En contraste con el poder que tuvo mientras dirigía la Confederación General del Trabajo, los últimos años de José Espejo, uno de los grandes impulsores de la candidatura de Evita a la vicepresidencia, trasncurrieron en el llano. Más allá de los cargos que ocupó, el dirigente gremial se destacó por haber sido el hombre de confianza de Eva Duarte de Perón.
Espejo inició su tarea gremial en la fábrica de galletitas Bagley, donde se desempeñó como delegado y, después de pasar por algunas funciones en el gremio, por recomendación del secretario de Alimentación Raúl Costa, llegó a entablar un vínculo muy cercano con Eva Perón. “Mi abuelo fue aceptado por Evita, fue ella su primera impulsora. Su relación era de mucha confianza”, relata su nieto Damián Ferraris. Con este apoyo indispensable, y con el aval del resto de los sindicalistas, Espejo asumió como secretario general de la CGT en 1947.
Su relación con Evita
Evita y Espejo forjaron un vínculo muy leal y de confianza tanto en la actividad social como en lo personal. En este sentido, Ferraris desmiente la versión que se muestra del sindicalista en la película “Eva Perón: la verdadera historia”: “Está mi abuelo aplaudiendo como un obsecuente y me da bronca porque no era así”, aclara.
El vínculo también se reflejaba en el plano personal y hasta familiar ya que la esposa de Perón fue una de las invitadas más especiales en el casamiento de Espejo con Beatriz Beverati, también muy querida por Evita. “Antes mi abuelo tenía otra mujer que no le caía bien a Evita y creo que eso influyó bastante en que no siguiera esa relación”, cuenta su nieto y agrega: “Con mi abuela hubo un buen sentimiento”.
Ferraris destaca cómo era el trato de Eva con los sindicalistas. “Cuando veía que alguno estaba pasando por arriba de sus ingresos o sus posibilidades, que alguno tenía más plata que la que tenían que tener, lo encaraba y le decía, ‘explicame, ¿en qué andás? ¿cómo hiciste para tener esto?’”
Cabildo Abierto
Al igual que Espejo, la cúpula sindical mantenía su lealtad a Eva y quería que fuese la candidata a la vicepresidencia en la fórmula junto a Juan Domingo Perón en las elecciones de 1951. Sin embargo, Evita creía que debía darse lugar al sector político del peronismo, encabezado por Quijano. De todas formas, con su consentimiento y junto a Armando Cabo, Isaías Santín y Florencio Soto, Espejo fue uno de los ideólogos y organizadores del Cabildo Abierto del Justicialismo el 22 de agosto de 1951, el acto organizado más importante del peronismo. En un principio, se había decidido realizarlo en la Plaza de Mayo, pero Espejo consideró que iba a quedar chica, por lo que propuso la avenida 9 de Julio. Evita quería el pronunciamiento popular que avalara su candidatura, según relató Espejo en un reportaje con la revista Primera Plana en 1967.
Aquel 22 de agosto, millares de trabajadores pedían que Eva aceptara el cargo como vicepresidenta. Al iniciar su discurso, Espejo le pidió a Perón que fuesen a buscar a Evita, que todavía no se encontraba en el palco. A continuación, llegó ella al escenario en compañía de su hermano Juan, y de Raúl Apold. El líder gremial continuó su discurso en nombre de la CGT y del partido peronista y proclamó la fórmula Perón - Eva Perón.
Evita abrazó a su marido e inició su discurso, pero no dio la respuesta que esperaban. Ante el clamor de más de 2 millones de personas, Espejo exclamó: “Compañeros, la compañera nos pide dos horas de espera”, mientras la multitud gritaba: “No, no, no”.
“Nosotros nos quedamos aquí. Aquí esperamos su decisión. No nos moveremos hasta que nos dé la respuesta favorable a la decisión del pueblo”, continuó. Evita respondió: “Como dijo el general Perón, yo haré lo que diga el pueblo”.
El renunciamiento de Evita
A pesar del clamor popular, sectores militares y de la iglesia presionaron para que Eva no aceptara el cargo, y lo lograron. Sin embargo, renunció a los honores, pero no a la lucha. El 31 de agosto comunicó por LRA Radio del Estado y la Cadena Nacional de Radiodifusión a las 21.00 horas su “decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron brindarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto”.
“Estoy segura de que el pueblo argentino y el movimiento peronista que me lleva en su corazón, que me quiere y que me comprende, acepta mi decisión porque es irrevocable. Y por eso me siento inmensamente feliz, y a todos les dejo mi corazón”, continuó. Asimismo, manifestó que su decisión había sido tomada en total libertad.
Los últimos años de Espejo
Ferraris relata que Evita le dijo a su abuelo que se fuera porque toda la vida lo iban a perseguir por haber estado tan cerca de ella. Y así fue. José Espejo renunció a su cargo en la CGT al año siguiente de la muerte de Eva Perón, se compró un camión y hasta 1955 vendió vinos, lejos del primer plano y de la exposición que había tenido durante sus años al frente de la Confederación General del Trabajo. “Mi abuelo decía que había terminado su cargo y volvía a ser un trabajador. Siempre defendió el trabajo y a los trabajadores. Él decía que volvía al llano”.
Tras la caída de Perón, se refugió en la embajada de Haití, de donde escapó para organizar la huelga general contra la dictadura de Aramburu, la autodenominada Revolución Libertadora. Cuando fracasó la huelga, Espejo fue detenido el 19 de noviembre y acusado junto a Perón de traición a la patria por el juez Botet.
Desde ese momento, estuvo preso en la penitenciaría de Las Heras -hoy desaparecida-, después lo llevaron al barco Bahía Buen Suceso, y terminó en Río Gallegos. En la prisión de la capital santacruceña se encontró con el empresario peronista Jorge Antonio, Héctor Cámpora, John William Cooke y Guillermo Patricio Kelly, con quienes empezó a planificar la fuga. “Los guardiacárceles eran laburantes, eran peronistas, entonces no los trataban lo mal que querían que los traten”. Finalmente se concretó la fuga y logaron pasar a Chile, donde Espejo trabajó durante un año como taxista con un auto prestado por los sindicalistas chilenos. Pero, al regresar a la Argentina durante la presidencia de Arturo Frondizi, la policía lo arrestó, lo torturó y estuvo otros seis meses en prisión. Además, al ser detenido, le robaron todas sus pertenencias y hasta debió tragarse una carta de Perón con instrucciones para que no la viera la policía.
Espejo también enfrentaba duros problemas personales. Su lealtad a Eva le costó caro y no lo dejaban trabajar por su cercanía a ella, por lo que su casa fue rematada. Para mantener a su familia y, consecuente con su lucha por los trabajadores, salió a ganarse el sustento como lo había hecho siempre. Junto a un amigo comenzó a venderle café a los vendedores ambulantes del barrio de San Nicolás, en Junín al 181 y, luego, se dedicó a la venta de pollos. Finalmente terminó comprando galletitas en las fábricas para revenderlas a los almacenes porteños. De esta manera trancurrieron sus últimos años. “Creo que el ejemplo de mi abuelo exalta aún más a la figura de Evita. Ella sabía elegir la gente que estaba a su lado, que no la traicionó nunca, ni estando muerta”.
Tras una vida dedicada a la lucha sindical, José Espejo murió en 1980 tal como Eva Perón hubiera deseado. Como un descamisado más, como un trabajador hasta sus últimos días.
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