El martes 31 de agosto de 1999 a las 20.54 un avión derrapó fuera de la pista, derribó una reja, cruzó una avenida, embistió un auto, arrastró una cámara reguladora de gas, frenó sobre un talud de arena de un campito de golf y se desintegró en llamas. El domingo 14 de septiembre de 2014 a las 15:16 una avioneta se desplomó sobre un barrio privado, se estrelló contra una casa y dañó otras construcciones en la explosión. Entre un accidente y otro pasaron poco más de quince años (exactos 5.493 días). Hay un hilo los une: Gustavo Andrés Deutsch.
“Andy” nació el 19 de octubre de 1935 en Praga, la capital de la entonces Checoslovaquia. Tenía diez años cuando su familia decidió embarcarse rumbo a la Argentina en búsqueda de prosperidad, en tiempos de posguerra. Federico, su padre, había fundado la cadena de supermercados Te-ta, que significa “tía” en checoslovaco. “Había una costumbre muy instalada en mi país en el que cada vez que te faltaba algo en tu casa las personas te aconsejaban ‘andá a pedírselo a tu tía’’', explicó, luego, en repetidas entrevistas.
En Argentina mantuvieron la tradición: asociados con la familia Steuer, montaron la reconocida empresa de distribución “Tía S.A.”. Tenía veinte años cuando emigró del país tras un intento de secuestro a un ejecutivo de la firma. En los Estados Unidos, donde permaneció durante ocho años, se graduó como Ingeniero Químico en el Massachusetts Institute of Technology (MIT). Fortaleció su pasión por la aeronáutica, se recibió de piloto y regresó al país para comprar la empresa Líneas Aéreas Privadas Argentinas (LAPA) a cambio de unos campos de su familia.
En 1984, LAPA disponía solo de dos aviones modelo Saab de treinta butacas que cubrían la ruta aérea hacia Colonia. En apenas cuatro años ya ofrecía vuelos regulares a diez ciudades del interior del país y a Punta del Este en Uruguay. Había quebrado con el dominio monopólico de Aerolíneas Argentinas y su filial Líneas Aéreas Austral con una fórmula exitosa: tarifas bajas y un manejo personalizado de la empresa. Era la tercera aerolínea nacional: había llegado a controlar más del 30% del mercado aerocomercial local con operaciones desde Aeroparque y Ezeiza. De su filosofía y su proyección surgía la comparación que él mismo alimentaba: presumía ser “el Saint-Exupéry argentino”.
Deutsch, padre de cuatro hijos, obtuvo en 1998 el Premio Konex de Platino por su actividad empresarial. A comienzos del año siguiente, LAPA da inicio a sus vuelos directos a Atlanta, Estados Unidos, a bordo de un Boeing 767-300ER. En 1999, la paradoja: el año de su despegue fue el mismo de su derrumbe. La noche del martes 31 de agosto, el avión Boeing 737-204C, matriculado LV-WRZ, en representación del vuelo 3142 con destino a la ciudad de Córdoba nunca despegó de Aeroparque Jorge Newbery. Llevaba cien personas a bordo: 63 murieron.
Mientras el avión se prendía fuego en el terraplén de un terreno de relleno ganado al Río de la Plata, Deutsch cenaba con su esposa Graciela Villarruel en la casa de unos amigos. Tras conocer la noticia, su primer llamado fue a Ronnie Boyd, su ejecutivo de extrema confianza que se encontraba en Europa negociando los seguros de la compañía. Su segundo impulso fue instalar una oficina improvisada en el hangar de LAPA. La primera declaración pública que levantó la presa fue: “No niego nada, sólo digo que no sé lo que pasó”.
Lo que había pasado era la mayor catástrofe de la aviación aerocomercial en la historia en suelo argentino (superada solo solo superada por la caída del DC-9 de Austral en Fray Bentos, Uruguay, con un saldo de 74 muertos). El avión no pudo despegar de la pista 13: hubo fallas humanas y una cadena de negligencias que develaron un entramado de corrupción e impericias. Una maniobra sentenció la suerte del Boeing: el comandante, Gustavo Weigel, y el copiloto, Luis Etcheverry, no desplegaron los flaps -herramientas indispensables de las alas para proporcionar vuelo, sustentación, el decolaje- a pesar de que durante 52 segundos una alarma los alertaba. “No sé qué es lo que pasa, viejo, pero está todo bien”, dijo Weigel instantes previos al impacto.
Un avión de 35 metros de largo carreteaba sin dueño por una pista corta. Viajaba a 200 kilómetros por hora con destino, ya no hacia la provincia de Córdoba, sino en dirección a la avenida Costanera Norte. Arrolló, a su paso y envuelto en las chispas del fuselaje, a un auto, máquinas viales, un terraplén y una planta reguladora de gas. El último impacto engendró un incendio, por el escape del combustible y el gas, que causó la muerte de quienes habían sobrevivido al accidente inicial. El saldo trágico fue de 34 heridos y 63 tripulantes muertos, entre ellos el piloto, el copiloto, la primera oficial, Verónica Tantos más los sesenta pasajeros, y dos personas que circulaban por la avenida en un Chrysler Neón. El campo de golf de Costa Salguero, Driving Range, fue el lugar de la tragedia.
El juez Sergio Torres solicitó, el 5 de julio de 2005, la elevación a juicio oral de los nueve imputados: seis directivos de la empresa, Deutsch entre ellos, por el delito de estrago culposo, y tres integrantes de la Fuerza Aérea por el delito de incumplimiento de los deberes de funcionario público. Cinco años después, el 2 de febrero de 2010, el Tribunal Oral número 4, integrado por los jueces Leopoldo Bruglia, María Cristina San Martino y Jorge Luciano Gorini, absolvió a la gran mayoría de los acusados, Deutsch entre ellos.
Los únicos condenados fueron Valerio Francisco Diehl, ex gerente de operaciones de LAPA, y Gabriel María Borsani, ex jefe de la línea 737. La pena fue tres años por el delito de estrago culposo agravado. La Corte Suprema dejó firme la resolución en septiembre de 2012. El tribunal había comprendida que la responsabilidad del accidente recaía excluyentemente en el piloto y que al presidente de LAPA “no le correspondía dentro de sus funciones intervenir en la decisión del ascenso a comandante del piloto”. En febrero de 2014, los directivos absueltos fueron sobreseídos por la Sala IV de la Cámara Federal de Casación Penal. Y el 29 de agosto de ese año, dos días antes de que se cumplieran quince años del accidente, la Corte Suprema ratificó lo dictado por la misma sala el pasado 11 de febrero: la anulación de las dos condenas por prescripción de la acción penal. Dielh y Borsani no debían cumplir la condena.
LAPA, por entonces, no existía más. El 20 de abril de 2003 la aerolínea se declaró en quiebra. Tenía 26 años de vida. La tragedia había decidido su suerte: la reputación minó su capacidad de ingreso. Nadie quería volver a viajar en un avión de LAPA. Gustavo Andrés Deutsch siguió ligado a la actividad aeronáutica como empresario y como piloto. Fundó, años después, la compañía de taxis aéreos Tango Jet. Era presidente, también, de Industria Textil Argentina (INTA), la principal productora de tela para guardapolvos.
Era un hombre de poder. Había bautizado “Anillaco” a un Boeing 737 de su ex compañía aérea en un gesto de camaradería con el ex presidente Carlos Menem. En 2006, el gobierno nacional conducido por Néstor Kirchner contrató los servicios de su empresa para traslados. Hizo traslados del entonces presidente y de la entonces primera dama, Cristina Kirchner, hacia Bahía Blanca y Río Gallegos.
Deutsch murió el mismo año de su sobreseimiento por la catástrofe de LAPA. Había despegado de su estancia La Nueva, en Junín, a las tres de la tarde del domingo 14 de septiembre. Iba a ser un vuelo de cuarenta minutos. Pretendía descender con su aeronave Beechcraft 300 Super King Air en Jorge Newbery a las 15.20. Había pasado el partido de Escobar. Viajaba con su esposa. Tenía 78 años -iba a cumplir 79 dentro de un mes- y estaba desorientado.
“Andy estás perdido, estás fuera del eje, ¿querés que te guíe?”, le preguntaron desde la torre de control de Aeroparque. “No, gracias. Ya lo bloqueo, ya lo encuentro”, respondió él. La aeronave cayó. Impactó contra una casa deshabitada en el barrio privado La Isla, en Nordelta. Gustavo Andrés Deutsch, el ex dueño de LAPA, murió dentro de un avión.
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