David Viñas tenía un cuerpo macizo, un carácter irreverente y una literatura comprometida con las ideas de un cambio social y político profundos, de raíz. Sus textos, de exquisita literatura, siempre interpelaron y arreciaron contra el país desigual. Es imposible pensar sus más de cincuenta años de escritor sin detenerse en su cruda, trágica, historia familiar.
Su abuelo paterno había participado en la expedición de Julio Argentino Roca en 1879, la que algunos todavía llaman “Conquista del Desierto” y otros se desviven por denunciarla como una expedición para añadir la Patagonia al modelo agroexportador a costa del sometimiento y exterminio de las comunidades originarias.
El juez amigo de Yrigoyen
El padre de David, Pedro Ismael Viñas, amigo personal de Hipólito Yrigoyen, fue enviado por el presidente radical precisamente a la Patagonia cuando el conflicto entre peones rurales y dueños de las estancias había crecido en intensidad. En efecto, el padre de David fue destinado como juez a Río Gallegos en 1919 cuando Santa Cruz era todavía territorio nacional. Hipólito Yrigoyen llevaba tres años en el gobierno y en Buenos Aires había estallado una huelga que derivó en una represión feroz no solo contra los huelguistas sino que fue aprovechada por la Liga Patriótica –una organización paramilitar de ultraderecha- para hacer un pogrom en los barrios de Once y Villa Crespo, donde el blanco fueron los judíos.
El juez Viñas, tercera generación de argentinos y de ascendencia andaluza, estaba casado con Esther Porter, la hija menor de una familia ucraniana llegada a la Argentina escapada precisamente de los pogromos de la ciudad de Odessa.
Ese juez, entonces, le debía lealtad a Yrigoyen al tiempo que debía dictar sentencias en los conflictos entre peones rurales liderados por anarquistas y estancieros que no querían ceder ante demandas básicas de las condiciones de vida de esos obreros. Otra expedición militar, medio siglo posterior de la que había participado el padre del juez Viñas, fue a la Patagonia, esta vez en barcos, a Río Gallegos, al mando del teniente coronel Héctor Benigno Varela. Fue en noviembre de 1920 y tanto el jefe militar como el magistrado que seguían instrucciones de Yrigoyen lograron un frágil acuerdo para que los estancieros se comprometieran a ceder ante las demandas obreras.
La Patagonia Trágica
Pero hubo una segunda expedición de Varela, un año después. Esa vez fue para reprimir a sangre y fuego. A fines de 1921, Yrigoyen sumaba la Patagonia Trágica a la Semana Trágica. La actuación del juez Viñas pasó de aquella capacidad mediadora a una inacción completa. Junto a su esposa se quedó en Río Gallegos y en mayo de 1925 nació allí su primogénito, al que llamaron Ismael Aarón, el primer nombre era de raíz paterna, el segundo fue de raíz hebrea, por la ascendencia de su madre. Gobernaba por entonces Marcelo Torcuato de Alvear y el matrimonio volvió con su pequeño hijo a Buenos Aires.
Fue el propio juez Viñas quien prologó el libro La Patagonia Trágica, escrito por José María Borrero, un abogado vasco que al principio de las huelgas obreras de Río Gallegos estaba de los dos lados del mostrador: por un lado, asistía a las asambleas de la filial local de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), que nucleaba anarquistas y socialistas; pero, por el otro, era apoderado de La Anónima, una firma del poderoso empresario Mauricio Braun. Borrero, a fines de 1920, un año antes de los fusilamientos masivos, fue desvinculado de La Anónima por sus dueños. Su libro fue publicado en 1922, cuando empezaba a conocerse la magnitud de la crueldad de los fusilamientos. El texto sin embargo quita responsabilidad a Varela y a Yrigoyen de los brutales asesinatos. Sí carga las culpas sobre la Sociedad Rural y los estancieros patagónicos.
Al igual que su madre, Mauricio Braun provenía de una familia de judíos ucranianos. Pero, a diferencia de ella, Braun se convirtió al catolicismo. Años después, en Los dueños de la tierra, además de poner en clave de ficción las tensiones entre su padre y su madre, Viñas contrastaría a su madre judía y defensora de los obreros con el poderío de los Braun.
David, el intelectual irreverente
Boris David fue el segundo hijo del matrimonio. Sus nombres revelan la importancia del origen judío de su madre. David fue educado en un colegio de curas y sus estudios secundarios los hizo como internado en el Liceo Militar General San Martín. Sin embargo, cuando ya cursaba el último año, siendo un muchacho de mandíbula cuadrada y espaldas anchas, no dudó en insultar a un oficial joven y romper con la disciplina castrense. Corría 1945, el año del fin de la Segunda Guerra mundial y de ascenso del peronismo.
Empezaba una nueva vida para el joven Boris David. Sin aquel arrebato de irreverencia, la Argentina se hubiera perdido al escritor implacable con el poder y despiadado con su propia identidad. Los textos de Viñas fueron a la mandíbula de los poderosos pero también a través de la escritura desnudó sus propios desvelos.
Llegó al mundo editorial como escritor en las sombras y su seudónimo fue Pedro Pago. Con ese alias se reconocía como un mercenario o un asalariado de las letras. Siempre hubo y habrá personas con figuración social o poder como para recurrir a un escritor fantasma.
Sin embargo, su talento y su talante le permitieron abrirse paso y registrar en clave de ficción sus propias historias familiares. En 1958, con 31 años, casado con Adelaida Gigli y nacidos sus hijos María Adelaida y Lorenzo Ismael, publicó Los dueños de la tierra. En esa novela, el protagonista principal –Vicente Vera- interpela a su propio padre. En el relato, a diferencia del juez Viñas, Vera toma partido: se enfrenta al gobierno y a los terratenientes, se pone del lado de los desposeídos, los que reclamaban un lugar digno para dormir después de la esquila, con mantas, con un botiquín, con una paga menos miserable. Vera, además, en la novela tiene fuertes enfrentamientos con Yuda Singer, su esposa, anarquista.
El propio Viñas dirá: “Mi narrativa es un proyecto de cuestionamiento de la cultura burguesa. O sea, de mi propia formación, una manera de pensar contra mí mismo. Una forma de verbalizar lo que menos me gusta de mí mismo. A través del libro voy diciendo no quiero parecerme a mi viejo… me parezco demasiado. En la novela zarandeo la parte que tengo de él”.
Los dueños de la tierra sacudió a una Argentina que vivía la resistencia peronista, el auge de la revolución cubana y de una intelectualidad a la cual el texto de Viñas conmovía por su valentía y también por las influencias del existencialismo de Jean Paul Sartre así como de los escritores realistas norteamericanos como William Faulkner y Ernest Hemingway.
La mirada de Osvaldo Bayer
Capítulo aparte merece subrayar que el historiador y periodista Osvaldo Bayer para entonces empezaba a registrar las responsabilidades concretas del coronel Varela y del propio Yrigoyen. Bayer marcaba la distancia de Viñas y Los dueños de la tierra. En conversaciones con uno de los autores de esta crónica, Bayer recordaría que se cuidaba mucho de cruzarse con Viñas porque era de un tamaño considerable y le infundía temor su carácter iracundo.
David Viñas se convirtió en un escritor icónico, vinculado con su hermano Ismael y con muchos intelectuales de la época que no tenían ninguna empatía con el peronismo. Se nucleaban en la revista Contorno donde daban debates académicos y políticos hasta que en 1959, año de Los dueños de la tierra y del triunfo de la Revolución Cubana, esos intelectuales ensayan la creación del Movimiento de Liberación Nacional (Malena), inspirados en los cambios que provocaba en América latina la llegada de Fidel Castro, Ernesto Guevara y otros barbudos en esa isla caribeña.
Pero el Malena no fue más que una cantera de gente de clase media habituada a los encendidos encuentros de claustro o de café.
Viñas vivía en Talcahuano y Lavalle y pasaba horas en el emblemático café La Paz de Corrientes y Montevideo. Mientras sus escritos y su presencia pública alentaban un cambio social del cual no era partícipe activo, a principio de los ‘70, sus hijos María Adelaida y Pedro Ismael, siendo muy jóvenes, decidieron cada cual por su cuenta ponerle el cuerpo a las luchas.
María Adelaida, desaparecida
Si la Patagonia tenía clave de tragedia en la vida de David, el destino de sus hijos lo puso ante lo imposible de prever e imposible de sobrellevar. El 29 de agosto de 1976, después del golpe de Estado, fue secuestrada María Adelaida en las inmediaciones del Jardín Zoológico cuando estaba con su hija Inesita. Previamente, el 10 de agosto, su compañero y padre de su hija Carlos Goldemberg había sido abatido cuando intentó zafar de un retén militar.
Actuó la comisaría 23 de la Policía Federal, donde se presentó un oficial naval retirado, padre de una compañera de María Adelaida para reclamar sobre la niña. Dado que no le dieron información, reclamó hasta llegar a hablar con el propio jefe de la Armada, Emilio Massera, para que la devolvieran. Así fue que el abuelo materno de Inesita, el escultor Lorenzo Gigli, recibió el llamado de un matrimonio mayor que decía tener a la niña.
El padre de Inesita, tiempo antes del final trágico, había colgado algo en su pequeño cuello. No era una medalla sino una chapita con los datos familiares: Carlos Goldemberg, pese a que su vida terminó a los 24 años llevaba seis años como guerrillero y militante clandestino. A María Adelaida la vieron viva en “el Campito”, el centro clandestino de detención que funcionaba en Campo de Mayo. Un sobreviviente recuerda haberse despedido mientras ella le hacía la V con los dedos índice y mayor.
Lorenzo Ismael, capturado en Brasil
Lorenzo Ismael, un año menor que su hermana, estaba también encuadrado en Montoneros. Se había casado con Claudia Allegrini con quien tuvo una hija, María Paula. Lorenzo siguió su actividad clandestina hasta que fue secuestrado mientras intentaba entrar a Brasil por Paso de los Libres el 26 de junio de 1980. Claudia se encontraba en Brasil y denunció que lo habían detenido fuerzas militares brasileñas para que lo entregaron a sus pares argentinas en el marco del Plan Cóndor, concebido desde Estados Unidos en connivencia con los dictadores latinoamericanos. El sociólogo Roberto Baschetti, notable compilador de historias de la militancia peronista, afirma que “bajo tortura no pudieron sacarle un solo dato comprometedor para sus compañeros. Se burlaba de sus captores haciéndolos ir de un lado a otro con falsas direcciones y contactos inexistentes”. Desde entonces se sumó a la lista de detenidos desaparecidos.
Volver del exilio
David Viñas había partido al exilio en julio de 1976, las noticias de los secuestros de sus hijos -con cuatro años de diferencia- las recibió estando en Madrid. Volvió a la Argentina en 1984, tenía 54 años después de haber impartido clases de Literatura en España, Alemania, Estados Unidos, Dinamarca, México y Alemania.
Era, al mismo tiempo, una gran figura de la cultura, un polemista encendido y un hombre abatido por el dolor. Esta vez, el escritor de melena gris y grandes bigotes escribió varios textos en los que desnuda su propia incapacidad y se acusa a sí mismo.
Por entonces, el escritor Ricardo Piglia le sugirió aplicar para la beca de la Fundación Guggenheim. Su fundador, Simon Guggenheim, era un empresario y político del Partido Republicano del Estado de Colorado que había decidió otorgar subsidios a personalidades de diferentes campos. La decisión de crear la fundación y apoyar a otros surgió de la muerte temprana de su hijo John en 1922.
“La literatura como cuerpo sudoroso”
En 1991, le informaron que la fundación le otorgaba la beca pedida. Sin embargo, decidió renunciar a ese subsidio. En una entrevista publicada tiempo después en el periódico porteño Vas, Viñas dijo: “Al principio acepté, pero luego aconsejado por James Petras (intelectual radical de Estados Unidos) preferí renunciar. Lógicamente hubo un tironeo ¡eran 25.000 dólares!, que para pagar deudas ¡ni te cuento! Esa beca es una forma de cooptar a los intelectuales, no es que te ponés al pie, pero te van cooptando. Renuncié. No era un problema de personalismo, sino un gesto político. Lo hice en homenaje a mis hijos Lorenzo Miguel y María Adelaida, que están desaparecidos”.
El 10 de marzo de 2011, a los 83 años, David Viñas murió en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires por complicaciones de una pulmonía. El recientemente fallecido Horacio González había ido esa noche a visitar a Viñas al sanatorio. El por entonces director de la Biblioteca Nacional dijo, en la puerta del Güemes: “Fue el hombre que inventó la idea de la literatura como un cuerpo sudoroso”.
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