“El Dr. Derqui es mi candidato y deseo me suceda en la presidencia”. Con estas palabras Justo José de Urquiza consagraba al segundo presidente de la Nación Argentina y el primero en gobernar la Confederación y Buenos Aires ya unidos como nación. De esta forma, premiaba al leal letrado que lo había asistido durante su gestión.
Santiago Derqui había nacido en Córdoba donde cursó estudios hasta recibirse de abogado, e iniciar una carrera docente que culminó como vicerrector de la Universidad.
Fue un fiel seguidor del general Paz, al que visitó en su cautiverio. Mientras fue presidente de la legislatura provincial, tuvo un enfrentamiento con el obispo Lascano, que lo excomulgó porque Derqui intervino en defensa de un sacerdote acusado por el prelado. Este gesto le valió la enemistad del obispo y su condena.
Masón y opositor al rosismo, Derqui fue aliado de los hermanos Reinafé, sindicados como asesinos de Facundo Quiroga. El futuro presidente fue acusado de complicidad con los hermanos y conducido preso a Buenos Aires por el crimen de Barranca Yaco. Después de ser puesto en libertad , se exilió en la Banda Oriental, donde se desempeñó como secretario del presidente Fructuoso Rivera, quien lo envió a Corrientes para entrevistarse con el gobernador Pedro Ferré afín de organizar un frente contra Juan Manuel de Rosas. En esa provincia se desempeñó como ministro y una vez más se puso a las órdenes del general Paz cuando éste, infructuosamente, intentó alzar a la región mesopotámica contra el Restaurador. La sublevación fracasó y Derqui debió buscar refugio, una vez más, en Montevideo. Rivera lo volvió a enviar a Corrientes a pactar con los hermanos Madariaga, pero surgió un enfrentamiento con Juan Madariaga cuando éste pretendió a Modesta García de Cossio, también festejada por Derqui (y con quien se casaría en 1845). Derrotados los Madariaga por Urquiza en la batalla de Vences, Derqui se vio obligado a fugarse del país.
Tras la caída de Rosas, Urquiza contó con las dotes diplomáticas de Derqui, llegando a ocupar la cartera de Justicia y Culto. Gracias a su diligencia y lealtad hacia Urquiza durante su presidencia, éste lo eligió como sucesor, pero los tiempos eran difíciles y era evidente que Derqui necesitaba el apoyo de Urquiza. Éste continuó como gobernador de Entre Ríos mientras Paraná (una ciudad de escasos 20.000 habitantes) seguía siendo la capital de la Confederación. El gobierno nacional carecía de rentas propias y hasta de oficinas adecuadas.
Casi al mismo tiempo que Derqui asumía la presidencia, Mitre era elegido Gobernador del Estado de Buenos Aires y a pesar de la derrota en Cepeda, los porteños ponían reparos en la unión con las “hermanitas pobres”, a quienes le negaban el manejo de la Aduana. Dada la debilidad manifiesta del gobierno nacional, Derqui debió aceptar esta condición a cambio de un millón y medio de pesos al mes, una forma de coparticipación limosnera con la que la provincia de Buenos Aires pretendía dominar al gobierno nacional. Fue entonces que declaró que “gobernaría con el partido donde estaban las inteligencias”, nombrando dos ministros que, en su momento, como él mismo, habían abrazado la causa unitaria: Norberto de la Riestra y Francisco Pico. Este gesto, más el indulto a los asesinos del general Benavidez (ex gobernador de San Juan y enemigo de Sarmiento), contribuyó a indisponerlo con los federales.
En septiembre de 1860 en el llamado Pacto de Flores, se aceptaron las enmiendas de la Constitución Nacional propuestas por Buenos Aires, que abolían la facultad del Congreso para enjuiciar a los gobernadores de las provincias, hecho que asistía a menoscabar el poder federal. Los problemas en el interior comenzaron a multiplicarse, especialmente en San Juan, donde el gobernador Juan Antonio Virasoro fue asesinado por el bando de Pedro Nolasco Rodríguez, quien asumió el poder provincial y en elecciones sesgadas eligió a Antonino Aberastain como gobernador, persona allegada a Domingo Sarmiento que entonces se desempeñaba como ministro del gobierno de la provincia de Buenos Aires. Derqui decidió intervenir a la provincia enviando al gobernador de San Luis, el general “Lanza Seca” Saá, un acto repudiado desde distintos diarios porteños, como el periódico que dirigía el mismo Sarmiento.
Saá derrotó a Aberastain en la “Rinconada del Pocito”. Después de ser capturado, Aberastain fue asesinado en un supuesto intento de fuga. Desde Buenos Aires, se fogonearon distintos alzamientos en el interior que amenazaron al gobierno de Derqui, además de suspender la remesa prometida por la Aduana porteña.
El conflicto entre Buenos Aires y la Nación desembocó en un nuevo enfrentamiento armado. El 17 de septiembre de 1861, las fuerzas porteñas y las nacionales chocaron en los llanos de Pavón. Una vez más, Mitre y Urquiza se enfrentaban como lo habían hecho tiempo antes, en Cepeda.
La caballería entrerriana destruyó a la porteña, pero cuando todo indicaba que la victoria sería de Urquiza, éste, en un acto que se ha prestado a distintas interpretaciones, abandonó el campo de batalla. El ejército nacional, desconcertado por la fuga de su jefe, se dispersó.
Urquiza afirmó que había sido traicionado, Derqui sostuvo que el entrerriano había sufrido un brusco dolor hemorroidal que lo habría llevado a abandonar el campo de batalla, explicación que no justificaba cómo había llegado al Paraná a caballo en tan poco tiempo. ¿Acaso la masonería a la que Urquiza pertenecía le había ordenado esta retirada para lograr el éxito de los porteños y así lograr la reunificación nacional?
Derqui se vio forzado a declarar el estado de sitio y atrincherarse con lo que quedaba del ejército en Rosario, para resistir el ataque de las fuerzas porteñas. El nuevo jefe del ejército nacional fue el puntano Juan Saá.
Abandonado a su suerte, traicionado y sin recursos, Derqui entregó el mando a su vicepresidente, el general Pedernera – un soldado de las guerras de independencia –, y se embarcó en la nave británica “Ardent”. “Mi presencia se toma como un obstáculo para el arreglo de la República”, declaró el ex presidente en su nota de renuncia.
Una vez más, Derqui buscó refugio en Montevideo, y allí se quedó viviendo con escasos recursos hasta 1864. Rufino de Elizalde, ministro de Relaciones Exteriores del presidente Mitre, permitió que regresara a Corrientes donde su esposa tenía familia. “Derqui está viviendo de la limosna – le escribió Elizalde a Mitre –, no es decoroso.... Estamos predicando la concordia… La miseria en la que vive prueba que no hubo fraude en su administración”. Lo sorprendió la invasión paraguaya de Solano López en esa ciudad, quien lo recluyó en una cárcel.
Cuando la ciudad fue retomada por las fuerzas argentinas en el contexto de la guerra de la Triple Alianza, Derqui volvió a la cárcel por ser sospechoso de haber colaborado con las fuerzas invasoras, a pesar de que su vivienda fue rapiñada por los paraguayos.
Al ser puesto en libertad, se recluyó en su humilde hogar hasta su muerte el 5 de septiembre de 1867. El mismo obispo Lascano, que lo había excomulgado 37 años antes, impidió que su cuerpo fuese enterrado en campo santo permaneciendo varios días insepulto. Sus restos fueron enterrados en el cementerio de Corrientes y finalmente descansaron en una urna en la Iglesia de Santa Cruz de los Milagros.
Santiago Derqui fue un hombre instruido en una nación dominada por pasiones encontradas. A pesar de su simpatía personal, no logró un consenso de fuerzas y debió confiar en el poder de Urquiza para sostener su gestión. Pactos ajenos a su voluntad conspiraron contra su mandato presidencial, viéndose obligado a dimitir cuando todo era traición a su alrededor.
Sirvió a la Patria con dignidad, pero sin poder, obligado por el devenir histórico a convertirse en una pieza prescindible dentro del panorama de una nación convulsionada donde la provincia más rica no quería ceder su bien más preciado: la Aduana y sus ingresos, causa subyacente de gran parte de los conflictos políticos que acontecieron a lo largo de nuestra historia.
Fue este un hombre que mucho le hubiese dado a nuestro país en circunstancias más propicias, pero vio truncada su gestión por mezquindades, caudillismos y traiciones. Derqui fue el primero de una serie de presidentes argentinos que llegaron gracias al poder ajeno y, en algún momento, fueron librados a una suerte que, en este caso, resultó adversa.
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