“El día anterior mi viejo estaba tranquilo. Por ahí se lo notaba un poco ansioso esperando escuchar los alegatos del juicio, pero en ningún momento lo vi preocupado, eso no”, dice Rubén López a Infobae al recordar el domingo 17 de septiembre de 2006, el día anterior a la desaparición de su padre, Jorge Julio López.
Los sucesos de ese día, hace 15 años, vuelven una y otra vez a su memoria. Recuerda paso a paso los sucesos mínimos, de la vida cotidiana, de las últimas horas que pasó con su padre en la casa del barrio platense de Los Hornos.
“Parecía un domingo como cualquier otro. Estábamos en su casa porque yo había ido a cargar la camioneta con las herramientas del taller, algunas valijas y varios muebles porque el lunes yo tenía que ir a Capital a trabajar. Estuvo con nosotros atrás, en el taller, acompañándonos un rato mientras preparábamos todo. Me acuerdo de que fumó uno o dos cigarrillos, charlamos un poco de cosas de mi trabajo y después se fue a escuchar los partidos de fútbol”, cuenta.
La primera desaparición
Unos meses antes de ese domingo, a los 77 años, Jorge Julio López, albañil, militante peronista había revivido una vez más –esa vez relatándola frente a un tribunal– la pesadilla de su secuestro por un grupo de tareas de la dictadura, en lo que se conoció como “El Circuito Camps” y su permanencia como detenido desaparecido en varios centros clandestinos de detención.
Lo habían secuestrado la noche del 27 de octubre de 1976 durante un gran operativo en Los Hornos, junto a otros militantes peronistas. A la cabeza de los grupos de tareas que se desplegaron esa noche estaba el director de Investigaciones de la Policía Bonaerense, Miguel Etchecolatz, hombre de extrema confianza del jefe de la fuerza, coronel Ramón Camps.
A Jorge Julio López lo habían mantenido secuestrado durante casi seis meses en cuatro de esos centros clandestinos, los conocidos como Cuatrerismo, Pozo de Arana, Comisaría Quinta y Comisaría Octava. Allí había sido torturado y también había presenciado varios asesinatos, entre ellos los de sus compañeros de militancia en Los Hornos, Patricia Dell’Orto y Ambrosio Francisco de Marco.
López había sobrevivido y el 4 de abril de 1977, cinco meses y cinco días después de su secuestro, fue “blanqueado” y puesto “a disposición del Poder Ejecutivo” en la Unidad 9 de La Plata, de donde fue liberado el 25 de junio de 1979.
Habían pasado casi treinta años, pero ahora Etchecolatz estaba sentado en el banquillo de los acusados del Tribunal Oral Federal N°1 de La Plata, acusado de secuestros, torturas y asesinatos cometidos en los 21 centros clandestinos de detención que había tenido bajo su mando.
El juicio estaba terminando y ese domingo que recuerda Rubén –el último en que vio a su padre-, Jorge Julio López estaba ansioso por escuchar los alegatos al día siguiente en el Palacio Municipal de La Plata, donde funcionaba el tribunal presidido por el juez Carlos Rozanski.
“Esa tarde casi no hablamos del juicio, nada más que para arreglar con quiénes iba a ir, porque yo me iba a Buenos Aires y no podía acompañarlo. A la mañana, mi viejo se había comunicado con Nilda Eloy (ex detenida-desaparecida y militante de Derechos Humanos) para ver cuántas personas lo iban a acompañar. Habíamos arreglado que mi primo Hugo pasaba a buscarlo a las 9 de la mañana a mi hermano Gustavo y que ellos lo llevarían a la Municipalidad, donde a las 10 empezaba el juicio”, dice Rubén.
Un testimonio decisivo
Jorge Julio López había hablado el 28 de junio ante el tribunal y su testimonio habían sido impactante, por la claridad con que había relatado lo que había sufrido y visto. Además, había reconocido a Miguel Etchecolatz como uno de los represores que lo habían torturado y como autor material del asesinato de Patricia Dell’Orto.
-Patricia le gritaba “no me maten, llévenme a una cárcel pero no me maten, quiero criar a mi nenita, mi hija” y ellos no, la sacaron. Y van a ver ustedes si algún día encuentran el cadáver o la cabeza, que tiene el tiro metido de acá y le sale por acá. Buum otro tiro - contó Jorge Julio López ante los jueces mientras señalaba con un dedo el centro de su frente.
Los asistentes al juicio lo vieron muy emocionado y por momentos tembloroso, pero firmemente decidido a relatar los hechos de los que había sido testigo. En uno de los momentos más dramáticos de su testimonio dijo:
-Pensé: Si un día salgo y lo encuentro a Etchecolatz, yo lo voy a matar. Así pensaba, pero después me dije, qué voy a matar a una porquería como esa, a un asesino serial. Etchecolatz personalmente dirigió esa matanza.
“Mi vieja le decía ´no vayas a declarar’. Era por miedo de que le pasara algo, teníamos miedo de que le pasara algo a nivel mental, de que se desequilibrara, no pensamos que lo podían secuestrar”, dice ahora Rubén López.
En el recuerdo de Rubén, después de declarar su padre estaba satisfecho, como si se hubiera sacado un enorme peso de encima.
“Estaba aliviado sobre todo por las cosas que él quería hacer en ese juicio, que era contar lo que había visto. Por eso, inclusive, a partir de ese testimonio de mi viejo en 2006, hace poquitos días empezó otro juicio, Arana 2, donde hay siete víctimas. Entre ellas una es mi viejo, pero hay otras cuatro que fueron nombradas por él en ese testimonio y por eso entraron ahora en este juicio. Lo que más satisfacción le daba era poder cumplir con la promesa que le habían hecho a Patricia Dell’Orto en Arana, que si sobrevivía contaría lo que había pasado”, dice Rubén.
Y agrega:
“Quería ver la condena a Etchecolatz, que fue la que lamentablemente no pudo ver”.
Los últimos pasos
El lunes 18 de septiembre de 2006, cuando Hugo, el hermano de Rubén, se levantó, Jorge Julio López ya no estaba en la casa.
En un primer momento, nadie sospechó que podía tratarse de un secuestro. “Fue impensado lo que pasó, en ese momento, lo primero que pensamos era que le había pasado algo mental, porque pensábamos que esas cosas, las desapariciones, ya no pasaban, pero pasó”, dice Rubén.
La familia cree que alguien lo engañó para que saliera de la casa, porque lo acordado era que esperaría allí a que llegara Gustavo, el sobrino, para llevarlo junto con Hugo en su auto hasta el Palacio Municipal.
“Esa mañana unas cinco personas vieron a mi viejo en la calle, cerca de casa. La última que lo vio caminando fue una señora de una verdulería, en la calle 137 entre 66 y 67”, reconstruye Rubén.
A partir de allí, nadie más lo vio, aunque después se pudo determinar que había caminado otras dos cuadras desde ese lugar.
“Los perros de la policía olfatearon su rastro hasta el frente de una casa en 135, 66 y 67 y y ahí lo perdieron. Es como si en ese lugar lo hubieran subido a un auto, pero nadie vio nada”, agrega el hijo de Jorge Julio López.
Fue el último lugar donde se lo pudo ubicar, a partir de ahí se perdieron todos los rastros. La segunda desaparición de Jorge Julio López estaba consumada.
El siniestro papelito de Etchecolatz
A fines de octubre de 2014 –más de ocho años de la desaparición de López– el genocida Miguel Etchecolatz enfrentaba el tramo final de otro juicio como acusado, nuevamente frente a un tribunal presidido por Carlos Rozanski.
En el momento en que se leía la sentencia que lo condenaba a prisión perpetua, el ex jefe de Investigaciones de la Bonaerense tomó un pequeño papel y lo desplegó. Al terminar la lectura del fallo, pretendió entregárselo al Tribunal, pero selo impidieron.
Leo Vaca, fotógrafo de la agencia Infojus que estaba cubriendo el juicio hizo foto con su cámara en el papelito y disparó. En el papel, Etchecolatz había escrito, de puño y letra: “Jorge Julio López”.
“El corralito estaba tapado por guardias, era difícil de fotografiar. En un momento, uno de ellos se corrió y vi cómo Etchecolatz miró fijamente a Estela y a otros familiares. Entonces con sus dedos de la mano derecha empezó a tamborilear sobre la rodilla y sacó un papelito. En ese momento, observo que dice ´Jorge Julio López´. No pude creer lo que estaba viendo. Después se levantó y se lo quiso entregar a los jueces, pero no lo dejaron. Mostré la foto a otros colegas y a la gente que estaba allí y se mordían los labios de la bronca. Fue un escándalo”, relató Vaca.
El represor nunca explicó si se trató de un mensaje por la desaparición de López o de una provocación.
Quince años después
A 15 años de la segunda desaparición de Jorge Julio López, la investigación sigue empantanada. La causa está caratulada como “presunta desaparición forzada de persona”.
“Siempre me indignó esa carátula, yo siempre dije que debía ser ‘desaparición forzada’, sin la palabra ‘presunta’, que la pone en duda, pero hace poco me explicaron que hasta que no haya una prueba o con condenado no hay razones legales para hacerlo”, dice Rubén.
-¿Qué espera de la Justicia? – le pregunta Infobae.
-Tengo la misma sensación que hace 15 años, de falta de Justicia. La desaparición de mi viejo se dio en un contexto muy particular, el de un juicio de lesa humanidad que era muy importante, el primero que se hacía en La Plata. Tengo la sensación de que no podemos, no terminamos de resolver estos temas. ¿Por qué?... no lo sé. Porque no se sabe investigar, porque es realmente tan difícil que no se pueda encontrar una pista, descubrir quiénes fueron los que participaron... la verdad es que no lo puedo determinar – responde.
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