Compone canciones para sus hermanos muertos y pasó más de una década encerrado: los 75 años del líder de los Bee Gees

El hermano mayor y vocalista del exitoso vive atormentado por la muerte de sus hermanos Robin y Maurice, con quienes estaba distanciado cuando fallecieron. Dice que aún siente que están con él cuando canta y que se pasa la vida tratando de superar la culpa de ser el único sobreviviente

Robin Gibb, Barry Gibb y Maurice Gibb, los Bee Gees, en los World Music Awards, Inglaterra, en 1997. Foto: Shutterstock

Cuando Barry Gibb mira a sus costados en un escenario, lo único que ve son fantasmas. Los ve vestidos de blanco, de pelo largo, sonrientes. Los ve y les canta, pero nadie sabe que está hablando con los muertos.

“No me muestren imágenes de esa época”, dice. Está sentado a punto de dar una entrevista y no quiere ver el archivo de su pasado. Es el último sobreviviente de los Bee Gees y su imagen y su voz son un emblema para todos menos para él. Las imágenes de los setenta no significan momentos de gloria o alegría. No. Cuando Barry Gibb mira los tiempos de oro de su banda, lo único que siente es tristeza.

“Mi mayor arrepentimiento es que cada vez que perdí un hermano, estábamos en un momento de distanciamiento”, dice. “Y tengo que vivir con eso, y me la paso reflexionado. Veo un montón de señales que antes no veía. No sé por qué pero soy el último hombre en pie. Y nunca voy a entenderlo porque soy el mayor, así que no trato de entenderlo, simplemente sigo adelante”, dice entonces, cuando logra recomponerse para dar la entrevista.

Barry y sus hermanos (Maurice, Robin y Andy) nacieron en Manchester, en una familia trabajadora. Su padre era un baterista sin éxito que en 1958 decidió mudarse con su familia a Australia. “Australia es mi país, ahí está mi corazón. No hay como crecer allí”, dijo alguna vez Barry, pero no fue allí donde cosechó su éxito.

Los hermanos Gibb en el escenario, en la época de oro de los Bee Gees.

De jóvenes, solo una cosa les interesaba: ser famosos. Los tres mayores (Barry y los gemelos Maurice y Robin) lo tenían claro. El modo de alcanzarlo para ellos era evidente: la música. No les fue difícil, comenzaron a sonar en Australia y el sonido era tan característico que pronto llamaron la atención. El primer nombre de la banda fue “The Rattlesnakes”, más tarde se llamaron “Wee Johnny Hayes & the Bluecats”, y después llegaron a su nombre consagratorio. El responsable fue un tal Bill Gates -otro, no el de Microsoft- que los pasaba en la radio y un día, tras conocer a la familia de la banda, notó que había demasiados nombres con B y con G y los bautizó Bee Gees. El embrujo rindió sus frutos: nunca nadie olvidaría ese nombre.

De ahí, el ascenso fue permanente. En la década de los sesenta volaron a Inglaterra y uno de los primeros productores en aceptarlos -en Londres- fue nada menos que un ex productor de los Beatles, Robert Stigwood. Avezado en el mundo de la música, tuvo una idea transgresora: lanzar el primer sencillo del trío en Estados Unidos pero sin decir quiénes eran.

“Su truco era que todos creyeran que se tratara de los Beatles”, explica Barry. El estilo, algo en la voz, ese origen británico a pesar de todo podía propiciar la confusión. Pero la imagen, una vez que se vio, se despegaba absolutamente de los Beatles. Por entonces Barry -el líder de la formación- se afeitaba al ras y jugaba más con tonos románticos que bailables, pero la transformación llegó del todo unos años después.

En 1969 Robin dejó la banda durante dos años. Quiso probar su propio camino, cosa que pasó varias veces a lo largo de los años. Esa separación duró poco y volvieron con todo en la década de los setenta, su década, la década de la música disco. Se instalaron en los Estados Unidos y lideraron cuanto ranking había.

Su éxito fue arrollador. “Estábamos en una burbuja. Estás ahí, pero no podés verla”, recuerda Barry. Además, él mismo se dedicaba a escribir canciones para otros artistas. En un momento, tres de las cinco canciones del Top Five de Estados Unidos habían sido compuestas por él. Las canciones se sucedían una con más éxito que la otra: How deep is your love, How Can You Mend a Broken Heart, To Love Somebody, Night Fever, Run to Me, Stayin’ Alive, Tragedy, Too Much Heaven, Alone, y muchas otras. En todas ellas resaltaba su marca registrada: el falsete de Barry Gibb.

“Ese grito me permitió hacer canciones enteras así, y de repente funcionó tan bien que todos querían que siguiéramos así. Tuvimos seis número uno seguidos con ese sonido”, cuenta. Unos años después, ya en 1983, llegó la película Stayin’ Alive, de la cual lo más recordado además de John Travolta probablemente sea la canción de los Bee Gees.

Una toma de Stayin Alive, uno de sus grandes hits y banda de sonido de la película homónima protagonizada por John Travolta.

“Nadie nunca supo qué sentíamos realmente entre nosotros. Solo nosotros tres lo sabíamos. Era algo muy unificante, los tres nos volvimos una sola persona, con el mismo sueño. Eso es lo que recuerdo más que nada en la vida, y eso es lo que extraño más que nada en la vida”, recordó hace unos años en una entrevista en la que habló de sus hermanos.

El primero en morir fue Andy, el menor de los Gibbs, que no pertenecía a los Bee Gees. Llevaba una modesta pero exitosa carrera solista, y unos años antes de su fallecimiento había estado cerca de sumarse la banda de sus hermanos mayores. Tenía un estilo de vida que ni Barry conocía. Al final, su adicción a la cocaína le hizo fallar el corazón. Murió en 1988 a los 30 años.

Quince años después murió Maurice, a quien Barry siempre llamó “Moe”. Sufrió un repentino ataque al corazón. “Lo perdimos en 48 horas. De estar perfectamente saludable a estar muy grave y fallecer”, relata Barry. Nueve años después murió el último de sus hermanos: Robin. “La situación con Rob fue diferente porque siempre sentí que pasaba algo malo, pero él nunca quiso decir nada. Incluso hoy muchas personas cercanas a él piensan que fue algo diferente a lo que se sabe, como si no quisiéramos decirlo. Pero puedo asegurar que fue cáncer”.

Barry Gibb hoy. Tiene 75 años y es el único sobreviviente de los Bee Gees.

Nunca pudo reponerse, al punto tal que decidió encerrarse en su casa y no salir más que para lo estrictamente necesario. Según contó, estuvo años encerrado, casi desde la muerte de Moe hasta el 2016, cuando su mujer lo obligó a salir adelante.

Con Linda se casó en 1970 y tuvieron cinco hijos y ocho nietos. Según él mismo cuenta, fue ella quien lo salvó de caer en adicciones. De hecho, fue el más sano de los hermanos. Fue Linda también quién lo ayudó a salir adelante de las muertes en su familia: “¿Por qué no mueves el culo y haces algo? Deja de arrastrarte por la vida”, le dijo. Barry hizo caso y compuso “In the now” (En el ahora), lanzado en 2016. Fue ese su resurgimiento, pero no significó la superación interna. Aún dando conciertos, seguía viendo al fantasma de sus hermanos dentro suyo.

“La única manera en la que puedo lidiar es a través de la música. Amábamos la música, por eso lo hacíamos. Sabíamos que sonábamos genial, simplemente lo sabíamos. Amábamos el sonido de nuestras voces”, contó en otra entrevista en que le preguntaron por ellos.

Aun juntos, los hermanos Gibb unidos por la música. Fueron de las bandas más populares de todos los tiempos.

Cuando los nombra, no puede ocultar su emoción y cierta tristeza indecible, algo que él mismo define como culpa del sobreviviente. A veces, compone para decirles lo que no pudo. “Hay una canción que le estuve escribiendo a Robin. Se llama ‘El Final del Arcoiris’. Es acerca del tiempo. Dice: ‘Hoy es mañana, los inviernos son veranos. El final del arcoiris está aquí’. Es decir, sea lo que sea que estás buscando, lo encontraste. Yo siempre le decía a mis hermanos: ‘saben, el sueño se hizo realidad. Siéntense y disfruten’”, relata.

El último de los Bee Gees de pie cumple hoy 75 años. Está solo, rodeado de canciones que a todos los demás los llena de alegría. Cada vez que sube a un escenario -dice- ellos están ahí. Los Bee Gees ya no volverán a sonar en vivo, lo sabe, pero aun piensa que no está solo, aunque su condena sea sentirse así. Quién sabe, acaso el final del arcoiris sea entender esa contradicción.

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