Prostitución, 40 muertos y un balazo a Gardel: la guerra del hampa en Buenos Aires

“El Gayego” Julio Valea, un mafioso de Barracas y La Boca con protección del radicalismo, decidió pisar el territorio de Juan Nicolás Ruggiero, “Ruggierito”, su par de Avellaneda y hombre de confianza del conservador Alberto Barceló. Una enemistad que venía desde el día en que quisieron matar al Zorzal Criollo

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Carlos Gardel y Juan Ruggiero,
Carlos Gardel y Juan Ruggiero, el más peligroso hampón de Avellaneda, que contaba con protección política del conservador Alberto Barceló

-No quiero más tiros. Tengo plata suficiente para que la policía no me moleste. Usted lo conoce bien a Ruggiero. Interceda y haremos la paz. Que los de su banda no vengan a la Capital y los míos no cruzarán el puente – le dijo “El Gayego” Valea a Gustavo Germán González.

Corría octubre de 1929 y González trabajaba en Crítica, el diario dirigido por Natalio Botana, donde a fuerza de primicias y relatos descarnados sobre el submundo del hampa porteña se había ganado la fama de ser el mejor cronista de policiales de la época. Su cobertura – tres años antes – del asesinato del concejal radical Carlos Ray había puesto por primera vez en la historia del periodismo argentino un titular “negro” en la tapa de un diario.

González – que firmaba sus crónicas como G.G.G. – nadaba como un pez en las turbias aguas del crimen organizado de las primeras décadas del siglo XX. Conocía a hampones y policías, a culatas políticos y matones en alquiler, a prostitutas y capitalistas de juego. Todos ellos eran, para él, fuentes de información. Todos hablaban con él porque sabían que González jamás traicionaba.

El Riachuelo, ese tajo de
El Riachuelo, ese tajo de agua ya pestilente a comienzos del siglo XX, que dividía a La Boca y Barracas de Avellaneda, llamada Barracas al Sud hasta 1906

La guerra y la paz

Por entonces la geografía del hampa tenía en el Riachuelo una frontera precisa. En Avellaneda, sobre la ribera Sur, amparado por el caudillo conservador Alberto Barceló, Juan Nicolás Ruggiero (a) “Ruggierito” mandaba en la red de timbas y prostíbulos. Del lado de La Boca y de Barracas, Julio “El Gayego” Valea, protegido por el radicalismo, era amo y señor. Uno y otro “hacían caja” para sus protectores políticos y también ponían sus armas a su servicio cuando había necesidad.

Gustavo Germán González se movía por una y otra orilla sin que nadie lo molestara, algo que muy pocos periodistas podían hacer.

Por esa razón “El Gayego” Valea había citado al cronista en el departamento que ocupaba en el Hotel Castelar, sobre Avenida de Mayo, donde convivía con sus dos mujeres, una italiana y una francesa.

Le pidió que hiciera los arreglos de un encuentro con “Ruggierito” para firmar la paz en un enfrentamiento de larga data que venía costando muertes en una y otra banda, y que incluso había llevado a un tiroteo entre los dos jefes en Avenida de Mayo y Piedras, donde se habían quedado con los cargadores vacíos sin herirse. La única víctima había sido un farol del alumbrado público.

Cuando salió del Hotel Castelar, González caminó hasta el Departamento Central de Policía, en la avenida Belgrano, y se dirigió decidido a la oficina del jefe de Investigaciones, un comisario de apellido Santiago, a quien le hizo un pedido muy particular: que prestara su despacho como lugar neutral para el encuentro entre Valea y Ruggiero.

-Así estos dos no se matan – le dijo al explicarle la razón de su pedido.

El comisario Santiago aceptó, pero la reunión no llegó a concretarse. La historia entre “Ruggierito” y “El Gayego” estaba pidiendo más sangre.

Julio "El Gayego" Valea, el
Julio "El Gayego" Valea, el mafioso que mandaba en La Boca y Barracas y quiso disputarle territorio a Ruggierito

“El Gayego” Valea

Julio Valea no había nacido en Galicia, como hacía suponer su apodo, sino en Asturias, en el pueblo de Piñera.

Cuando lo convocaron al servicio militar, con destino en Marruecos, no quiso saber nada de ir a África y con la ayuda de sus padres se embarcó hacia Buenos Aires. No era un destino azaroso: su hermano mayor había emigrado unos años antes y ya estaba “haciendo la América”. Las cartas que les enviaba decían que tenía un bar en el Paseo de Julio (hoy Leandro N. Alem).

Julio desembarcó en el Puerto de Buenos Aires con 18 años recién cumplidos y descubrió muy pronto que el bar de su hermano no era simplemente el bodegón que describía en sus cartas, sino que allí se tomaba fuerte, abundaban las prostitutas y se jugaba a las cartas.

Quedó deslumbrado y le gustó esa vida. El padrinazgo de su hermano lo ayudó a incursionar en encuentros amorosos que en España no había conocido, pero lo que más lo favorecía era su aspecto.

Cuenta Ulises Petit de Murat que, más de diez años después de la muerte de Valea, uno de sus amigos, el tanguero Francisco Loiácono, más conocido como “Barquina”, le dijo una noche al entonces coronel Juan Domingo Perón:

-Si a usted no le diera por la política, ¡qué cuadro con las minas! Con su pinta, coronel, trabajarían para usted más de las que tuvo “El Gayego” Julio…

Pero Valea no solo contaba con su apostura, pronto se hizo fama también de tipo duro y decidido. Una de las mujeres que frecuentaban el local de su hermano entró en amores con él y eso no le gustó al “fiolo” que la contaba como propia. Se enfrentaron una noche y “El Gayego” le cortó la cara de un navajazo.

-Una se entusiasmó conmigo y dejó a su canfinflero. Y yo no pensaba nunca en vivir de las mujeres, pero se dio así – le contó una vez Valea a G.G.G.

De ahí en más su carrera fue meteórica. Entró en el negocio de la prostitución y tuvo la habilidad de hacer contactos políticos que le permitieron hacerse dueño de La Boca y de Barracas. Con sus ganancias ayudaba a “la caja” de los dirigentes radicales de la zona – corría el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen -, sobornaba a la policía, tenía matones a sueldo que le eran fieles y también buscaba expandir su negocio.

Entonces empezó a mirar hacia la otra orilla del Riachuelo, donde otro hombre se había hecho tan fuerte como él. Se llamaba Juan Nicolás Ruggiero.

Juan Ruggiero, hampón de Avellaneda
Juan Ruggiero, hampón de Avellaneda al servició de Alberto Barceló, intendente y referente conservador

“Ruggierito” y Barceló

Juan Nicolás Ruggiero había nacido en la Isla Maciel el 24 de junio de 1895. Era el undécimo hijo de un carpintero napolitano que apenas ganaba para mantener a su familia.

Tuvo que dejar la escuela en cuarto grado, cuando empezó a ayudar a su padre en su taller de carpintería. Pero la vida de trabajo lo cansó rápido y antes de cumplir 18 años ya había caído varias veces por robos menores. Al mismo tiempo empezó a ver que, en el mundo en que se movía, la política también podía ser un medio de vida.

“A los 14 años ya pegaba afiches para el comité de (el intendente conservador Alberto) Barceló, que iniciaba su primer período municipal en Avellaneda. Quizás fue por esos días cuando reparó en ese pibe que iba a la Intendencia para buscar la comida que se repartía a los pobres. Una década más tarde, Juan ya era un avezado puntero político y un pistolero audaz. Supo ganar fama en tiroteos con patotas adversas a su padrino”, relata el periodista Ricardo Ragendorfer.

Se terminó de ganar la confianza de Barceló después de defender a los tiros un prostíbulo que regenteaba Enrique, también conocido como “El Manco”, hermano del intendente. Esa vez “Ruggierito” se enfrentó a balazos con tres atacantes, dejó a dos heridos y el tercero huyó.

Pronto se convirtió en la mano derecha del intendente y se hizo dueño de la prostitución y el juego clandestino en Avellaneda. Igual que Valea para los radicales de La Boca y Barracas, Ruggiero “hacía caja” para Barceló. Y si era necesario, su pistola y las de sus hombres estaban prestas para perpetrar lo que el caudillo conservador se sirviera mandar.

Dueño indiscutible del hampa de la ribera Sur del Riachuelo, “Ruggierito” no esperaba que desde la otra orilla alguien se atreviera a disputarle el territorio.

Alberto Barceló, el hombre que
Alberto Barceló, el hombre que manejó Avellaneda a fuerza de fraude y matones a sueldo

El atentado contra Gardel

El hombre de Avellaneda sabía bien quién era Valea y sospechaba que, tiempo atrás, había tenido que ver con el atentado en el que casi perdió la vida su amigo Carlos Gardel.

El sábado 10 de diciembre de 1915, Gardel convocó a sus amigos a celebrar su cumpleaños número 25 en el Palais de Glace, que por entonces era uno de los lugares preferidos de la juventud porteña para bailar tango.

Al terminar el festejo, en la madrugada del domingo, Gardel se despidió de sus amigos y salió con su amigo Elías Alippi. Apenas pisó la vereda le dispararon por la espalda.

Alippi y otros amigos lo subieron así herido a un auto y lo llevaron sin perder tiempo al Hospital Fernández, donde el médico de guardia comprobó que tenía una bala alojada en el interior del cuerpo, ya que no encontró orificio de salida. Poco después lo llevaron al quirófano, donde el cirujano comprobó que el plomo estaba en el pulmón izquierdo, pero que extraerlo era más peligroso que dejarlo allí.

La Isla Maciel en 1930.
La Isla Maciel en 1930. Escenario de enfrentamientos entre Valea y Ruggiero luego que el primero instalara prostíbulos allí

Gardel pasó varios días internado y luego terminó de recuperarse en su casa. El atentado había fallado, pero estaba seguro de que su vida seguía pendiendo de un hilo: en cualquier momento podían volver a tratar de matarlo.

La agresión había sido planeada por Juan Garesio, el dueño del “Chantecler” -por entonces uno de los locales más famosos de Buenos Aires – luego de descubrir que Gardel mantenía una relación clandestina con su pareja, Giovanna Ritana.

Garesio no contaba con matones propios, así que pidió ayuda para la ocasión. El autor del disparo había sido Roberto Guevara, un pesado de la banda de Valea.

Una vez recuperado de la herida, Gardel se refugió en el campo de un amigo, pero antes le pidió a Ruggiero que intercediera para que no volvieran a atacarlo.

-Juan, tenés que ayudarme. Garesio no se va a quedar tranquilo hasta matarme –le pidió Gardel a su amigo.

Ruggiero había hablado con Garesio y logrado que desistiera de su venganza. También le había dicho a Guevara que si volvía a meterse con Gardel iba a correr sangre.

El hombre fuerte del hampa de Avellaneda sabía muy bien que Valea era el jefe de Guevara y que éste jamás hubiera actuado sin su permiso.

Desde entonces lo tenía entre ojos.

Sucesos y el anuncio de
Sucesos y el anuncio de la muerte Valea mientras miraba correr un caballo suyo en el Hipódromo de Palermo

Declaración de guerra

La ambición del “Gayego” Valea pudo más que la prudencia, aunque intentó que su desembarco en Avellaneda fuera sigiloso. Empezó por instalar un par de pequeños burdeles y un garito en Dock Sud, pero Ruggiero no demoró en ser informado y lo vivió como una declaración de guerra.

Decidió esperar para dar el contragolpe, si quería escarmentar al “Gayego” el castigo debía ser fuerte.

La oportunidad no demoró demasiado. Envalentonado porque Ruggiero no daba señales de vida, Valea decidió inaugurar un prostíbulo más grande, donde también iba a funcionar un garito, en la Isla Maciel.

La noche misma de la inauguración, los hombres de Ruggiero irrumpieron en el local, asaltaron a los clientes y destruyeron las instalaciones.

A partir de ese momento se desató una guerra sin cuartel. Tiroteos en Avellaneda y en Avenida de Mayo. Los muertos se sumaban cada semana.

En uno de esos enfrentamientos, “Ruggierito” perdió a dos de sus mejores hombres, apellidados Montes de Oca y Lucachi, y recibió un balazo que casi le cuesta la vida también a él. Lo internaron en el Hospital Fiorito, pero ni allí estuvo a salvo. “El Gayego” mandó a sus hombres al hospital con la orden de rematarlo; si no lo lograron fue porque la banda de Ruggiero los esperaba y los recibió a los tiros.

El saldo superaba ya los cuarenta muertos y las bandas empezaron a sentir el impacto. Cada vez tenían menos hombres y eso debilitaba a sus jefes no solamente para seguir con la guerra que los enfrentaba sino ante cualquier otro que quisiera disputarles el territorio aprovechando la situación.

Así estaban las cosas cuando Valea citó al Gustavo Germán González en el Hotel Castelar y le pidió que armara un encuentro con Ruggiero para firmar la paz.

Era demasiado tarde.

El multitudinario entierro de Ruggiero
El multitudinario entierro de Ruggiero en Avellaneda

Finales sangrientos

Dos días después del encuentro con González, Julio Valea decidió ir al Hipódromo de Palermo, donde corría uno de sus caballos, Invernal.

En realidad, lo de ir al hipódromo no era tan así. Hacía tiempo que “El Gayego” tenía prohibida la entrada, de modo que hizo estacionar su auto en un lugar estratégico y se subió al techo para ver lo que ocurría en la pista.

No imaginaba que un hombre armado con un winchester lo estaba esperando desde las alturas del puente sobre avenida Dorrego. Cuando Valea se subió al auto con una pistola en la cintura y los prismáticos en la mano, “El Gordo” Carranza, uno de los hombres de Ruggiero, apuntó con calma y le disparó.

“El Gayego” murió antes de que su cuerpo tocara el suelo. No alcanzó a ver como Invernal cruzaba el disco con varios cuerpos de ventaja sobre sus rivales.

También en octubre, pero en 1933 –cuatro años después de la muerte de su rival–, le tocó “perder” a Juan Nicolás Ruggiero. El hombre fuerte del hampa de Avellaneda había ido al Hipódromo de La Plata y, de regreso, fue a la casa de su amante, Elisa Vecino, en el barrio de Crucecita.

Salió a las 9 de la noche sin saber que alguien vigilaba la entrada de la casa mientras otro matón esperaba al volante de un auto estacionado unos metros más allá. Apenas alcanzó a dar unos pasos antes de caer fulminado por un disparo de .45.

En Avellaneda se dijo que Barceló ya no lo necesitaba, pero otra versión de la época aseguraba que el asesino había sido uno de los hombres del ya finado Julio Valea.

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