En Argentina las mujeres piden 16.301 pesos menos de salario, en promedio, que los varones. Si un empleador le dice que sí a una postulante con su salario requerido ($78.190) y a un aspirante con su sueldo solicitado ($94.491) la potencial empleada termina perdiendo $195.612 sólo en el primer año de trabajo, según un informe de la consultora Bumeran.
La trabajadora a la que le preguntaron cuanto quería ganar y se quedo corta (en promedio 16.301 pesos menos que la meta de los aspirantes al mismo puesto, pero señoritos más creídos y ambiciosos) se auto ajustó el sueldo (sin que los empleadores se lo impongan, sino haciendo más fácil la tarea de reducir el salario) y terminó por debajo de lo que podía percibir por irse a menos.
Hay muchos cambios externos que se necesitan para lograr igualdad salarial. Pero también es un desafío plantearse los cambios personales para que la igualdad empiece por casa: creersela más y plantarse a la hora de pelear el sueldo. Hay que hacerse valer y no solo romper el techo de cristal, sino salir del propio techo de lata que achata los sueños y los números que se demandan para ser contratada.
Si se calcula la pérdida por género (la parte del sueldo que no pidió por condicionamientos culturales, laborales, económicos y singulares que tiran abajo la confianza y la ambición de las trabajadoras) el resultado es un empobrecimiento de género que tiene efectos concretos: su casa está menos amueblada, su pasaporte menos sellado, su biblioteca con menos libros nuevos, su tarjeta con menos millas y su cuenta bancaria con menos ceros.
La trabajadora sub20% (la que dejo de percibir casi 200.000 pesos por bajar la cifra con la que quería ser asalariada) en 12 meses podría haberse comprado (solo con la diferencia entre lo que pidió ella y lo que pide un varón) una tele, una netbook, ir a pasar una semanita de tour a las bodegas de Mendoza, conocer las Cataratas del Iguazú, poner una pérgola en la terraza o ahorrar en un plazo fijo. ¿Por qué perder por darse por perdida?
En el relevamiento realizado por Bumeran, en julio del 2021, queda expuesto que la diferencia salarial entre varones y mujeres tiene muchas razones, pero una de las patas (no la única) es que las trabajadoras se tiran abajo o tienen más necesidad de empleo seguro, pero que no solo les dan menos, sino que ellas piden cifras más bajas.
La realidad es que billetera mata equidad: La diferencia de 16.301 pesos equivale a un 20.8% mensual que se pierde en el salario de las mujeres.
El ABC de los cambios sociales es que exista protección desde el Estado para la igualdad salarial, que las empresas valoren el trabajo feminizado, que ellas puedan acceder a mayores puestos y a oficios mejor remunerados, que los sindicatos defiendan la inserción de las mujeres y personas LGTTBQ+ en más y mejores puestos con salarios más altos, que se cumpla el cupo laboral trans y que se termine con formas explícitas o sutiles de discriminación.
Pero también hay tarea para el hogar –y la fábrica y la oficina-: decirse, saberse y repetirse: “yo valgo” y poder gritarlo como una consigna de marcha o un mantra hasta que se traduzca en un número que implique un sueldo justo y lo más alto, o parecido posible, a lo que un varón cree que vale y que puede ser pagado.
“¿Cuál es el sueldo promedio pretendido en Argentina? Durante julio del 2021 la remuneración media solicitada por los postulantes en Bumeran asciende a $84.731 pesos por mes y registra un incremento del 5,4% respecto a junio”, informa la consultora especializada recursos humanos.
La deuda interna y externa con la equidad salarial es un problema global. Pero, en Argentina, el aumento del costo de vida retrasa todavía más la posibilidad de lograr la igualdad. Es un empujón en contra cuando se quiere avanzar. “El salario medio requerido por los postulantes hombres ya acumula un aumento del 34% en 2021. Por su parte, existe una brecha de 5 puntos porcentuales en detrimento de la remuneración solicitada por las candidatas mujeres que, en su caso, demuestra una suba del 29% en lo que va del año”, advierten en Bumeran.
“La disparidad remunerativa continúa a favor de los varones: el sueldo medio requerido por ellos es de 94.491 pesos por mes, mientras que aquel pretendido por las mujeres es de 78.190 pesos”, explícita Bumeran. La diferencia salarial crece en la medida que crecen los salarios y los puestos a cubrir. “Respecto a la brecha salarial, cabe destacar que varía según el seniority a cubrir: en las posiciones junior los hombres piden un salario (62.080 pesos por mes) un 9,3% superior al de las mujeres (56.810 pesos por mes)”.
En los puestos senior el sueldo requerido por ellas es de 76.782 pesos por mes y difiere en un 19,3% al pretendido por los candidatos masculinos (que es de 91.606 pesos por mes). Y, cuanto más para arriba es el número, más para abajo se tiran las jefas. “La brecha crece en mayor medida en la jerarquía jefe/supervisor: las mujeres pretenden 124.000 pesos mensuales y los varones 167.832 pesos por mes, es decir, un 35,3% más”, señala el informe.
Para no seguir tirando la pelota al arco ajeno la mejor interpelación no es solo pensar porque ellos asumen que valen un 35,3% más que las mujeres en los puestos más altos, sino porque ellas suponen que valen 3 veces menos, aun cuando logren ascender a los puestos de mayor jerarquía y responsabilidad. Por eso, no solo hay que lograr que haya más jefas, sino que las jefas sean respetadas y bien pagas cuando llegan a ocupar ese lugar.
Si la mayoría de los varones apostaran por ellos mismos probablemente se pondrían más fichas de las que están en juego. Y, al contrario, las mujeres se bajan el precio muy por debajo de lo que realmente valen. Puede parecer una clase de autoestima, un cliché, un tik tok cursi con una voz estridente frente al espejo, una publicidad de tarjeta de crédito que incentiva la compra de un vestido con el lema “me lo merezco”, un mensaje con velitas que no se condice con la realidad o una arenga que después se choca de narices si, al final, te quedas con el plus del salario requerido y sin trabajo nuevo. Pero hay que hacerse valer y confiar más en el valor personal y laboral.
¿Pero por qué las mujeres piden menos? ¿Mejor malo conocido que nuevo por conocer? ¿Mejor pájaro en mano que cien volando? La necesidad también forma parte de los condicionamientos por los que se pide un salario más menor de la cifra en pesos a la que aspiran los varones. Por ejemplo, hay muchas madres solas o jefas de hogar que no pueden probarse la coronita y jugarse a subir su cachet porque tienen que llevar el pan a la mesa y la fruta a la heladera y prefieren ser realistas (hasta pesimistas) antes que rifar la suerte nutricia de sus hijos e hijas.
Un trabajo es la garantía para pagar la luz, el cash para la verdulería, la billetera electrónica para la pre paga o el cable y no aparecer como deudora en la reunión del consorcio. No es fácil apostar. Y mucho menos que la valoración salga mal. Por eso, no se puede culpar a las mujeres por pedir menos.
Pero sí incentivar a que se crean más, a que pidan por lo que valen, a que no se tiren abajo, a que confíen en ellas, a que tener hijos e hijas no las pone atrás en la carrera (o a no sentirse culpables si además del sueldo hay que pedir algún permiso cuando se enferman o se aisla el grado del colegio por casos de Covid) y a subir el numerito de sus pretensiones.
Si Isabel Sarli decía, en una frase emblemática “¿Qué pretende usted de mi”? es importante que las jóvenes, trans, no binaries y señoras pretendan de su salario la escala más alta que pueden pedir, según las reglas laborales y de mercado, pero que no se bajen la vara ellas mismas (ya bastante con la pandemia, el país y los aprovechados) que siempre están dispuestos a bajar las aspiraciones de las mujeres.
Las exigencias para que la equidad salarial se consumen no pueden solitarias, individuales o meritocráticas: “yo merezco”, “yo puedo” o “yo lo logro”. Las conquistas de las mujeres son colectivas y deben ser respaldados por el Estado y el mercado. Si no se ponen los escalones para que las mujeres puedan subir en la carrera laboral el abismo lleva a más diferencias de género.
Pero sin nega, el valor colectivo, sindical y organizativo de las peleas laborales, también se puede interpelar al factor amor propio en la autoestima profesional. Hay que valorarse y sobreponerse a la desvalorización. A muchas chicas los novios las callan frente a sus amigos, los padres les dicen que jueguen a las princesas mientras sus hermanos usan la calculadora, los docentes las esquivan a la hora de escuchar sus respuestas. Y el resultado de esa ecuación no es inocuo: ellas terminan creyendo que valen menos que ellos.
A esos ninguneos que parecen leves se agregan los machismos que suman puntos a la desestimación (y van quitando peso a peso el monto del salario por cada descalificación). Por ejemplo, las parejas que sueltan “a vos no te da la cabeza” para que las chicas no sigan estudiando porque están celosos de sus compañeros, los chistes de los amigos porque las subestiman si no leyeron a Ernest Hemingway, la mirada de reojo si pronunciaron mal una contestación en inglés, las explicaciones de más por cosas que sí saben las compañeras de oficina y las interrupciones para que no puedan explayarse en lo que conocen las estudiantes en la universidad.
Las balas de la descalificación llegan a bajar la autoestima y repercuten en que las mujeres no confíen en ellas o generan que prefieren pasar desapercibidas antes que pedir por lo que valen y responder por lo que saben. En muchos casos surge el “síndrome de la impostora” que genera en las mujeres la idea que si consiguen el puesto –y por el sueldo pedido- los demás se van a dar cuenta que ella es una impostora que no está preparada para el trabajo y que no vale lo que pidió. Stop. Hay que sacarse el miedo a ser impostora y confiar en que el valor personal es real.
Si las mujeres ya tienen bastante con el bombardeo externo que busca ponerles la patita para que se caigan en el camino o que interfiere con tantos obstáculos que es difícil seguir y subir en la montaña laboral lo mejor es que aprendan a defenderse de los ataques externos, a aceptar y promover la cooperación entre trabajadoras y a frenar los mecanismos de autoboicot y promover las ideas de autovaloración.
Por supuesto que a la hora de tirarse abajo suma la inseguridad de arriesgarse a pedir una cifra demasiado alta (o un presupuesto que se tome por exagerado ante un trabajo excepcional en una época muy variable por la pandemia y con una inflación tan alta que, generalmente, no queda en rangos fijos e igualitarios) y quedarse sin el pan y sin la torta por querer subir las ganancias.
El 23 de agosto, Bumeran difundió el estudio que mostró que el salario promedio pretendido en Argentina, acumuló un incremento del 30,2% en 2021 y se ubica levemente por encima de las cifras de inflación (28,6%). El aumento de precios es un factor muy difícil y negativo para valorizar el trabajo propio. Si los rangos son fijos y estándar es más fácil llegar a lo que se pide sin dudar y sin achicarse frente a la pregunta de “¿Cuánto queres ganar?”.
El informe de Bumeran señala que en el 2018 y 2019 los salarios –de todos los trabajadores- perdieron frente a la inflación. Y la devaluación del poder de compra no solo es tangible, sino que también ataca al salario aspiracional que también se ubicó por debajo de la remarcación de costos y precios. Pero si la inflación es tan alta que los números suenan muy exagerados o las propuestas se quedan atrás mientras que los precios aumentan la inflación no solo muerde el bolsillo sino que se vuelve un cocodrilo para la estima económica de las trabajadoras.
En la Argentina la autoestima no tiene que ganarle solo a la desigualdad de género, sino también a la remarcación de precios. Así que nadie puede bajar los brazos o hacer la plancha si quiere que su salario sea justo y rendidor. Y, si estamos empezando a salir, que sea por arriba. “Durante el primer trimestre del 2020, se comenzó a reflejar una suba del sueldo requerido por encima de las cifras de inflación. Sin embargo, con el surgimiento de la pandemia, hubo una caída del salario real, pero esta vez más acotada (3%)”.
El coronavirus aplastó las ilusiones. Pero el índice Bumeran refleja que, en el segundo trimestre del 2021, se presenta un crecimiento salarial de 14% que vuelve a ganarle a la inflación (10%). Así que, aunque no salgamos mejores de la pandemia (que ya es una sobredosis de optimismo) sí es momento de ponerse en valor.
Pedir más tiene que ser una meta. Pero no una presión más. A veces el minimalismo –menos es más- puede funcionar como paz mental o como ingreso seguro. Nadie puede decir cuando sí y cuando no, pero si se puede, mejor subir la confianza personal y aspirar a elevar las ganancias y equilibrar la igualdad.
Los miedos están y no son fantasías del tren fantasma, sino posibilidades de que subir el número salga mal: si el trabajo se lo dan a él, si provocan inseguridad, si dicen “quien te crees que sos”, si hacen sentir incómoda a las madres que tienen que irse más temprano para llevar a su hijo al pediatra o si no quieren jugar a la ruleta emocional de poder perder un puesto por volar demasiado alto.
La tranquilidad también vale. No hay porque imponer una valoración que cueste demasiado cara. Pero, si se puede, mejor que las mujeres se den coraje y puedan apreciar su valor para que las empresas se lo paguen. No es hora solo de reclamar más derechos, sino de poder poner en valor el trabajo propio y subirse el precio.
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