El 21 de diciembre de 1978, en el Canal de Beagle y en medio de una tempestad, la flota argentina se preparaba para invadir las islas chilenas Evout, Bernevelt y Hornos. Ese mismo día, en Santiago, Augusto Pinochet era informado del inicio de las hostilidades en el sur del continente. El diferendo limítrofe, zanjado por jueces internacionales a favor de los trasandinos, llegaba al extremo del conflicto armado. Al filo de ese jueves lleno de tensión, la figura del Papa Juan Pablo II se elevó sobre los mandatarios en disputa y llegaron las respuestas de Videla y Pinochet aceptando su mediación.
Nunca antes Argentina y Chile habían estado tan cerca de comenzar una guerra. Pero el inicio de esta historia habrá que ubicarlo siete años antes.
El 23 de julio de 1971, en la ciudad de Salta, Alejandro Agustín Lanusse y Salvador Allende, presidentes de la Argentina y Chile, firmaron en Salta un Acta en la que se obligaban a exponer sus diferencias sobre el problema limítrofe del Canal del Beagle e islas adyacentes a un tribunal internacional especialmente integrado por jueces elegidos por ambos países. Sus resultados deberían ser aceptados por ambas cancillerías. El fallo fue negativo para la Argentina y empezaron las graves tensiones.
El 2 de mayo de 1977, se comunicó oficialmente el fallo arbitral sobre el litigio con Chile del Canal de Beagle. La sentencia de los cinco jueces de la Corte ad hoc, representantes de los Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Suecia y Nigeria, resultó francamente favorable a las aspiraciones chilenas de extender su presencia al océano Atlántico.
La resolución de la Corte Arbitral causó indignación en el gobierno militar, y también entre la clase política: por ejemplo, el 4 de octubre, varios dirigentes solicitaron públicamente el rechazo del fallo del Beagle. Entre otros Raúl Alfonsín, Miguel Unamuno, Eloy Próspero Camus y Roberto Ares.
El régimen militar atravesaba su segundo año de gobierno sin objetivos claros y sin plazos. Dos fueron los temas que demandaron su mayor atención: el diferendo del Canal de Beagle y la reestructuración del esquema de poder político, es decir el debate sobre el “cuarto hombre”, ya que la Armada y la Fuerza Aérea querían que Videla ejerciera sólo su cargo de Presidente y dejara la comandancia en jefe del Ejército.
La Cancillería se preparaba en todos sus niveles a rechazar el fallo de la Corte Arbitral y mientras se trabajaba en esta dirección, el jueves 19 de enero, Jorge Rafael Videla y Augusto Pinochet se encontraron en la base de El Plumerillo, Mendoza, sin llegar a ningún atisbo de solución después de ocho horas de reuniones entre los mandatarios y sus equipos de colaboradores. El 25 de enero la Argentina rechazó de plano el Laudo Arbitral del Beagle.
El 26 de enero Videla y Pinochet volvieron a encontrarse, esta vez en Puerto Montt, Chile. Al final de la cumbre se firmó el Acta de Puerto Montt por el que se acordó la formación de comisiones negociadoras que, en tres etapas, deberían arribar a una solución para la “delimitación definitiva de las jurisdicciones que correspondan a Argentina y Chile en la zona austral”.
Al finalizar el encuentro, la diplomacia argentina se vio sorprendida por el discurso del mandatario chileno, cuando dijo: “La jurisdicción en esa región quedó refrendada en forma definitiva en la sentencia de Su Majestad británica. Por lo tanto, las negociaciones a realizar en ningún caso afectarán los derechos que en esa área el laudo reconoció para Chile”. Videla, estupefacto, debió dejar su discurso escrito (que le había preparado, entre otros, el ex canciller Miguel Ángel Zabala Ortiz) e improvisar unas palabras con su habitual moderación.
Pocas horas más tarde, el almirante Emilio Eduardo Massera dijo en Río Grande que “aquí no hay alfombras espesas que ahoguen el latido de la tierra, aquí no sobreviven las intenciones oblicuas, las palabras elásticas, las argucias protocolares o la oratoria malhumorada como expresión de una hostilidad vacía de derecho”. El conflicto externo, era también un capítulo más de la interna castrense.
El 23, Videla se dirigió al país para explicar los alcances del Acta de Puerto Montt, y previno que habría “negociaciones de difícil trámite”, pero expresó su confianza de que se llegaría a “soluciones justas y armónicas”. El país comenzaba a prepararse para enfrentar un conflicto armado. Todo conducía en esa dirección.
Para encabezar la delegación argentina en las negociaciones con los chilenos fue designado el general (RE) Ricardo Etcheverry Boneo, quien presentaba como antecedente inmediato el ser secretario de Acción Comunal de la gobernación de Santa Fe. La contraparte chilena fue presidida por Francisco “Cato” Orrego Vicuña, profesor de la Universidad de Chile y Ph.D. en Leyes en la Universidad de San Francisco, Estados Unidos.
Junio y julio fueron meses de fiesta en todo el país. Se llevó a cabo el campeonato mundial de fútbol 1978 y la Argentina se distraía al compás del equipo de César Luis Menotti. Era “la locura del Mundial”, como tituló la revista Somos el 9 de junio. Llegaron turistas de todos los lugares del planeta. Acompañado por su esposa y rodeado de custodios, vino Henry Kissinger, el ex secretario de Estado de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford. Además de presenciar varios partidos, dio una conferencia en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y se entrevistó con altos miembros del gobierno militar. En uno de esos encuentros, en la residencia del comandante en jefe de la Armada, tuvo una sorpresa: el almirante Massera le propuso una mediación argentina en el conflicto árabe-israelí. Una alternativa que poco tiempo después dejaría trascender el canciller Montes. Massera no sería el último porque también imaginaron el disparate Raúl Alfonsín y Carlos Menem.
En julio, después de semanas de discusiones separadas y conjuntas entre los altos mandos de las FFAA, quedó definido el “esquema de poder” y se creó la figura del “cuarto hombre”, no sin antes realizarse durante 15 horas (que fueron grabadas) la reunión de la Junta Grande, que congregó en un mismo lugar a todos los altos mandos militares (generales, almirantes y brigadieres). La cumbre se hizo a propuesta de la Armada que no quería que Jorge Rafael Videla continuara en la Presidencia. La respuesta del Ejército fue clara: “Hay tres candidatos a Presidente, Videla, Videla y Videla” y el 31 de julio, Roberto Eduardo Viola asumió con el cargo de comandante en jefe del Ejército y Videla juró como Presidente de la Nación el 1° de agosto.
Con fecha 4 de agosto, la Junta Militar informó al país que "ejercerá las facultades del inciso 14 (conclusión de tratados de paz, de alianza, de límites y de neutralidad) del Artículo 86 de la Constitución Nacional otorgada al Poder Ejecutivo, así como también los del inciso 19 (aprobación de los tratados, alianzas y de neutralidad) del Artículo 67 que la Constitución Nacional atribuye al Congreso". En materia de política exterior (y de diseño de una política interior) el Presidente estaba atado de pies y manos. Por ejemplo, los embajadores sólo podían aprobarlos los miembros de la Junta.
El 6 de agosto murió en Roma Giovanni Battista Montini, Su Santidad Pablo VI. Luego de varios días de conciliábulos, el consejo cardenalicio eligió al cardenal Albino Luciani, que tomó el nombre de Juan Pablo I. Su coronación se iba a realizar en Roma, con todos los atributos de su majestad moral. En la Argentina, la discusión sobre quién debía encabezar la delegación que viajaría al Vaticano mostró la profundidad de la crisis en el vértice del poder. En lo institucional y también en lo intelectual.
El presidente Videla fue citado por la Junta Militar, a las 8 de de la mañana, al Comando en Jefe del Ejército, donde se estaba considerando la presencia de una alta autoridad del gobierno en la coronación de Juan Pablo I. Lo que sigue es un relato de un testigo de los hechos que fuera prolijamente anotado: “Siendo las 8.40 y en virtud de que no había sido invitado a entrar en el salón donde se hallaba reunida la Junta, Videla procedió a retirarse a la Casa Rosada”. Luego conversó con el general Reynaldo Bignone. El general Videla se sentía ofendido por la espera sufrida, pero Bignone le explicó que Viola no lo hacía entrar para no exponerlo a la discusión que se estaba llevando a cabo.
“Después retornó al Edificio Libertador y se reunió con la Junta Militar. Allí escuchó de boca de Massera que él no podía ir a Roma, porque quien debía hacerlo era un miembro de la Junta. Que las personalidades que iban a estar presentes en la coronación eran jefes de Estado y que él no lo era”.
"Massera dijo que la Junta era el órgano político supremo del Estado, mientras que Videla era jefe de gobierno. Videla, a pesar de la oposición, ratificó que viajaba igual, pues para él era un asunto de Estado. De lo contrario, dijo, estaba dispuesto a presentar su renuncia al cargo de Presidente”.
“La Fuerza Aérea, a través de [Orlando Ramón] Agosti, opinó que para su arma, el Papa Juan Pablo I no cuenta con su confianza. Lo mismo que Pablo VI, dijo Agosti, este Papa no cuenta con nuestra confianza. Para Agosti todo parecía muy simple; en vista que el nuevo Papa había afirmado que iba a continuar con la línea de Pablo VI, Agosti, por deducción, decía que 'este Papa tampoco cuenta con nuestra confianza’”.
“En un momento, el clima que se alzaba en la reunión se hizo insostenible. ‘Che, Viola’, dijo Massera, ‘a vos tu arma no te da pelota. Aquí tengo el decreto firmado por Videla ordenando la libertad de los presos de Magdalena y a un mes de haberse firmado todavía no ha sido ejecutado’”.
“A todo esto el nuncio apostólico Pío Laghi estaba furioso porque iban a verlo, unos para decirle que tenía que aconsejar que fuera un miembro de la Junta, otros para decirle que tenía que viajar Videla. Al final dijo, ya harto, que viajara el que tuviera ganas”. Era Babel, hablaban y no se entendían.
Finalmente, Jorge Rafael Videla encabezó la delegación argentina a las ceremonias de coronación de Juan Pablo I. En la capital italiana fue víctima de manifestaciones contrarias, organizadas por exiliados argentinos. Sin embargo, fue la ocasión para mantener tres sustanciosas entrevistas con Walter Mondale, Giulio Andreotti y Raymond Barre.
Videla mantuvo un diálogo con el premier italiano, luego de las ceremonias de coronación. Casi a escondidas, se vieron dentro del Vaticano y el “fratello” que ayudó a juntarlos fue Licio Gelli. Con Raymond Barre se trató la insólita negativa francesa a que los cadetes de la fragata Libertad rindieran una ofrenda floral en la tumba del soldado desconocido, ni desfilar o realizar una formación bajo el Arco de Triunfo (esta información había sido entregada por la embajada francesa a la Cancillería el 30 de agosto de 1978). La cuestión de los derechos humanos no fue evitada. El 15 de septiembre, Massera dejó la comandancia de la Armada en manos de Armando Lambruschini. Ahora pasaba a la actividad política.
El 27 de octubre renunció el almirante Oscar Antonio Montes y quedó a cargo del Palacio San Martín en forma interina el ministro Albano Harguindeguy. El 6 de noviembre prestó juramento como canciller el brigadier (RE) Carlos Washington Pastor; era hijo del dirigente conservador Reynaldo Pastor y concuñado del presidente Videla. Su última actividad había sido la de administrar un criadero de pollos.
El 8 de noviembre, Videla le escribió una carta a Pinochet en la que le expresa que “la vía de la negociación no se halla agotada y que una sincera voluntad de persistir en ella de buena fe permitirá superar los obstáculos que aún restan para un acuerdo integral”. Desde Chile, mientras tanto, se insiste con una mediación sin considerar nuevas negociaciones, ya que estas quedaron totalmente agotadas. Entre los posibles mediadores, los más nombrados eran el Rey de España y el Papa Juan Pablo II.
En esas tensas semanas, mientras se hablaba de desplazamientos militares, el canciller Carlos Washington Pastor hizo su primer viaje al exterior. Fue al Uruguay. En el viaje de vuelta habló con Eduardo van der Kooy, el enviado de Clarín, quien le preguntó sobre la situación del Beagle. O no quiso hablar o no estaba al tanto, pero la respuesta de Pastor fue: “De eso no me pregunte porque recién estoy en la primera bolilla”.
Como una última oportunidad, los gobiernos de Argentina y Chile decidieron establecer un encuentro de cancilleres en Buenos Aires, para decidir quién sería el mediador y cuáles las diferencias a dirimir ante el mismo. En una reunión previa al encuentro de cancilleres, el Comité Militar había resuelto apoyar y promover la mediación papal. De fracasar dichas gestiones, se acordó, se promoverían operaciones militares entre el 15 y el 20 de diciembre (ocupándose las islas Evout, Barnevelt y Hornos). Y si existía una “respuesta militar” de parte de Chile, entonces los operativos militares se centrarían sobre Punta Arenas, Puerto Williams y Porvenir. Se había decidido focalizar el conflicto, reforzando el TOA (Teatro de Operaciones Austral), al mando del general Antonio Vaquero con 25.000 efectivos y 250 tanques. Esto significaba que “enfriaban” el TONO (Teatro de Operaciones Noroeste), al mando de Luciano Menéndez.
El Nuncio Pío Laghi, hablando el martes 12 de diciembre con el ex embajador argentino Gerardo Schamis, le refirió una larga serie de anuncios que corrían por el Cuerpo III. Entre otras chapucerías, le cuenta que en Córdoba se dice que “a fin de año se brindará en La Moneda con champagne”. Su interlocutor le responde: “Pero mi caro amigo, esos son cuentos que le traen curitas de pueblo”, a lo que Laghi contestó: “Me lo contó Primatesta y lo dice Menéndez”.
En esas horas, el Nuncio estudió la posibilidad de condicionar la intervención de la Santa Sede, si la Argentina procedía a desmovilizar a sus tropas, pero Videla y Viola no estaban en condiciones de concretarla.
Con una gran expectativa, el martes 12 de diciembre se produjo el encuentro de cancilleres, en medio de los más variados rumores y corrida bancaria. En el Salón Verde del Palacio San Martín se sentaron frente a frente Carlos Washington Pastor y Hernán Cubillos Sallato. Al lado de Pastor lo hicieron Moncayo, Gutiérrez Posse y Federico Mirré (salvo Mirré, los restantes no tenían ni formación ni trayectoria diplomática). Rodearon al canciller chileno Francisco Orrego Vicuña, Enrique Bernstein, Helmut Bruner y Rolando Stein (con excepción de Cubillos, todos tenían una larga trayectoria diplomática o académica).
Durante las conversaciones, por la mañana, ambas delegaciones coincidieron en una serie de ideas que los asesores de los cancilleres, por la tarde, concretaron en un borrador. Una vez que el documento fue aprobado por los dos jefes de las delegaciones, Pastor lo llevó al Comité Militar, que lo rechazó. El problema no era el mediador, el problema para los argentinos era la agenda que debería elevarse a Su Santidad. Para Chile sólo debían delimitarse los espacios marítimos, no los terrestres, que ya habían quedado delimitados por el Laudo. Del lado argentino, el temario debía contener un punto fijo terrestre donde apoyar la división territorial.
En fuentes de la Cancillería chilena se desestimó la posibilidad de una nueva reunión de los cancilleres, por “la ausencia de interlocutor argentino efectivamente válido para Chile”. En un aparte que mantuvo Hernán Cubillos Sallato con el nuncio apostólico en Buenos Aires, monseñor Pío Laghi, el canciller chileno le dijo no encontraba “un solo centro de poder” sino que el mismo se encontraba “atomizado”.
El domingo 17, viajó secretamente a Chile el brigadier Basilio Lami Dozo. Fue a entrevistarse con el jefe de la Fuerza Aérea, Fernando Matthei. Al escuchar la propuesta del militar argentino, Matthei contestó que a él no le correspondía intervenir en el manejo de las relaciones exteriores, ya que es una actividad privativa de Pinochet.
Lo que ocurrió entre el 18 y 21 de diciembre linda entre la diplomacia y la historia militar. Los gobiernos de Chile, Brasil y Estados Unidos manejaron la información que el 21 se produciría la invasión argentina a los territorios insulares en disputa. La flota argentina estaba en alta mar, soportando un fuerte temporal. El mismo 21, Pinochet estaba en la Escuela Militar, presidiendo una graduación de oficiales, cuando su edecán Jorge Ballerino le acercó un mensaje urgente de Punta Arenas, informándole que se iniciaban las hostilidades. Luego, en el 10° piso del Edificio Diego Portales (la sede del gobierno) optó por aguardar 24 horas más para responder. El jueves 21 por la noche, llegaban a Roma las respuestas de Videla y Pinochet aceptando al Papa como mediador. Lo que fue informado el 22 al mediodía (8 y 7 de la mañana en Buenos Aires y Santiago, respectivamente).
El 22 de diciembre, el Papa hizo llegar un mensaje invitando a la paz a los gobiernos de Argentina y Chile, y el cardenal Antonio Samoré llegó a Buenos Aires el domingo 26. El 8 de enero, en Montevideo, se volvieron a encontrar Pastor y Cubillos con el mediador del Vaticano. La paz había triunfado esta vez. La intervención de Juan Pablo II puso término a una de las semanas más largas del año.
Según un memorándum argentino “la posición” que presentó la Argentina al Cardenal Samoré “consistió en mantener como no negociable el principio Atlántico-Pacífico requiriendo una distribución de islas y espacios marítimos concurrentes con ese principio” y “someter a la Santa Sede los términos del diferendo y los antecedentes y criterios de la Comisión Mixta Nº2”. Además, como contrapartida de estas condiciones, “Argentina acepta el repliegue gradual de las Fuerzas de ambos países, requerido por el enviado Papal al ser éste un condicionamiento presentado por Chile.”
Una vez que el cardenal Antonio Samoré se hizo cargo de la Mediación se iniciaron en el Vaticano arduas y largas negociaciones. El 12 de diciembre de 1980 Su Santidad Juan Pablo II entregó a la Argentina y Chile una Propuesta de Paz que no satisfizo al gobierno de Jorge Rafael Videla, por lo tanto la rechazó.
Tras la derrota argentina en la Guerra de las Malvinas, el 15 de septiembre de 1982 los gobiernos de los generales Reynaldo Bignone y Augusto Pinochet convinieron, por consejo del Vaticano, prorrogar el Tratado de Solución de Controversias firmado entre los dos países en 1972. Para el último presidente de facto el problema debía ser considerado por el presidente constitucional que asumiría en diciembre de 1983.
El conflicto del Beagle también lució lo peor que anidaba en su interior el régimen militar. Sus flaquezas y miserias, en medio de una población que observaba silenciosa cómo podía sucederle cualquier cosa.
Antes de concretar la versión definitiva de un nuevo Tratado de Paz, el 26 de julio de 1984, Raúl Ricardo Alfonsín convocó a una consulta popular no vinculante y el 82% de la población se inclinó por aceptar la propuesta papal y los legisladores argentinos revalidaron la letra de la iniciativa vaticana.
Así el 29 de noviembre de 1984 se firmó el Tratado de Paz y Amistad que en síntesis establecía, entre otros puntos:
*La Argentina reconocía la soberanía chilena sobre las islas Picton, Nueva y Lennox y sobre islas e islotes al sur ubicados al sur de esas islas. Al mismo tiempo, el acuerdo limita la proyección marítima chilena de esas islas, es decir reconoce la soberanía argentina al norte del Canal de Beagle.
*Ambos países establecieron derechos de navegación en la zona en disputa y la Argentina renunció a sus aspiraciones sobre el estrecho de Magallanes, al aceptar que el límite de soberanía queda constituido por una línea recta que une los puntos Dungeness al norte y Cabo Espíritu Santo al sur, reflejando el principio atlántico-pacífico tan reclamado por la Argentina.
*Acuerdan un sistema de cooperación e integración y establecen un mecanismo para el arreglo pacífico de las controversias que rechaza el uso de la fuerza o la amenaza del uso de la fuerza.
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