Alicia quiere escribir un libro sobre su papá. En su casa conserva recortes periodísticos, tapas de revistas, reseñas, autorretratos, medallas, condecoraciones. Solía sacarle una foto a alguno de estos retazos históricos y subirlos a su cuenta de Facebook. “Año 1951. Segunda oportunidad de cruzar el Canal de la Mancha”, dice una publicación. “Agosto de 1964. Capri - Nápoles ida y vuelta”, presenta otra. “Rosario. Puerto Nuevo” o también “Llegando de Rosario a Puerto Nuevo, Bs As”. El archivo lo guardaba, celosa, en carpetas y álbumes. Algunas los perdió en inundaciones y dos -uno de la hazaña Capri - Nápoles y otro de la gesta del Canal de la Mancha- se los robó una persona de su confianza. Pero esa es otra historia que prefiere olvidar.
La historia que desea contar es la de Antonio Abertondo, “Tono” para su familia, “el toro del Paraná” para sus fanáticos. Alicia conoce de memoria muchos hitos de su papá: “Se dedicó mucho a la natación, llegó a nadar más de cien horas. Hizo muchas cosas que nadie las hizo. Rosario - Puerto Nuevo, Canal de la Mancha ida y vuelta, Capri - Nápoles ida y vuelta, nadó en el Mississippi, nadó el río Nilo, cruzó el Estrecho de Gibraltar, tiene récord de permanencia sudamericana”. Pero no sabe todo. Al menos hasta ahora.
No sabía que había servido de musa de inspiración para Luis Alberto Spinetta. La canción “Doscientos años (Una parola)” integra el álbum “El jardín de los presentes” lanzado en 1976, el último trabajo del grupo “Invisible”, un trío musical que el Flaco lideró entre 1973 y 1977. Ese disco, que asume un sonido netamente urbano, contiene un tema que se hizo himno: “El Anillo del Capitán Beto”. La banda fue una raíz más del rock argentino.
“Esta canción tiene que ver con Abertondo”, dice Luis en la página 113 del libro “Spinetta: crónica e iluminaciones”, escrito por Eduardo Berti en 1988. “¿Quién?”, pregunta el interlocutor, desconcertado. Spinetta se ríe y asevera: “Abertondo, un nadador argentino que hacía records de permanencia en el agua e intentó, según creo, cruzar a nado el Canal de la Mancha. La canción tiene que ver con esas imágenes heroicas”.
-Yo pensé que, al llamarse “una parola”, hablaba de la inmigración, de los antepasados italianos que cruzaron la mar -asumió Berti.
-No, no tiene nada que ver con eso. La frase dice “doscientos años ¿de qué sirvió haber cruzado a nado la mar?”. Se refiere a las impotencias y las injusticias de la vida. Es como aquella expresión popular “¿para esto me operé?”. Siento que todas las acciones ciclópeas o quijotescas van a parar al tacho, a conclusiones como: “¿de qué sirvió?” o “¿para esto me operé?”.
Alicia no lo sabía hasta ahora. Tiene 73 años y vive en Boulogne. Su hermano dos años mayor y con el mismo nombre de su papá lo hace en Venado Tuerto, Santa Fe. Victoria Irma Marinari, su mamá, murió hace rato ya. A Alicia le quedan también esas imágenes heroicas que inspiraron a Spinetta a preguntarse de qué sirve cruzar a nado la mar. Para Abertondo, probablemente, nada especial. No cobraba por hacerlo. No gozaba de ningún rédito económico por materializar hazañas. Lo hacía porque le gustaba nadar, porque sabía que era bueno haciéndolo.
Nació en Beccar, partido de Vicente López, el primer día de agosto de 1918. Vivía a cuadras de la casa de Néstor Raúl Rossi, gloria de River, y de la playa de Punta Chica, una localidad en donde el Río Luján se desprende del Río de la Plata y penetra en la zona norte del conurbano bonaerense. Se escapaba al río solo. Aprendió a nadar ahí. Aprendió que Pedro Antonio Candioti -conocido como ”el tiburón de Quillá”- era un nadador argentino campeón mundial de permanencia en aguas abiertas y lo idolatró. Tanto que quería completar las gestas que su ídolo no había podido terminar. Candioti probó unir a brazadas Rosario con Puerto Nuevo, hoy Puerto Madero, cinco veces sin éxito. La marea traicionera, a la altura de la zona de Núñez, lo frenaba y lo devolvía.
Abertondo ya había cruzado el Río de la Plata, ya había nadado desde el Tigre hasta el Balneario Municipal, ya había emigrado para atravesar tres veces el Canal de la Mancha en tiempo récord, el Estrecho de Gibraltar, los ríos estadounidenses Hudson y Mississipi. Ya había intentado completar a nado la distancia por río que separan a Rosario de Puerto Nuevo: ya había fallado. Le pasaba lo mismo que a su ídolo: la corriente lo arrastraba de regreso. “Largó once veces -contó su hija-. Llegó hasta la zona de la capital y no pudo seguir. ‘Me vuelvo a largar en marzo, si no llego, no lo intento más’, me dijo. Y llegó”.
Era 1957. Dos años antes -el 16 de septiembre de 1955-, la proclamada Revolución Libertadora había derrocado el gobierno democrático del General Juan Domingo Perón. Primero asumió el presidente de facto Eduardo Lonardi. Al año fue reemplazado por Pedro Eugenio Aramburu, encargado de instrumentar la “desperonización del país”. Abertondo no había nacido de cuña peronista. Al peronismo lo mamó después. Nunca militó: trabajaba como empleado en Gath & Chaves (o, porteñizado, “gatichaves”). Hasta que Eva María Duarte de Perón lo premió con un puesto en la biblioteca del Congreso tras su primera gesta deportiva. Abertondo, convencido, se involucró en la defensa ideológica del peronismo.
En ese marzo, en su intento número doce, la bajante del río lo incentivó. Del otro lado, al sur de la ciudad de Buenos Aires, lo esperaban curiosos, periodistas y autoridades. “Comiendo uvas chinche y ravioles, nadó con un braceo tranquilo por el Paraná, que pese a la inundación del verano estaba tan calmo como una pileta. Con gente colgada en la barranca y sintiéndose ya la tapa de ‘El Gráfico’ (el máximo orgullo para un deportista amateur de la época), el 19 de marzo cumplió con éxito su cometido, para ofrecerle su triunfo ‘al General’ (cosa prohibida en esa época) que se encontraba en el exilio. Esta hazaña la consiguió en un tiempo de 80 horas 48 minutos, pero su máxima alegría fue recibir el abrazo de su amigo, el actor Luis Sandrini, que había estado alentándolo desde la ribera”, recupera el periodista Víctor Lupo en su libro “Historia Política del Deporte Argentino”.
La tapa de El Gráfico lo descubre bebiendo de una mamadera en medio del río. “La clave -dijo él-, además de la música, el aliento de mis acompañantes, fue la comida. Consumí frutas, caldos, mate cocido, pollo, jamón, y algo más sólido y caliente”. Otra foto de la gesta registra su dignidad y entereza: al llegar a Puerto Nuevo, una mano se ofrece a ayudarlo para sacarlo del agua. El nadador, con su palma extendida, aclara “subo solo”. La reseña la cuenta, orgullosa, su hija. Como cuando Alicia rememora una anécdota que procura retratarlo: “Al nadador de larga distancia no se lo puede tocar mientras está en competencia. Una vez, no sé quién fue y lo agarró en el agua. Él levantó la mano y dijo ‘salgo’. ‘Pero si nadie te vio’, le comentaron de su equipo. ‘Si lo hago, lo voy a hacer bien’, les respondió y abandonó”.
Alicia cuenta una versión distinta a la de Víctor Lupo. El periodista precisa que el nadador estuvo preso un año en el penal de Magdalena por celebrar una de sus hazañas con una gorra con la insignia del general Perón. Lo detuvieron por violar el decreto 4161 promulgado el 5 de marzo de 1956 que establecía la prohibición de elementos de afirmación ideológica o de propaganda peronista. La hija, que ese 19 de marzo había ido caminando con su mamá y su hermano hasta la estación de Beccar, desde donde se tomaron un tren hasta Olivos para subirse a una lancha de prefectura que acompañó el braceo de su padre, relata una historia más truculenta: “Cuando llegó a Puerto Nuevo, estaban esperándolo Aramburu y Rojas, presidente y vicepresidente. Cuando salió, (Isaac Francisco) Rojas lo estaba esperando, pero él era caprichoso. Dijo ‘no lo voy a recibir, no lo voy a recibir’. Y no lo recibió. Por eso terminó preso”.
Ya en libertad, volvió al nado en aguas abiertas. Cruzó el Estrecho de los Dardanelos y el Estrecho del Bósforo, ambos en Turquía. Atravesó el Nilo, uno de los ríos más largos del mundo, y el de La Plata, el más ancho. Unió, en sucesivas ocasiones, Bella Vista (Corrientes) con Hernandarias (Entre Ríos), Esquina (Corrientes) con San Lorenzo (Santa Fe), Bella Vista con La Paz (Entre Ríos) y Goya (Corrientes) con Diamante (Entre Ríos). Firmó la hazaña de nadar el golfo de Nápoles desde el continente hasta la isla Capri y desde la isla Capri hasta el continente. No fue su único nado doble.
Hizo, entre 1941 y 1971, 42 raids por el agua. Su mayor proeza fue inédita. El 20 de septiembre de 1961 saltó al Canal de la Mancha desde Dover, una ciudad ubicada al sur de Inglaterra. Ya lo había hecho tres veces antes: en 1950, 1953 y 1954. Pero esta vez sería distinto. 18 horas y 50 minutos después de haberse embarcado en el desafío tocó tierra francesa. Estuvo cuatro minutos sin nadar en Wissant y volvió a tirarse al mar. Nadó por el paso de Calais otras 24 horas y quince minutos. Volvió a Dover el 21 de septiembre tras una gesta que le insumió 43 horas y cinco minutos. “Los autos alineados en la costa rocosa con sus faros prendidos alumbraban la playa donde el ‘Gordo’, trastabillando, dio los cuatro pasos reglamentarios. Los fotógrafos no podían bajar, así que la única foto con la cara casi desfigurada por la sal del agua, la sacó un fiscal de la prueba. Al otro día, este fiscal logró venderla en cinco mil dólares, para la tapa del diario Daily Telegraph”, graficó el periodista Víctor Lupo.
Su hija reveló que Abertondo nadó, en aquella oportunidad, con una gorra que decía “Evita y Perón”. Semanas después, el nadador estaba en una casa de la calle José Arce, en un barrio residencial cercano a Madrid, participando del cumpleaños número 66 del General Perón, durante su exilio. Lupo reproduce el diálogo que habrían tenido esa noche:
- ¿Y el regreso, general?
- No hay que apurarse, Antonio. En política nunca hay que apurarse.
- Pero los muchachos esperan, General...
- Diez años, Antonio, por lo menos diez años hay que esperar.
Perón volvió al país el 17 de noviembre de 1972, once años después de aquel encuentro. Abertondo ya se había retirado por entonces. Con el regreso del peronismo, se encargó de organizar encuentros deportivos de natación. En 1973, por ejemplo, impulsó la Prueba de Aguas Abiertas entre la ciudad de Rosario y Buenos Aires, una competencia que canalizó a su vez las convulsiones políticas de la época. Abertondo, tal vez advirtiendo la vorágine de violencia política de los setenta, les había pedido expresamente a sus hijos que no se involucraran en política.
Le decían “el Gordo”, “Corchito”, “Boya humana”, “el toro del Paraná” o como decide recordarlo su hija, “Tono”. No tomaba alcohol, no fumaba. Era un monje, un hombre regio apasionado por la natación. “Una persona excelente, un gran papá, y un mejor abuelo, que adoraba a sus nietos”, describió Alicia, quien recuerda emocionada su casa llena de gente, de periodistas, de vecinos, de familiares. Lo recuerdan, también, un monolito en Dover, una placa en Colonia, el nombre de una pileta municipal en Beccar y el Salón de la Fama de la Federación Internacional de Natación Amateur.
Nunca obtuvo dividendos económicos por sus hazañas deportivas ni por sus proclamas partidarias. “No ganaba plata con la natación. Mi mamá murió sin tener su casa. Y las medallas de oro que pusieron de exposición en un club un día desaparecieron”, informó su hija. Antonio Abertondo murió el 6 de julio de 1978, a sus 59 años, en su casa de siempre. Un paro cardiorrespiratorio lo mató. La natación lo mató. Había llegado a permanecer durante más de cien horas ininterrumpidas en el agua. Tenía el corazón de un atleta. Un corazón, que al ser demasiado grande, un día falló.
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