“Paisaje único” y “casi extraterrestre”. Un continente de 14 millones de kilómetros cuadrados ubicado en lo más austral del hemisferio sur, aislado y de clima hostil es el laboratorio natural de científicos de todo el mundo que llegan para estudiar y conocer sus formas de vida, geografía y condiciones ambientales pasadas y presentes. “Reserva consagrada a la paz y a la ciencia” es la denominación que le dieron los países firmantes del Tratado Antártico, el acuerdo global que rige las relaciones internacionales en torno al territorio.
Así la describen dos científicos del Conicet de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata (FCNyM, UNLP) al mejor sitio en que pudieran haber imaginado trabajar: la Antártida. Leopoldo y Esteban Soibelzon son hermanos y paleontólogos y relatan anécdotas que van desde las más soñadas hasta aquellas en las que la falta de comunicación y la distancia cargaron de angustia. Ese punto de la Tierra en que hay que aprender a leer el hielo antes de caminar encima y las nubes para adivinar la intensidad que tendrá el viento horas más tarde, describen en una nota de divulgación publicada en el sitio del organismo.
El lunes 4 de octubre se cumplen 30 años del documento que establece la Protección del Medio Ambiente del Tratado Antártico, conocido como el “Protocolo de Madrid”. El Tratado fue firmado en 1959 en Washington el 1 de diciembre de 1959, al que luego se adhirieron otros 42 países.
Argentina se encuentra entre la docena de países que firmó el tratado en primera instancia, y hasta el día de hoy reivindica la soberanía nacional sobre una porción de casi un millón y medio de kilómetros cuadrados conocido como “Sector Antártico Argentino”, que cada 22 de febrero, desde 1974 celebra su día en homenaje a la primera ocupación humana en el lugar. Existen allí seis bases científicas permanentes -la más grande es Marambio- y otras siete temporarias, que sólo se abren cada verano para recibir a unos 170 biólogos, paleontólogos, geólogos y glaciólogos, entre profesionales de otras disciplinas, que se instalan durante una temporada recogiendo datos y muestras que les servirán para sus investigaciones.
Agustina Larrea es periodista, co-autora del libro Antártida, historias desconocidas e increíbles del continente blanco (Ediciones B, 2021) junto a Tomás Balmaceda y le contó a Infobae algunas de las impresiones que dejó la obra. “Algo que nos interesó con Tomás Balmaceda a la hora de investigar la Antártida para nuestro libro tuvo que ver justamente con esto de que se trata de un territorio que no es a priori de nadie y a la vez pareciera ser un poco de todos. Entonces, es una región que invita a repensar la idea de lo ‘nacional’. Un territorio singular (el más frío del mundo, el más árido, el único sin fauna visible y sin población nativa, el gran reservorio de agua del planeta) no está gobernado por un Estado ni por un régimen político”, explica.
“Esto ocurre porque con el Tratado Antártico, que entró en vigor en 1961 y este año está cumpliendo 60 años, se logró una especie de hito de la diplomacia. Porque, con apenas 14 artículos, es un documento que de alguna manera deja conformes a todos los países que lo firmaron y que tienen reclamos sobre el territorio pero no le da ventaja a ninguno. Y al mismo tiempo es muy claro su objetivo: que la Antártida es una zona de paz, de cooperación y de investigación científica”, agrega.
Larrea pone ejemplos: se determina la prohibición del uso de armas nucleares, aunque sea para pruebas, y la eliminación de cualquier desecho radiactivo. Tampoco están permitidas las actividades de carácter militar que no tengan fines científicos o pacíficos. El Tratado establece algunos permisos para que los países firmantes -primero fueron 12 y luego se sumaron 38- pidan reuniones para la revisión de los temas. “Pero tarde o temprano las naciones están obligadas a juntarse a negociar y ninguna está por encima de otra. En un mundo marcado por las tensiones y los conflictos entre países, a nosotros nos gustó mucho la idea de pensar a la Antártida como un lugar que invita también a un modo novedoso de convivencia”, sostiene.
Eventualidades
A sus 50 y 42 años respectivamente, Leopoldo y Esteban estuvieron en la Antártida siete veces uno y seis, el otro. En tres ocasiones lo hicieron juntos, aunque en la primera, las complicaciones de logística los mantuvieron aislados y sólo lograron encontrarse personalmente al final de la estadía. “Allá pasan este tipo de cosas: te vas un día y no sabés cuándo vas a volver porque hay que esperar a que manden un avión y ver si hay lugar. De los campamentos hay que salir con ropa y comida como para veinte días aunque te alejes treinta kilómetros, por cualquier eventualidad”, reflexionan en la nota publicada por Mercedes Benialgo.
Entre las experiencias más extremas que recuerdan aparece un temporal que los obligó a circular en motos de nieve durante dos horas y media hacia el refugio más próximo “completamente a ciegas y chocando el vehículo delantero para asegurarse de seguir en fila india”. También cuentan otras memorias menos riesgosas pero igualmente indeseables: “Los dos sufrimos el quiebre de una corona dental. Es algo que suele suceder por el cambio de temperatura entre el frío externo y el calor de adentro. Lo mismo que tener una caries o dolor de muelas: no se puede hacer absolutamente nada, hay que aguantar”.
Dedicados al estudio de la fauna sudamericana de hace dos millones y medio de años, los Soibelzon trabajan a tres laboratorios de distancia en el subsuelo del Museo de La Plata y juntos lideran un grupo de investigación formado por alrededor de diez científicos. Y los descubrimientos en ese continente prístino no cesan: fósiles de millones de años, bacterias y en los últimos tiempos el impacto que la crisis climática tiene sobre el hielo. Es que todos estos hallazgos son fundamentales para comprender la relación del hombre con la naturaleza y, precisamente, el Protocolo de Madrid le da ese status especial que lo permite.
“Se firmó justamente en una de estas mesas de negociación y apunta específicamente a la Protección del Medio Ambiente. Básicamente designa a la Antártida como una ‘reserva natural dedicada a la paz y a la ciencia’. Se establecen algunas pautas básicas como, por ejemplo, que quedan prohibidas las actividades relacionadas con los recursos minerales de la región, salvo aquellas que tengan específicamente un fin de investigación científica”, completa Larrea.
¿Qué establece ese documento? En el artículo 3 del Protocolo se establecen principios básicos aplicables a las actividades humanas en la Antártida. El artículo 7 prohíbe todas las actividades relacionadas con los recursos minerales excepto las que tengan fines científicos. Hasta 2048 el Protocolo puede ser modificado solamente mediante el acuerdo unánime de las Partes Consultivas del Tratado Antártico. Además, la prohibición relacionada con los recursos minerales no puede revocarse a menos que esté en vigor un régimen jurídicamente obligatorio sobre las actividades relativas a los recursos minerales antárticos.
También estableció el Comité para la Protección del Medio Ambiente (CPA) como grupo de expertos para proveer asesoramiento y formular recomendaciones a la RCTA sobre la implementación del Protocolo. El CPA se reúne todos los años en ocasión de la Reunión Consultiva del Tratado Antártico.
Hace cinco años, cuando el Protocolo cumplió un cuarto de siglo, se publicó un documento después de una de esas reuniones periódicas. El Anexo II, por ejemplo, aporta las reglas y el marco necesarios para proteger las plantas y los animales antárticos. Para poder realizar cualquier actividad que pueda dañar a las especies autóctonas de la Antártida, se requieren permisos. La introducción de especies no autóctonas está prohibida, salvo en unos pocos casos, que también exigen un permiso. También se establecen reglas para la reducción y eliminación de residuos en el continente blanco y la protección de la fauna marina.
Es claro, igualmente, que un Tratado no protege a este ecosistema de los embates de la crisis climática y por eso también aumenta la preocupación de los científicos. Un informe destaca que la Antártida conecta todas las cuencas oceánicas y hace que el planeta Tierra sea “habitable” pero en este momento se encamina hacia “varios puntos de inflexión que tendrán repercusiones globales”. La coautora del informe e investigadora visitante de la Universidad de Boston, Andrea Capurro, ha subrayado que la vida en el mundo está en línea directa de los efectos cascada. “La protección de las áreas que están en más riesgo debido a la crisis climática, como la Península Antártica, no sólo nos ayudará a revivir la biodiversidad allí, sino que también ayudará a estimular la resiliencia de los ecosistemas marinos lejanos”, indicó en declaraciones a la prensa en junio pasado. Además, agrega que la protección de la región permitirá hacer un seguimiento de los efectos a largo plazo que provocan las actividades que estresan los ecosistemas, como es la pesca por parte de los humanos.
El estudio, realizado por varios autores, alerta por los aumentos en las temperaturas del océano que causan el colapso del casquete de hielo y el aumento del nivel del mar global en varios metros, así como de cambios en la química del océano, el aumento de la absorción de dióxido de carbono lo que provocará la acidificación y posible interrupción de las redes tróficas.
Otros de los efectos que supondría esta cascada de consecuencias es el cambio del secuestro regional de carbono por medio del intercambio de carbono entre la atmósfera, plantas y animales, y el océano (un proceso conocido como la bomba biológica de carbono). Asimismo, podría producirse una alteración de las dinámicas de los ecosistemas y las especies lo que provocaría la pérdida de la biodiversidad, la alteración de procesos biológicos, cambios en las distribuciones geográficas de las especies y cambios en la dinámica de la red trófica, tanto regional como globalmente.
El último reporte del IPCC, publicado en julio, también advierte sobre esta cuestión. Especialmente por la inercia que supone el aumento promedio global de la temperatura. Aunque la humanidad logre contener esa suba en menos de 2ºC, hay regiones como la Antártida que sufrirán más las consecuencias.
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