Viven de a ratos en el pasado. Hacen viajes en el tiempo. Se visten, se peinan, e incluso replican costumbres de esa vida de la cual solo quedan recuerdos y vive en los libros de historia.
Mujeres con traje de falda, fascinators en la cabeza, medias que se adhieren a portaligas. La escena podría parecerse a la de la famosa serie Downton Abbey, pero no hay actores, ni guiones, ni escenografías armadas. Transcurre en Buenos Aires, Argentina, y se trata de recreacionismo histórico, una práctica que propone la reconstrucción en vivo de un período histórico.
En este caso, es protagonizada por la Sociedad Victoriana Augusta Argentina, filial de la que hay en España, Italia y Reino Unido. “La sede local se centra en la investigación y difusión de usos y costumbres del periodo que abarca entre 1790 y 1916. No solo los hechos políticos o institucionales, más bien la vida civil de estos tiempos”, explica a Infobae, su fundadora Evangelina A. Ledesma Bussol.
Esta sociedad existe desde hace más de una década, aunque poco se conoce de ella. “Quise implementar un encuentro de entusiastas, y sobre todo mostrar la Historia argentina en otro contexto, más ameno que a través de un libro y también como modo de derribar mitos instalados en la cultura argentina”, agrega Eva.
“Mí primer evento fue una recreación de las Invasiones Inglesas en el Fuerte Barragán de Ensenada, La Plata”, dice entusiasmada Verónica Vicchi (53), abogada, madre de dos hijas. Para la ocasión vistió ropas de 1806, en condiciones no elegantes porque hizo de vivandera, las mujeres que asistían a los soldados en las batallas, las primeras enfermeras.
Vino la pandemia, y la actividad quedó en pausa. Sin embargo, durante esos meses Veronica se dedicó a coser sus elaborados trajes. “Entre el home office, el homeschooling y el encierro mi único escape fue hacer piezas algunas a mano, y otras en la máquina de coser que me regaló mi abuela”, admite.
“Me encanta la elegancia única de la era Eduardiana (1900), pero sencillamente no puedo elegir mi preferida”, resalta Eva, que es licenciada en psicología en el área laboral. En su hogar siempre se viajaba en el túnel del tiempo con las charlas y las anécdotas.
Nada está librado al azar: para lograr la ropa hay que recurrir a los géneros naturales, dejar atrás el poliéster, el elástico e incluso buscar la moldería específica. “Todo lo hacemos nosotras o con la ayuda de la costurera de la sociedad. Primero investigamos, y luego ponemos manos a la obra”, resalta Verónica.
No es un hobby barato, las telas de por sí son costosas. A eso hay que sumarle los accesorios, que casi no se encuentran, y el tiempo de confección. “Los trajes de época tienen un patronaje distinto al actual, no hay modo de que las modistas y costureras actuales puedan entender e interpretar esos patrones”, agrega Eva. Ese ejemplo se ve con el corsé, que fue un accesorio protagónico que llevó la mujer durante varios siglos. Su desuso significó la liberación femenina. Si bien estuvo presente durante varios años, su morfología varía con el tiempo.
En la Sociedad Augusto Victoriana son puntillosos. No se lucen solo para el afuera, también tienen en cuenta la ropa que es la clave para dar con la silueta.
Lo mismo sucede con las actividades recreativas. “Antes de organizar un evento hay que estudiarlo para luego poder traerlo a vida. Hacemos bailes típicos, como el vals. Aunque era muy popular bailar en grupo las danzas llamadas Sellenger Round y Black Nag”, dice Sol Grancharoff, 37 años, analista de impuestos, miembro del grupo.
La joven profesional divide su tiempo entre su hobby, y otra vida de lunes a sábado en una empresa privada de inversión. Llegó a este universo en 2008, y también participa de Bygone Society (de 1800 a 1960). “Amo viajar en el tiempo, aunque sea un ratito”, admite.
Costumbres que no se olvidan
A la hora de preparar comidas buscan recetas históricas, tanto europeas como nacionales. Vuelven a las mesas los carasucias o tortas fritas. “También toman el típico chocolate caliente y mate, éste cada uno de su propio mate, como se hacía en el siglo XIX (y ahora en pandemia)”, explica Sol, que con su pareja se encarga de la parte gastronómica.
Otro de los atractivos de ser parte de la Sociedad es que los eventos son variados, y por ende cambian los “personajes”. “A veces sos de la clase alta, otras sos una mujer de otro estrato social o una bailarina, o alguien del servicio. Hay mucho por revivir”, agrega Verónica.
Todos los periodos son interesantes. Pero las tres coinciden que uno de los hallazgos más fascinantes y del que poco se tiene registro es el lenguaje de los abanicos. “Hubo un tiempo donde estaba mal visto que una mujer hablara con un hombre, para comunicarse no verbalmente lo hacía a través de movimientos con su abanico o sombrilla”, dice Sol. Y explica que, por ejemplo, dejar caer el abanico significaba “te pertenezco”, y abanicarse rápidamente, “te amo con intensidad”.
La vuelta
Cuando la pandemia lo permita retomarán las presentaciones en público como lo hicieron en la Noche de los Museos, en el Subte A, en el Conventillo de la Paloma, en el Palacio Ceci de Villa Devoto o en la conmemoración de hechos históricos como la Revolución de Mayo o las Invasiones Inglesas. También colaboraron con tertulias efectuadas en el Museo Beccar Varela, con el Tercio de Cántabros Montañeses. Y siempre bailando y comiendo como en el 1800. Porque todo vuelve.
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