En las últimas décadas del siglo 19 la ciudad de Buenos Aires bien podía pasar por una italiana. De sus 664 mil habitantes, 182 mil eran de esa nacionalidad, y en las fechas patrias de aquel país copaban las calles con la bandera tricolor, sus himnos, canciones y costumbres. Entre 1857 y 1900 conformaban el 49% de la población, contra 22% de los españoles.
A través de un decreto del 4 de septiembre de 1812, el Primer Triunvirato fue el primero en impulsar el fomento de la inmigración, planes que quedaron a mitad de camino por las guerras de la independencia. La iniciativa fue reimpulsada por el ministro Bernardino Rivadavia en 1824. Hubo un impasse durante el rosismo y cobró impulso con la Organización Nacional.
La Boca fue el primer barrio de la ciudad donde los italianos se asentaron. Eran, en su gran mayoría, genoveses, “zeneizi” en su dialecto. Mitad en serio, mitad en broma, se decía que el idioma nacional en ese barrio era el genovés y estaba tan arraigado que inmigrantes de otros países, como españoles, franceses y hasta chinos que se radicaron allí lo terminaron adoptando.
Tendrían sus propias escuelas, sus propios teatros y sus propias mutuales donde encontraban soluciones a sus problemas sociales que el gobierno no les daba. La cuestión de la salud, del trabajo y de la vivienda fue clave. Hacinados en conventillos, en piezas donde vivían familias enteras, dependiendo muchas veces de una sola canilla y de una letrina, las enfermedades no demoraron en llegar, sin contar la cuestión de los alquileres, que provocaron larguísimos enfrentamientos entre inquilinos y dueños.
Esas comunidades fundaron sus propias asociaciones, que se ocupaban de la salud, de ayudar a conseguir un empleo y hasta procurarle los medios a los que deseaban regresar a la patria cuando vieron trunco el sueño de “hacerse la América”.
Fueron los propios genoveses que el 2 de junio de 1884 crearon el primer cuerpo de bomberos, a instancias de Tomás Liberti, cansado de armar cadenas humanas que se pasaban baldes con agua sacada del río para sofocar incendios que en cuestión de minutos reducían a cenizas las precarias casillas de madera y techos de chapa.
Y si bien muchos de los genoveses se dedicaban al comercio, La Boca además se transformó en uno de los epicentros del movimiento obrero del país. Cuando en 1882 un conflicto con la patronal provocó la represión policial de los huelguistas, los genoveses pusieron el grito en el cielo.
Los vecinos de La Boca lo vieron como una intromisión estatal. “¿Con qué derecho el gobierno argentino se mezcla en nuestros asuntos? ¡Nosotros somos genoveses!” Consideraban válido su reclamo: Génova fue república independiente desde el siglo X al XVIII.
Lejos de amilanarse, labraron un acta y le escribieron una carta al rey Humberto I de Italia, quien había asumido al trono en 1878, comunicándole que habían proclamado la República Independiente de La Boca.
Este sentimiento iba en consonancia con la idiosincrasia del inmigrante, que procuraba reafirmar su cultura y costumbre que traía de su país. La mayoría de esas primeras olas inmigratorias fueron renuentes a adoptar la ciudadanía argentina.
Los porteños tomaron esta declaración con ligereza y hasta con simpatía. Pero lo cierto es que escondía un trasfondo muy profundo y complicado. Porque en Italia vieron que los miles de ciudadanos que emigraban al país podían ser la excusa perfecta para reclamar un territorio en el que italianos conformaban una parte importantísima de la población.
Italia ya se expandía en Africa y muchos se entusiasmaron con una colonización de Argentina. Había políticos que afirmaban que Italia tenía “colonias espontáneas” en el país y en Uruguay. A partir de 1870 en Europa surgieron ideales que sostenían la autodeterminación de los pueblos, que hizo crecer el sentimiento de nacionalidad. Se sostenía que el derecho del más fuerte otorgaba el poder de la legitimidad.
Hubo políticos que fueron aún más lejos. Como el senador y economista italiano Gerolamo Boccardo, quien propuso en el parlamento incorporar a la Argentina como un espacio colonial.
Uno de los que vieron el problema fue Domingo Faustino Sarmiento, quien se preguntó: “Si esto lo hicieron los ingleses con Malvinas, ¿por qué no lo haría Italia?” Se asombraba por el auge de las escuelas italianas en Buenos Aires.
El propio presidente Julio Argentino Roca, escoltado por efectivos del Ejército, fue a La Boca a convencer a los levantiscos genoveses de deponer su actitud, y de arriar la bandera genovesa que alguien había colocado en un mástil sobre el edificio de la Sociedad Italiana, donde había tenido lugar ese cónclave de aires independentistas.
Fue convincente el primer mandatario, porque los genoveses entendieron razones, quitaron la bandera y hasta bautizaron una calle con el nombre de Roca.
Hay otra versión que minimiza el papel de Roca y destaca la intervención del caudillo boquense Fernández en la resolución del conflicto.
De todas formas Roca y su círculo -consciente de la potencial vulnerabilidad del país que podía quedar al borde de una fragmentación interna- tomó debida nota del conflicto que había destrabado y puso mano a la obra. Era necesario construir nacionalidad frente a la inmigración y al imperialismo de las potencias europeas.
Se inició un proceso donde se invitó a los extranjeros a nacionalizarse, a participar de la vida política y en las escuelas se instruyó a los maestros a inculcar sentimientos patrióticos. Hasta 1884 no se cantaba el Himno, solo 5° y 6° grado había contenidos cívicos y no en todo el país se enseñaba Historia. La escuela fue un problema a resolver: había pocos maestros, mal formados -salvo los normales- alta deserción y no existían edificios adecuados.
Hubo un conflicto con las escuelas italianas, que pretendieron continuar con su currícula, pero la ley 1420 de educación primaria, gratuita y obligatoria empezó a ordenar el sistema. En las fiestas patrias, cuyas celebraciones se centraban en las carreras de sortijas, en los palos enjabonados y en los fuegos artificiales, se empezó a izar la bandera, a entonar el himno y en darle un mayor contenido patriótico. Los escolares participaban de los desfiles militares que el gobierno organizaba y el Estado, por 1887, comenzó a construir monumentos y que a esa altura solo se contaba con el de José de San Martín y el de Manuel Belgrano.
En 1884 se reglamentó el uso de la bandera nacional y poco a poco fue cambiando la ciudad de Buenos Aires, a la que Sarmiento había descripto como “la babel de las banderas”.
Desde 1949 el 4 de septiembre fue instituido como el Día del Inmigrante, en homenaje al decreto del Primer Triunvirato, que fue quien abrió por primera vez la puerta a millones de inmigrantes que vivieron, lucharon y soñaron en el país por un futuro mejor.
SEGUIR LEYENDO: