Cuando Isabel Perón conoció a López Rega: charlas esotéricas, apoyos cósmicos y la promesa de transferirle el espíritu de Evita

En 1965, Perón no tenía delegados de confianza y envió a Isabel para que ordenara el tablero justicialista. Enfrentamiento con Vandor, peleas callejeras y discursos con respaldo divino y el primer contacto con el oscuro hombre que la acompañaría durante una década y pertenecía a la Logia Anael

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Desde 1965, José López Rega
Desde 1965, José López Rega se convertiría en un inseparable del matrimonio Perón, primero en España y luego en Argentina.

Cuando en mayo de 1965 Isabel Perón fue enviada a la residencia de Jorge Antonio, en el Paraguay, apenas empezaba a memorizar el abecedario básico de la política. Allí, Isabel recibió a sindicalistas y políticos peronistas y les anticipó que en el mediano plazo viajaría a la Argentina como factor de unidad. Les pidió que le organizaran actos públicos.

Para la dirigencia local, la aparición de Isabel como representante de Perón significó una novedad, porque los que habían viajado a Madrid jamás le habían escuchado una opinión.

Isabel llegó a la Argentina el 10 de octubre de 1965. La única fuerza que sostenía su diminuta figura era el mito de su marido. Su misión era pulsar el poder real de Augusto Vandor. En ese momento, el sindicalista era el único peronista capaz de dejar al General abandonado en el exilio, envuelto en el resplandor opaco de un líder del pasado.

En la conferencia de prensa del día de su arribo, Isabel se presentó como portadora de un mensaje de paz y unidad y anunció que participaría del acto del 17 de octubre. Pronto su presencia se convertiría en una carga explosiva. Alojada en el Hotel Alvear Palace por cuenta y orden del diputado provincial Emilio Güerci, la esposa de Perón fue custodiada por suboficiales retirados del Ejército, por un grupo de la JP (Juventud Peronista) de Alberto Brito Lima, y por integrantes del Movimiento Nueva Argentina (MNA) de Dardo Cabo.

Las huestes juveniles ocuparon los pasillos del hotel y cubrieron los accesos con guardias rotativas. Había entre los grupos una evidente rivalidad por obtener un mejor posicionamiento frente a Isabel. Abajo, los dirigentes políticos y gremiales del peronismo empezaron a hormiguear sobre las alfombras del hall y enviaban bouquets de rosas a la suite 511 de la señora con la esperanza de ser recibidos.

Afuera, no hubo bienvenida. Isabel fue insultada y repudiada por manifestantes antiperonistas, y las mujeres del barrio se sumaron al coro y la invitaron a trabajar en el Bajo, junto a las prostitutas. Hubo disturbios y choques callejeros con los carros de asalto.

Isabel Perón de visita en
Isabel Perón de visita en la residencia del empresario Jorge Antonio en Asunción del Paraguay, el 25 de mayo de 1965

Los Comandos Civiles de la derecha católica, que le habían declarado la guerra y armaron una base operativa en el bar La Biela, a una cuadra del hotel, donde escondían armas y bombas molotov, organizaron una “marcha por la libertad” en la que cruzaron disparos con la guardia juvenil peronista.

Tras las quejas de los huéspedes por los enfrentamientos, el gerente del hotel intimó a Isabel a abandonar el Alvear Palace.

Su nuevo destino estaba a menos de dos cuadras, un hotel del Sindicato de Luz y Fuerza, sobre la avenida Callao. Las escaramuzas continuaron. Marchas, gritos, vidrios rotos. Cada salida de Isabel se convertía en un caos. Ni siquiera podía ir a rezar tranquila a la iglesia del Pilar. Los militares estaban furiosos por su presencia. El Ministerio del Interior del gobierno radical buscaba algún resquicio legal que permitiera deportarla.

El bloque de diputados peronistas debatió adónde podían alojarla y criticaban a Güerci —encargado de su cuidado y su agenda— por haberla “capturado”, mientras los activistas juveniles de los sindicatos intentaban arrebatarle la custodia a la JP.

Era indudable que, dentro y fuera del Movimiento, la presencia de la enviada volvía a proyectar la figura de Perón sobre la Argentina, a diez años de su caída.

Hacia el fin de semana, Güerci decidió refugiar a Isabel en la casa del dirigente Eduardo Farías, en el suburbio bonaerense de Caseros, antes de trasladarla a Parque Patricios, donde presidiría el acto del 17 de octubre. Existían riesgos. El gobierno estaba ajustando el diseño de una serie de medidas represivas. para desalentar la movilización peronista. La Guardia de Infantería cercaría los accesos.

Vandor, que recibió a Isabel con actitud contemplativa y participaba de sus movimientos junto con otros sindicalistas, dijo que el acto debía hacerse como fuera. Propuso una alternativa: llevar a Isabel escondida en una ambulancia para hacerla ingresar al palco. Nadie sabía si, mostrándose al servicio de la esposa de Perón, el jefe sindical trataba de ayudarla o de hundirla.

La noche del 16 de octubre, unos trescientos policías rodearon con perros y camiones la manzana donde se alojaba Isabel, dispuestos a vigilar cada paso que diera.

Uno de los artículos que
Uno de los artículos que reflejaron la visita de Isabel a la Argentina en 1965

Como parte de una maniobra de distracción, dos grupos de sindicalistas empezaron a pelearse con cachiporras en la vereda, y en forma simultánea, le pusieron una peluca a Isabel, la hicieron saltar la pared del fondo y la llevaron a un hotel alojamiento con una pistola en su cartera. La acompañaba Dardo Cabo, uno de los custodios del MNA. Después de un rato, salió por la puerta del hotel abrazada a su acompañante y escondiendo la cara, y se subió a un auto donde la esperaban Vandor y otros sindicalistas. En el apuro del traslado dejó olvidadas sus joyas. Nunca pudo recuperarlas.

Esa noche la esposa de Perón recorrió Buenos Aires como nunca lo había hecho. La llevaron a la casa de un dirigente metalúrgico de San Telmo, pero a los diez minutos de llegar, un tiroteo en la esquina obligó a trasladarla a la casa de una vieja peronista de Almagro. Ya estaba pronta la comida cuando tuvo que salir disparando: dos policías se habían parapetado tras un árbol de la vereda de enfrente para fumar un cigarrillo. Fueron a la casa de Güerci, en Vicente López. No bien terminaron de acomodarse, apareció una “marcha de la libertad” de los Comandos Civiles. Tuvieron que irse otra vez. Finalmente, y por decisión del dirigente Jorge Daniel Paladino, se alojaron en la casa del mayor Bernardo Alberte, referente de la Logia Anael.

Allí Isabel debió pasar el 17 de octubre: la policía había frustrado el acto y dispersó a los manifestantes con gases. Hubo corridas. Durante cinco días Isabel estuvo desaparecida y la prensa no pudo dar cuenta de su paradero.

El regreso de Estelita a la Argentina —como llamaban a Isabel cuando era niña— también provocó una conmoción en su familia. Se habían preparado para extrañarla durante los dos o tres meses que duraría la gira artística por Centroamérica en 1955, pero al poco tiempo ella dejó de escribirles y se enteraron de su relación con Perón por lo que publicaban los diarios.

Su madre, María, y sus cinco hermanos mayores supusieron que el reencuentro restañaría las heridas. Incluso su hermano Dardo se acercó al Hotel Alvear con la intención de verla, pero Isabel mandó a avisarle que estaba bien y no lo recibió: no había lugar para él en su agenda. Unos meses más tarde Dardo insistiría. Tenía que darle una mala noticia: su madre padecía una grave enfermedad y quería despedirse de ella en los pocos días que le quedaban de vida. Estelita sólo ofreció dinero para pagar el servicio fúnebre.

Tapa de la revista Primera
Tapa de la revista Primera Plana, de octubre de 1965, en la que informa sobre la llegada al país de Isabel Perón.

El primer encuentro de Isabel Perón y López Rega

José López Rega conoció a Isabel en la casa del mayor Alberte, en Yerbal 81, en el barrio de Caballito. Fue en el marco de una reunión política, aunque el té le daba un tono social a la conversación. Isabel estaba en compañía del joven médico Pedro Eladio Vázquez. Era el secretario de la Escuela Superior de Conducción Política del Partido Justicialista, designado por el mismo Perón, y también un estudioso de las ciencias ocultas. Isabel lo llamaba “doctorcito” y le pedía que se mantuviera a su lado. En esa casa, la enviada conoció al jefe de la logia ANAEL, el doctor Julio César Urien, y le transmitió el mensaje de su marido: Perón planeaba descabezar al Partido Justicialista (“su dirigencia había fracasado en el Operativo Retorno, andaba buscando acomodos de todo tipo, y estaba saboteando la gira de Isabel”) y quería contar con Urien en la nueva conducción. Le ofrecía la secretaría general. Urien agradeció la propuesta, pero la desestimó. Calculó que en ese cargo podría durar tres o cuatro meses a lo sumo.

Pasado el atardecer, la reunión estaba llegando a su fin y la presencia de López Rega había pasado inadvertida. Hasta que reclamó un minuto de atención para decir unas palabras. Se presentó como un ser espiritual, alejado de los avatares de la política, pero dijo que tenía una visión y que quería transmitirla en público.

El regreso del General es una misión eminentemente espiritual, que resplandece bajo una fase política. Debemos vencer a las fuerzas que lo están dejando postrado en el exilio, como también fueron abandonados Rosas y San Martín. Nuestra única misión es traer a Perón a la Argentina, para reivindicar su figura junto a la de Evita. Su regreso será nuestro triunfo espiritual —dijo.

La Logia Anael le alquiló un departamento a Isabel en la calle Córdoba 1111. Allí se instaló Isabel junto con sus dos asistentes: la española Luisa Yubero Díaz, que apenas traspasaba los veinte años, y Zamira Esper Hadad, segunda esposa del ex juez de la Corte Suprema Rodolfo Valenzuela, que oficiaba como secretario de Perón en Madrid, en reemplazo de Algarbe.

El capitán Morganti, de la logia Anael, se ocupó de llevar un televisor. Fue precisamente a él a quien Isabel le comentó que le gustaría conversar unas palabras en privado con Daniel. Durante unos segundos Morganti buscó en todos los archivos de su memoria y finalmente respondió que no conocía a nadie de la logia con ese nombre.

—Ese petisito de ojos claros… —insistió Isabel. —

¿López Rega? —preguntó Morganti.

La audiencia se concretó en la casa de Alberte. Isabel le agradeció a López por revelar su visión en la reunión anterior. Sus palabras le habían hecho recordar al profeta Daniel, que con su sabiduría había logrado salvar a una mujer, casada como ella, de ser lapidada por culpa de las calumnias.

—Daniel fue un hombre iluminado por Dios —continuó Isabel—. Por eso, cuando los enemigos de la religión lo echaron a la jaula de los leones, no fue atacado. Entonces el rey lo llevó a su Corte. —Conozco a Daniel. Era esenio —acotó López Rega.

—Daniel era el más sabio de todos los adivinos que tenía Nabucodonosor en el palacio. Fue el único que supo interpretarle los sueños al rey, y por eso logró encumbrarse en la Corte y guiar sus actos. Llegó a ser primer ministro durante el reinado de cuatro reyes —dijo Isabel.

José López Rega junto a
José López Rega junto a Isabel Perón en la gira que ella hizo por la Argentina en 1965

López Rega había llevado a la cita una carpeta de fotos. Se lo veía en el Palacio Unzué, vestido de policía, custodiando la residencia presidencial. Le habló de las veces que durmió en las escaleras del dormitorio de Evita, intentando absorber el mal que devoraba su cuerpo, y aseguró que no había podido salvarla porque sus poderes no estaban tan desarrollados como ahora. Ésa era como una herida para él.

Isabel intentó calmar su angustia con algunas palabras que sonaron tiernas en los labios de una mujer que solía ser fría. López Rega no quería consuelo.

—Lo único que nos puede redimir, a Evita y a mí, es que usted alcance todo lo que ella no pudo. Y yo estaré a su servicio para que lo consiga —predijo.

Isabel se sonrojó un poco. Quiso frenarlo.

—Yo no soy Evita.

—Lo será.

—¿Cómo? —dijo Isabel, y encendida por una ambiciosa luz de esperanza, volvió a preguntarle: —¿Cómo va a hacerlo, Daniel? López Rega no vaciló:

—Es una visión que tengo. En algún momento podré transferirle su espíritu. Quien domina la mente puede dominarlo todo.

El pasado espiritual

Esa respuesta devolvió a Isabelita a su infancia. Pero no a los años vividos con su familia de sangre, la familia Martínez, a la que aborrecía. Para ella ese pasado había muerto. López, en cambio, la devolvía a su otra vida, la verdadera, la familia del espíritu, que era la única en la que ella creía. En los tiempos en que todavía era Estelita, se había ido a vivir con la familia Cresto, un matrimonio correntino que fundó en Buenos Aires una escuela espiritista. Allí recibían a personas con perturbaciones espirituales, o que eran atacadas espiritualmente, e intentaban orientarlas para que dejaran la oscuridad y alcanzaran un estado de elevación espiritual que les permitiera vivir más aliviados. Los Cresto decían tener poderes especiales para comunicarse con los espíritus, oficiaban de médiums. Era su práctica redentora. Estelita había encontrado las respuestas a los grandes interrogantes de la vida con ese matrimonio, antes que en su propia familia. Isabel Zoila Gómez de Cresto se había convertido en su madre espiritual, y Estelita tomó su primer nombre como su identidad verdadera. La muerte de Isabel Cresto fue el impacto más profundo que había sufrido en su vida. Fue en 1958, cuando ella ya vivía junto con Perón en Santo Domingo. Lloró durante semanas enteras. Para atenuar su dolor y reencontrarse con su propio pasado, Isabel Perón había llevado a José Cresto, su padrastro, a vivir junto con ella y su marido, apenas estrenaron la residencia de Puerta de Hierro en Madrid. El hombre era muy bruto, “más bruto que un huevo de yegua”, comentaría Perón, sorprendido de su manifiesta ignorancia, pero Cresto se mostraría útil a su manera, acompañándolo en las caminatas por el parque, preparando asados, atendiendo el teléfono y ocupándose de las tareas domésticas, y también lograba sosegar a su esposa, cuando se encerraban durante horas en una habitación del primer piso de la casa. “Hablan de brujerías”, explicaba el General a sus visitantes.

Esa tarde, en la casa de Alberte, Isabel le pidió a López Rega que la protegiera de los males de la política que la acechaban. Quería que fuese su secretario privado. López se sintió reconfortado, aunque después, cuando relató el encuentro a sus amigos José Vanni y Carlos Villone, prolongó el suspenso sobre cuál sería su decisión. —Si acepto, cambia todo. Acá se bifurcan los caminos que emprendimos hasta ahora. Pero ahora estoy viendo el final de este camino.

—¿Cuál es? —preguntó Vanni. —Perón vuelve —dijo López Rega, solemne. Y luego agregó—: Este show lo vamos a ganar nosotros.

El Gordo Vanni soltó la carcajada.

Isabel en el Sindicato del
Isabel en el Sindicato del Azúcar en Tucumán en 1966

La compañera Isabel

Isabel Perón volvió a aparecer en público en la provincia de Córdoba, cumpliendo la primera etapa de una gira de casi dos meses por el interior del país, en la que se desplazaba de una ciudad a la otra, a veces por ruta, otras en aviones charter o de línea. Siempre la seguía una caravana de autos de la guardia de Alberto Brito Lima y Dardo Cabo, quienes no ocultaban sus ametralladoras ni sus enfrentamientos. El primero se había convertido en ferviente isabelino; el otro, hijo de un metalúrgico, era hombre de Vandor.

La esposa de Perón visitó delegaciones gremiales, bautizó niños, saludó a obispos, pidió decenas de minutos de silencio en memoria de Evita, y habló en actos callejeros a cualquier hora de la noche. Siempre estaba dispuesta para asumir su rol de oradora, sin desprenderse de una libretita que le servía de ayudamemoria. Cinco o seis veces por discurso soltaba alguna frase que pertenecía al General, transmitía sus saludos y prometía que no volvería a España.

—Perón pronto llegará a la Argentina para reunirse con su pueblo. Tenemos Perón para rato —exclamaba, y la gente enloquecía.

Vandor la acompañó en alguna que otra provincia y cuando veía algún fotógrafo cerca le sonreía y posaba junto a ella. Pero en cada viaje de Isabel se producía un contratiempo, un disturbio o un disparo, que todos atribuían a la mano del líder sindical, lista para complicarlo todo.

En Rosario, por ejemplo, un supuesto malentendido en la organización de un acto dejó a Isabel sin movilidad, guardia ni recursos, y librada a su propia suerte.

En diciembre de 1965, Isabel empezó a utilizar las instalaciones de la imprenta Suministros Gráficos, donde trabajaba López Rega, como oficina, y solía encerrarse con López para cambiar ideas y organizar la agenda.

El grupo de López Rega empezaba a desarrollar su influencia sobre “la reina” —como la llamaban—. Y jugaba de local.

Perón contra Vandor: un verano turbulento

La paz forzada entre Isabel y Vandor duró hasta enero de 1966. Desde su llegada al país, la enviada se había ocupado de estudiar la capacidad de acción de Vandor dentro del Movimiento y remitió a su marido un detalle acerca de los caudillos con los que el gremialista contaba en cada provincia. Era un poder aún más sólido del que Perón estimaba a la distancia. El General sabía que el enfrentamiento con su rival era un asunto delicado. En alguna medida, tanto Perón como Vandor dependían uno del otro.

Sin embargo, la decisión de “cortarle la cabeza a la víbora” ya estaba tomada. En los primeros días de enero de 1966 Isabel viajó a Mar del Plata para descansar unos días e invitó a López Rega; el impresor llevó a la playa a su esposa, Chiquitina, como la conocían en el barrio. Frente a Vandor habría menos consideraciones. Después de una espera de varias horas en el hall del Hotel D’Ambra, Isabel no lo recibió. La guerra se hacía cada vez más explícita. Perón empezó su contraofensiva apuntando al sector político. El 6 de enero descabezó la Junta Coordinadora Nacional, el máximo organismo del Movimiento, que respondía a Vandor. La sustituyó por un “Comando Delegado”. Luego atacó el flanco gremial. El secretario de la CGT José Alonso se liberó de la tutela del metalúrgico, acusó a Vandor de alzarse contra las directivas del General, agrupó a una cantidad de gremios y dirigentes de la “línea dura”, y constituyó las “62 Organizaciones de Pie junto a Perón”.

Perón había puesto al sindicalismo en estado de crisis. A fines de enero de 1966, arrojó su arma más letal, la que se había reservado hasta el momento: una carta. La había dirigido al gremialista José Alonso, para que éste la difundiera.

Isabel Perón junto a José
Isabel Perón junto a José López Rega. Era usual que mientras ella hablaba, él moviera los labios. Lo consideraban una "apoyatura cósmica"

“En esta lucha el enemigo principal es Vandor y su trenza, pues a ellos hay que darles con todo y a la cabeza, sin tregua ni cuartel. En política no se puede herir, hay que matar. Un tipo con la pata rota hay que ver el daño que puede hacer. Si es preciso que yo expulse a Vandor por una resolución del Comando Superior lo haré sin titubear, pero es siempre mejor que, tratándose de un dirigente sindical, sean los organismos los que lo ejecuten. Si fuera un dirigente político, no tenga la menor duda que yo ya lo habría liquidado. Esta vez no habrá lástima, no habrá audiencias ni habrá viajes a Madrid ni nada parecido. Deberá haber solución y definitiva, sin consultas, como ustedes lo resuelvan allí. Ésa es mi palabra y ustedes saben que Perón Cumple”.

Después de que la carta tomara conocimiento público, el General adoptó una actitud más cauta. Nunca se sentía cómodo en el combate directo. Prefería actuar de árbitro, como el Padre Eterno. En marzo de 1966, Perón dio otro golpe sorpresivo. Desafió a los dirigentes a definirse con claridad, apoyando la candidatura de Ernesto Corvalán Nanclares para la gobernación de Mendoza después de que Vandor había proclamado su adhesión a su contrincante, Alberto Serú García. Isabel intimó a las 62 Organizaciones a acatar la orden de Madrid, pero fue desoída. Entonces se puso al frente de la campaña electoral: viajó a Mendoza para atraer dirigentes de base y realizar actos públicos a favor del candidato del General. Ya en Mendoza, era usual ver a Isabel en las entrevistas con una libreta de anotaciones en la mano, las que la ayudaban a reforzar algunos aspectos doctrinarios del justicialismo y a evadirse de las preguntas complicadas. A poca distancia, un hombre bajo y de ojos de hielo movía los labios en forma sigilosa y permanente. Los periodistas que vieron la escena en el Hotel Ariosto pensaron que era el apuntador de Isabel. Se equivocaban: López Rega estaba realizando la apoyatura cósmica para el reportaje. Esto se percibió con mayor claridad cuando, por la noche, Isabel realizó su discurso en público. López puso en marcha las enseñanzas de su libro “Astrología esotérica”. Se preocupó por saber qué planeta estaba rigiendo a Isabel en ese momento, lo asoció con la nota musical que correspondía y empezó a pronunciarla en forma constante, intentando recoger la energía del Universo y cuidándose de no romper esa armonía. Le hizo una apoyatura astral al discurso de Isabel, canalizando las vibraciones de los planetas desde los planos superiores de este mundo. Fue el primer discurso de Isabel con respaldo divino.

Astrología Esotérica, el libro de
Astrología Esotérica, el libro de López Rega que fascinó a Isabel

Finalmente, aunque no alcanzó la gobernación, el candidato del líder exiliado superó al elegido por Vandor. Para este último, la derrota fue aleccionadora: archivó la idea de formar un partido de masas sin el Líder, y se arrepintió de haber desoído una orden del General.

Las condiciones de López Rega para viajar a Madrid

El regreso a Buenos Aires mostró a una Isabel mucho más sólida en sus actitudes. Ya no había que soportar tantas hostilidades, aunque a veces el periodista Augusto Bonardo se instalaba bajo su ventana, en la calle Córdoba, para vociferar con un altavoz insultos contra “la perona”. Algunos sectores del justicialismo le habían alquilado una casa en la calle Rodríguez Peña 55, cerca del Congreso de la Nación, para las entrevistas públicas. Isabel no modificaría un ápice su inclinación por López Rega. La simbiosis entre López e Isabel se retroalimentaba día tras día. Nadie sabía hasta cuándo iba a quedarse Isabel en la Argentina, pero la presunción del golpe de Estado contra Illia, que contaba con la aceptación implícita del sindicalismo, la hacía tener siempre prontas las valijas para el regreso. Por entonces, Isabel empezó a conversar con Anael acerca de la posibilidad de llevar a Madrid a una persona del grupo para que trabajara junto con su marido. Por cortesía, el primer ofrecimiento se lo tributó a Urien, quien se negó por tercera vez y delegó la distinción en la persona del suboficial mayor Rafael Munárriz. Pero esta vez la que se opuso al viaje fue la esposa de Munárriz.

Entonces Isabel preguntó por qué no enviaban a Daniel.

Los miembros de la logia aceptaron con cierta resignación. López Rega había sido el último en llegar. Alberte no le tenía mucha confianza. Urien se mostró indiferente, porque sabía que el impresor de Suministros Gráficos tenía atrapada a la Señora. Los miembros de la logia la trataban con una formalidad casi militar, por respeto al General, mientras que era evidente que López había alcanzado afinidades que ellos desconocían.

Finalmente, Anael acordó que el viaje de López a Madrid como referente de la logia fuese sólo por tres o cuatro meses, para cumplir la primera parte del plan del regreso de Perón.

Cuando fueron a Suministros Gráficos a comunicarle la decisión, López Rega no estaba. La noticia se la transmitió el Gordo Vanni. Ese día López estaba jugando al truco en pulóver y alpargatas en un baldío de Villa Urquiza. Al enterarse de su designación, pidió que se cumplieran algunas condiciones.

La primera, el pasaje en avión. Nadie de Anael quiso costearlo y tuvieron que embargar maquinarias de Suministros Gráficos para obtener el dinero. López insistió en que la logia por lo menos le solventara un traje. Después, como se iba a quedar hasta octubre y en Europa ya empezaba el tiempo fresco, volvió a pedir más plata para un sobretodo. No tendría problemas en comunicar el viaje a su esposa: la relación con Chiquitina estaba terminada. Bastaba con ser persuasivo para que ella lo entendiera.

Desde que lo conoció en
Desde que lo conoció en 1965 hasta una década después, cuando fue obligado a dejar el gabinete de un gobierno que se caía a pedazos, López Rega fue la sombra de Isabel Perón

Estaba a punto de cumplir 50 años y hasta entonces nada había funcionado del todo bien en su vida: ni el matrimonio ni el trabajo en la policía ni sus libros. La intuición le decía que aquí había una oportunidad para reivindicarse y que no podía perderla.

López Rega voló a Madrid junto a Isabel Perón y sus secretarias el 11 de julio de 1966. Estaba impecablemente vestido. En el aeropuerto, lo despidieron los miembros de la logia Anael quienes le reclamaron que les comunicara las novedades de su misión en forma urgente.

En algo había acertado López: el show de la gira de Isabel lo había ganado él. El próximo paso era ganarse la confianza del general Perón. Con el tiempo advertiría que el Líder no era tan importante. Al menos, no tan importante como Isabel.

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