El tríptico de esta historia, en una composición de tiempo y espacio, parte de los años 60´s, Tucumán y Caballito.
El matrimonio compuesto por los padres de un niño que tocaba de oído y perfectamente cualquier teclado que le pusieran enfrente, llamado Carlos García Moreno, invitaron a cenar a su casa a la cantante folklórica Mercedes Sosa, que se estaba haciendo muy famosa en este país. Y aprovecharon para que el nene haga su gracia, que era tocar cualquier pieza de Mozart o del cancionero popular italiano con solo repetir lo que estaba escuchando.
La madre de Charly estaba trabajando en la producción de Folklorísimo, gran programa de la radio en esos años, así que ahí conoció a muchos de los grandes del folklore argentino como Ariel Ramírez, Eduardo Falú o el matrimonio conformado por Mercedes y Oscar Matus, siendo ella el nexo entre su hijo y esas grandes figuras. Quedaban maravillados por la habilidad y el innato talento del pequeñajo, lo cuál impulsó el interés familiar en fomentar las dotes artísticas de ese chico raro con inmenso y poco ortodoxo carisma.
Durante la segunda mitad de la década, musicalmente hablando, lo más avanzado e interesante desde lo popular era el llamado mediáticamente Folklore de Proyección. Con estructuras tradicionales del estilo, nuevos poetas avanzaban sobre los pentagramas dotando a esas dulces melodías de palabras certeras y, en algunos casos, bastante combativas.
Los años siguientes encontraron a Mercedes Sosa probando suerte en Europa con su arte, sobre todo escapando de las balas oficiales. Y a los nuevos poetas exiliándose donde encontraran algún amigo en quien pudieran confiar y al chico de la extrema habilidad con el piano convertirse en la estrella del rock argentino más influyente de toda su historia.
Todo esto hizo que cuando Daniel Grinbank organizó una serie de recitales de Mercedes Sosa en Buenos Aires después del exilio, quienes más celebraron el regreso fueron los miembros de la comunidad rocker porteña, con Charly García a la cabeza. Ella tuvo el buen gusto de incluir en su repertorio algunas canciones de esos chicos que eran parte de la resistencia intelectual a la dictadura, de manera que gran parte del público que durante 13 noches colmó el teatro Opera en la Av. Corrientes para ser parte de esa esperada vuelta eran el mismo público de esos chicos de peinados raros. En esas gloriosas jornadas, además de acompañar a Mercedes sus viejos camaradas José Luis Castiñeira de Dios, Raúl Barboza, Ariel Ramírez y Domingo Cura, se sumaron las participaciones de Charly, León Gieco y una nueva figura del chamamé, que era Antonio Tarragó Ros. Contaba Mercedes Sosa que era tanta su emoción esa noche de debut, plasmada en ese brillante disco que es “Mercedes Sosa en vivo en Argentina”, que debió cantar sin mirar al público en ningún momento, porque no hubiese podido contener el llanto surgido de la emoción del encuentro del artista exiliado y su gente.
Ahí fue cuando muchos jóvenes se asomaron a los discos de la tucumana de oro, encontrándose con gemas como “Zamba para no morir” del enorme Hamlet Lima Quintana, con música de Norberto Ambros y Alfredo Rosales.
Aquí llegamos a la tercera pata de la historia: los integrantes del Nuevo Cancionero. Ellos eran los compositores de esas canciones con reminiscencias folklóricas básicas, pero con letras que eran elevada poesía comprensible para todos.
El Movimiento del Nuevo Cancionero Argentino nació a principios de los 60´s en Mendoza.
Fundado en el Circulo de Periodistas de Mendoza por Oscar Matus, su esposa Mercedes Sosa, Armando Tejada Gómez, Tito Francia y desde Buenos Aires por Hamlet Lima Quintana, en su manifiesto resaltaba su deseo de renovar el arte folklórico argentino.
Un par de fragmentos de ese Manifiesto cultural expresaban lo siguiente:
-Se propone depurar de convencionalismos y tabúes tradicionalistas a ultranza el patrimonio musical de este país.
-Buscará la comunicación, el diálogo y el intercambio con todos los artistas y movimientos similares de América toda.-
Después de eso empezaron a editar sus propios discos en un ambiente de absoluta libertad creativa, lejos del marketing y la farándula musical.
Matus y Tejada Gómez se instalaron en Buenos Aires, y en 1965 Jorge Cafrune -fuera de la programación y con enorme valentía- presenta por las suyas en el escenario principal del festival de Cosquín (el mayor festival de folklore del país), a la debutante Mercedes Sosa. ante la perplejidad de los organizadores que jamás le habrían permitido cantar ahí. Obviamente, por motivos políticos. Es conocida la reacción esa noche de uno de los mandamases del evento, Julio Maharbiz, que desconcertado ante la presencia de Mercedes comenzó a los gritos “¿Quién es esa mujer con pinta de sirvienta en medio del escenario?”. El tiempo, la única y gran convención humana, terminó poniendo todo en su lugar, como siempre.
Así se hacía nombre propio, en el fervor de la gente, el después llamado Folklore de Proyección, sumando a tipos como Daniel Toro, que lo hacían cada vez más popular.
Una de las canciones que mas trascendió al género fue la inmensa “Zamba para no Morir” de Lima Quintana.
“Romperá la tarde mi voz, hasta el eco de ayer.
Voy quedándome solo al final, muerto de sed, harto de andar
Pero sigo creciendo en el sol, vivo.
Era el tiempo viejo la flor, la madera frutal
Luego
El hacha se puso a golpear
Verse caer, solo rodar.
Pero el árbol reverdecerá
Nuevo.
Al quemarse en el cielo la luz del día, me voy
Con el cuero asombrado me iré.
Ronca al gritar que volveré, repartida en el aire a cantar
Siempre”.
Como en “La Cigarra” de María Elena Walsh -importante aprobadora del nuevo folklore que asomaba entre el incipiente movimiento del rock y la decadencia de las grandes orquestas del tango-, el mensaje que subyace en estas canciones es la plena seguridad que es imposible matar lo genuino. Que por mas balas o encierros que lleven a cabo, lo que es cierto reverdecerá en algún otro lado, gritado por otras bocas, cuidado por otras manos.
Hamlet Lima Quintana fue poeta, músico y cantor, tocaba piano y guitarra, al principio con Ariel Ramírez y después en otros grupos.
Fue también periodista de la sección política del diario Clarín y padre de 7 hijos de distintos matrimonios.
Creador de Juanito Laguna, protagonista de muchos cuentos infantiles que todos los baby boomers leíamos con entusiasmo en nuestros colegios, tiene un hermoso disco recitado al respecto: “Juanito Laguna remonta un barrilete”.
Eran tipos que hacían lo suyo a conciencia, valiente y heroicamente, en circunstancias poco amigables para mentes libres.
Recuerdo perfectamente la tarde que un hippie decoroso, en medio del parque, metió la “Zamba para no morir” en su tracklist al lado de “Dulce 3 nocturno” de Pescado Rabioso y “Jeremías, pies de plomo” de Vox Dei.
Éramos chicos con oídos más desestructurados que los actuales.
Y esa letra...
”Mi razón no pide piedad, se dispone a partir
No me asusta la muerte ritual
Solo dormir, verme borrar
Una historia me recordará
Vivo
Veo el campo, el fruto, la miel, y estas ganas de amar
No me puede el olvido vencer
Hoy como ayer, siempre llegar.
En el hijo se puede volver
Nuevo
Al quemarse en el cielo la luz del dia, me voy
Con el cuero asombrado me iré
Ronca al gritar que volveré, repartida en el aire a cantar
Siempre”.
Escuchar esta canción en la voz conmovedora de Mercedes Sosa puede reconciliar un corazón gastado de penurias con el entorno, lleva a mirar para adelante sabiendo que pueden venir como un tsunami los malos ratos, arrasando con nuestras tenues esperanzas, pero jamás serán capaces de doblegar lo genuino de nuestras vidas.
El rock argentino mucho le debe a estos ilustres compositores, que con todo en contra supieron perpetuar un mensaje positivo, de una belleza singular, profunda, indeleble. Una excursión musical a nuestro germen, eso son estas canciones.
Revisitarlas lleva a encontrarnos con ventanas nuevas cada vez.
Porque así son estas canciones, nacieron para no morir.
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