Alver Metalli no olvida aquel día de octubre de 2013, pocos meses después de la elección de un Papa argentino, cuando llegó a la villa La Cárcova, en José León Suárez, con todas sus pertenencias en dos valijas. Desde entonces, trabaja codo a codo con el padre Pepe Di Paola, pero su vínculo con América Latina y con la Argentina data de comienzos de su carrera de periodista, en 1978, cuando empezó a cubrir la realidad de este continente, por el que luego viajó y donde finalmente se radicó. En nuestro país, en 1987, y en México en el 99, trabajando para la RAI. Entre 2002 y 2007 vivió en Montevideo.
Ahora está retirado formalmente de la profesión, pero el hábito de la crónica no lo ha abandonado y así surgió este Contraluz, que reúne aguafuertes villeras -algunas de las cuales se han ido publicando cono artículos en Infobae-; pequeños relatos o pinceladas de una realidad dura y a la vez inspiradora y edificante que, admite, ha escrito en parte como testimonio y en parte como catarsis.
Metalli es también autor de ensayos -Crónicas centroamericanas, América Latina del siglo XXI-, libros para niños y novelas. En coautoría con Andrea Tornelli publicó No tengan miedo de perdonar. Sus vivencias en la Cárcova ya le habían inspirado un libro anterior: Cuarentena (2020) una suerte de diario de la pandemia en la villa.
Contraluz fue editado por Biblos con prólogo de Nelson Castro. Las acuarelas de María Adela Naim ilustran el libro.
En esta charla con Infobae, Metalli explica que el llamado del Papa a una Iglesia “hospital de campaña” era un desafío pendiente en su vida.
— ¿Por qué el título “Contraluz” y qué mensaje quiere dar con este libro?
— Porque quiero sugerir que hace falta una observación atenta – y amorosa, agregaría – de un fenómeno para descubrir la trama sutil y delicada que a primera vista no se puede ver. Otro título que me gustaba es el que llevará la edición italiana del libro: Epifanías. En literatura, la epifanía es, según el escritor irlandés James Joyce, una súbita revelación espiritual provocada por un gesto, un objeto, una situación de la vida cotidiana, tal vez banal, pero que inesperadamente trasluce algo más profundo y significativo. Eso es precisamente lo que ocurre con los cuadros que componen el libro. El mensaje de Contraluz es dar testimonio de la fatiga de vivir en una situación de gran precariedad y marginación como es una villa, y además en un período de emergencia tan prolongado como el que supone la pandemia. Pero, al mismo tiempo, con el libro quiero hacer justicia a la gran corriente de solidaridad, de ayuda mutua, que pude ver y compartir con la gente de estos lugares de la periferia tan alejados.
— ¿Fue una catarsis?
— En cierto sentido, sí. Realmente diría que fue una necesidad muy fuerte de comunicar, la presión de muchas imágenes que me impactaron durante estos años en la villa y sobre todo en este tiempo extraño y cruel de la pandemia. Penas, lucha cotidiana contra las adversidades y la indigencia, atisbos de humanidad que pude captar, de bellezas contempladas, de chispazos de verdad que me maravillaron, de dramas compartidos… Todo eso, como has dicho, ha encontrado una salida catártica y liberadora en Contraluz.
— ¿Cuánto hace que vive en la villa? ¿Por qué esa elección?
— Serán ocho años a fines de octubre. Recuerdo perfectamente el día que me fui a vivir a villa La Cárcova de José León Suárez, un domingo a la tarde con dos valijas que contenían todas mis pertenencias. Hacía poco que habían elegido papa a Bergoglio, lo que sin duda contribuyó a mi decisión, al igual que mi historia de muchos años en América Latina. La posibilidad de construir la Iglesia en un contexto de marginalidad siempre fue una “provocación” que sentí que me tocaba de cerca. El llamado del Papa en este sentido y la amistad con el padre Pepe di Paola, cuando todavía estaba en la Villa 21 de Barracas, me han permitido insertarme y colaborar con él y con el trabajo enorme que hoy realiza en las villas de José León Suárez. Agrego que el mismo Papa señala constantemente la pobreza como un lugar privilegiado para la misión cristiana, y eso ha tocado una cuerda que en mi vida ya estaba en tensión desde hace tiempo. En toda sociedad hay sectores donde la imagen del “hospital de campaña” de Bergoglio resulta especialmente actual, donde la humanidad está herida, está siendo explotada, está sufriendo, y el cristianismo es una experiencia que rescata lo humano. Debo decir que es apasionante ver cómo, a partir de una masa de gente disgregada como la que vive en las villas, que debe hacer frente al problema de la supervivencia, poco a poco se va formando un pueblo que mira el futuro con otros ojos y comprende que puede construir uno diferente y mejor.
— ¿Cómo impactó allí la pandemia?
— Con fuerza desde que empezó el confinamiento, en marzo de 2020, y con más violencia todavía en la segunda ola. Muchos contagios, muchas muertes, una economía que ya era de subsistencia quedó reducida a su mínima expresión por el cierre prolongado de casi todas las fuentes de trabajo, incluso el trabajo precario que es el más generalizado en una villa donde viven muchísimas personas.
— ¿Tuvieron acceso a cuidados del sistema público las personas que se enfermaron de covid en la villa?
— No todos. Algunos recibieron atención y otros prefirieron encerrarse en su casa cuando se contagiaron, lo que implica una situación donde era imposible mantener ningún tipo de distancia o aislamiento, como pedían las autoridades.
— ¿Qué pasó con la escuela en la villa? No sólo la pública sino también las escuelas de oficios que promovió allí el padre Pepe
— Los cursos de la escuela profesional San Romero de América que abrió el padre Pepe se suspendieron de inmediato ante los primeros indicios de propagación del contagio, como ocurrió en todas partes y no solo en las villas. Sin embargo, debo decir que casi inmediatamente se pusieron en marcha numerosas herramientas para continuar a distancia una relación educativa con los jóvenes y los adultos que asistían a los distintos cursos de gastronomía, costura, electricidad, computación y muchos otros. Después, cuando mejoró la situación sanitaria, se fue reabriendo gradualmente.
— ¿Midieron de alguna forma el impacto en muertos e infectados?
— Empíricamente. Por las ausencias que notábamos en los grupos de hombres y mujeres cuando recorríamos las distintas capillas de la villa. En ese momento nos enterábamos de quién estaba enfermo, quién estaba hospitalizado, quién estaba en terapia intensiva, quién estaba en una situación grave, quién lo estaba menos, quién no podía sobrevivir. El padre Pepe y el padre Andrés, que lo acompaña en la villa, rezaron un sinfín de responsos. En otros casos comprendíamos que habían muerto porque no venían a recoger sus raciones cuando se distribuía la comida todos los días.
— Decís que el respeto y cuidado a los ancianos es uno de los valores que la villa puede enseñar a los que no viven en ella. ¿Hay otros?
— Cómo cuidan a los más chiquitos es otro aspecto que llama la atención en esos lugares donde vive la gente humilde que proviene de las provincias más lejanas de Argentina o incluso de países vecinos como Paraguay, Bolivia o Perú. Hay que criar y proteger a los niños, propios o ajenos, y atender sus necesidades. Probablemente es algo que ya se encuentra en las culturas de origen.
— Decís también que la pandemia no frenó la droga. ¿Hay una acción visible del Estado en la prevención y lucha contra eso?
— Poco, muy poco. Fundamentalmente de represión. Casi nada de prevención y menos de acompañamiento a los que quieren salir de ese túnel que contamina toda la vida. Una cosa digna de notar es que los Hogares de Cristo que hay en la villa o fuera de ella no cerraron en ningún momento sino todo lo contrario. Siguieron aceptando muchachos que en este tiempo de restricciones no dejaron de llamar a sus puertas.
— ¿Qué les diría a los que afirman que la Iglesia necesita que haya pobres, que incluso los multiplica?
— Hay una corriente de pensamiento de origen liberal norteamericano que atribuye a la Iglesia el subdesarrollo de los países de América Latina. Y como la mayoría de los pobres de América Latina son católicos y cristianos, esta opinión termina haciéndolos culpables de su propia pobreza y al mismo tiempo, de alguna manera, le quita la responsabilidad a un gobierno que debería en cambio ocuparse de ella. En Argentina es una visión que subyace en las posiciones que existen tanto en algunos círculos intelectuales como políticos. Lo cierto es que la Iglesia no crea a los pobres, los crea un tipo de desarrollo que deja atrás o margina a sectores importantes de la población. La Iglesia, es decir, la comunidad de cristianos, comparte su condición mucho más que otros actores. En este tiempo de pandemia, cuando otras confesiones se ausentaron de la zona, eso resultó muy claro.
— ¿Qué representa para vos el Padre Pepe, a quien le dedicás este libro?
— Un hermano en la fe, un compañero de camino que recorre con una decisión y una generosidad extraordinarias las sendas del Evangelio. El primerísimo encuentro con él fue poco antes de las amenazas de muerte que lo alejaron de la Villa 21 y lo llevaron a Santiago del Estero, donde estuvo dos años. Lo llamé y lo fui a entrevistar a la Villa 21 cuando todavía estaba allí. Fue el comienzo de una relación en la que fue creciendo la admiración por su manera de estar presente en lugares marginados y de gran pobreza material, como son las villas. Y por su método de trabajo que, desde una posición de fe, hace surgir las respuestas a las grandes necesidades de esos sectores. La fe es la motivación explícita de una acción liberadora y de una acción educativa cuyo objetivo es generar sujetos humanos que se hacen protagonistas de su proprio rescate. Todas las transformaciones que se produjeron en estos años en las villas de León Suarez nacieron en su interior y las llevaron a cabo las mismas personas de la villa. Creo que el Papa Francisco deja muy claro lo que quiero decir en una entrevista sobre América Latina: “A veces, a los políticos de diferentes organizaciones que tratan de ayudar a los pobres les resulta difícil comprender las características culturales de estos pobres concretos. Por eso su ayuda se percibirá siempre como algo ‘exterior’ a ellos, como algo que les llega de personas bien intencionadas pero extrañas. Sin duda esas ayudas serán un alivio, pero no tendrán la fuerza de transformación, de consolación, de estímulo, de verdadera cercanía”. Y sigue diciendo, cito: “En el caso de los sacerdotes que viven en barrios muy pobres, tratando de promover a las personas con sus propios tiempos y su propia cultura, ocurre lo contrario. La gente los siente como parte de ellos mismos: viven con ellos, comparten sus límites, sus inseguridades, sus temores, sus sueños. Las organizaciones sociales que quieren trabajar para los pobres y con ellos podrían encontrar en estos sacerdotes sus mejores aliados, que las ayudarían a comprender desde dentro quiénes son, cómo son y cómo pueden ser verdaderamente promovidos estos pobres, desde dentro y desde abajo. Porque no hay un cambio real y duradero si no se produce ‘desde dentro y desde abajo’. Esa es la clave de la Encarnación, que también la Iglesia necesita vivir en su pastoral. Porque algunos sectores de la Iglesia tampoco son capaces de entrar en esta dinámica. Hablan de formar, de educar, de instruir, de enseñar, y de esa manera, ubicándose desde fuera, mirando a los pobres como subdesarrollados, nunca podrán alcanzar una verdadera fecundidad pastoral”. Desde abajo y desde adentro, los dos criterios que el Papa ha repetido en muchas oportunidades … “no hay un cambio real y duradero si no se produce «desde adentro y desde abajo”.
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