Avenida Cramer 2704 -en su esquina con Pedro Ignacio Rivera- es la dirección exacta que eligieron estos dos amigos para lanzarse de lleno al mundo gastronómico. No escogieron una dirección al azar, ni mucho menos una fecha ordinaria para abrir las puertas de su emprendimiento.
Eduardo Demaestri (47) es actor, director de teatro y fundador del espacio educativo en inglés llamado The Performers. Durante décadas, su universo estuvo ligado a lo creativo. Jamás pensó que cerca de cumplir cincuenta años una pandemia lo obligaría a resetear su profesión.
A Guillermo Sznajder (45), hoy devenido en socio de Eduardo, le pasó algo similar. Siempre estuvo vinculado al mundo del entretenimiento. De hecho, se conocieron trabajando. “Era encargado de la puesta de luces, y sonido en la escuela que dirigía Eduardo. No solo eso, allí conocí a mi esposa, con la que formé una familia y quedamos todos amigos”, le cuenta a Infobae.
Reviviendo la esquina del barrio
Cosa del destino o casualidad, muchos años antes de trabajar juntos, tanto Guillermo como Eduardo eran habitués de las varias parrillas que supo alojar esa icónica intersección de Belgrano y hoy les pertenece. “Hace 25 años, cuando se llamaba La Herencia de Juan, venía a comer junto a mis viejos y hermanos, porque crecí por esta zona. Cualquier vecino de la zona reconoce esa esquina, guarda su historia ”, dice Guillermo.
Más de una vez, Eduardo fue a comer ahí con sus hijos. “Cuando ví que había cerrado me dio pena, y así como algo al pasar soñé con revivirla”, destaca.
Cuando el mundo paró por la pandemia, el teatro, las escuelas, el turismo y la gastronomía fueron los rubros más afectados por la inactividad. “Nos hicimos mucha mala sangre porque nos quedamos sin laburo”, coinciden ambos.
Eduardo hizo lo suyo “Traté de migrar al mundo digital con mis obras de teatro, funcionaron, pero el teatro necesita del público en vivo”, explica.
Guillermo tuvo que hacer malabares para mantener el restaurante que abrió meses antes de la llegada de la pandemia. “Me cuestioné por qué me había metido en este universo, ¡si ya tenía mi profesión encaminada!”, admite.
Con más tiempo ocioso, y sin ganas de bajar los brazos a pesar del contexto desfavorable, en un encuentro de fin de semana los amigos gestaron el nuevo emprendimiento. “Veníamos hablando hace meses de tener un lugar para pasarla bien, escuchar música, y picar algo rico”, coinciden.
Y siguen: “Cuando uno se involucra en algo así, el gran motor es la amistad”, dice Guillermo. Es un círculo que se repite entre ellos: se conocieron trabajando, se hicieron amigos y hoy estrenan el título de socios.
Al bar lo llamaron Malasangre. Un juego de palabras que hace referencia a la amargura que les generó la inactividad. Pero lejos de quedarse en la queja, decidieron pasar a la acción. “Ahora, revirtamos la malasangre”, explica Eduardo.
Los socios fusionaron sus pasión por las artes, sus viajes por el mundo y la coctelería para dar vida a su nuevo emprendimiento. “Todos tuvimos la fantasía de algún día tener un bar, bueno, hoy podemos decir que se hizo realidad”.
Abrieron hace una semana, luego de cinco meses de obras y una importante puesta a punto. El barrio recuperó su esquina, y los vecinos incorporaron un sitio de ocio. No solo eso, emplean a 18 personas.
“La verdad nos sorprendió la recepción de los vecinos. Los lunes y martes hay menos movimiento, el resto de los días es más convocante. Los fines de semana se llena”, coinciden.
La resurrección de un clásico
La gran apuesta es la barra apta para 50 personas, al igual que la distribución del bar, ya que poco se distinguen los límites entre el exterior y el interior. “Las baldosas de la vereda que invaden el local. Todo fue pensado para estos tiempos donde es necesaria la ventilación y la circulación constante”, resaltan.
Allí se puede tomar vermú, el gran protagonista en sus tres estilos bien marcados: el rosso, dulce y mítico, producido por los propios amigos. Su carta se extiende a más de 30 etiquetas. “Poder producir nuestra propia malasangre nos da orgullo”.
También hay gin, vodka, licores y aperitivos. Porque como bien dice el lema del lugar “vermú bar para quienes tienen sed de experiencias”. Todo se acompaña de un tapeo clásico gourmet.
No todo es para brindar. A diario hay presentaciones de jazz y otros géneros en vivo. Ingeniosos y creativos, también filmaron una miniserie de ciencia ficción en Malasangre.
Un poco descreídos, todavía no dimensionan que hace más de dos décadas ellos eran apenas jóvenes, clientes de la parilla de su barrio, lugar de encuentro familiar es propio, y es un vermubar.
Fotos: Nicolás Stulberg
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