La maestra que adoptó a una alumna de 17 años después de que la joven abandonara el colegio

Miriam Coronel, docente de lengua y literatura, le pidió a una alumna que le dijera a Camila que “la profe la extraña y la quiere ver”. Al día siguiente, Camila volvió a clase y la maestra inició las gestiones para tramitar la adopción. La historia de una familia con tres hijos adoptados que guardan vínculos con su familia biológica

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Camila fue alumna de la
Camila fue alumna de la escuela secundaria de Miriam: a los 18 años, ya con mayoría de edad, aceptó ser adoptada por su ex maestra

La veía todos los días, sentada en el último banco del aula. Tímida, con pocas intervenciones en clase pero aun así, una alumna aplicada. Hasta que Camila dejó de ir a la escuela. Ella esperó que pasara una semana hasta que, presa de la curiosidad, indagó: “Me llamó la atención su ausencia. Preocupada, le consulté a la preceptora”, le cuenta a Infobae, Miriam Coronel, docente de lengua y literatura de 42 años.

Un año después, Camila, ya con 18 años, está sentada en la larga mesa de la casa de campo de la familia Marchese Coronel. No está sola: la acompaña Miriam, que ya no es más su profesora, sino su mamá. Al lado está Néstor, su papá de 50 años, y enfrente sus hermanos Ian, de 14, y Lorenzo de 12, también adoptados. A estos almuerzos familiares a veces se le suman los parientes biológicos de Camila. Bien lo explica Miriam: “No es tarea sencilla. El logro radica en construir desde la individualidad de cada uno, y comprometerse en que el vínculo sea fuerte y prospere. Esta familia es así hoy y ahora, tal vez algún día pueda ser diferente”, acepta.

Miriam vive en San Andrés de Giles, una localidad bonaerense ubicada a unos 103 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires. Ella, oriunda de Chascomús, se mudó luego de casarse con Néstor en 2011. Aunque siempre estuvo en los planes formar una familia, supo que jamás podría concebir. A los 12 años le diagnosticaron un tumor en el útero que le impide gestar. “Después de consultarle a mi obstetra y a mi ginecólogo decidí no traer un hijo al mundo si eso implicaba arriesgar mi salud. Aunque a Néstor le costó, me apoyó en la decisión”, recuerda.

Por un tiempo pusieron en pausa el proyecto de la familia completa: solo por un tiempo. El anhelo nunca se apagó. La pareja siempre estuvo rodeada de sus propios ahijados, de los hijos de sus amigos. Esos vínculos les enseñaban el camino hacia la adopción. “No tengo la orden de respetar un mandato social y nunca lo tuve. Realmente quería ser madre por elección”, resalta.

Miriam, Nestor, Ian, Lolo y
Miriam, Nestor, Ian, Lolo y Camila, la familia Marchese Coronel de vacaciones en la playa

No hay una sola manera de ser padres

La mejor amiga de Miriam es adoptada. “Escuchándola hablar me animó a conocer ese mundo. Pasamos un buen tiempo hablando, investigando e integrándonos en grupos sobre la adopción que tenían el mismo deseo que nosotros”.

Empezaron el proceso a principios de 2017. “Una compañera de trabajo me mandó un flyer para una charla informativa en la Ciudad de Buenos Aires y fuimos. El encuentro fue iluminador”, recuerda. El paso siguiente fue anotarse en el Dirección Nacional del Registro Único de Adoptantes. Lo que supieron desde el inicio es que querían adoptar a niños de cero a diez años y no bebés de apenas días. “Ya estamos grandes para cambiar pañales”, apunta.

La Ley 26.994 modificó los plazos y las posibilidades para la adopción. A su vez, comprende un cambio de paradigma: el derecho de niños, niñas y adolescentes a vivir en familia, a la identidad.

A veces, Camila va a
A veces, Camila va a visitar a su hermana al hogar y a sus padres biológicos

Pero un llamado cambió todo. Sonó el teléfono de Néstor. Del otro lado era alguien del juzgado que llamaba para informar que había dos chicos, Ian y Lolo, a la espera de un hogar. “La llamé a Miriam y le pregunté cuáles eran sus planes para el martes próximo. Sin darle precisiones, le pedí que suspenda toda su actividad”, relata.

El encuentro entre padres e hijos se dio a la semana. Los chicos ya habían pasado por dos casas de familia con vinculaciones fallidas, es por eso que esta vez todo se hizo con cautela. En agosto de 2017, los niños llegaron a su nuevo hogar rodeados de amor y naturaleza. “Tenemos un hermoso espacio para criar chicos porque el campo es grande y las actividades sobran. Hay que trabajar en la huerta, correr las vacas. Acá siempre hay algo por hacer”.

Lolo en bicicleta por el
Lolo en bicicleta por el campo, su hogar desde 2017

La alumna, la hija

Camila era una estudiante introvertida. Miriam era su profesora de lengua. Hasta entonces, no había un vínculo establecido, más que el institucional. Después de que pasara una semana sin verla en clase, se preocupó. “Cuando me enteré de la situación dramática en la que estaba, que vivía en un hogar de chicos, decidí mandarle un mensaje a través de otra alumna. ‘Decile que la profe de práctica del lenguaje la extraña y la quiere ver’”, al día siguiente, Camila estaba otra vez tomando notas en clase.

Había algo de Camila que conmovía a Miriam.

La familia volvió a abrir las puertas de su hogar. Los primeros encuentros fueron espaciados y breves. A medida que pasaba el tiempo, la presencia de Camila era cada vez más importante. Miriam accedió a ser su referente afectivo.

Hasta que un día, la vio flaca, angustiada y no toleró más ese contexto hostil. “Dije ‘basta, no puedo verte así, venite a vivir a casa’. En las instituciones los chicos no tienen un adulto referente y están despersonalizados, eso tiene efectos graves en la salud emocional y cognitiva”, resalta la docente.

Néstor presentaba reparos en la decisión de su esposa: tenía temor de encariñarse. “Le daba miedo perderla porque ya tenía 17 años. ‘Va a crecer, se va ir’, me comentaba. Pero yo pensaba distinto: el vínculo crecerá hasta donde tenga que llegar”.

Camila y Miriam, parte de
Camila y Miriam, parte de la familia Marchese Coronel

En otra reunión familiar hablaron los cuatro integrantes de la familia y tomaron la decisión de sumarla de forma legal. Firmaron la guarda en diciembre de 2019. A los seis meses se dio la audiencia para renovar el proceso o concretar la adopción. Al ser mayor de edad, la decisión era de Camila. “Fue como un casamiento, tuvo que responderle al juez ‘¡sí, quiero!’”, recuerda Miriam. En noviembre de 2020, la sentencia de adopción quedó firme.

Camila incorporó el apellido de Néstor. Le construyeron un cuarto para ella sola. Está cursando el anteúltimo año de la escuela secundaria y disfruta de esta etapa sin angustia ni preocupaciones. Cuando tiene ganas visita a su hermana en el hogar y a sus padres biológicos que no pudieron criarla.

“Tiene su libertad. Conocemos que ese es su origen. Al igual que mis otros hijos. Los padres adoptivos somos los responsables de que se mantenga ese vínculo”, advierte Miriam, que procura no romantizar el caso. La pareja entendió que el concepto de familia es polisémico: “El afecto se comparte y se multiplica. Los tuyos, los míos, los nuestros”.

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