Apenas pasaron unos minutos de las 18:00 de este jueves y por más de una hora, el Museo del Holocausto de Buenos Aires presentó el encuentro virtual ¿Quién soy? Una conversación sobre la identidad, un diálogo inédito entre la sobreviviente de la Shoá, Rosa Rotenberg, y Guillermo Pérez Roisinblit, nieto restituido, quienes cuando niños sufrieron la vulneración de sus derechos básicos y, sobre todo, el arrebato de su identidad.
El evento fue el cierre de la tradicional jornada para educadores que había comenzado el 30 de agosto y contó con la moderación de Diana Wang, psicóloga e hija de sobrevivientes del Holocausto. El objetivo fue conversar sobre el derecho a la identidad y el proceso de búsqueda, en dos casos cuyas historias familiares están atravesadas por el horror de crímenes atroces.
Rosa y Guillermo repasaron frente a decenas de espectadores los años de infancia y adolescencia, y el momento en que supieron cuál era su verdadera identidad. También contaron cómo iniciaron el proceso de búsqueda del pasado que les fue escondido y el golpe que les representó la verdad. “Recién a los 18 años historia conocí mi historia. Saber que no nací de la mujer que pensé era mi madre biológica fue un golpe muy duro; pero es quien me crió”, admitió Rotenberg mientras que para Pérez Roisinblit lamenta sentir que “el cariño de quien por 21 años creí mi madre y en realidad fue mi apropiadora está viciado porque parte desde una mentira tan grande que hace difícil arrancar desde ahí. Mi amor por ella fue y es genuino”.
Las historias
Rosa Rotenberg nació en 1941 en el gueto de Varsovia, en Polonia. Ante la inminencia de la “razzia contra los niños” sus padres decidieron que la única oportunidad de vida era fuera del gueto: la sacaron de allí clandestinamente cuando apenas tenía 6 meses y la entregaron a una familia católica con un nombre fraguado. “Me llevaron escondida adentro de una bolsa con herramientas para no ser descubierta”, dice al iniciar su crudo relato.
Hay un tiempo perdido en la reconstrucción que hizo de sus primeros años. Solo sabe que terminó en el orfanato “Kszęndza Boduena” a cargo de unas monjas y que su madre no sobrevivió como sí su padre quien, tras intensas búsquedas, la encontró cuando ella tenía 4 años.
Rosa creció sin saber que su madre de crianza no era su madre biológica. “El día que cumplí 18 años ella y mi padre me piden hablar y entonces me cuentan la verdad: la mujer de la que creí nacer no era en verdad mi madre”, cuenta con la mirada dura. Entonces comenzó a indagar en su propia historia buscando información incluso en Polonia. Años después llegó al Comité de Sobrevivientes del Museo del Holocausto de Buenos Aires donde hoy es una de sus miembros y da testimonio de lo vivido.
Guillermo Pérez Roisinblit es hijo de Patricia Roisinblit y de José Pérez, secuestrados el 6 de octubre de 1978 en Martínez junto a su hija mayor Mariana Eva, que esa misma noche fue devuelta a su familia paterna. Patricia estaba embarazada de ocho meses y fue trasladada a la ESMA pocos días antes de parir.
El 15 de noviembre de 1978, nació Rodolfo Fernando. Fue en un parto asistido por el obstetra del Hospital Naval Jorge Luis Magnacco. Creció creyendo ser hijo biológico de sus apropiadores y reconoce que el hombre “era violento y muy poco afectivo” tanto con él como con la mujer. Recién el 13 de abril de 2000, Abuelas de Plaza de Mayo recibió una denuncia anónima que afirmaba que el agente civil de la Fuerza Aérea, Francisco Gómez, y su esposa, Teodora Jofré, tenían un niño inscripto como hijo propio con una falsa partida de nacimiento firmada por el médico de la fuerza aérea, Pedro Alejandro Canela.
Lo supo cuando fue visitado por su hermana Mariana Eva y aunque tardó, aceptó realizarse los análisis inmunogenéticos. El 2 de junio de 2000, la genetista estadounidense Mary Claire King informó los resultados del análisis de ADN mitocondrial que determinaron que era el hijo de Patricia y José. En 2004, el Banco Nacional de Datos Genéticos reconfirmó la filiación del joven con las familias Pérez Rojo y Roisinblit. Sus padres aún permanecen desaparecidos.
En 2016, cuando se cumplieron 38 años de la desaparición forzada de Patricia y José, fueron condenados por los delitos de lesa humanidad cometidos en la Regional de Inteligencia de Buenos Aires, Omar Graffigna, ex jefe de la Fuerza Aérea, y Luis Trillo, ex jefe de la RIBA, ambos a 25 años de prisión. Su apropiador, Francisco Gómez, ex personal civil de Inteligencia, fue condenado a 12 años.
Los conmovedores testimonios
Reconstruir la historia, luego de tanto camino de búsqueda, es para Rosa y Guillermo la única manera de llevar luz a quienes no la tienen y aún dudan sobre su identidad.
Los padres de Rosa se casaron justo antes de que iniciara la segunda guerra. Al poco tiempo de que ella naciera se dieron cuenta de que el lugar inhóspito y en la situación tan dura en la vivían tornaba poco probable que un bebé sobreviviera. En ese gueto, solo pocas personas podían entrar y salir. “Era un predio cerrado. Solamente podían tener acceso quienes tenían permiso, un documento que los autorizaba; era una especie de permiso de trabajo. Fue a una de ellos a quien mi padre buscó para que me sacara de allí cuando era una beba. Esa persona asumió los riesgo de llevarme porque yo iba en el fondo de una bolsa con sus herramientas de trabajo. Estaba penado por la ley ayudar a los judíos”, cuenta en referencia Kalmen, su salvador, que tenía indicaciones precisas de qué hacer.
La niña fue dejada en una zona aria, en la puerta de la casa de una tía materna, “que era rubia, alta y de ojos claros, no tenía aspecto judío”, dice. La mujer tenía documentación y hablaba perfecto polaco. “Hizo la dramatización necesaria: me levantó en el umbral de su casa y le comentó su íntima amiga, una polaca, que me había encontrado allí. Esa amiga tenía un novio que trabajaba para la policía polaca y allí me llevó. Mi tía hizo la denuncia diciendo que habían abandonado una criatura en su puerta, al hacerlo de manera oficial no hubo sospechas de fuera una niña judía”, explica.
“Pasé por varias manos, por varios lugares que no conozco porque hay un agujero negro en mi existencia y finalmente fui depositada en un orfanato comandado religiosas católicas. Así transcurrí toda la guerra. Mi padre me recuperó allí, con gran trabajo, y gracias a una marca de nacimiento que tengo en una oreja... Imagino el momento en que ellos se desprendieron de mi y cómo deben haber revisado mi cuerpo hasta el último centímetro cuando tomaron la terrible decisión sin saber si volverían a verme”, lamenta la mujer y reconocer que su padre, al igual que otros sobrevinientes de los campos de exterminio nazi, buscaron la manera de rearmar sus vidas y volverse a casar.
La infancia de Guillermo inició con una expropiación, con un padre que, hasta donde pudo reconstruir, fue salvajemente golpeado; con una madre que en el sótano de la ESMA acariciaba su barriga y le contaba a sus compañeras de cautiverio que allí crecía él. Les repitió el nombre una y otra vez, por si alguna lograba sobrevivir: Rodolfo.
“Fuimos secuestrados adentro de nuestra casa por un grupo de tareas de la Fuerza Aérea. Las personas secuestradas que sobrevivieron contaron en el juicio donde mi apropiador fue condenado lo que pasó mi mamá”, repasa sus primeros años, en los que creció como hijo único.
Distinto fue el impacto que llegaría para Rosa Rotenberg a quien su verdadera identidad le fue revelada por su propio padre cuando ella cumplió la mayoría de edad. “Fue un golpe muy duro saber que no nací del vientre de quien creí mi madre”, admite y resume lo que pudo averiguar de su madre. “Se llamaba Regina Seywacz, estuvo en el campo de concentración nazi de Bergen Belsen y murió dos meses después del fin de la Segunda Guerra Mundial. Ella ocultó su embarazo. Dijo a los nazis que no tenía hijos, en pleno encierro y estando enferma”, dice y pierde la mirada.
Para Guillermo todo fue abrupto y sin esperarlo. Aquella mujer que llamó de manera anónima a Abuelas “contó que un militar de las Fuerzas Aéreas había apropiado a un niño, de 130 nietos secuestrados solo dos fuimos apropiados por la Fuerza Aérea y nos conocíamos desde la infancia”.
A la semana, la misma mujer repitió la comunicación, pero esa vez fue Mariana Eva, su hermana quien respondió, y recibió más datos. “Después de 21 años de búsqueda y por los protocolos que se debían cumplir, y que ella no tolera, mi hermana llegó hasta donde yo trabajaba. Me habló y dejó una nota en la que decía que era hija de desaparecidos, que estaba buscando desde hacía mucho tiempo a su hermano y que existían grandes posibilidades de que fuera yo”.
Ese mismo día, Guillermo se dirigió a la casa de las Abuelas. Les dijo que la posibilidad de tener una hermana lo alegraba, pero su mundo construido comenzaba a caer. “No caía en que si esa chica era mi hermana, cómo podría ser que no fuéramos hijos de los mismos padres”. De bocas de las Abuelas Así comenzó a conocer la historia de Rodolfito, ese bebé apropiado. Aceptó hacerse el análisis de ADN, tal se lo propusieron y tiempo después supo que Rosa Roisinblit, vicepresidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, era su abuela.
Para Guillermo conocer su historia fue un golpe muy fuerte. Le costó entender y aceptar que por 21 años tuvo una vida entre mentiras, con un pasado cruel porque le robaron la identidad: “Es una disolución muy grande saber que la persona en la que más confiaste, en la que te refugiaste, quien crees que representa el amor más incondicional de tu vida, y todo lo que representa la figura de una madre, no solo que me había estado mintiendo sino que fue mi apropiadora. Cuando me apropian, me criaron en la fe Católica Apostólica Romana y me borran de un plumazo mis raíces judías”.
Su dolor sigue por aún no saber dónde están sus padres: “El último acto de perversidad que tienen es no decirnos qué pasó con nuestros desaparecidos. La decisión de mantenerse callados es el último acto con el que se irán a su tumba”, finaliza al referirse a quienes ejercieron las desapariciones forzadas.
En tanto, Rosa Rotenberg cerró su conversación pidiendo que “ese ‘Nunca más’ que tanto se repite no se cumple, para hacerlo hay que difundir lo que a uno le pasó. Hay mucha gente que no tiene idea ni de la Shoá ni de la apropiación de bebés. Educar y concientizar es la tarea”, culminó
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