Lo levanta con orgullo. Lo mira, lo contempla. El título de Ingeniero Electromecánico es suyo. Lo acaba de estrenar. Hace un mes que Joel Sanchez se recibió luego de años de mucho esfuerzo. Algo que parecía imposible, fue posible. “Al calor del sol y con la ropa sucia en una finca me imaginé un día levantando el cartel de ingeniero electromecánico”, expresó el joven mendocino de tan solo 24 años en sus redes sociales.
Joel es el segundo hijo de cuatro hermanos. Nació lejos de las luces de la ciudad, en las afueras de San Martín, Mendoza. Ninguno de sus padres tuvo la posibilidad de estudiar, mucho menos de llegar a la universidad. El trabajo los llamó primero. Había que ayudar económicamente en la casa.
Todavía era un niño cuando el drama golpeó la puerta de su familia. A los 13 años perdió a su padre, que murió por un paro cardiorrespiratorio. Entre el dolor y la angustia de la partida, llegaron los problemas económicos. “Mi padre era el sustento de la familia. Hasta ese día mi madre era ama de casa, así que tuvo que salir a buscar trabajo, algo que no fue fácil”, le cuenta a Infobae. Nunca pudo obtener un trabajo formal. Solo changas.
Joel estaba decidido a cambiar su historia.
Nunca pasó necesidades básicas, pero tampoco sobraba nada en la mesa. Con 13 años ya trabajaba en la cosecha de uva en las fincas cercanas, una tarea sacrificada y mal remunerada. Partía de su casa a las cinco de la mañana y recién volvía por la noche. “Las uvas hay que cortarlas rápido, se hacen con las manos, se te rompen, te mojás. Todo bajo los rayos del sol de verano”. Había temporadas donde no podía alcanzar el objetivo exigido y no le pagaban lo prometido. “Tenés que ser rápido para llenar los baldes y no siempre podía”, explica. Sufrió explotación y maltrato, pero era la única salida que encontró para llevar un plato de comida a su casa.
Después de una larga jornada laboral, Joel llegaba y se ponía a estudiar para la escuela. “En el colegio conocían mi situación y la profesora me daba flexibilidad para hacer las tareas en casa si tenía que faltar”. Estaba seguro de que el estudio significaba su progreso y esa convicción, con una fuerte dosis de constancia, fue lo que le permitió recibirse.
La formalidad y la ciudad
A los 18 años pudo acceder a una pasantía en una prestigiosa constructora de la zona. Para eso, tuvo que mudarse a la ciudad. Todo un desafío porque nunca había dejado el campo. Se adaptó, le gustó y con un sueldo fijo, pudo seguir enviando dinero a su hogar.
Él quería seguir estudiando después de terminar la secundaria. A pesar de que algunos le repetían que no se hiciera ilusiones, se anotó en la Universidad Tecnológica de Mendoza. “Me sentía motivado para seguir estudiando, siempre había soñado con ser ingeniero aunque hubo gente que me desalentó: ‘es una carrera infinita’, ‘se necesita de muchos recursos’, ‘perderás años de tu vida’, escuché decir”. Hizo oídos sordos y siguió.
Lo que parecía una misión imposible, no lo fue. Durante los primeros cuatro años combinó los estudios y el trabajo. “No tenía fines de semanas ni salidas con amigos. Dejé de ver a mi familia por meses, todo el tiempo que tenía era dedicado a la universidad”.
Después, ese ritmo fue insostenible. Pudo ahorrar para solo dedicarse a sus estudios, ingenió su propio presupuesto que le permitió no necesitar de un ingreso estable. “Tomaba ofertas temporales durante las vacaciones de la universidad para juntar algo de dinero”. No fueron años fáciles.
Con medio año universitario por delante, en medio de la pandemia, llegó su primer contrato. Lo tomaron de la importante empresa Cartocor como Analista de Mantenimiento: un puesto que ama y del que se siente orgulloso. La posibilidad de una vida mejor estaba cerca. Su foco seguía claro: obtener su título.
En agosto de 2021 pudo alzar su trofeo, con todas las recompensas que eso implica. “Me recibí y al día siguiente me ascendieron”, dice con orgullo.
Joel no se detiene. Ahora quiere especializarse. Estudia idiomas: inglés y alemán. El próximo paso ya lo tiene decidido: un master en administración de empresas. “Sé que puedo más, no me voy a limitar. Tengo aún varias metas pendientes”. Una de ellas es ayudar a que otros jóvenes no tengan que atravesar el drama que superó él: se unió a Global Shapers Mendoza, una organización que tiene como objetivo que los niños no interrumpan su educación por falta de recursos. “Quiero que todos los chicos lleguen a la facultad”, sueña.
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