“No ha querido decidirse por ninguno de nosotros”, dijo impasible Bartolomé Mitre cuando vio como una bala de cañón caía entre él y José María Gutiérrez, su secretario. Recién había comenzado la batalla cuando la artillería confederada se hizo notar. Mitre continuó concentrado, con su catalejo, en el movimiento de las tropas. Era el inicio de la batalla de Pavón.
Desde el 5 de marzo de 1860 el presidente era el cordobés Santiago Derqui, que había sucedido a Justo José de Urquiza. Pero era un primer mandatario de un país dividido. Buenos Aires se había separado en 1853 cuando los porteños se negaron a renunciar a los beneficios de los ingresos de aduana, el reparto proporcional de la renta y los beneficios de la libertad de comercio que contemplaba la Constitución de 1853. Como estado independiente, Buenos Aires dictó su propia Carta Magna y siguió controlando la aduana.
La falta de recursos llevó a la Confederación a establecer los “derechos diferenciales” para los productos que fueran directamente al puerto de Rosario, lo que violentó a Buenos Aires. Ambos ejércitos terminarían batiéndose en Cepeda, resultando triunfador Urquiza. La paz no duró demasiado. Una revolución en San Juan encabezada por Antonio Aberastain en noviembre de 1860 terminó con su fusilamiento; en Buenos Aires se culpó a Derqui y las relaciones volvieron a tensarse, más aún cuando los diputados porteños fueron rechazados en el Congreso de Paraná (sede de los poderes ejecutivo y legislativo) en marzo de 1861 porque habían sido electos por una ley provincial y no por una nacional.
Y la guerra volvió a estallar
Mediodía del martes 17 de septiembre de 1861. Donde ahora hay campos sembrados y el ganado pasta tranquilamente, se enfrentaron cerca de 16 mil hombres de la Confederación, al mando de Justo José de Urquiza a los 15 mil de las de Buenos Aires, lideradas por Bartolomé Mitre.
El escenario fue en el departamento de Constitución, a tres kilómetros del pueblo de Rueda, en la provincia de Santa Fe. Se combatió en tierras de la estancia “Los Naranjos”, en cuyo casco Mitre durmió la noche anterior. Durante años el doctor Pedro Rueda estuvo recolectando, desde fines del siglo XIX, vestigios de ese combate.
El ejército de la Confederación ocupó una posición al sur del arroyo Pavón y a ambos lados del casco de la estancia Palacios.
Para los artilleros de Urquiza, los coloridos uniformes de la infantería de Buenos Aires y los sombreros de paja de los soldados de la Guardia Nacional, apostados sobre una loma, fueron una tentación y hacia ellos dirigió el fuego.
La infantería de Buenos Aires, al mando del coronel Wenceslao Paunero, logró llegar a las posiciones de la infantería confederada y se trabó en una feroz lucha, con tal arrojo que Mitre lo premiaría ascendiéndolo a general en el propio campo de batalla. Una bala de cañón mató al caballo del coronel Emilio Mitre, hermano de Bartolomé, que encabezó el ataque junto a Paunero, y continuó a pie al frente de sus hombres.
Pero si la infantería de Buenos Aires logró una victoria en el centro de las fuerzas de Urquiza, otro fue el panorama en los flancos. La caballería porteña se desbandó ante el embate de la caballería urquicista al mando del coronel Juan Saa y Ricardo López Jordán. Envalentonada por la exitosa arremetida, continuó su marcha pero fue frenada por la infantería.
Ese avance impensado de la caballería confederada y el debilitamiento de su infantería fue aprovechada por los porteños, que desplegaron un ataque envolvente.
Cuando la caballería de Urquiza quiso atacar la retaguardia enemiga, fue rechazada por los efectivos de reserva, a cuyo frente estaba el propio Bartolomé Mitre.
Urquiza había mandado a distintos sectores del amplísimo campo de batalla a edecanes que le informasen de lo que ocurría. Se preocupó al ver la dispersión de sus fuerzas y que soldados enemigos se encontrasen en el centro y la izquierda de su propia retaguardia. Sus ayudantes le informaron que todo estaba perdido en el centro y el líder entrerriano imaginó que su izquierda también había caído ya que hacía más de una hora que no tenía novedades de lo que allí pasaba.
Un joven teniente artillero de la Confederación disparó su cañón hasta que se le consumieron las municiones. Cuando los soldados temieron terminar ensartados en las bayonetas porteñas, Julio Argentino Roca los alentaba a mantenerse calmo y unidos. De pronto su padre, oficial, llegó al galope y le ordenó que tomase sus cañones y se fuera. El le respondió que no había recibido la orden de retirada. “Yo les había tomado mucho cariño a mis dos cañones, no los quería abandonar”. Roca, con 18 años cumplidos en julio, fue ascendido a teniente primero en el campo de batalla.
Cuando Urquiza evaluó que había perdido gran parte de su artillería y que su infantería había sido controlada, ordenó la retirada. Virasoro y López Jordán no entendieron el porqué de esta decisión, ellos veían que la victoria estaba al alcance de la mano.
Lo que Urquiza ignoraba era que Mitre también estaba lleno de dudas, ya que era consciente de la debilidad de sus flancos. Hasta en un momento estuvo por ordenar la retirada. Pero decidió esperar y finalmente le dijeron que el enemigo había abandonado el campo de batalla.
El combate había durado dos horas.
Urquiza se dirigió hacia Rosario, luego hacia las barrancas del Paraná y pasó a Entre Ríos. Nadie se explicó por qué no usó unos cuatro mil hombres de caballería. Sus soldados, desperdigados en el amplio frente de batalla, creían que habían ganado la batalla, que Mitre se había atrincherado en la estancia de Palacios esperando el embate final.
El ejército de Buenos Aires tomó 1650 prisioneros, más 12 jefes y 110 oficiales y se apoderó de 32 cañones, 2500 fusiles, 57 carretas llenas de municiones y 11 banderas de guerra. Las fuerzas de Urquiza sufrieron 1200 bajas, entre muertos y heridos, mientras que las de Mitre tuvieron 220 muertos y 500 heridos.
El presidente Santiago Derqui terminaría abandonando el gobierno y se exiliaría en Montevideo. Se especuló mucho acerca de la retirada de Urquiza. Se dijo que el entrerriano tenía motivos para desconfiar de Derqui; que en una reunión previa a la batalla, en el buque inglés Oberon, entre Mitre, Derqui y Urquiza, éste al irse se confundió de abrigo y tomó el de Derqui. En uno de sus bolsillos había una carta en la que el presidente manifestaba su decisión de quitarle el mando. Que eso había provocado desinterés y desgano por continuar la lucha. También se habló de un arreglo de antemano, en el que habría intervenido la masonería.
Tres días después Domingo F. Sarmiento le escribió a Mitre, que permanecía acampado en la Estancia “Los Naranjos”. Luego de pedirle el mando de un regimiento y que hiciera desaparecer a Urquiza “de la faz de la escena”, el sanjuanino le recomendó “no trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”.
Pero Mitre había sacado otra conclusión de ese combate. “Pavón fue una guerra entre hermanos peleando por un ideal común”.
Si bien algunos de los muertos de esa batalla fueron sepultados en el cementerio de Morante, un caserío cercano conocido por su oratorio consagrado a la virgen de los Remedios, en la estancia “Los Naranjos”, cerca de un viejo ombú, también hay enterrados de ambos bandos, que derramaron su sangre en una batalla que determinó que, de ahí en más, exista un solo país bajo el nombre de República Argentina. Aunque eso si, con sus misterios a cuestas.
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