“Mi adorable tesoro: Sólo cuando estamos apartados de quienes amamos, sabemos cuánto les amamos (…) Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia (…) Desde casa me trajeron aquí, a Martín García, y no sé por qué estoy aquí ni me dicen nada (…) Cuídate mucho y no te preocupes por mí, pero quiéreme mucho porque necesito tu amor más que nunca (…) La lancha llegará dentro de media hora. Mis últimas palabras en esta carta serán para pedirte calma”, decían las páginas escritas por Juan Domingo Perón a Eva Duarte el domingo 14 de octubre de 1945.
El coronel había sido llevado a Martín García el día anterior a bordo de la cañonera “Independencia”, detenido por orden del presidente Edelmiro Farrell. Había dormido mal y algo de eso se reflejaba en la letra de la carta que escribía con su propia lapicera sobre las hojas de papel blanco que le habían alcanzado.
Frente a él, sobre la mesa, tenía unas pequeñas fotografías de la mujer a quien estaban dirigidas sus palabras y que, en una historia vertiginosa, ocho días después se convertiría en su esposa. Perón escribía mientras veía por la ventana de su habitación la frondosa vegetación de la isla que ya había sido cárcel de dos presidentes argentinos.
Ese coronel preso aún no era el Perón que marcó un antes y un después de la Argentina. Y muy probablemente no imaginara en ese momento que en 72 horas comenzaría a serlo. Solo podía saber que lo habían llevado a la isla para sacarlo del juego. Como había sido con otras figuras importantes de la vida política.
La “Isla del Diablo” del Río de la Plata
Desde los tiempos del Virreinato, la isla Martín García -en aguas marrones de un río bautizado por la fiebre de la plata- había sido utilizada para mantener detenidos a los criminales más peligrosos de Buenos Aires y Montevideo. La elección del lugar era azarosa, ya que su ubicación, cerca de la desembocadura del Río Uruguay, hace que las aguas corran con mucha fuerza por lo que era imposible escapar a nado.
Como en la famosa Isla del Diablo en la Guayana francesa, el intento de fugar hacia la costa más cercana era una segura condena a muerte.
A fines del siglo XVIII los presos cumplían sus condenas haciendo trabajos forzados: desde la construcción de las fortificaciones de la isla y la guarnición militar, hasta la extracción de granito a fuerza de pico de las canteras para fabricar adoquines destinados a empedrar las calles de Buenos Aires. También desmontaban el bosque y fabricaban ladrillos.
Incluso llegaron a ser “militares” forzados. Entre 1767 y 1776 muchos de ellos fueron entrenados en el manejo de armas de artillería para defender la isla de los posibles ataques de las tropas portuguesas.
El fin de la colonia también decretó el final del penal en la isla, que quedó prácticamente abandonada entre 1810 y 1881, cuando la cárcel fue remodelada y abierta nuevamente para destinar a los criminales más peligrosos.
En 1896 se transformó en Penal Naval Militar para los marinos sancionados por faltas disciplinarias graves.
Recién con el nuevo siglo llegarían los presos que la harían famosa: los políticos.
Yrigoyen, de la Rosada a la isla
El primer golpe de Estado del Siglo XX le encontró una nueva utilidad a la isla-cárcel del Río de la Plata. El 6 de septiembre de 1930, el general José Félix Uriburu derrocó al presidente constitucional, el radical Hipólito Yrigoyen, y una de sus primeras medidas fue enviarlo preso a Martín García. Ni la edad del presidente depuesto, 78 años, ni su precaria salud hicieron mella en su decisión de confinarlo allí.
Desde la isla, el ex presidente hizo pública su defensa y denunció a los golpistas en tres cartas enviadas a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
En lo que se conoce como su “Primer Escrito de Defensa” decía, con su particular estilo: “No renegaré jamás de mis convencimientos, porque ellos se subliman en mi fuero íntimo para llenar el cometido de mi vida y su desvío me espanta como una profanación”.
E insistía: “Y no debo retraerme para decir que jamás me alcanzarán con ninguna malevolencia ni malignidad, porque mi vida, realizada en todo sentido con las más absolutas integridades y probidades y pasadas por el yunque de todas las comprobaciones, les contesta con el más justo desdén”.
Su primera estadía en la isla – pero no la última – se prolongó durante casi dos años, hasta que le permitieron regresar a Buenos Aires.
Alvear y Don Hipólito, “golpistas”
Marcelo Torcuato de Alvear fue el segundo presidente constitucional elegido por sufragio universal masculino. Había gobernado sin sobresaltos entre 1922, cuando había sucedido a Yrigoyen, y 1928, cuando volvió a dejarle el sillón de Rivadavia a Don Hipólito para que iniciara su segundo – y frustrado -mandato.
Al dejar la presidencia, Alvear decidió alejarse un tiempo de la Argentina y se radicó en Paris durante cuatro años, acompañado por su mujer, la cantante lírica Regina Pacini.
Volvió en 1932 y encontró al país convulsionado, casi al mismo tiempo que Yrigoyen regresaba a Buenos Aires después de su encarcelamiento en Martín García.
El año anterior, en las primeras elecciones fraudulentas de los tiempos que pasarían a la historia como “la década infame, había sido “elegido” presidente el general Agustín Pedro Justo, con el apoyo de los sectores más conservadores del país, incluyendo a algunos destacados políticos del partido de Yrigoyen y Alvear, la Unión Cívica Radical.
El clima político estaba en constante ebullición. La mayoría del radicalismo y los socialistas se oponían al gobierno fraudulento de Justo.
En diciembre de 1932, Justo acusó a los radicales de encabezar un plan subversivo para derrocarlo y mandó a detener a los principales dirigentes del partido. No se equivocaba en cuanto a los planes de la UCR, por entonces proscripta, apoyada por un sector del Ejército: pretendían sacarlo de la Casa Rosada y reemplazarlo por una Junta Revolucionaria transitoria, integrada por civiles y militares, que llamaría a elecciones limpias.
La asonada fracasó al ser descubierta dos días antes de su ejecución por la detonación accidental de una bomba en una casa donde había información y nombres de los rebeldes.
Radicales insulares
Alvear fue detenido y enviado a Marín García, pero no fue solo: lo “acompañaron” los dirigentes radicales Honorio Pueyrredón, Carlos M. Noel y José P. Tamborini - que años más tarde sería candidato a presidente por la Unión Democrática enfrentando a Juan Domingo Perón – y el ex ministro de Guerra de Yrigoyen, general Luis Dellepiane.
Don Hipólito no se salvó de las garras de Justo; a pesar de sus 80 años y su salud cada vez más comprometida fue también enviado preso a la isla.
“A Yrigoyen se le permitió volver antes, porque estaba muy enfermo. Por primera vez, Alvear conocería, ya sexagenario, las privaciones, la humillación, las condiciones inhumanas a que lo sometería el presidente Justo, su ex ministro de Guerra, quien le debía la carrera y la presidencia. Acostumbrado a todos los refinamientos, Marcelo supo, sin embargo, adaptarse a la situación. Se lavaba la ropa e iba a la cocina, pava en mano, a prepararse el mate. Sería también esta una oportunidad de valorar el amor de Regina que, para visitarlo, desafiaba el río y las inclemencias del tiempo. Fue un terrible verano en el que Marcelo permaneció preso en un barracón de la isla, agobiado por los mosquitos y bañándose en una única canilla con otros centenares de detenidos políticos, Regina cruzó más de cincuenta veces el río en una barca, a veces desafiando furiosos oleajes, para llevar mudas, comida y aliento a su marido”, relata un artículo titulado “El Exilio de Alvear en Martín García”, en Belle Epoque - La Argentina del Centenario.
En 1933, poco después de volver de la isla, ya muy grave, Hipólito Yrigoyen murió en su casa de Buenos Aires. Sus restos fueron despedidos por una manifestación multitudinaria.
El desplazamiento de Perón
El 8 de octubre de 1945, justo en su cumpleaños, el coronel Juan Domingo Perón pareció perder definitivamente la lucha de poder que libraba en las entrañas del gobierno encabezado por el general Edelmiro Farrell.
Ese día, un grupo de oficiales encabezados por el jefe de la guarnición de Campo de Mayo, general Eduardo Ávalos, logró finalmente desplazarlo de sus tres cargos: vicepresidente, ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión Social.
Fuera del gobierno, el coronel no dejó de moverse. Entre el 9 y el 10 de octubre, mantuvo un encuentro con varios líderes sindicales, entre ellos Cipriano Reyes. En la reunión le hicieron saber que estaban preocupados por la situación y que lo necesitaban como líder del movimiento obrero. De allí salió la idea de realizar un acto de despedida frente a la sede de la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.
El gobierno lo autorizó a hacerlo y el resultado fue inquietante. Perón hizo un encendido discurso ante más de setenta mil obreros movilizados.
Farrell entendió que no bastaba con desplazarlo sino que había que sacarlo definitivamente del juego. Aunque después del acto Perón se había ido de Buenos Aires y salido de la escena, mandó a detenerlo a la isla del Delta donde se había refugiado.
El 13 de octubre lo subieron a la cañonera “Independencia y lo llevaron preso a Martín García.
Dos cartas desde la isla
Al día siguiente de llegar a la isla, Perón escribió dos cartas. Una de ellas estaba dirigida a su amigo, el coronel Domingo Mercante; la otra a la “Srta. Eva Duarte”.
A Mercante le decía: ”Con todo, estoy contento de no haber hecho matar un solo hombre por mí y de haber evitado toda violencia. Ahora, he perdido toda posibilidad de seguir evitándolo y tengo mis grandes temores que se produzca allí algo grave... Le encargo mucho a Evita, porque la pobrecita tiene sus nervios rotos y me preocupa su salud. En cuanto me den el retiro, me caso y me voy al diablo”.
A Evita le escribió unas líneas amorosas, pero también parecía admitir que ya no le quedaban recursos para seguir peleando: “Hoy he escrito a Farrell pidiéndole que me acelere el retiro, en cuanto salgo nos casamos y nos iremos a cualquier parte a vivir tranquilos... ¿Qué me decís de Farrell y de Ávalos? Dos sinvergüenzas con el amigo. Así es la vida... Te encargo le digas a Mercante que hable con Farrell para ver si me dejan tranquilo y nos vamos al Chubut los dos... Trataré de ir a Buenos Aires por cualquier medio, de modo que puedes esperar tranquila y cuidarte mucho la salud. Si sale el retiro, nos casamos al día siguiente y si no sale, yo arreglaré las cosas de otro modo, pero liquidaremos esta situación de desamparo que tú tienes ahora... Con lo que yo he hecho estoy justificado ante la historia y sé que el tiempo me dará la razón. Empezaré a escribir un libro sobre esto y lo publicaré cuanto antes, veremos entonces quien tiene razón”, le decía.
Sin embargo, le quedaba una carta por jugar.
Un informe médico falso
En la misma lancha que llevaría las cartas de Perón a Buenos Aires llegó un oficial del Ejército. El capitán médico Ángel Mazza había navegado hasta la isla con una misión precisa: interiorizarse por el estado de salud del Perón.
En la isla se reunió a solas con el coronel detenido y le dio una indicación;
-No se deje revisar por nadie. Yo le voy a presentar un informe de su salud a Farrell.
Al día siguiente, 15 de octubre, Mazza llegó a la Casa Rosada con una carpeta y se la dio al presidente. En su interior había dos radiografías y un informe médico. Era todo un engaño: Las radiografías de pulmón que contenía la carpeta no pertenecían a Perón, sino que las había sacado de la historia clínica de otro oficial en el Hospital Militar, y el informe médico basado en ellas era dramático.
-Mire, mi general, hay que hacerle un examen clínico urgente, en un hospital, porque si no las Fuerzas Armadas y el gobierno van a cargar con la muerte de Perón – le dijo al atónito Farrell.
Asustado, el presidente ordenó que trajeran al preso cuanto antes y lo internaran en el Hospital Militar. Perón volvió de la isla Martín García dos días después y fue trasladado al Hospital, como había recomendado Mazza.
Desde allí, el coronel tendría su 17 de octubre.
La paradoja de Frondizi
La cárcel de Martín García fue cerrada en 1957 por la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu y en 1958, poco después de asumir la presidencia de la Nación, Arturo Frondizi ordenó que se la declarara “Lugar Histórico”. No podía imaginar que sería él mismo, su último huésped encarcelado.
Frondizi fue derrocado el 29 de marzo de 1962 y ese mismo día trasladado a la isla que – en los papeles – ya no era una cárcel. Lo alojaron en la casa del Segundo Jefe de la Isla (hoy sede de la Comisión Administradora del Río de la Plata).
Frondizi estuvo en Martín García casi un año, hasta el 6 de marzo de 1963, cuando lo sacaron de allí para llevarlo a la residencia Michay, ubicada en la laguna El Trébol, en San Carlos de Bariloche.
Fue allí una de las pocas veces que el ex presidente habló de su estadía en la isla-prisión. Entrevistado por un periodista del diario Río Negro, contó:
-Me envolví en largas soledades, que me enriquecieron espiritualmente. Escuchaba música, leía diarios, revistas y libros. No escuchaba radio. Alguna vez vi películas en televisión.
En un momento de esa charla, incluso, pareció que había vivido ese encarcelamiento como un descanso:
-El trato que se me dispensó fue correcto. Tras un proceso ininterrumpido de pública actividad acentuado en los años de ejercicio del gobierno, este sosiego y la meditación contribuyeron a esta elevación espiritual de la que me siento feliz, porque puedo ofrecerla a la causa que enrolo en mi vida, es decir, la unión nacional - dijo.
Después de Frondizi, la isla Martín García dejó de ser definitivamente una cárcel. En 1983 fue declarada Monumento Histórico Nacional y Reserva de Flora y Fauna.
Hoy es un destino turístico diferente – poblado de historias y memoria - a pocos kilómetros en lancha desde Buenos Aires.
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