La maestra no se cansaba de humillarlo. Como el niño era zurdo, le pegaba en esa mano con la regla. Le decía que le iban a crecer orejas de burro. Que iba a tener aserrín en la cabeza. Que iba a repetir de grado. Que todos se le iban a reír por bruto. El niño repitió. Y después de otro fallido intento escolar en un colegio de curas, su padre decidió hacerlo trabajar con un sastre. Ocurrió en Chubut. Era 1952 y el niño tenía 10 años.
Así comienza la leyenda de Jorge Williams, el último sastre de raza. Lleva 69 años en el oficio y sus creaciones se destacan por su originalidad. Suele vestir trajes amarillos, con los colores de la Argentina, con retazos de harapos (algunos de ellos le valieron ser viral) y camina relajado por Recoleta, su barrio. No pasa inadvertido a la vista de la gente. Una foto suya yendo a votar con una capa y un traje con los colores de la Argentina convirtieron en meme. Tiene 80 años pero es jovial.
“La culpa de todo la tiene la maestra. Pero a ese pobre niño le dejó un gran trauma”, cuenta Williams detrás del mostrador de su local lleno de trajes, en Salguero 2139, donde trabaja con su socia modista Sandra Paiz. Aunque para él no son trajes, son obras de arte, cada pieza tiene un alma, un corazón, un hombre a quien acompañar.
-¿Como fueron sus primeros días con ese sastre?
-No tuve ningún problema. Aprendí el oficio cebando mate.
Williams es un hombre erguido, flaco, elegante de pies a cabeza, con una mirada transparente y una sonrisa luminosa. Ahora viste una creación suya. Un traje hecho con retazos de marcas, con pedazos de otros trajes. Como un collage. Lo exhibe con el entusiasmo de un niño.
Lleva una vida de un hombre más joven. Ni bien se levanta, a las 8 de la mañana, toma su vitamina, las pastillas para la presión. Desayuna huevo duro, banana, nueces y mate. “Cinco nueces”, aclara. “Me pongo crema, cuido las uñas de los pies y manos, llevo una vida sana”, dice.
Se recuperó de dos ACV, lo que no le impide llevar una pelota a la plaza y hacer jueguito.
A la noche sale a correr por la plaza Las Heras. Sube y baja veinte veces por la subida y diez veces baja por los 18 escalones. Después camina sobre la vereda con una pierna arriba y otra abajo, eso para darle fuerza a las piernas, dice. Sesenta veces. Hace abdominales y por último se cuelga de un parante para estirar la columna vertebral.
En las últimas elecciones presidenciales, Williams fue fotografiado mientras iba a votar con una capa de la Argentina y un traje celeste y blanco. Con esa foto se hicieron memes que representan el orgullo nacional. En la calle, la gente suele verlo, a veces sorprendida, otras maravillada, otras sin expresión, vistiendo sus particulares modelos.
Sabe que algunos lo llaman “diabólico”, “loco”, “ridículo”, “payaso”, “escapado del manicomio”. Pero hay quienes lo aplauden, se acercan a saludarlo, le preguntan sobre sus trajes y capas y hasta le piden trabajos por encargo.
“Vamos a aclarar una cosita -pide Williams-, el día que fui a votar lo hice con una capa. La gente se confunde y dice bandera. Tengo tres capas, distintas para diferente ocasión. Y sé que me dicen de distintas maneras. Que cada cual me defina según su concepción, como si vieran un cuadro caminante. Ser payaso es un ser un tipo divertido. A mí me dicen payaso los chicos... qué lindo, porque los chicos son inocentes. Y si me lo dicen los grandes, perdonalos señor porque no saben lo que dicen. Y si es un loco pobrecito, un loco está mal de la cabeza. Tiene un mal genético no puede zafar de eso. Yo me hago el loco. Yo creo que estoy bastante cuerdo porque me llevo bien con todos. No tengo problema con nadie”.
-¿Podría decirse que usted es uno de los últimos sastres de la Argentina?
-Mirá, puede ser. Lo digo con respeto a los sastres que quedan. Pero con mi estilo, mi formación, mi filosofía, no sé si queda alguno más. Otros dicen que yo no soy sastre, sino un creador. En este momento no hay muchos sastres, lamentablemente tampoco hacen falta. La gente no se viste bien. Vos vas a ver a un gerente de un banco y está mal vestido, está de pullover. ¿Cómo va a estar de pullover, dónde está la seriedad? Yo voy a verlo así, de etiqueta.
-¿Usted usa todos los días un traje distinto? Describa el que lleva puesto ahora...
-Este es una exclusividad mundial, es de etiqueta. El saco, el pantalón y la capa. ¡Hay que tener ganas eh! Pero guardé la etiquetas, las guardé porque hacía arreglos y digo “¿para qué las voy a tirar? lo voy a guardar”. “Andá -me dice mí hija-. ¿Para qué las vas a guardar? ¿Vas a hacer un traje de etiquetas?”. “Sí”, le dije. Y aquí estoy. Da trabajo pero no importa. Lo que vos hagas lo tenés que querer. Porque si lo querés, lo hacés divirtiéndote. Sino no tiene razón de ser.
En el semblante y en la postura de Williams se traslucen la sabiduría y una forma pacífica de tomarse la vida. Saluda a la gente con una sonrisa. Como si aun los días rutinarios, acaso agobiantes para muchos, fueran para él una pequeña fiesta donde no cabe rendirse ni quejarse.
-Yo soy libre, voy a dónde quiero. Yo no tengo miedo de nada. Soy un tipo creyente, creo en mí mismo. Creo en Dios, Dios me dio la mano. Yo no tengo problema con nadie. Ni con los ricos, ni con los basureros, ni con los cartoneros, con todos. Ser libre es vestirse como uno quiere.
El sastre cuenta que no hace mucho una señora le preguntó por qué se disfrazaba. El le respondió: “Porque soy un creador y me pongo lo que se me da la gana. Soy uno de los pocos que hago esto. Lo hago por que me nace. Nada más”.
La mujer terminó por entender que no era la actitud de alguien que se disfraza, sino de la de alguien que siente lo que hace, nada más.
- ¿Cómo es su proceso de creación?
-La creación te nace, vos ves la tela, en cierto momento, no me podés pedir a mí una creación de una tela. Vos me podés dar la tela y un bosquejo de lo que querés. Entonces en un momento dado me viene a la mente lo que tengo que hacer. Ahí sale la creación. La tela que tengo puesta hoy es negra, con fondo negro, de lana. Y fui pegando las etiquetas.
-¿Cuánto tiempo le llevó?
-No sé. El tiempo no vale. El tiempo está en la creación. La creación no tiene un tiempo, puede durar un día, varios días, meses. Lo que te venga en la imaginación.
-¿Cuántos trajes tiene usted? O que usa a diario.
-Y... tengo como 200. Tengo uno de 1979 que me lo hice en México. Y todavía me queda bien. ¿Por qué? Porque yo me quiero, soy modelo. No hay que llenarse demasiado, “no por favor, pobrecito el organismo”. Al organismo hay que quererlo. Hay que comer lo justo nomás.
En uno de sus viajes a Barcelona, William estuvo a dos metros de Dalí. Fueron minutos en que se sintió embrujado por la presencia del genio, frente a La Sagrada Familia. “Pero no me animé a cruzar palabra, y fue lo mejor. Contemplarlo fue la dicha. Y en ese momento no se acostumbraba a sacarse fotos. Él estaba con su bigote, de traje. Todos usábamos traje”.
-¿Lo han traicionado en su vida?
-Una vez me fundieron. Yo apuntaba para ser muy rico. Trabajé en Trelew, Chubut, me vine para Buenos Aires en los noventa. Pero presté las tijeras, esto es una forma de decir, y me traicionaron. Pero lo malo, no es malo. Hay que sacar lo bueno de lo malo para aprender. Uno aprende de lo malo. Si viene todo bueno, no aprende nunca. Si te pasa algo malo, tómalo para bien. Hay que resolverlo y aprender. Y perdonar. El odio te carcome. Le hace mal al alma, al corazón y a la mente.
-En todos estos años, ¿qué trajes recuerda haber creado? Alguno que le haya gustado...
-Bueno, yo tengo uno de casamiento que lo prestaba para varias bodas. Uno negro clásico, con chaleco y todo. Dos botones. No lo vendo. Son míos. Son mis hijos. ¿Vos vendes un hijo? No, ¿no cierto? Porque yo los amo. Toda mí ropa, tengo trajes de retazos. De la crisis. Cuando empezó la crisis yo empecé a usar retazos. Me hice un Jacket, le llamo “Príncipe venido a menos”. Me hice también una capa. Por ahí salgo vestido con el Jacket y la capa, de príncipe y mendigo. Esto es lo mío. No puedo hacer otra cosa. Prácticamente nací con eso. Porque yo de chico ya la ayudaba a mí mamá. Éramos varones, cuatro varones. ¿Quién le iba a pegar los botones o algo? Antes se surcía la media, fíjate vos. Ahora no, ahora no sirven la tiras. Yo tirar, no tiro nada. Tengo medias de hilo que duran mucho, viste. Y me las lavo todos los días.
-¿Y cuando ve una creación suya en el cuerpo de otra persona qué siente?
- Bien. Hay gente que me dice “mi hija tiene el traje guardado de recuerdo”. La hija dice: “Eso me lo hizo Jorge Williams”. Igual trajes de egresados, lo tienen guardado de recuerdo. Es lindo eso. Uno lleva con amor lo que otro hizo con amor. Recuerdo el primer traje que me hizo mi maestro. Era derecho, tenía una solapita y se prendía a los costados. Era una gabardina color verdecita.
Williams muestra sus trajes. Algunos parecieran haber recibido un destello de color. O un rayo. Hay amarillos flúor. Verdes con motivos fucsias. Blancos.
-En su obra hay algo con los colores vivaces. Da la sensación de que podrían iluminar un cuarto oscuro.
-Los colores son amor. La vida está de colores. ¿Si no hay colores qué hay? Hay tiniebla, los colores brillan en la tiniebla. Los colores son todo.
-¿Cómo le gustaría ser recordado en un futuro?
-Como gente de bien, con eso me conformo. Creo que voy a ser recordado como gente de bien. Porque nunca le hice daño a nadie. El que quiera hablar mal de mí, está listo.
-¿Le pasó alguna vez que no pudo confeccionar un traje, que no le salía pero no se dio por vencido?
-Lamentablemente no, porque yo cuando me largaba a hacer algo ya lo sabía. He vestido a gobernadores y sabía qué hacerles.
-¿Qué gobernadores vistió?
-A dos de Chubut: Atilio Oscar Viglioney y a Mario Das Neves. Y de San Luis a Adolfo Rodríguez Saá.
“Nueve veces me fui de Chubut. Me tomaba un año sabático y una vez me gasté 60 mil dólares con mi esposa y mi hija. Fui a México, a Madrid. Conocí Segovia, Aranjuez, Toledo, Avila, toda esa zona. En todos lados donde fui dejé paz. La gente me trató muy bien, nunca tuve ningún problema. Porque eso lo aprendí de mí padre. A cumplir y a pagar. Ahora en la actualidad tampoco debo un mango”.
-¿Los políticos visten mal?
-Los políticos visten bastante mal. Y de los políticos mejor no hablemos, porque es un tema muy delicado, peligroso y muy malo. Pero en los años 40 el hombre argentino era el mejor vestido. Habían muchos sastres y se vestían a medida e iban a la cancha de sobretodo. Hoy por hoy que me perdonen pero no se viste, hoy se anda de sport. Asique los sastres no servimos para nada hoy por hoy. Pero son muy importantes, el primer oficio que hubo sobre la tierra es el sastre. ¿Qué hizo el hombre? Se cubrió. De ahí salió la creación. ¿Y cómo se hizo la creación? Después de pecar. Porque lo peor que hizo Dios es darnos el libre albedrío. Eso es lo peor. De ahí salió toda la porquería.
-¿Qué traje le recomendaría a Lionel Messi para lucir en París?
-A Messi le haría un traje de Argentina, para que nos represente vaya donde vaya. Y la Selección Nacional tendría que presentarse con una capa de la Argentina, sabés que lindo... Me gustaría vestir a Messi. A quien también me hubiera gustado vestir es a Maradona.
-¿Qué modelo hubiese pensado para él?
-Para mí Diego fue especial, fue lo máximo. Fue más que Messi. Porque Maradona ¿de dónde salió? De la villa... y se superó. Se topaba con cualquiera y le decía lo que él quería. Tenía una personalidad única. Lo hubiese vestido de saco sport y pantalón liso. Porque el saco acorta. El saco sport te alarga la figura.
-¿Sólo hombres atendió?
-No, atendí mujeres también. Hice capas, tapados, trajecitos.
-¿Vestidos de novia?
-No, no. Eso lo dejo a mi socia. Aun a mi edad puedo enhebrar una aguja. Me cuesta pero con un ojo la enhebro. Y la mano también, pero yo me quiero mucho entonces la voluntad es lo que vale. La voluntad mueve montañas, sí señor. Yo puedo hacer trajes, no hago trajes. Pero puedo hacerlo. Pero no quiero.
-¿Qué tipo de trabajos hace ahora en la sastrería?
-Hago arreglos. Con eso estoy bien. Ya te digo, Dios me llevó de la mano siempre. Me hizo juntar algo para estar tranquilo. Yo vivo tranquilo. Creo que todo fue a partir de haber escuchado la voz.
-¿Qué voz?
-La voz divina. Yo tenía cuatro años y estaba juntando leña para hacer fuego y llegaron los hermanos de mi padre. Se abrazaban, lloraban, al rato se peleaban. Por un tiempo se dejaban de hablar. Entonces yo pensé, eso no puede ser. ¿Cómo se van a pelear? Ahí fue mí primera reacción. Y escuché la voz divina. ¿Qué es la voz divina? La voz de Dios, porque viene al corazón y la mente. Esa voz me acompaña hasta hoy.
Fotos y video: Gastón Taylor
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