En las elecciones presidenciales chilenas del 4 de septiembre de 1970, la Unidad Popular, con Salvador Allende Gossens a la cabeza, alcanzó el primer puesto con el 36,3% de los votos. Detrás suyo se ubicó Jorge Alessandri, candidato de la derecha, con 34,9% de los sufragios. Y el tercer lugar lo obtuvo la Democracia Cristiana, con el 27,8%. No bien se terminó de contar el último voto, la izquierda comenzó a urdir acuerdos para defender la victoria electoral. Para ser consagrados triunfadores, aún restaba la consagración en el Congreso Pleno.
Por eso, para alcanzar la investidura presidencial, Allende necesitaría ser respaldado por la Democracia Cristiana. En pos de obtenerla, juró cuidar y defender un “Acta de Garantías”. Todos, absolutamente todos, en el momento de firmar el compromiso presumían que Allende no podría cumplirlo y con el tiempo vino el caos, la debacle. Desde el primer momento Allende debió sortear todo tipo de obstáculos. Entre otros la inseguridad que emanaba de su gestión.
Terminó siendo la historia del gran fracaso que hundió a Chile entre 1970 y 1973. Con el sueño de una revolución socialista “con vino y empanadas”, Allende llevó a su país a un golpe militar. Dividió a la sociedad al comenzar su gestión cuando afirmó: “Yo no soy el presidente del Partido Socialista; yo soy el presidente de la Unidad Popular. Tampoco soy el presidente de todos los chilenos. No soy el hipócrita que lo dice, no. Yo no soy el presidente de todos los chilenos”.
En su diario personal, el embajador argentino en Chile, Javier Teodoro Gallac, anotó: “Durante una de las muchas conversaciones que mantuve con el presidente Salvador Allende, recuerdo una que tuvo un carácter especialmente simpático. El Presidente me expresó su deseo, no satisfecho aún, de comer un asado con cuero. Le respondí que tenía la persona indicada para satisfacerlo, pensando en el Dr. Alejandro (”Alex”) Shaw, Presidente del Plaza Hotel y Presidente del Banco que lleva su nombre y el de su señor padre”.
Gallac se comunicó con Shaw, arregló los detalles y el asado con cuero para treinta personas llegó en avión a Santiago. El embajador se dirigió luego a uno de los edecanes presidenciales y comenzaron los preparativos. "Le solicité que le transmitiese al Presidente si 'tal' día estaba libre" porque llegaría el vacuno cocinado al calor (no sobre las brasas). No pasó media hora sin que tuviese la respuesta afirmativa", escribió. "Chile es un cargo difícil y de gran sensibilidad. El Embajador de la Argentina no puede, no debe, por lo demás mezclarse en política interna. Sonrisas por un lado, sonrisas por el otro. Pero jamás tomar partido. De esta manera se puede tener un margen de maniobra que le permita a uno 'zafar' cuando, involuntariamente, se es llevado a aguas poco profundas. El jefe de la Misión en Chile también invitó a algunos de sus ministros y al edecán de turno Arturo Araya Peeters (asesinado el 27 de julio de 1973) y algunos miembros de la Embajada, entre otros los consejeros Gustavo Figueroa y Cesar Pipe Márquez", detalló.
Antes del almuerzo Allende bebió whisky, luego el vino tinto corrió con generosidad. En un principio la conversación versó sobre todo aquello que es normal tratar en un almuerzo diplomático. Fue Allende quien rompió el fuego cuando mirando a los ojos al segundo de la Embajada, le preguntó: "A ver qué opina nuestro amigo Figueroa: ¿Qué se dice en la calle?".
El silencio cundió entre los asistentes. Apreciado por muchos, no querido por otros, Figueroa era uno de esos profesionales que nunca pasaban desapercibidos y que no se callaban ante una pregunta directa. "Presidente, la calle dice que va a haber un golpe militar", contestó. Al Presidente no le gustó la respuesta. "Estaba convencido de que no iba a haber golpe y pareció enojarse", me lo recordaría el mismo Figueroa años más tarde. Después de un corto pero interminable silencio, mirando al joven y movedizo diplomático, Allende replicó: "Ustedes, los argentinos ven todo con la óptica argentina, las soluciones en Chile son diferentes a las de la Argentina". Allende se quedó hasta cerca de las 17 y los allí presentes recuerdan que también habló "con admiración" del Presidente Balmaceda (1886-1891) que se suicidó, actitud que él mismo tomaría el próximo 11 de septiembre de 1973.
El sábado 26 de mayo de 1973, en medio de los actos de asunción de Héctor Cámpora en la Argentina, Allende recibió en la residencia de Chile al secretario de Estado William Rogers. Debía ser un encuentro importante: el estadounidense lo había solicitado 48 horas antes. Ramón Huidobro, embajador chileno en Buenos Aires, testimonió más tarde: “Luego de unos quince minutos de frases obvias y comunes, el funcionario americano se retiró sin haber tocado ningún tema de mención. Se barajaron varias conjeturas, como era natural. Lo único que se me ocurrió que Mr. Rogers (…) posiblemente luego telefoneó a Washington y desde allí pudieron decirle que, como no había más remedio, asistiera, pero sin entrar en temas puntuales de las relaciones entre los dos países. El golpe de estado ya estaba en marcha”.
Desde el año anterior altos jefes navales conspiraban. El almirante José Toribio Merino –comandante de la Base Naval de Valparaíso- ya había solicitado a un grupo de economistas de la oposición e independientes que redactaran un plan económico que se conocería como El Ladrillo. Nada se sabía en cambio de la actitud de las otras dos armas y de Carabineros.
Durante los últimos meses de la presidencia de la Unidad Popular, el desgaste era demasiado pronunciado para un gobierno que apenas en marzo de 1973 había obtenido un poco más del 40% de los votos en las elecciones parlamentarias; es decir, más votos de los que había recibido cuando fue elegido el 4 de septiembre de 1970.
Como señaló Andrea Lagos en La Tercera, “la hiperinflación, el desabastecimiento, los paros de los camioneros y sindicatos y la dureza de la oposición frontal de la Democracia Cristiana y de la derecha llevaron a estallidos de locura”. El desabastecimiento era gravísimo. No se trataba de la falta de productos sofisticados, no se encontraban ni siquiera los elementos más simples y comunes de una sociedad moderna.
En la mañana del miércoles 27 de junio, mientras la famosa peluquería Richmond, la más antigua de Santiago, se preparaba para atender a sus primeros clientes y los kioscos mostraban la portada de la revista Qué Pasa con la foto del general Carlos Prats y el título: "Poder Militar 2º Round", un incidente a todas luces espontáneo agregó un capítulo más al drama que se avecinaba. Alejandrina Cox de Valdivieso conducía su renoleta junto a su sobrino por la avenida Costanera y por azares del tránsito su automóvil quedó al lado del Ford azul del Comandante en Jefe del Ejército. Según relató Prats a la revista Ercilla, "la persona que conducía empezó a sacarme reiteradamente la lengua y la otra a hacerme gestos con sus mano". Como continuaban con las burlas, el Comandante en Jefe del Ejército no encontró nada mejor que disparar un tiro "con la intención de que se detuviesen".
Siempre según el relato del militar, recién en ese momento se dio cuenta de que era una mujer la que manejaba y no un varón. Acto seguido, le presentó sus excusas explicándole que jamás hubiera disparado de haber sabido que al volante se encontraba una dama. En segundos, su Ford fue rodeado por automovilistas y un centenar de personas lo increpó groseramente, mientras le desinflaban los neumáticos. Desde allí Prats se dirigió a La Moneda y puso su cargo a disposición del Presidente, quien no sólo no se lo aceptó, sino que inmediatamente decretó el Estado de Emergencia.
Como señaló Andrea Lagos en La Tercera, “la hiperinflación, el desabastecimiento, los paros de los camioneros y sindicatos y la dureza de la oposición frontal de la Democracia Cristiana y de la derecha llevaron a estallidos de locura”. El desabastecimiento era gravísimo. No se trataba de la falta de productos sofisticados, no se encontraban ni siquiera los elementos más simples y comunes de una sociedad moderna.
El 29 de junio menos de una docena de tanques del Regimiento Blindado 2 y cerca de 40 efectivos, al mando del teniente coronel Roberto Souper Onfray, salían a la calle. Los ciudadanos pensaron que se trataba de un desfile o de un acto de desagravio a su Comandante en Jefe. Los efectivos pasaron por la Alameda, enfilaron después por Mac Iver y llegaron a la casa de gobierno por Moneda. A las 9.01 empezaron a dispararle a La Moneda y al Ministerio de Defensa. Allende se encontraba en esos momentos en su residencia de Tomás Moro y allí se concentraron los dirigentes de la Unidad Popular. Contaban con pocas y confusas noticias por lo que, pensando que el ataque formaba parte de un plan más amplio, el Presidente se dirigió al pueblo por radio solicitándoles que salieran de sus casas "con armas o lo que tengan".
Para el gobierno existía "un estado de conmoción y subversión" al que había que poner fin con medidas drásticas. Desde Brasilia, el embajador José María Alvarez de Toledo analizaba en un largo Parte Informativo "Reservado" (Nº 1108, Brasil, del 3 de julio de 1973), la visión de los medios brasileños sobre los acontecimientos en Santiago: "O Allende obtiene éxito en sus esfuerzos para enganchar a las FFAA en el proceso revolucionario o éstas se verán obligadas, finalmente, a intervenir para impedir que el Gobierno subvierta el orden constitucional, implantando en Chile, como lo desea, un régimen comunista".
A los agregados militares de la embajada de la Argentina, la “chirinada” también los tomó por sorpresa, aunque para entonces ya tenían claro que estaban dadas las condiciones para un golpe militar. El Agregado Naval fue tratado de “delirante” desde Buenos Aires por su propio jefe de Inteligencia, quien recibía sus informes semanales. Poco después, este mismo agregado relataría: “Cuando comenzaron los cañonazos llamé por teléfono a mi jefe de Inteligencia. Saqué el teléfono por la ventana y le dije: ‘Escuche los bombazos, le habla el delirante’”. El relato del jefe naval continuaba con el papel que cumplieron las mujeres chilenas después de la asonada: “Las mujeres de los militares fueron muy severas con el gobierno de Allende y aún más después de ese día. Algunas recriminaron a sus maridos el no haber respaldado a los miembros del Regimiento sublevado. Días más tarde, en mi presencia, junto con mi esposa, durante una cena con oficiales navales y sus mujeres, una de ellas trató a su marido de ‘maricón’ y le impidió volver a su casa. El oficial tuvo que ir a dormir al Club Naval. Otra, más enardecida, le decretó la ‘huelga sexual’ bajo el argumento de que si quería ser hombre en la cama primero tenía que ser hombre en la calle”.
Hace unos pocos meses se encontró en una caja fuerte de un estudio santiaguino lo que se denomino “Acta Rivera”, escrita por Rafael Rivera Sanhueza, asesor jurídico de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), un testigo del encuentro.
"Hoy viernes 6 de julio de 1973, día frío de invierno, al anochecer, la directiva de la Sociedad de Fomento Fabril, concurrió a entrevistarse con el presidente del Senado, don Eduardo Frei Montalva, quien había accedido a recibirla en las dependencias de la Cámara Alta, a las 18:30 horas".
"Frei se demoró en recibirnos. Hubo que esperarlo en el salón de la presidencia alrededor de 45 minutos. Al ingresar, se excusó, expresando que había sostenido una reunión de emergencia con los senadores de oposición ante la grave situación que aquejaba al país".
"Los representantes de Fomento Fabril le manifestaron su inquietud por el giro que habían tomado los acontecimientos a raíz del "tanquetazo" del viernes 29 de junio último (alzamiento frustrado del Regimiento Blindados Nº 2, comandado por el teniente coronel Souper), que había originado una toma masiva de industrias".
"Se le dijo a Frei que el país estaba desintegrándose y que si no se adoptaban urgentes medidas rectificatorias fatalmente se caería en una cruenta dictadura marxista, a la cubana".
"Frei oyó en silencio, cabizbajo. Se le veía abrumado. Se paró de su sillón, abrió una caja de plata y ofreció cigarros Partagas a los asistentes. Luego se sentó arrellanándose, y en forma pausada y solemne dijo que agradecía la visita, pero que estaba convencido de que nada se sacaba con acudir a los parlamentarios y a las directivas políticas contrarias a la Unidad Popular, ya que la situación era tan crítica que los había sobrepasado".
"Claramente agregó, casi textualmente: 'Nada puedo hacer yo, ni el Congreso ni ningún civil. Desgraciadamente, este problema sólo se arregla con fusiles', de manera que en vez de ir al Congreso debíamos ir a los regimientos. 'Les aconsejo plantear crudamente sus aprensiones, las que comparto plenamente, a los comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, ojalá hoy mismo'".
El 23 de agosto sectores de diputados opositores se proponen declarar la ilegalidad con que está actuando el Gobierno con un oficio firmado por el titular de la Cámara, Luis Pareto González. Con el Acuerdo de la Cámara de Diputados, firmado por más de ochenta diputados nacionales y democratacristianos, la oposición allanó con sus argumentos el camino para el derrocamiento de Allende, al sostener que “el Presidente ha quebrantado gravemente la Constitución”. Seguidamente, el mismo 23 de agosto, tras un incidente con numerosas esposas de altos jefes militares, sobrevino la renuncia del general Carlos Prats y su reemplazo por Augusto Pinochet Ugarte. Luego vino la crisis en la Armada.
El 29 de agosto de 1973, el almirante José Toribio Merino cruzó los alfombrados ambientes de la residencia presidencial de Tomás Moro, pasó los diferentes filtros que imponían los miembros del GAP (Grupo de Amigos del Presidente, una custodia personal), y entró en el despacho donde lo esperaba de pie el Primer Mandatario. Adoptó una actitud marcial y esperó que Salvador Allende rompiera el silencio:
Allende: Usted se propone ser Comandante en Jefe de la Armada.
Merino: Sí, Excelencia. Aspiro al cargo porque me corresponde según el escalafón, ya que Montero ha presentado su renuncia indeclinable. Por otro lado, es ésa la voluntad de mis oficiales, explícitamente manifestada.
Allende: Si usted ha declarado públicamente que es antimarxista, ¿cómo quiere que lo nombre?
Merino: Me corresponde por derecho el cargo de Almirante en Jefe y lo seré.
El encuentro le fue relatado a escasos meses del golpe al escritor Ricardo Boizard y el almirante lo relata en sus Memorias. A Merino le correspondía asumir la jefatura, si se seguía la línea de mandos, ante la renuncia del almirante Raúl Montero Cornejo (que no se presentó de manera indeclinable).
El viernes 7 de septiembre, en la muy frecuentada recepción en la Embajada de Brasil en Santiago, el tema más importante del que se habló aludía al golpe militar que se avecinaba. Para ese entonces algunos políticos chilenos en forma privada preveían el fin del gobierno de Allende.
Radomiro Tomic, el ex candidato presidencial de la Democracia Cristiana le escribió el general Carlos Prats: "Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar".
El domingo 9 de septiembre de 1973, cerca de las 16, Gustavo Leigh, el jefe de la Fuerza Aérea, visitó a Pinochet en su casa. Había clima de fiesta porque era el cumpleaños de Jacqueline, la hija menor del jefe del Ejército. En un momento se dirigieron al escritorio de la casa y poco después llegaron desde Valparaíso dos altos jefes navales con una carta del almirante Merino.
La esquela comenzaba diciendo: "Gustavo y Augusto: Bajo mi palabra de honor el día D será el 11 a la hora H 06.00". Tras leer el resto del corto texto, el oportunista Pinochet –ya que no participó en la conspiración y esa misma mañana le declaró lealtad a Allende—comentó: "Mira, pero tú sabes que esto nos puede costar la vida". Leigh le contestó: "¡Por supuesto! Pero aquí no queda otra cosa que jugarse."
El comandante aéreo firmó inmediatamente y Pinochet, tras meditar en silencio, dio su conformidad y lacró. A partir de ese momento la suerte de Allende estaba sellada. En los alrededores el general Sergio Arellano Stark, el coordinador de la conspiración dentro del Ejército, esperaba el resultado del encuentro.
El lunes 10 de septiembre por la noche, el agregado naval argentino Luis Sánchez Moreno y su esposa asistieron a una cena cerca de Valparaíso, a la que concurrieron ocho altos jefes navales y sus esposas. Notó que reinaba un clima especial. Mientras cenaban, los oficiales se levantaban alternadamente y se dirigían a una habitación cercana. Lo hacían de a uno, otras veces de a dos y luego convocaban a un tercero. En un momento la mayoría de los hombres se levantaron de la mesa. Pensó que algo raro sucedía. Guardó la discreción, no preguntó nada.
Al día siguiente, se levantó temprano para retornar a Santiago y se dio cuenta de que Viña del Mar y Valparaíso estaban bloqueados. La ciudad había sido tomada por la Infantería de Marina en la madrugada. Llamó al cónsul argentino en Valparaíso, Marcelo Gabastou, y alertó: "Marcelo hay un golpe". Pudo pasar los distintos retenes porque lucía su uniforme de diario. Cuando llegó a la capital el golpe estaba en vías de concretarse.
Tras horas de confabulación con sus generales más adeptos, a las 7.40 del martes 11 de septiembre, Pinochet llegó a la sede el comando de tropas de Peñalolen desde donde dirigiría la participación del Ejército en el derrocamiento de Salvador Allende Gossens.
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