Luciana Palacios tiene 31 años. A los 20 inició la transición al género con el que se autopercibía desde los 7 años y que pudo expresar en la adolescencia con cierto temor porque “no quería que lo notaran”. Cuando se animó a decirle al mundo quién era, fue rechazada por su familia y por algunas amistades. Un día, casi sin darse cuenta, se encontró sola y durmiendo en la calle.
Gracias a la ayuda de una abogada y otras compañeras trans, Luciana pudo salir de esa situación. Hoy cursa el tercer año de la Licenciatura en Periodismo y Comunicación Social en la Universidad de La Plata y trabaja en el Ministerio de Comunicación y Prensa del gobierno de la Provincia de Buenos Aires, donde tiene la tarea de monitorear medios. “Este trabajo significa un gran logro en mi vida y un gran cambio”, asegura sobre la que describe como la posibilidad que le cambió la vida.
La futura comunicadora también cuenta que hace poco comenzó el camino por descubrir su otra identidad: si bien siempre supo que fue adoptada, cree que no se hizo por una vía legal.
“No me condiciono por ser una chica trans, no me gusta que otras chicas trans me impongan cómo debo ser. No me gusta tener que fingir para encajar”, dice sobre sus pasiones: el karate y tocar la batería, actividades no muy bien vistas por el colectivo trans, según asegura.
La historia
Nació en General Pico, La Pampa, vivió como “una persona cis género, introvertida y muy tranquila”. Así se define. “Mantenía una vida ‘normal’, pero me sentía diferente hasta que un día de 2010 fui al hospital Gutiérrez donde hablé por primer vez de mi identidad de género. En ese momento estudiaba y trabajaba y decidí iniciar el proceso hormonal por mi cuenta porque aún no estaba la ley de Identidad de Género (2012) y solo se podía acceder a ese tratamiento por medio de la resolución de un juez”, recuerda. En esos meses Luciana se automedicaba, guiándose por distintos foros de internet en los que se recomendaban inyecciones de estrógeno que ella misma se aplicaba.
“En ese momento decidí mudarme sola a Buenos Aires para comenzar mi transición, no aceptada por mi familia. En 2013, pude ir a una ginecóloga por primera vez y recién en 2016 noté un cambio notorio en mi cuerpo”, cuenta.
“Cuando tuve que irme del departamento en que vivía, volver alquilar fue difícil porque ya era una chica trans y se había complicado mi situación laboral por el tema de los papeles. Eso también puso trabas a un nuevo alquiler. Me quedé sin trabajo, tuve que vender todas mis pertenencias para subsistir porque ya estaba en situación de vulnerabilidad y un día quedé en la calle. Sola con un bolso, también tuve un retroceso largo y frustrante por el tema hormonal”.
En ese lapso, por medio de una cooperativa consiguió una changa barriendo las calles, pero cobraba cada dos meses. “Estando en la calle, un día me vio una abogada trans y me llevó a su casa, allí estuve seis meses. Fue ahí que ayudándome con el trámite de mi partida de nacimiento notó irregularidades y me las contó: mis padres adoptivos figuran como biológicos y no había ningún registro de mi adopción”, explica. Poco después supo por una investigación periodística televisiva que un médico señalado por sustracción ilegal de menores en La Pampa era quien firmaba su partida.
Pese al golpe, asegura que “desde que noté esas irregularidades, que me hacen creer que mi adopción no fue legal, no lo consideré de mucha relevancia en mi vida sino algo anecdótico. Quizás en algún momento lo investigue”.
Luciana es muy reflexiva y “como buena leonina”, asegura que solo aceptó ayuda con la esperanza de salir de la situación en la que estaba, sin embargo no consiguió trabajo y decidió dejar la casa de la abogada que la estaba ayudando para no generarle molestias.
“Si bien me había ayudado mucho, sentí que sin un empleo debía seguir mi camino sola y fui a vivir a un parador en Buenos Aires. En agosto del 2019 conseguí un trabajo en una lavandería de Villa Urquiza, pero con la pandemia volví a quedar desempleada. Gracias a que regía el decreto presidencial que no permitía el desalojo, pude quedarme en un hostel de San Telmo donde además recibí alimentos”, dice, haciendo referencia al programa de ayuda social de la Ciudad del que fue parte.
Allí supo más del cupo laboral trans y se animó de armar un curriculum vitae que envió a distintos organismos estatales y a empresas privadas.
“En septiembre, en plena pandemia, tuve una entrevista laboral en el Ministerio de Comunicación de la Provincia, y en diciembre me llamaron para decirme que entré. Por fin tenía un empleo formal. Frente a todo que estaba viviendo, eso representó un cambio drástico en mi vida. Los meses en la calle significaron tener que pedir comida o pasar hambre. La situación era compleja, sentí que estaba tirada en todos lados y tener un trabajo asegurado, que no me lo consiguieron por ser una chica trans sino porque soy idónea, fue muy importante. Y así me convertí en la primera trans en ingresar al organismo por ley de cupo”, afirma.
Las pasiones de Luciana
Comenzó a practicar karate a los 11 años pero lo dejó durante el tiempo que le llevó transicionar a su nueva identidad. “A los 8 años comencé a estudiar la filosofía oriental y las artes marciales comenzaron a apasionarme. Practiqué karate hasta los 20 y hace pocos meses retomé. Mi cuerpo cambio un montón y también había que readaptarlo”, dice.
Respecto al deporte, pide subrayar que es necesario “hablar con fundamentos” sobre la inclusión de las personas trans en las competencias deportivas, sobre todo a niveles olímpico e internacional.
“Los deportes se fundamentan siempre en una base de respeto al otro y en la competencia sana. Si nos alejan estamos ante un problema grande porque el objetivo es que las personas se unan y disfruten de cada práctica. Hablar de las competencias es un debate que debe darse de manera cuidadosa porque nuestros cuerpos van cambiando”, opina. Y al respecto de la discusión habitual sobre si las competencias son “desparejas”, advierte que sería fundamental que “cada caso particular sea estudiado”.
“El deporte nunca debe dejar afuera a alguien por algo estético, debe ir más allá que la visión de lo biológico. He visto muchas mujeres grandotas, lo importantes es que en ese aspecto sea parejo”.
En ese sentido, alega: “Hay que contar lo que significan los cambios hormonales. Personalmente, siento debilidad física porque tengo bajas las vitaminas y si quisiera entrenar con pesas, por ejemplo, sería imposible volver a tener el cuerpo que tenía antes, porque ahora mi testosterona es cero. Lamentablemente, si se busca discriminar en el deporte no están garantizados todos los derechos que otorga la Ley de Identidad de Género”.
Luciana también es amante de la música y cuenta que volvió a tocar la batería. Dice que desea unirse a una banda y que le alcanzaría con hacer covers, como lo hizo en la adolescencia.
Apenada por la muerte del baterista de Los Rolling Stones, a quien tenía como referente, dice que su modelo nacional es Charly Alberti y que anhela seguir practicando todo aquello que le dé libertad, más allá de las opiniones.
“Este instrumento me da mucha energía y me apasiona, no me condiciono por ser una chica trans. Está el estigma de que las mujeres que practican karate son ‘machonas’, es un preconcepto como el que dice que las trans deben ser unas modelitos o estar en el teatro. La sociedad cree que todas nos vamos a prostituir, que tenemos que ser de determinada manera... Yo vivo mi vida libremente y haciendo lo que me gusta”, finaliza.
SEGUIR LEYENDO: