El cerebro del Robo del Siglo: de planear el golpe perfecto a ser amigo de famosos y candidato a mejor guionista de cine

Fernando Araujo lideró a la banda que en 2006 robó 15 millones de dólares del banco Río de Acassuso. A 17 años del día que se le ocurrió la idea, fue artífice de la taquillera película El robo del Siglo y lo nominaron en los Premios Sur

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En el mundo, no hay una historia como la de Fernando Araujo. Ni en el delito ni en el lado honesto de la vida.

El 13 de enero de 2006 fue el líder y el cerebro del Robo del Siglo al Banco Río de Acassuso, considerado uno de los más audaces e ingeniosos a nivel internacional. No sólo eso: cumplió casi el mismo rol en la producción y ejecución de El robo del siglo, protagonizada por Guillermo Francella y Diego Peretti. La película fue un boom: fue vista por más de dos millones de espectadores en Argentina. No sólo eso: Araujo fue nominado a mejor guionista en los Premios Sur, que se entregan en diciembre.

La película dirigida por Ariel Winograd, en la que además del guión Araujo participa en la producción, tiene ocho nominaciones.

En el mundo no hay un caso como el de Araujo. Es único en su especie.

Sin ser delincuente, nacido y criado en una clase acomodada de San Isidro, planificó el asalto más audaz de la historia criminal argentina: el Robo del Siglo al Banco Río de Acassuso, ocurrido el 13 de enero de 2006.

Era un hombre sin antecedentes, con estudios. Con padres decentes. La pregunta que se siguen haciendo los investigadores hasta hoy: ¿cómo se le ocurrió cometer el robo que es considerado uno de los más grandes del la historia?

El plan se le ocurrió en septiembre de 2004, hace 17 años.

En su atelier de investigaciones artísticas al que llamó One step beyond, en Olivos, Araujo pintaba, meditaba y leía desde los clásicos griegos a la obra completa de Nietzsche.

Por sus ventanas, sus vecinos podían escuchar desde música clásica hasta electrónica fina.

Pero en un momento, en septiembre de ese año, “extasiado” –según él dijo– bajo los efectos de la poderosa marihuana que cultivaba, se respondió una pregunta: ¿Cómo robar un banco causando el menor daño posible?

Lo esencial para él era no causar daño ni a los clientes del banco, ni a los rehenes. En su divague cannábico, pensó que los damnificados cobrarían no solamente lo que dice el seguro del banco sino todo lo que justificaran que tenían.

La respuesta se ejecutó como un gran plano secuencia de un director de cine: se inició actuando un robo express en planta baja y que solo tuvo como objetivo ganar tiempo para que pudieran vaciar las cajas de seguridad en el subsuelo.

Luego, fugar con dos gomones por el desagüe pluvial de Acassuso y burlar a más de 300 policías, con la prensa nacional transmitiendo en vivo cada momento. Antes de partir, Araujo dejó una nota en la bóveda: “En barrio de ricachones, sin armas ni rencores, es sólo plata y no amores”.

La Justicia calcula que se llevaron 15 millones de dólares.

La idea fue tan revolucionaria y vanguardista en el plano delincuencial que, 13 años más tarde, los miembros de la banda creen que inspiró gran parte de la trama de la exitosa serie española La casa de papel.

Araujo edificó el concepto del robo con todo lo que tenía a mano, desde sus conocimientos técnicos (cursó tres años de ingeniería electrónica) hasta los mas insólitos recursos artesanales. Lo llamó “un robo filosófico y espiritual”, en el que fundió técnicas de artes marciales (es profesor de jiu jitsu y karate) y conceptos del Arte de la Guerra, de Sun Tzu. Uno de ellos, esencial: “Sin armas ni violencia”.

El llamado líder o sensei, como le decían, creía en el equilibrio natural de los actos y que todo vuelve.

“Por supuesto que no fue una obra de caridad, pero si hacés las cosas dañando lo menos posible el equilibrio natural te lo devolverá”, dijo una vez. Y tal vez, en algún aspecto tuvo razón: fue condenado a 14 años de prisión, pero la Cámara de Casación le bajó la pena a 9 años por usar armas de juguete, pero en prisión efectiva estuvo solo un año y medio.

Araujo era un enigma. Conocer su historia y sus motivaciones era entender un poco mejor el origen del Robo del Siglo. ¿De qué estaba hecho el líder? Una vez me mandó un mail titulado “quién soy” en el que contaba, en pocas palabras, parte de su forma de vida:

“Nací en una familia acomodada y era lo que las maestras llamaban un alumno ejemplar. Podría haber sido contador, ingeniero, arquitecto, gerente de una empresa, filósofo, actor. A veces me pregunto cómo puede ser que una persona como yo, nacida y criada en zona norte, con estudios universitarios, fruto de una buena familia, de clase media alta, se haya dedicado a transitar por el lado marginal. Cuando uno empieza a conocer el submundo de la gente que delinque se da cuenta de que se trata de una estructura diferente, con otras necesidades. En mi casa nunca faltó nada, mi viejo es profesional, nadie de mi familia ni de mi grupo de amigos tiene antecedentes policiales. Muchos de ellos son cirujanos, artistas, músicos, contadores, poetas. No tienen nada que ver con el delito. Pero no sé, me aburrí y empecé a incursionar por ese sendero sinuoso.

“No soy creyente pero me considero un ser espiritual. Todo lo que uno da y hace en esta vida vuelve, para bien o para mal. Yo veía la vida de una manera filosófica. Nunca tuve un miramiento del no robarás por el mandato católico. Sí por el ético. A los 11 tomé la comunión con Jesucristo, a los 18 inferí que no existía. La idea del origen del universo y la idea del robo fueron las únicas veces que me generaron una serie de sensaciones en el cuerpo, que las considero señales del más acá; de mi propio interior, como dándole un visto bueno a mis ocurrencias.

“Me apasionan los deportes de aventuras: desde escalar montañas hasta tirarme en paracaídas. Doy clases de artes marciales, entreno a deportistas en forma particular y hago masajes shiatsu. Soy aficionado a la astronomía y al ajedrez. En la vida me he cruzado con buenos vinos y extasiantes flores cannábicas. Las artes plásticas me deleitan y absortan. Me gusta desarrollar mi técnica de pintura ‘reversetime’ y fumar cannabis mientras escucho a Mozart, lo que me eleva a las alturas de la creación. Mi debilidad son las mujeres. Me conmoví con el manifiesto surrealista y alguna vez lloré viendo una película. Creo que una mezcla de todo eso me llevó a ser quién soy, o mejor aún, lo que hice con todo eso. Como dijo Sartre: ‘Uno es, lo que hace, con lo que hicieron de uno’”.

¿Quién era Fernando Araujo? Estaba claro que durante un tiempo su máxima obsesión fue robar un banco. Si bien no era un ladrón pesado, de esos que derraman sangre por un botín, había protagonizado varios robos. El primero, según él, lo cometió cuando tenía cinco años. Por entonces iba al jardín de infantes del colegio San Nicolás de San Isidro. En el recreo le sacaba unos pesos de la cartera a su señorita y luego iba al kiosquito de la escuela, compraba mielcitas, gallinitas, chupetines, caramelos Sugus, y los repartía entre sus compañeros.

Recuerda que después de que lo hiciera cinco o seis veces, la maestra reunió a todos en el aula y les dijo:

–Bueno, chicos, acá hay alguien que se está equivocando, no sé quién es, pero está haciendo algo incorrecto y se queda con cosas que no son suyas.

Araujo, que estaba en ese colegio desde hacía dos años, le preguntó:

—Señorita, ¿quién es el ladrón?

Ella lo miró con dulzura, le acarició la cabeza y le dijo algo parecido a esto:

—No sé, Fernandito, yo sé que vos no sos. Te conozco de chiquito, pero este año entraron muchos chicos nuevos…

Araujo se sorprendía porque nadie sospechaba de él. Lo mismo le pasó años después, cuando robaba y seguía siendo insospechable para muchos. ¿Hasta qué punto lo conocían? ¿nadie se imaginaba que era capaz de robar por su aspecto y la clase sociocultural y económica a la que pertenecía? Acaso esas cuestiones eran el mejor disfraz o pasamontañas que encontró para robar. Se suele estigmatizar a la villa como refugio de delincuentes, aunque muchos de ellos –como los narcos poderosos- viven en countries en los que no aceptan a cualquier socio y para entrar hasta revisan el baúl del auto.

De robar a tener amigos famosos

En su periplo por las cárceles argentinas enseñó artes marciales a decenas de presos, algo inédito en la historia carcelaria. Araujo fue uno de los presos mas respetados no solo por sus pares sino también por los guardias del Servicio Penitenciario Bonaerense.

Más allá de que muchas personas quisieron conocerlo, unos pocos lo lograron. Araujo se convirtió en inspiración de músicos, escritores y deportistas.

Andrés Calamaro escribió un poema en su honor titulado “El ladrón renacentista” y lo invitó como columnista de su revista digital Nervio. Estuvo invitado a la avant premier de la película El ángel, donde se le acercaron a saludarlo desde el Chino Darín, Peter Lanzani hasta Cecilia Roth, quienes conocían su historia.

Fabián Casas le escribió un poema, la banda de rock Nolbelto le dedicó la canción Fugazetta, la pizza que pidieron a la Policía en un guiño hacia la fuga. A Araujo se lo solía ver en Bruni, restaurante que el músico Zorrito Von Quintiero tuvo que cerrar por la pandemia y la larga cuarentena en el país, viendo zapar a su amigo Fernando Samalea.

El ex campeón de Roland Garros, Gastón Gaudio, compartió asados con Araujo en la rivera de San Isidro.

Es más, el representante argentino olímpico de judo, Emmanuel Lucenti, quedó fascinado con el tratado de artes marciales que escribió Araujo. Una especie de lucha contra el tiempo, un desafío para cuerpo y mente.

En la actualidad está instalado en Vicente López, en un atelier al cual denomina Atelier de investigaciones artísticas One step beyond II. Pero ya no planea series. Pasó de ser acaso uno de los mejores ladrones de bancos a ser nominado como mejor guionista de cine.

Una vez, le pregunté que le molestaba de la gente. Araujo fue claro.

—Que me pidan plata y marihuana.

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