En la provincia de Catamarca será beatificado fray Mamerto de la Ascensión Esquiú, quien fuera fraile franciscano ejemplar y obispo de Córdoba. Hombre con una visión preclara en prever un futuro de oportunidades y luchar por la construcción de una nación que estaba comenzando a gestarse. El representante del Papa, en la ocasión, será el Cardenal Marcello Semeraro,
Nació en Piedra Blanca, Catamarca, un 11 de mayo de 1826. Sus padres fueron Santiago y María de las Nieves, y sus hermanos Rosa, Odorico, Marcelina, Justa y Josefa. Su madre le impuso ese nombre en homenaje al santo del día en que nació: el día de San Mamerto y el misterio de la Ascensión del Señor, que ese año se celebraba esa jornada.
Mamerto era de salud frágil y su madre lo encomendó a san Francisco de Asís realizando una promesa que vestiría a su hijo con el sayal franciscano durante un periodo de su vida. A los 5 años se cubrió con el hábito de san Francisco y nunca más se lo quitó; ni aun siendo obispo. Ingresó al noviciado del convento franciscano catamarqueño el 31 de mayo de 1836, y al cumplir 22 años se ordenó sacerdote, celebrando su primera misa el 15 de mayo de 1849.
Fue una gran orador y sus sermones tomaron gran fama, a tal punto que el gobernador de Catamarca Pedro José Segura le solicitó que oficie el Te Deum del 9 de julio de 1853. Ese día, después del oficio religioso, se debía jurar la nueva constitución liberal realizada por Asamblea Constituyente reunida en Santa Fe luego de la derrota de Rosas en Caseros. El gobernador estaba confiado que el ilustre predicador haría su sermón en contra de dicha constitución, por ser esta liberal y promover la libertad de cultos (cuestión inadmisible para el pensamiento de la época) pero para asombro de todos los presentes comenzó su sermón con estas famosas palabras: “Laetamur de gloria vestra” (nos alegramos con vuestra gloria…)” y prosiguió recordando la historia de desuniones y de guerras civiles argentinas, y se felicitó por la sanción de una constitución que traería nuevamente la paz interna, que no fuera discutida por cada ciudadano, que no se le hiciera oposición por causas menores, y que el pueblo argentino se sometiera al poder de la ley diciendo explícitamente: “Obedeced, señores, sin sumisión no hay ley; sin ley no hay patria, no hay verdadera libertad, existen sólo pasiones, desorden, anarquía, disolución, guerra...” Esquiú no pudo terminar el sermón. Los fieles reunidos comenzaron a vitorearlo y aplaudir de manera enfervorizada y fue con estas palabras que la resistencia a la jura de la constitución fue vencida por un desconocido fraile de una provincia. Dicha constitución fue juramentada por todos, aún por el gobernador. El texto del “sermón patriótico” fue impreso y difundido por el país por decreto del presidente Justo José de Urquiza. Tan importante es la figura de Esquiú en nuestra historia patria que un óleo con su figura corona el salón banco de la cámara de Diputados de la Nación.
Le propusieron ser obispo de San Juan y luego de Paraná, pero no aceptó, y con el propósito de llevar una vida más austera y oculta se trasladó en 1862 a un convento de misiones en Tarija, Bolivia. Buscaba una vida religiosa más observante y retirada. Aquí comienza escribir su “Diario de recuerdos y memorias”. En 1864 se traslada a Sucre a pedido del arzobispo del lugar, a fin de enseñar teología en el seminario. En 1872, estando en Sucre, recibió el nombramiento para el arzobispado de Buenos Aires, firmado por el presidente Sarmiento y el ministro Avellaneda pero no aceptó y como temía que insistieran, se fue a Perú y después a Guayaquil.
En 1876 hizo un viaje a Roma y Jerusalén, que lo convenció aún más de dedicar su vida a la pastoral eclesiástica, alejándose de la política. Tuvo el honor de predicar a miles de fieles frente al Santo Sepulcro, la noche del viernes santo de 1877. En 1878 vuelva a la Argentina y en 1879 se le comunica que el Senado de la Nación lo ha elegido como obispo de Córdoba, nuevamente lo rechaza. Es convocado de urgencia a Buenos Aires, llamado por el delegado apostólico en Buenos Aires mons. Di Pietro el cual le dice al verlo le dice: “El santo padre, León XII quiere que usted sea obispo de Córdoba”, a lo que fray Mamerto responde: “Si el santo padre lo quiere, Dios lo quiere. Cúmplase su voluntad”. Hace su profesión de fe ante el delegado apostólico. Esquiú se presentará ante mons. Di Pietro con la cara vendada, porque tenía un absceso en una muela que le generaba gran dolor, y estando en Buenos Aires se sacará una fotografía en la cual se nota el lado derecho de su rostro hinchado por la infección de su muela. El presidente Roca aprovechó para invitarlo a predicar en el Tedeum con que se celebraba en la catedral de la Santísima Trinidad de la ciudad de Buenos Aires con motivo de la federalización de dicha ciudad. Fue consagrado obispo de Córdoba el día 12 de diciembre de 1880, y tomó posesión de su sede episcopal el día 16 de enero del año siguiente.
El 28 de diciembre de 1882 parte para La Rioja, que estaba bajo la jurisdicción del obispado de Córdoba y emprenderán su regreso el 8 de enero de 1883. El obispo fraile no llegará con vida a su sede cordobesa. El calor de ese enero era infernal. Durante el viaje comenzó a sentirse mal, tenía mucha sed, se sentía indigestado, tenía sueño y no poder dormir, el calor cada vez era peor. En Medanitos hicieron un alto y no pudo comer; un viajero le dio un remedio homeopático que le calmó la sed. A la noche le improvisaron una cama con un cuero en medio del campo. El martes 10 amaneció mejor; desayunó, tomó el remedio del homeópata y continuaron el viaje. El malestar volvió en seguida y Esquiú sentía otra vez mucha sed. Llegaron a la Posta de Pozo del Suncho, en el departamento La Paz, al llegar ya no podía hablar, lo bajaron y lo recostaron en un camastro, donde perdió el conocimiento. A las tres de la tarde morirá el fraile santo, obispo de una de las sedes episcopales de más prestigio de la Argentina, rodeado por la pobreza que siempre abrazó y de los pobres que siempre defendió y amó.
Para llegar a la beatificación y posterior canonización, como el caso de fray Mamerto, o de cualquier cristiano católico al cual la Iglesia lo considerará un ejemplo por vivir las virtudes cristianas en grado heroico, hace falta personas que trabajen en ello. La santidad del candidato está allí, pero estás deben salir a la luz deben ser conocidas y reconocidas y esta tarea la debe llevar a cabo el vice postulador de la causa (o también llamado “postulador diocesano”) misión que no es fácil, porque deber recolectar toda la documentación sobre el candidato, recoger sus cartas, buscar los testigos, realizar los cuestionarios, buscar historiadores, hacer conocer al candidato; y esta tarea escondida muy, muy pocas veces es reconocida. Esta labor le toco en el caso de fray Mamerto Esquiú a Fray Marcelo Méndez OFMy a él recurrimos para que nos cuente algo más sobre la vida del ilustre beato obispo de Córdoba sobre todo su postura frente a los temas sociales y a la ciencia.
Nos comenta Fray Marcelo Méndez sobre la visión de la ciencia y los temas sociales que tenía el obispo de beato Córdoba: “Durante toda su vida Esquiú fue un hombre de gran cultura y de gran apertura a todas las nuevas corrientes de investigación. Esto lo deja claro en su sermón del 23 de diciembre de 1881, en homenaje al obispo franciscano fray Fernando de Trejo y Sanabria, fundador de la primera universidad católica en Córdoba, en territorio argentino, realza el hecho que la piedad y la ciencia no se contraponen. “La piedad no reprueba la ciencia, sino la vana hinchazón y jactancia de la ciencia. No negamos su valor y hermosura, antes reconocemos con nuestros grandes teólogos que en el orden sobrenatural las virtudes intelectuales son de mayor precio que las morales’”.
No solo la piedad y la ciencia se armonizan en sus respectivos ámbitos, sino que para Esquiú “…la ciencia es un deber, uno de tantos que impone la piedad cristiana…”. Éste es un aspecto muy importante, la fuerza que imprime Esquiú, poniendo a la ciencia dentro de aquellas que son las virtudes cristianas, que todo cristiano debe desarrollar, dando un fuerte empuje a la renovación espiritual e intelectual de la persona humana. Y nuevamente en 1881, y en este contexto, aparece el tema de la crítica al principio político de la soberanía. Es interesante que fray Mamerto aproveche la reflexión sobre las relaciones entre piedad y ciencia, entre la fe y la razón, para deducir de allí algunos puntos que tienen que ver con el despliegue de los principios contrarios al genuino orden político.
Sobre la cuestión social en 1878 Esquiú decía “… ¿cuándo dejaremos de ser revolucionarios para ser republicanos…?”. En esta pregunta se encierra un punto central para fray Mamerto, la organización de la convivencia político-social. Tenía entonces bien clara la conciencia que la virtud es fuente de solidaridad, que el orden es fuente de la ley. Rechazó de cuajo la anarquía y los regímenes violentos, propugnando que el hombre debe ser libre y racional. Su concepción de la autoridad reposaba en la idea que ella no se debe comportar como destructora, sino como constructora de la vida individual y social de los hombres. Esquiú creó un “Taller de la Sagrada Familia”, como una misión permanente, integrado por mujeres obreras pobres que habían quedado sin trabajo o no lo tenían. Lo inaugura un 30 de abril de 1882 y ofrecía a la mujer necesitada un lugar donde trabajar honradamente. Esquiú es una síntesis de santidad y patriotismo, donde la obediencia a la ley es basilar; sin ella no hay ni orden, ni patria ni democracia. Él nos invita a abrazar la Constitución Argentina, las leyes que buscan el bien común, a ser evangelizadores con nuestro personal testimonio, donde la visión social debe involucrarnos en las situaciones actuales. Ante los nuevos desafíos, se presentan también nuevas oportunidades de evangelizar abriendo el corazón y la mente, luchando contra las injusticias de todo tipo y condición. Para poder ser capaces de poner en práctica estos principios debemos vencer: a) toda ansiedad de desear resultados inmediatos y b) los miedos que paralizan el accionar, renovando el espíritu para poder enfrentar los retos sociales de los tiempos que nos toca vivir.”
Como hemos leído, fray Mamerto Esquiú fue un hombre de su época comprometido con su realidad política, social y eclesiástica. Su mensaje puede ser leído en la actualidad con tono casi profético. La elevación a los altares del santo obispo, no es otra cosa que ponerlo como ejemplo a todos los cristianos, y no solo como ejemplo a los obispos católicos argentinos.
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