El genio que terminó el secundario a los 13 años y fue el primer latinoamericano en ganar un Premio Nobel de Medicina

El 21 de septiembre de 1971, hace medio siglo, murió Bernardo Houssay en la ciudad de Buenos Aires. La primaria la había terminado con 9 años, a los 17 se recibió de farmacéutico y a los 23 años de médico. Un líder científico que revolucionó el tratamiento de la diabetes y siempre deseó convertir al país en una potencia en materia de ciencia y medicina

"La verdadera supremacía de un pueblo se basa en la labor silenciosa y obstinada de sus pensadores, hombres de ciencia y artistas; esta obra reporta fortuna y gloria al país, y bienestar a toda la humanidad", decía Houssay

“La ciencia no tiene patria, pero el hombre de ciencia la tiene. Por mi parte no acepté posiciones de profesor en los Estados Unidos y no pienso dejar mi país, porque aspiro a luchar para contribuir a que llegue alguna vez a ser una potencia científica de primera clase”, escribía Bernardo Houssay, de cuya muerte se cumplen hoy 50 años.

Cuando hizo esa afirmación ya era un científico consagrado pero su vida -y su trabajo- en la Argentina no eran fáciles. Había sido galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1947 -fue el primer latinoamericano en recibirlo- por su trabajo de la influencia del lóbulo anterior de la hipófisis en la distribución de la glucosa en el cuerpo, de importancia para el desarrollo de la diabetes. Un descubrimiento vital para combatir esa enfermedad.

Pese al reconocimiento mundial por sus aportes científicos, por esos años su relación con el gobierno de Juan Domingo Perón era difícil. En 1943, después del golpe del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), había sido separado de la dirección del Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA, que él mismo había creado. No quiso irse del país -ni entonces ni después- y para poder seguir investigando fundó en 1944 el Instituto de Biología y Medicina Experimental, donde formó un equipo científico para desarrollar trabajos en endocrinología, nutrición, farmacología, patología experimental, glándulas suprarrenales, páncreas, hipertensión, diabetes y otras áreas relacionadas con la fisiología.

Su obsesión era el desarrollo científico de la Argentina y entendía que para eso tenía que quedarse en el país. “Aconsejar a un país o universidad que no haga investigaciones fundamentales no aplicables inmediatamente es como invitarlo a empobrecerse o suicidar (…) Quienes expresan tales criterios ignoran -y esta ignorancia es muy grave y dañina que todos los grandes adelantos prácticos provienen de la investigación científica fundamental desinteresada. La ciencia pura es sin duda la fuente que alimenta incesantemente las técnicas aplicadas”, sostenía.

Houssay nació en Buenos Aires el 10 de abril de 1887 en el seno de una familia de inmigrantes franceses. A los sesenta años, en 1947, obtuvo el Premio Nobel de Medicina

Un niño prodigio

Bernardo Houssay había nacido en Buenos Aires el 10 de abril de 1887. Era el cuarto hijo de Alberto Guillermo Houssay y Clara Laffont, un matrimonio francés que había llegado a radicarse en el país el año anterior, pero el primero de ellos que estudió en la Argentina, porque sus padres habían envidado a sus tres hermanos mayores a cursar sus estudios en Francia.

Lo enviaron al que consideraban el mejor colegio de la ciudad, el Nacional Buenos Aires, donde ingresó con menos edad que la requerida y se recibió de bachiller a una velocidad meteórica, dando varios años libres.

Sin embargo, ese título obtenido a los 13 años no le sirvió para seguir de inmediato el camino que se había propuesto: estudiar Medicina. La Facultad lo rechazó por su corta edad. En cambio, pudo anotarse en la Escuela de Farmacia y Bioquímica de la Universidad de Buenos Aires, donde se graduó a los 17 años. Entonces sí ingresó a la Facultad de Medicina, de la que egresó con el título de médico a los 23 años. Para entonces ya había dado sus primeros pasos en la docencia y en la investigación: desde los 21 -cuando estaba cursando cuarto año de la carrera- ya era profesor de Fisiología, una materia de primero.

En 1919, con apenas 32 años, creó y ocupó la dirección del Instituto de Fisiología de la UBA. Ya era un docente e investigador de referencia, y allí desarrolló los trabajos que lo llevarían a obtener el Premio Nobel casi tres décadas más tarde.

Fue uno de los profesores más destacados que tuvo la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires y fue uno de sus principales defensores

La investigación del Nobel

Houssay era un fisiólogo, pero, en esencia, era un endocrinólogo con gran apego por la biología. ¿Por qué eligió trabajar en diabetes? No lo sé, nunca tuve la ocasión de conversarlo con él”, escribió este año el profesor en Alejandro De Nicola, que trabajó estrechamente con él, en un artículo titulado “Nuestro primer prócer de la ciencia”.

Cuando Houssay creó el Instituto de Fisiología ya se había que la diabetes estaba relacionada con la falta de insulina, aunque se desconocía el proceso fisiológico que provocaba esta carencia. Por entonces la investigación estaba enfocada en cómo crear insulina para ayudar a los diabéticos.

En 1921 dos médicos canadienses, Frederick Banting y Charles Best, consiguieron aislar la insulina y junto con otros expertos lograron purificar insulina obtenida de páncreas bovinos.

Por esto, obtuvieron el Premio Nobel en 1923. Houssay, a partir de la investigación de los canadienses, fue el primero en purificar insulina en América Latina, incluso antes de que lo hicieran en Europa.

Pero el descubrimiento que le permitiría ganar el Nobel -y su gran aporte científico- fue cuando pudo asociar la enfermedad con la glándula pituitaria o hipófisis. Comprobó que los diabéticos tenían una glándula pituitaria hiperactiva, lo que lo llevó a deducir que las hormonas que produce la hipófisis podían ser las encargadas de regular los niveles de azúcar en la sangre. Y postuló que equilibrando estas hormonas sería posible controlar la diabetes.

Comenzó a experimentar con animales, ranas y perros. “El Premio Nobel que recibió Houssay fue por trabajos utilizando ese enfoque. Demostró el papel del lóbulo anterior de la hipófisis sobre el metabolismo de los hidratos de carbono. Lo que se conoce en la literatura como el ‘perro de Houssay’ es un animal al que se le extraía el páncreas y se volvía diabético; él descubrió que sacándole la hipófisis mejoraba la diabetes. También describió el papel de otras glándulas sobre la diabetes, tales como la suprarrenal y la tiroides y fue el primero en describir que la sangre que provenía del hipotálamo llegaba a la hipófisis trayendo factores regulatorios”, precisa De Nicola.

Por este hallazgo compartió el Nobel de 1947 con los científicos checoslovacos nacionalizados estadounidenses, Gerty y Carl Cori, que también venían investigando la diabetes.

Luis Federico Leloir (derecha) junto a Bernardo Houssay, dos de los premios Nobel que tiene la Argentina

Un rutina simple y productiva

Alejandro de Nicola trabajó con Bernardo Houssay desde fines de la década de los ‘60. Para entonces, el Premio Nobel había recuperado la dirección del Instituto de Fisiología de la UBA, donde trabajaba con la misma energía que el primer día. El relato de De Nicola sirve para conocer un poco más al hombre, su vocación y sus rutinas.

“¿Cómo describir un día en la vida de Houssay? -escribe-. A fines del ‘60, no tenía coche y venía en colectivo el instituto, no me acuerdo si me dijeron en la línea 59 o en la 60. Él ya estaba viudo y vivía en su casa de la calle Viamonte. Posteriormente nos contó que durante el viaje aprovechaba para leer todos los carteles callejeros de la municipalidad y luego trataba de recordarlos, decía que así agudizaba su memoria. Ya en el Instituto, antes de entrar a su despacho, la recepcionista Zulema Rinaldo, le acercaba el guardapolvo marrón. Y se quedaba en su despacho hasta las 10.00. Luego sonaba un timbre y todo el personal del Instituto, que seríamos 15 o 20 en 1970, íbamos a tomar el café. Era una mesa muy grande y Houssay se sentaba en la cabecera (…) A las 10.30, 10.45 se levantaba, decía ‘a trabajar, Bernardo’, y se iba a su despacho. O si operaba un perro, iba al subsuelo del Instituto. Al mediodía, Zulema le traía el almuerzo, y comía solo en una sala de la biblioteca. En su despacho recibía a todos los investigadores, discutían resultados y proponía los siguientes pasos (…) El que era su despacho sigue lleno de libros de ciencia, incluyendo las ediciones en distintos idiomas de su libro de Fisiología Humana”.

Hasta el último día

Ni aún en los momentos más adversos, Houssay quiso irse a trabajar al exterior. Para él, lo que hoy se llama “fuga de cerebros” ponía en juego el desarrollo de una nación, para el que el desarrollo científico era una pieza fundamental.

“La ciencia no es cara; cara es la ignorancia”, dijo alguna vez.

En 1958 fue uno de los promotores de la creación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), la institución científica más importante del país.

Fue presidente de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias, de la Academia Nacional de Medicina, de la Sociedad Argentina de Biología y de la Federación Internacional de Diabetes. Debido a su importancia en este campo de la medicina, también tuvo la oportunidad de dictar cursos en las instituciones más importantes del mundo.

Pudo haberse radicado en cualquier país desarrollado del mundo para seguir investigando, pero año tras año rechazó todas las ofertas internacionales que le hacían, y también dedicó muchas horas de su vida a formar discípulos en el área de Fisiología y ayudó a muchos otros científicos a desarrollar sus investigaciones y sus carreras.

Uno de ellos fue el médico y bioquímico Luis Federico Leloir, que trabajó con Houssay en el Instituto de Fisiología. El maestro dirigió su tesis doctoral acerca de las glándulas suprarrenales y el metabolismo de los hidratos de carbono. El discípulo fue distinguido con el Premio Nobel de la Química en 1970 por sus investigaciones sobre los nucleótidos de azúcar y la función que cumplen en la fabricación de los hidratos de carbono.

Houssay siguió trabajando hasta el día de su muerte, 21 de septiembre de 1971, hace exactamente medio siglo.

Cumplió así con una meta que se había fijado y que no dejaba de enunciar: “La obra humana debe ser ininterrumpida durante toda la vida hasta que la detenga la muerte”, decía.

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