Viajaban 319 pasajeros y 19 tripulantes. El Boeing 747 EC-DLD denominado también Lope de Vega asumió el vuelo comercial Iberia IB.952. Había partido ocho horas antes desde el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. Aterrizó a las 8:27 de la mañana del jueves 10 de septiembre de 1981. “Señoras y señores, bienvenidos a Madrid -anunció el comandante Juan López Durán-. Tengo que decirles que han venido acompañando al Guernica de Picasso en su regreso a España”. En la bodega del avión, custodiado, preservado, enrollado y secundado por más de sesenta obras asociadas a su creación, volvía a su tierra “el último exiliado”.
“Fue muy emocionante. El avión se posó en la pista como una hoja de otoño posándose en el suelo. Cerca de nosotros viajaban unos policías españoles del dispositivo de seguridad vestidos con gabardina que parecían directamente el inspector Clouseau. Los pasajeros se quedaron atónitos. Algunos aplaudieron. Para ellos debió ser algo surrealista”, relató emocionado Álvaro Martínez-Novillo, por entonces subdirector de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura por aquellos años. Había sido un elemento clave en la operación retorno.
La pista se desbordó de curiosos. El objetivo se había cumplido. La palabra del autor se había respetado. No fue una tarea sencilla. La idea era que se exhibiera en tierras españolas para conmemorar el centenario del nacimiento del artista. El jueves 24 de octubre, el cuadro de 3,49 metros de altura por 7,77 metros de ancho ya ocupaba una de las paredes del Casón del Buen Retiro, parte del Museo del Prado. El día siguiente fue la fecha de apertura al público: coincidía con el aniversario número 100 del natalicio del gran Pablo Picasso. Lo custodiaba un cristal blindado, miembros de la Guardia Civil y una antología de obras, una colección de dibujos preparatorios, pinturas y fotografías del proceso de creación del cuadro.
El Guernica permaneció allí hasta el 26 de julio de 1992, once años después de su regreso al país. Un decreto disponía la división de colecciones públicas del estado español en dos segmentos: los artistas nacidos antes de Picasso se exponían en el Prado; los artistas nacidos después del pintor malagueño formarían parte del Museo Reina Sofía. Desde entonces, la obra cumbre de Picasso integra la colección permanente del Museo Reina Sofía.
“Nunca pensé que el Guernica iba a dejar un día el Prado, que era donde Picasso quería que estuviese. Fue una voluntad de artista que se ha perdido en la nada”, expresó al diario El País Manuela Mena, una conservadora de arte que presenció la instalación del mítico cuadro en el Casón del Buen Retiro aquel jueves de septiembre del 81. Era, por entonces, responsable del Departamento de Dibujos del museo. Es hoy de las mayores especialistas mundiales en la obra de Goya. Manuel Borja-Villel, director del Reina Sofía, piensa lo contrario: dice que el museo se hizo para albergar justamente al Guernica. “Es una obra clave del siglo XX, y un ícono no solo artístico sino político, es la obra de un artista que era consciente de que quería influir no solo en lo artístico sino en lo social y en lo político”.
Lo visitan cada año dos millones de personas. Lo había encargado el gobierno de la Segunda República de España: le encomendaron al artista la creación de un gran cuadro para exponer en el pabellón de España en la Exposición Internacional de París. Picasso, tras una serie de negociaciones, aceptó el encargo y cobró 150 mil francos franceses de la época. La propuesta y el primer encuentro datan de enero. El pintor gozaba de libertad creativa. La idea de la obra surgió de una tragedia: el bombardeo del 26 de abril de 1937 en Guernica, un municipio de Vizcaya en la comunidad autónoma del País Vasco, despertó su musa.
Debía cumplir una única condición: tener una dimensión extraordinaria para cubrir toda una pared del pabellón. Picasso decidió el resto. Pintó el ataque aéreo perpetrado por la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana a la villa española, en un manifiesto bélico contra el gobierno de la Segunda República Española. El Servicio Nacional de Regiones Devastadas, un organismo destinado a evaluar los daños materiales provocados durante la guerra, así como los posteriores trabajos de reconstrucción, informó, según un relevamiento que toma National Geographic, que el 85,22% de los edificios (271 en total) fueron totalmente destruidos.
Se estima que cayeron en Guernica 31 toneladas en bombas durante tres horas y que un tercio de los cinco mil habitantes de la ciudad murieron en los ataques. La cantidad de fallecimientos varía según quien los mide. El gobierno Vasco encargó, años después, un documento titulado “Relación de víctimas causadas por la aviación facciosa en sus incursiones del mes de abril de 1937”: computaron un saldo trágico de 1.654 muertos y 889 heridos. Otro estudio posterior minimiza el impacto y reduce la cifra a 150 víctimas fatales. Xabier Irujo, codirector del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada y autor del ensayo “Gernika”, asegura que la cantidad de muertes supera las dos mil. Las estadísticas trágicas no condicionaron la contemplación del artista. Bastaron las fotos y la consumación del horror para crear.
En Guernica sobrevivieron el polvo y los escombros. El atentado obró de campo de prueba. Irujo, quién investigó el bombardeo durante más de diez años con extrema minuciosidad, explicó que el ataque fue fundamentalmente dos hechos: “un bombardeo de terror y un experimento de guerra”. Supuso un ensayo estratégico de lo que pasaría años después. Un preludio bélico: los bombardeos sobre poblaciones civiles durante la Segunda Guerra Mundial. En Guernica, la primera urbe de Europa destruida sistemáticamente, convergían factores ideales según la lectura del historiador Irujo: era una ciudad abierta, sin defensa aérea y sin riesgos para los atacantes, que simbolizaba el legado cultural del pueblo vasco y sus ansías nacionalistas. Un golpe para abatir las reivindicaciones del País Vasco en plena guerra civil española.
Cinco días después del ataque, Picasso comenzó a crear. No pintó ni dibujó aviones, bombas, escombros, no se distinguen municiones ni armas. No hay ningún indicio de guerra, solo interpretaciones abstractas. Hay figuras de personas, una mujer que pierde a un hijo, una mujer que huye, una mujer que se está quemando, un caballo, una paloma, un toro, una flor, una bombilla. No hay color: todo se distribuye en la gama del gris. En sus expresiones artísticas se conjugan el neocubismo, el surrealismo, el simbolismo. La connotación es de oscuridad y brutalidad, de barbarie, de pena, una declaración de principios, un alegato contra las guerras, un pronunciamiento antibelicista, un símbolo de paz.
La empezó el primer día de mayo en su estudio parisiense de la Rue des Grands Augustins. El 25 de mayo se inauguró la exposición internacional de la capital francesa. El 4 de junio Picasso terminó su Guernica. La creación de su obra más reconocida a nivel mundial le demandó 34 días. El 12 de julio, dos meses después de su inauguración, se instaló en la muestra global. El pabellón español, situado en la Avenida del Trocadero, disponía de una superficie total de 1.400 metros cuadrados de un terreno irregular. En la planta baja, a la derecha del ingreso, se exhibía la gran pintura mural.
El óleo, luego, itineró. Visitó decenas de museos con el propósito de recaudar ingresos para el bando republicano. Oslo, Copenhague, Estocolmo y Gotemburgo hasta abril de 1938. En septiembre, Inglaterra. En abril de 1939 fue trasladado al Museum of Modern Art (MoMA) de Nueva York. La obra padecía el trajinar de los traslados repetitivos. Picasso prefirió, tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que permaneciera allí hasta que en su país se restableciera la democracia.
“Desde hace muchos años igualmente he hecho donación de este cuadro, los estudios y los dibujos a su museo. Paralelamente, ustedes han aceptado enviar el cuadro, los estudios y dibujos a los representantes cualificados del Gobierno español cuando se hayan restablecido las libertades públicas en España. Ustedes saben que siempre ha sido deseo mío ver que esta obra y sus anexos volvieran al pueblo español”, le recordó el pintor a las autoridades del museo en una carta fechada el 14 de noviembre de 1970. Menos de tres años después, el 8 de abril de 1973, Pablo Picasso murió por un edema pulmonar a los 91 años, en su casa de Mougins, Francia.
La restitución devino en una ardua empresa. El operativo de repatriación se aceleró con la muerte del dictador Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975. Se volvió un tema de Estado. El 19 de octubre de 1977, el Senado aprobó la propuesta de solicitar formalmente la devolución de la obra. El MoMA tardó en ceder: no quería desprenderse de su obra más trascendente. Los españoles establecieron un ultimátum: para octubre de 1981, en el centenario del nacimiento del artista, el cuadro debía estar en suelo español.
Una comitiva viajó al rescate. Condujeron las acciones el ministro de Cultura, Iñigo Cavero, y el director general de Bellas Artes, Javier Tusell. El operativo comenzó el miércoles 9 de septiembre a las seis de la tarde, cuando el museo cerró sus puertas al público. Tardaron siete horas en descolgarlo, enrollarlo y meterlo en una caja de madera. No hubo ninguna compañía de seguros dispuesta a firmar una póliza en el traslado de la obra “por el valor incalculable de la obra artística y el alto significado político que Pablo Picasso plasmó en el Guernica en memoria del horror del bombardeo nazi a la ciudad de Guernica, en el País Vasco”, según la lectura que Javier Tusell le reconoció al diario El País.
“Todo se desarrolló en medio de una gran discreción, tanta que casi no hubo medidas de seguridad. El cuadro se descolgó y se enrolló por la noche, y por la mañana, muy pronto, se hizo un acto de entrega solemne al Estado español en el que Blanchett Rockefeller, hermana de Nelson Rockefeller y presidenta del MoMA, entregó el cuadro a Iñigo Cavero. Y salimos para el aeropuerto”, explicó Álvaro Martínez-Novillo, ex subdirector de Artes Plásticas.
Camino al aeropuerto, un fenómeno surrealista inyectó más drama a la restitución. Lo contó Martínez-Novillo: “Hubo un apagón eléctrico y se apagaron todos los semáforos de Manhattan. El cuadro viajaba en un camión Mercedes, y nosotros íbamos detrás; fuimos cruzando la Quinta Avenida, la Sexta, etcétera, a todo meter y como pudimos, en medio de un atasco tremendo y tocando la bocina. Un poco como de película italiana”. De madrugada se subieron al avión comercial de Iberia desde el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York. Ocho horas después, aterrizó en Madrid. Volvía a su tierra, 44 años después, “el último exiliado”.
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