entró, con una mano atrás y otra adelante.
La muerte de Hermindo fue un antes y después en la vida de sus padres.
Los montoneros secuestraron el avión del vuelo 706 de Aerolíneas Argentinas, con 106 pasajeros, que hacía el trayecto Aeroparque - Corrientes. Fue desviado a Formosa. Paralelamente, otro grupo copó el aeropuerto formoseño El Pucú, donde asesinaron a un policía.
Después de almorzar, los conscriptos habían jugado un partido de fútbol y se encaminaron a las duchas. Entre ellos estaba Marcelino Torales, albañil, que su sueño de chico humilde y peronista era el de ser cantante como Sandro, y Edmundo Sosa, que había cambiado su franco a un compañero que le salió la oportunidad de una changa en Clorinda.
A las 16:25 se aproximaron a la entrada del cuartel cinco camionetas con una treintena de montoneros, fuertemente armados. Luis Mayol, un santafecino que estudiaba Derecho y era también un militante montonero, fue el soldado traidor que franqueó el paso a los vehículos de los atacantes.
Una vez adentro, abatieron al sargento Víctor Zanabria que intentó operar la radio para dar el alerta. Otro grupo de terroristas asesinó a sangre fría a cinco conscriptos que dormían. Cuando se dirigieron a otra de las cuadras, se toparon con Hermindo Luna, que a sus 21 años hizo frente a cinco montoneros que literalmente, lo partieron al medio con una ráfaga de ametralladora cuando se negó a rendirse: “¡Aquí no se rinde nadie, mierdas!”, fueron sus últimas palabras.
Cuando algunos soldados intentaron refugiarse en los baños, los terroristas les arrojaron granadas por las ventanas. El objetivo del ataque era el de robar armamento. Mayol guió a los atacantes hasta el depósito de armas pero encontraron una tenaz resistencia de conscriptos. Luego de hacerse con 18 FAL y un FAP -un número increíblemente bajo- emprendieron la retirada, en medio del fuego de una ametralladora que los soldados habían dispuesto cerca del mástil. Uno de los muertos sería el propio Mayol, a quien su fusil se le había trabado al intentar matar al subteniente Massaferro. No se sabe a ciencia cierta quién mató a Mayol, porque todos los soldados le dispararon. En el aeropuerto subieron al Boing 737 y a las 18:40 aterrizaron en un campo de una estancia de Rafaela. También abordaron un Cessna 182 con rumbo a Corrientes. En el regimiento quedaron 24 muertos, doce por cada lado. Fallecieron el subteniente Ricardo Massaferro, el sargento Víctor Zanabria, que dejó una esposa y dos hijos, y los soldados Antonio Arrieta, Heriberto Ávalos, José Coronel, Dante Salvatierra, Ismael Sánchez, Tomás Sánchez, Edmundo Sosa, Marcelino Torantes, Alberto Villalba y Hermindo Luna. También murieron tres civiles, ajenos a la acción.
Jovina tenía empuje e iniciativa. El 27 de mayo de 2018 fue a un acto en el predio de la Sociedad Rural donde la directora general del Parque de la Memoria, Nora Hochbaum, integraba un panel de Arte BA. Le preguntó por qué los asesinos de su hermano y de sus nueve compañeros eran homenajeados allí. Quería volver a su provincia con una explicación. La funcionaria la citó días después, y en una corta reunión le dijo que la confección de la lista no dependía de ella, sino de la jefatura del gobierno porteño. Y volvió a su provincia. Con las manos vacías.
“Naty, lee sobre el caso”, le pedía Jovina a su hija maestra: “Esta lucha la vas a seguir vos”. Para Natalia, 36 años, era inconcebible que su mamá no estuviera más, nunca se imaginó que se iría tan pronto. Ahora que ella no está se da cuenta que es parecida, no solo físicamente, sino en su fortaleza y en esa tozudez de no rendirse nunca.
El 26 de junio de 2019 -el día que Hermindo hubiera cumplido 65 años- su hermana presentó una denuncia penal contra funcionarios públicos y particulares que asentaron en registros casos falsos de víctimas de la represión ilegal con el propósito de cobrar indemnizaciones. Tocó el juzgado federal N° 3 de Daniel Rafecas, que aún no se expidió.
Sumaría otra decepción cuando el 5 de octubre del año pasado llegó hasta la Casa Rosada. Reja de por medio, solicitó una entrevista con el presidente para plantearle sus reclamos por la indemnización a familiares de soldados y por la denuncia penal. Como respuesta le dieron un papelito con unos números telefónicos casi ilegibles, donde debía pedir la audiencia. Nada ocurrió.
Natalia tiene miedo. Se siente con mucha fuerza para seguir pero teme no estar a la altura de las circunstancias y de no poder hacer las cosas tan bien como Jovina las hacía. Vive en Mechita, está en pareja hace casi veinte años y tiene dos hijos. Le cuesta aceptar su muerte, más aún cuando no le permitieron verla.
La palabra que se repite en Rogelio Mazacotte es lucha. Nacido en Pirané, changarín en una fábrica de tanino, en 1975 era un conscripto que ese día se reintegró al cuartel después de un franco. “No podía imaginar por qué un paisano le disparaba a otro; el soldado no está preparado para pelear entre hermanos. Ellos creían que como éramos soldados negros, íbamos a entregar el regimiento”. En el ataque fue herido en la pierna derecha.
Recuerda que con Jovina lucharon juntos, y él sentía que también lo hacía por todos. Dice que lucha día a día contra el maltrato de su gobernador y que le dolió cuando los trató de indios. Rogelio es muy escéptico en que el reclamo de ser reconocidos prospere, cuenta que hace muchos años que están con el tema, con un tono de desilusión revela que el presidente Alberto Fernández les había prometido que los iba a ayudar y que admitió que había cuentas pendientes a resolver. “Lo veo difícil con este gobierno, tal vez se le ablande el corazón, no pierdo la esperanza”.
En el camino hubo muchos sinsabores. En 2012 dos diputados formoseños, Ricardo Buryaile y Juan Carlos Díaz Roig presentaron un proyecto que establecía una indemnización por única vez para los familiares de los conscriptos fallecidos. La iniciativa causó mucho revuelo en organizaciones defensores de los derechos humanos y cuando llegó al Senado, no prosperó y terminó en el cajón del olvido.
Es que Mazacotte no logra comprender: para él lo que piden es sencillo pero dice que los políticos hacen todo difícil. Que los montoneros hicieron daño a su país, que mataron a mucha gente y de eso nadie habla. Y lo peor, remarca, es que se le sigue mintiendo a la juventud y a toda la sociedad con la cifra de los 30 mil desaparecidos.
“Me quedé solo, qué se le va a hacer…” se lamenta por Jovina, a la que describió como una luchadora de fierro que se la llevó “esa maldita enfermedad”. Igual advirtió que seguirá peleando y que si no logran ellos el reconocimiento, lo harán sus hijos o sus nietos.
Jovina ya no está pero sí quienes continúan su lucha.
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