Marcelo Tordomar tiene 56 años, está casado con Carola, es padre de Celina (23) y de Nicolás (19), con quienes vive en Pilar, trabaja como ingeniero electrónico en una empresa de telecomunicaciones pero su gran pasión son las carreras a pie más extremas y peligrosas del mundo, que se realizan en terrenos inhabitables para el hombre.
Hace 10 años que este ultramaratonista extremo descubrió un hobbie para el que se entrena durante todo el año, cuando se propuso dar un paso más como runner y se animó a participar de la dificultosa Carrera de los Andes, donde se recorren 100 kilómetros en tres días.
El ingeniero quiere completar las 25 carreras más extremas, y ya cuenta con 8 en su haber. Las anotó en un papel, las planifica minuciosamente y realiza una por año. Entre ellas, se incluye la Jungle Marathon en la Amazonia, considerada la más peligrosa del mundo por las altísimas temperaturas que los atletas deben soportar, sumado al 100% de humedad, recorriendo zonas donde la vegetación es tan frondosa que ni siquiera pasa la luz del sol y deben cruzar ríos en los que habitan serpientes, pirañas y caimanes, además del resto de la fauna propia de la selva.
También, corrió la Marathon Des Sables, en el Desierto del Sahara, donde los ultramaratonistas recorren 250 kilómetros en 7 días, divididos en 6 etapas, pero con 50 grados de sensación térmica y 0% de humedad. Completó Caminos del Inca, en Perú, a 4.200 metros de altitud y la Maratón de Hielo del Baikal, en Siberia, en la que con una temperatura de -40º tuvo que correr sobre un lago congelado. Participó del Ultra-Trail de Mont-Blanc, una ultramaratón en los Alpes, atravesando Francia, Italia y Suiza, donde los atletas recorren unos 171 kilómetros, con un desnivel positivo de unos 10 mil metros.
Ahora, acaba de volver feliz de Europa, ya que completó otra carrera extrema en los alpes italianos, con dos intentos fallidos en las ediciones 2018 y 2019. Se trata de Tor Des Geants, con un recorrido total de 340 kilómetros y un desnivel de 30 mil metros, sumado a la gran dificultad que presentan las subidas y bajadas de las pronunciadas montañas.
“30 mil metros equivalen a subir tres Everest, desde la base a la cima y se hace en 150 horas. Son 6 noches y 7 días. Hay seis bases-vida y, si no llegás a tiempo, quedás afuera de la carrera, por eso tenés que ir regulando desde la comida hasta el sueño. En esas bases te podés alimentar y dormir un rato. En 2018, de los 340 kilómetros de la carrera llegué hasta el kilómetro 220. Hice 4 días, durmiendo en total 3 horas y media. Mi cerebro estaba totalmente detonado y eso es peligroso, porque en la montaña podés seguir de largo, no doblar y desbarrancar. Así que decidí abandonar la carrera por falta de sueño, pero volví a intentar en 2019 con una mejor alimentación, fortalecimiento de los miembros inferiores, y entrenando en las escaleras. Estuve días subiendo y bajando -durante dos horas- las escaleras de la Facultad de Derecho. Así que llegué mejor preparado que en 2018, pero me lesioné en el kilómetro 260. Al comienzo de la carrera, me empezó a molestar la rodilla derecha y la lesión fue aumentando al punto que tuve que abandonar. Incluso, me esguincé ambos tobillos. Los que ganan esta carrera lo hacen casi sin dormir”, le contó Marcelo Tordomar a Infobae.
“El tema del sueño es uno de los puntos más críticos. Me hice un plan de carrera en el que tenía que dormir entre 1 hora y media, y 2 horas por cada una de las 6 noches. En promedio, dormí 1 hora 45 minutos por noche, lo cual es bastante poco. De hecho, en la sexta noche mi cerebro dijo “basta”. Tenía que llegar al último refugio pero lo encontré cerrado. Ya estaba muy cansado porque era la última noche y mi cerebro se anuló. Entré en un estado de desolación y aturdimiento... No era yo. hasta tuve una alucinación donde hablaba con la dueña del refugio y me decía que tenía que cerrarlo porque tenía una urgencia. Fue todo una fantasía. Seguí andando, pero me parecía que siempre estaba dando vueltas en el mismo lugar y que no avanzaba. Solo me faltaban 25 kilómetros para llegar y ya había hecho 320, pero me desvanecí al costado del camino. Quedé tendido durante una hora y media en medio de la noche, pero me desperté más recuperado. Es increíble cómo el cerebro se recupera con un poco de sueño”, explicó.
Con respecto a la alimentación, Marcelo contó que en cada base-vida puede comer de manera abundante y que, cada 10 kilómetros, hay unos puestos en los que se puede tomar caldo caliente, pasta con salsa, galletitas, queso, polenta, minestrone, jamón, pan y tarteletas dulces, además de bebidas como agua, gaseosa, té, café, o preparaciones isotónicas.
“Siempre me gustaron mucho los deportes. Jugué al rugby hasta los 25 años (en el club San Albano) y ahí empecé a correr 5 o 10 kilómetros por la calle. Pero en 2009 hice el Cruce de los Andes, atravesando a pie las montañas que unen la frontera con Chile, y ese fue el disparador de esa locura. A partir de eso, armé el listado de las 25 carreras a pie más extremas del mundo. Ahora, acabo de completar la octava y todas mis vivencias las comparto en mi blog, “Run Tordo”, donde incentivo a que la gente se anime a hacer actividad física”, indicó.
Marcelo anticipa que hace 5 años se está preparando para la próxima carrera, para la que aún no pudo clasificar, aunque se trata de la que más ansía participar. Se trata del Spartathlon, una carrera que se hace cada año en Grecia y que recrea lo que hizo Filípides hace 2.500 años, cuando los persas estaban por invadir Grecia y mandaron a ese soldado para pedir ayuda a Esparta, quien corrió de un lado a otro. Por eso, los atletas recorren 250 kilómetros en 36 horas.
“Soy ingeniero electrónico y trabajo en telecomunicaciones, pero las carreras son mi cable a tierra y con ellas trato de balancear el trabajo, la familia, los amigos y mi locura por correr. Para poder cumplir ese listado de 25 carreras, tengo que viajar, ya que en Argentina no se realizan. Por eso solo hago una por año”, destacó.
Para este ultramaratonista extremo, correr es una búsqueda de sensaciones que en el día a día, trabajando en una empresa, no puede encontrar. Disfruta de estar sólo y en contacto con la naturaleza, a pesar de los peligros que eso conlleva, ya que podría ser atacado por un animal o desvanecerse por las altas o bajas temperaturas.
“Hay momentos muy delicados, donde uno sufre y hay que cuidarse muy bien para no exponerse a riesgos innecesarios. A la noche, estás en medio de la jungla y con millones de ojos mirándote, mientras vos estás sólo. Disfruto mucho cuando paso la línea de llegada, después de haber atravesado tantas alegrías y sufrimientos, pero habiéndolos superado. Ese sentimiento de logro y de satisfacción es el gran motivador y la adrenalina que se convierte en un vicio natural y sano. Me lo pide el cerebro para salir un poco de la rutina”, confesó.
Marcelo asegura que el miedo siempre está, pero dice que la clave es tomar la decisión y vencerlo. Recuerda que cuando era chico vivía en una casa de Lomas de Zamora en la que siempre encontraba arañas pollito. Con su hermano, tenían terror de encontrarlas en el dormitorio, ya que varias veces se subieron a sus cuerpos. Todo eso le provocó una fobia que en la jungla pudo superar, cuando se encontró con las tarántulas del Amazonas que caminaban por sus pertenencias mientras dormía colgado en una hamaca paraguaya.
“Cuando me despertaba, miraba para abajo y estaba lleno de tarántulas en mi mochila así que, cuando tenía que bajar, debía hacerlo con cuidado para no pisar a ninguna. En ese momento, les perdí el miedo y me hice amigo de ellas. Pero hay otros miedos más complicados, como no poder terminar la carrera, las lesiones y no poder dormir. El sueño es uno de los factores más críticos, porque necesitás dormirte rápido para no perder tiempo. Vencer el miedo es parte de la alegría que siento cada vez que termino una de estas carreras, porque veo que fui capaz de lograrlo”, destacó.
Durante la competencia que realizó en el Desierto del Sahara, comprobó en carne propia las grandes dificultades de correr allí, ya que se desplomó por una fuerte baja del sodio y del potasio en su organismo. “No era por falta de agua, sino por falta de sal, porque me fui deshidratando sin darme cuenta. No tenía la realimentación de verme transpirar porque no había humedad y la recomendación era tomar un litro de agua por hora, con un gramo de sal. Pero en mi organismo eso no fue suficiente, así que al otro día aumenté la cantidad a dos gramos, pero tampoco me sentía bien, así que tomé tres y en quince minutos me pude reincorporar para terminar de caminar los minutos que faltaban”, recordó.
Regular la temperatura corporal en la jungla no es fácil y hay que estar pendiente de cuando ésta sube para poder parar y hacer que descienda, caso contrario, el atleta requerirá de suero Además, hay que hacer una profilaxis con seis vacunas y tomar algunos medicamentos para la malaria, la fiebre amarilla, la rabia etc.
Algunos tramos de las carreras extremas incluyen adentrarse en los pantanos. En una ocasión, Marcelo vivió una situación tan particular como peligrosa, cuando de repente se encontró con una anaconda que lo miraba pasar, mientras él iba atravesando el pantano.
“Iba rezando porque no me viniera a buscar (risas). Pero lo que uno aprende en la jungla es que, salvo con algunos insectos como mosquitos y hormigas, el resto de los animales le tienen miedo al hombre, así que solo hay que evitar no pisarlos y que no se sientan amenazados, porque ellos no te atacan. Una vez pasé por un sector donde se escuchaba el rugido tremendo de los jaguares y a la noche era un coro de aullidos, pero nunca vi a ninguno. Solo me atacaron los mosquitos y las hormigas. Por eso, en este último caso es importante evitar pisar el piso, porque enseguida se te suben y te empiezan a mordisquear la piel”, advirtió.
A la noche, la selva cobra vida: se despierta y parece una orquesta de rugidos y aullidos. Por eso, a los atletas les cuesta mucho poder dormir, sobre todo las primeras veces que participan de estas carreras extremas.
Para su mujer Carola y sus dos hijos, aceptar la pasión de Marcelo no fue una tarea sencilla, por el lógico temor a que pueda sufrir un accidente que ponga su vida en peligro. Por eso, cada vez que viaja, trata de llevarlos para tenerlos cerca y que minimicen la ansiedad. “Saben que tomo riesgos, pero que no me expongo innecesariamente, así que eso los tranquiliza. Ahora ya se acostumbraron, pero cuando jugaba al rugby tuve lesiones mucho más severas que en cualquiera de estas carreras extremas”, aseguró.
La edad de los ultramaratonistas extremos suele estar por encima de los 35 años. “Mis hijos no se enganchan a correr pero, como esto salta una generación, tengo la expectativa de poder correr con mis nietos (risas). Mis padres no hacían actividad física. Todavía me faltan 17 carreras extremas así que, en 17 años más, espero correr con mis nietitos”, dijo ilusionado.
Para aquellos que aún no se animan a hacer ningún tipo de actividad física, Marcelo les recomienda que busquen alguna que les de placer. Un punto motivador para darle continuidad al plan físico es ponerse objetivos. “Hay que buscar lo que te apasiona porque, una vez que lo encontrás, todo es mucho más fácil. ¿Sabés por qué? Porque sentís el placer de hacer algo que te gusta y eso no te lo quita nadie”, finalizó.
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