El 28 de diciembre Pedro Pablo “Tato” Ruiz, el líder excesivo, impredecible, casi suicida, fue rodeado por cinco los policías después de un asalto en González Catán. No se rindió. Disparó y antes de que lo dejaran como un colador llegó a decir: “Por lo menos me llevó a uno de ustedes”, y mató a balazos a un uniformado. Era el Día de los Inocentes y por eso algunos de sus compañeros pensaron que la muerte de su jefe era una broma de mal gusto. Hace casi 30 años de esa escena más parecida a Scarface que a la realidad.
Pero los hechos fueron reales y simbolizan la violencia y la vida extrema que llevaban algunos cabecillas de la banda más legendaria de la historia criminal argentina: la superbanda, que operó entre 1984 a 1996 y cometió, aunque no es fácil de calcular, más de cien robos de bancos, blindados, fábricas y financieras.
Un detalle no menor que muestra cómo actuaba esta banda que llegó a tener 60 delincuentes en sus distintas épocas y a veces al mismo tiempo: en el mismo momento que mataban a Ruiz, un desprendimiento de la banda cometía otro robo en San Isidro. La superbanda se dividía, en lo operativo, en las zonas norte, sur, este y oeste. Es probable que algunos de sus integrantes ni se hayan cruzado.
La caída de Ruiz le dio el liderazgo a Luis “El Gordo” Valor, el más famoso de ese grupo criminal que planificaba los asaltos y solia atacar con voracidad. Cuando esperaban a un blindado, le cruzaban un auto en el camino, apretaban al chofer y se iban con la carga.
En ocasiones, para que la espera no sea tan larga y disimular ante la vigilancia, usaban un descampado cercano y simulaban jugar al fútbol. Cuando llegaba el blindado, dejaban la pelota, tomaban sus fusiles y a la carga.
Uno de los grupos arrancaba los asaltos con este grito de guerra:
-¡Plata o mierda!
Estaban dispuestos, si no había alternativa, a matar o caer.
El recuerdo de esta banda volvió a escena hace una semana, con la muerte de Alfredo Albornoz, uno de sus miembros. A los 61 años murió en un tiroteo con dos policías en El Palomar.
Estaba prófugo de la Justicia desde el 16 de febrero, cuando escapó de la Unidad Carcelaria N° 10, donde cumplía una condena a perpetua por el crimen José Luis Quispe, un chico de 13 años de nacionalidad boliviana asesinado en 2011 en Luján.
El delincuente había sido hombre de Valor y de la superbanda.
La lista de caídos de la banda supera los 20 nombres, al menos chequeados. Por empezar, Ruiz. Su secuaz, “El cabezón” Soto, también “perdió” ante los uniformados.
Otro de los que cayó ante la policía fue Santos Abdón “Quico” Chávez, amigo de Valor, capaz de en plena persecución policial desviarse para bajarse en una concesionaria y usar parte del botín para comprarse un auto.
Lo mataron las balas policiales en 1989, en Villa Adelina, cuando estaba por robar un auto que pensaban usar en el robo a un blindado.
No todos los que murieron de esta banda fueron a manos de la policía. Emilio Nielsen, otro histórico, murió hace diez años en un accidente automovilístico en Necochea. “El Polaco” Alejandro Penczarski, que una vez “resucitó” cuando lo manguereaban en la morgue después de recibir siete balazos de la Policía, murió de un infarto años después de ese hecho increíble.
“Julio Pacheco murió mientras tenía sexo con una señorita. Al parecer había mezclado algunas sustancias”, cuenta un compañero sobre este pistolero pesado que cometió más de 20 asaltos con la superbanda.
“Para mí son caídos, es duro porque la mayoría eran buenos muchachos. Estamos en una etapa donde es imposible robar. No todos se retiraron como yo. Otros siguen presos o en actividad y saben que los puede matar la Policía”, dice Valor a Infobae. Está por cumplir cuatro años en libertad. A los 68 años pone su energía en una serie y una película sobre su vida. Además escribió un libro en el que cuenta, entre otras cosas, los hitos de la superbanda. Por ejemplo, la fuga de película del 16 de septiembre de 1994.
“Pensar que en una época nos iba tan bien que se acercó un grupo de narcos de Bolivia para que laburáramos con ellos, gracias a Dios no agarramos viaje”, recuerda Valor.
“La plata con sangre no sirve”, era su frase de cabecera. Todos los integrantes del grupo tenían reglas. No traicionarse era una de ellas. También sabían cuánto pesaba un millón de dólares: 11 kilos, 400 gramos.
Los delincuentes tenían otro código: cuando uno de ellos caía preso o era abatido por la policía, los que estaban vivos o libres se comprometían a llevarle dinero a la familia del compañero caído en desgracia. “La mujer del compañero tiene bigotes”, era otra de las reglas nunca escritas pero marcadas a fuego en la memoria de los hampones
Una tarde, Valor le pidió a su hija que lo acompañara hasta la casa de un amigo. Cuando llegaron, había una mujer que lloraba sin consuelo. Valor entró, la saludó y la llevó a la cocina para decirle algo. Después le entregó tres bolsas de consorcio negras. La chica no pudo con la curiosidad y abrió una bolsa: estaba llena de dólares. Cuando Valor caía en la mala, sus compañeros le llevaban bolsas negras a su familia.
Después de la famosa fuga de Devoto, estuvo prófugo 244 días. En esa época necesitó de la ayuda de sus amigos. No dormía más de dos noches seguidas en un mismo lugar, no hablaba por teléfono y se cortaba el pelo él mismo para no ir a la peluquería. Fue el hombre más buscado del país. El enemigo público número 1.
La madrugada del 18 de mayo de 1995, Valor y su esposa Nancy dormían en una pieza de un templo umbanda de Villa Lugano cuando más de sesenta policías irrumpieron a las patadas y se los llevaron.
Uno de los lugartenientes de Valor, “La Garza” Hugo Sosa Aguirre, también logró retirarse del delito. Vive en el sur y trabaja como custodio de un gremio. El y Valor alimentaron una enemistad que sigue al día de hoy. “La Garza” minimiza la tarea de Valor, dice que no fue el líder, mientras que del otro lado lo tildan de traidor.
“A los traidores ni nombrarlos”, dice Valor. Pero no queda claro cuál fue la traición.
Para Rubén Alberto de la Torre, ex superbanda y miembro de la banda del robo del siglo, son cosas que se arreglan entre ladrones. “Ellos sabrán. Yo puedo decir que pasé momentos importantes en mi carrera delictiva con la superbanda. Eramos muy profesionales y efectivos. Pero a nadie le quedó un centavo. Del otro lado había una policía muy brava. Yo me retiré a tiempo. No caí por una bala 9 milímetros ni me quedé masticando reja”, dice.
De la superbanda quedaron tres miembros en la clandestinidad, que siguieron cometiendo delitos. “Es más, Valor se hizo cargo de hechos que ni siquiera estuvo. Eso se respeta porque no es buchón”, dijo un ex compañero suyo.
“Hoy robar es imposible. Estamos viejos, queremos disfrutar de la familia y te filman en todos lados. Además los blindados tienen un sistema moderno que dejó atrás al delincuente”, reflexiona Valor.
El licenciado y criminalista Raúl Torre, comisario retirado, fue uno de los detectives que combatió a la superbanda en aquellos años. “Hay que tener en cuenta qué hizo esta banda a diferencia de otras. El entrenamiento original se lo da un personaje que había estado en la guerrilla. Logró incorporar tácticas de guerra urbana con la delincuencia común. Esto es con gran despliegue logístico, de medios, de personal y de armamentos. Ellos introducen el FAL. Entonces tenés diez delincuentes armados hasta los dientes y por el otro un patrullero con dos policías. Además planificaban los hechos. A veces los casos se descubrían porque de casualidad pasaba algún patrullero. Fui a varios casos donde eso ocurrió. Y hubo tiroteos con policías, ladrones y custodios de blindados abatidos. Teníamos un organigrama en el que la superbanda contaba al menos con 25 hombres. En algunos golpes iban seis, en otros diez, en otros cinco. El más famoso, sin dudas, fue el Gordo Valor”.
En su apogeo criminal, hace unos treinta años, cuando invertía en grandes negocios y en su casa había escondites con gruesos fajos de billetes de cien de dólares, el Gordo Valor soñaba con abrir una cadena de bares que llevara su nombre.
Registró la marca y por entonces tenía un representante que planeaba vender muñequitos suyos y remeras con su imagen. A Valor lo animaba saber que en varios países los restaurantes llamados Al Capone o Lucky Luciano, los reyes de la mafia en los Estados Unidos de los años 20, se habían convertido en la atracción de comensales y curiosos.
Se imaginaba vestido con traje negro, sentado a una mesa del fondo, con un vaso de Martini en la mano y rodeado de retratos de Al Pacino –en la piel de Scarface– y de Marlon Brando en El Padrino, sus películas favoritas.
Pero todo eso quedó en la nada. Ahora celebra estar vivo junto a su esposa, Nancy, en su casa. Lejos del peligro y de la fama. Los tiempos cambian.
SEGUIR LEYENDO: